Dentro de un mes, el próximo 18 de mayo, el jurado del Premio de Periodismo ‘Cirilo Rodríguez entregará el galardón al mejor corresponsal o enviado especial en el extranjero. Otorgado por la Asociación de la Prensa de Segovia, este año, en la edición número 28, los finalistas son Enrique Ibáñez, Mayte Carrasco y Plàcid Garcia-Planas.
De Enrique Ibáñez el jurado destaca su rigurosidad «a prueba de balas» en estos momentos de «incertidumbre», según recoge Europa Press. Crisis hasta en la exposición de motivos. Mayte Carrasco es analista internacional, profesora y periodista ‘freelance’. Y representa muy bien el periodismo «de dificultades» al que obliga la crisis, subrayó el jurado. Plàcid Garcia-Planas es el tercer finalista porque es «uno de los mejores reporteros de España». El mejor, diría yo. Tiene una capacidad poco común, según el jurado, de contar la guerra con otra mirada. Sus titulares «son siempre una sorpresa», además de las entradillas y cierres de sus crónicas.
Sí, el nombre de Plàcid Garcia-Planas vuelve a este blog. Pensé escribir un post sobre él, pero dejó de tener sentido cuando comencé a citarlo casi semana tras semana. De Enrique y Mayte no he leído nada, de Plàcid casi todo. Porque como defendió Alfonso Armada, miembro del jurado del ‘Cirilo Rodríguez’, la mirada de este reportero de ‘La Vanguardia’ es única. Defiende que el periodismo es la literatura de la observación. Y pretende resistir, ser el ‘último mohicano’. Hacer lo que hacía Gaziel, pese a las estrecheces.
Un día antes de que se conociera el fallo del jurado, Plàcid fue entrevistado en el programa de RNE ‘El ojo crítico’ para recordar la figura de Agustí Calvet, Gaziel. Nacido en Sant Feliu de Guíxols, en 1887, no iba para periodista. Estudiaba filosofía cuando estalló la Primera Guerra Mundial y, casi sin quererlo, sus escritos comenzaron a publicarse en ‘La Vanguardia’, el diario que llegaría a dirigir entre 1920 y 1936. «Todas las paradojas con las que él se enfrentaba son las paradojas con las que yo me enfrento», decía Plàcid en la radio.
«La buena crónica de guerra –añadía– no es solo la que describe, sino la que observa y, a partir de ahí, piensa y reflexiona». Con crisis o sin crisis. Con una legión de seguidores en Twitter o sin ellos.
Twitter, redes sociales, blogs… Hoy se escribe más que nunca, dicen. Nada nuevo. Ya Gaziel se sorprendía de haber escrito en su primer año de colaboración con ‘La Vanguardia’ cuatro volúmenes de 350 páginas. Incluso se asustaba. «Es un trabajo seguido, que no se acaba nunca; los hechos se suceden con una rapidez vertiginosa, y yo voy anotándolos a toda prisa». Hechos contados así:
Al llegar a este punto de nuestra excursión, he sentido que comenzaba a invadirme un sentimiento de asco infinito, de piedad y de hastío supremo. Estaba anonadado, confuso, con el malestar de la lluvia y del frío que me hostigaban de continuo. Después de recorrer más de 60 kilómetros (porque de Sermaize hemos ido todavía hasta Revigny y Villiers-aux-Vents) entre ruinas sin término, una protesta de dolor y de angustia se levantaba en mi alma y me gritaba: «¡Basta, basta!» Al volver a Vitry, bajo la luz cenicienta del crepúsculo, todavía M. Popinot nos ha obligado a pasar por Heiltz-le-Maurupt, Pargny, Etrepy, Bignicourt, Buisson, Vavrayle-Grand. ¡Hasta treinta y dos nombres de pueblos he llegado a apuntar en mi carnet de viaje, sin que yo viera otra cosa que una inmensa e interminable llanura cubierta de fango!
En el fondo del coche, me ha parecido entrever que M. de Villecerf sollozaba… [‘A través de las ruinas’. 29 de diciembre de 1914]
Escribe Manuel Llanas en el prólogo de ‘En las trincheras‘ que Gaziel recorre en gran parte de sus crónicas zonas devastadas y recientes escenarios de guerra:
Es necesario haber recorrido como yo, despacio y en tiempo de invierno, esas tierras viscosas y débiles como un mar de fango, para vislumbrar tan solo lo que debió ser la horrorosa matanza.
(…)
Más de veinte días pasaron hasta que la llanura quedara limpia de cadáveres, amarillenta, sombría, desierta. Y aún fue imposible extraer por completo los cuerpos hundidos en el fondo del barro. Durante mucho tiempo, al atravesar esas tierras, se percibía aún el hedor de los cuerpos que estaban pudriéndose bajo los juncos y las hierbas flotantes. Y aún hoy mismo, después de tres meses de abandono absoluto, es fácil encontrar, escarbando la nieve que cubre los tristes pantanos, restos innumerables de uniformes y armamentos guerreros. [‘Los pantanos de Saint-Gond’. 2 de enero de 1915]
Añade Llanas que Gaziel era un cronista espiritual, decidido a ir más allá de las apariencias sin abandonar el rechazo a la guerra:
No habíamos andado media legua en pleno bosque, después de abandonar el refugio del solitario teniente, cuando nos encontramos en presencia del más extraño cementerio del mundo.
(…)
Lo más conmovedor de este desapacible lugar, es que en él se encuentren amontonados en las tumbas, hombre contra hombre, confundiéndose en la misma podredumbre, los que se mataron mutuamente porque creyeron que nada podría juntarles jamás. (…) Y la ceniza que les confunde para siempre jamás, yace mezclada en su igualdad esencial, tan compenetrada y fundida que ya no sería posible adivinar –si descubriéramos las sepulturas–, cuáles fueron los vencedores y cuáles los vencidos. He aquí el gran enigma de estos muertos abandonados en mitad de la selva: si el rencor que sintieron en vida debía terminar en la fusión absoluta de sus cuerpos debajo de tierra, ¿por qué no fue posible, antes que la muerte los hermanara por fuerza, una libre y amorosa fraternidad de sus almas, y que todos siguieran viviendo?… [‘Contra el enemigo invisible’. 16 de abril 1915]
«Gaziel es un océano –me escribe Plàcid en un correo electrónico–. El tiempo y la disolución de la carne humana en la tierra es una constante en él». «Yo caminaba por el bosque. Y llovía».