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Nunca fuimos a las Islas Cíes de noche, creo que queríamos ir a las Islas Cíes al atardecer y pasar la noche, subir hasta el faro más alto y verlo dando vueltas, girando. Sus ojos, las zapatillas negras, lo que decías.
Recuerdo que yo quería ir contigo al lugar más alto y ver el inicio de la luz que llegaba todas las noches hasta nuestra casa, iluminaba la cocina y el melón. Era una luz que nos daba sombras de rueda en el interior. Ir a acariciar la piel del faro.
Quizás no estabas conmigo ya y buscabas encontrar tu nombre y saber.
Lo siento.
Hubiéramos subido a oscuras, y todavía puedo verlo allí y se acerca a nosotros.
Me quedo observando todos los faros a los que llego desde que nos separamos, porque toco la luz y luego ilumina el mar. Están siempre al otro lado. Son fuertes como los olmos en verano y ruedan como las bicicletas por la carretera.
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No puedo salir porque llueve y Madrid.
Escribo a uno de mis estudiantes de español, Philip, él vive en Boston, le encantan los faros y los guarda. Le pido algunas fotografías donde aparezcan ellos.
Lugares.
Junto a los ojos o labios, balcones de la tierra.
Faros, lighthouses, beacons, almenaras.
Faro de Provincetown, en Cape Cod, Massachusetts. Se llama Race Point Lighthouse.
Faro de Portland, Maine. Se llama Bug Light.
Esa es la escalera mecánica de una estación del metro de Boston que uso mucho.
Me escribe Philip desde el otro lado del océano.
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Ahora lloverá en las Islas y aquel punto se está mojando. Se llama Faro do Monte do Faro. Leo.
Aquí es de noche y va a dejar de llover, hay gotas colgando de las ramitas, mirlos vuelven.
Y el faro de Cíes acaba de encenderse.
Aventuro.