Para celebrar la Constitución, garantía de nuestro Estado de Derecho, el presidente Zapatero hizo el domingo las correspondientes declaraciones. Al responder sobre el caso de Aminatu Haidar, rindió un inesperado homenaje a la morsa que da nombre a este blog.
Mi morsa ha llegado hasta aquí desde el poema introducido por Lewis Carroll en Alicia a través del espejo. En él se narra la historia de una morsa y un carpintero que se comen a las ostras que han ido con ellos de paseo, engañadas. El carpintero engulle todas las que puede, pero apenas habla. La morsa, en cambio, llora por ellas al tiempo que deglute: “¡Cuánta pena me dais!”, les dice, sin dejar de comer y enjugándose unos “sentidos lagrimones”.
El cuerpo de Aminatu Haidar se está devorando a sí mismo. Es lo que hace el organismo cuando no se le alimenta: agota sus grasas, sus azúcares y finalmente sus propias proteínas. Casi puedo ver a Mohamed VI royéndole los huesos, los intestinos. Lo hace como el carpintero: en los comunicados oficiales marroquíes, Haidar es una provocadora y una chantajista, a la que se impone que pida perdón por afirmar que su nacionalidad es la saharaui. Lo de siempre: culpabilizar a la víctima.
Zapatero, por su parte, es la morsa. Llora por Aminatu: “Nuestra primera obligación esencialísima es preservar su vida”, dice, mientras contribuye a su destrucción cuando renuncia a presionar a Marruecos: “Debe prevalecer lo que es un interés general”. Comprendido: lo importante es caerle simpáticos a un tirano bajo cuyo gobierno se encarcela y tortura a los activistas de Derechos Humanos. Por eso no se le ha querido molestar ni con una leve crítica verbal. En caso de incordiar a alguien, nada más razonable que cebarse en el esforzado policía del aeropuerto de Lanzarote empeñado en la disparatada pretensión de cumplir la ley.
Añadió Zapatero que no va a pedir al Rey su intervención. Cuando la morsa afirma: “Debemos situar las cosas en su dimensión” está diciendo que Haidar es demasiado insignificante para que alguien tan importante como el monarca se tome la molestia de hacer una llamada para salvarle la vida. Con sus palabras, en día tan señalado, Zapatero honraba el artículo 56 de la Carta Magna: “El Rey asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales”. Después regresó al interior del Congreso, donde los prohombres de la patria, entre abrazos y palmadas en la espalda, siguieron festejando el Estado de Derecho.