Lo amado no se recuerda, lo amado no sirve
Emily Roberts
1.
Pensaba en el amor. En su prefiguración. En cómo se ama antes de haber amado. Es una suerte de distancia perpetua, entre el amor y su objeto. No hablo del cariño o el goce, de la fascinación ni del embeleso. Hablo del AMOR.
Porque, al fin somos, lo que amamos [y no lo que hemos amado]; no somos aquello o aquellos que nos ama(n). Y, ello, a pesar de que, igual que la lluvia, se nos escurra entre los dedos lo amado como gotas caprichosas y puras. Pero sépase que lo amado ya no se recuerda porque es nuevo, se renueva a cada instante. Esto es, debería ser renovado a cada instante; en aras de postergar su existencia.
Así que hablo de un AMOR que, en realidad no existe. Es la personalización de una idea, la misma velocidad de un sentimiento en tránsito perpetuo.
2.
Hay un poema de Emily Roberts que se llama Lugar de paso y que termina así “Como un enfermo recitas / cada parte de la cama”. Y dice antes: “Todo el aire está aquí: entre esta mano / y este colchón”. Un aire al que arañan todos los recuerdos.
El amor entendido como un lugar de paso.
La cama, en tanto que representación canónica del amor, convertida en estación de servicio, en fantasía efímera, en rescoldo frío de muchas pasiones que son siempre la misma. La cama, como ceniza erguida (pero en horizontal).
3.
“El teu futur és el millor record” dice un verso de Francesc Garriga Barata.
4.
El amor es como el silencio de la victoria del que habla Dereck Walcott, ese del que nuestros contemporáneos se apartan, le huyen, como el trueno que atemorizaba a James Joyce.
El amor es el crujir misterioso de estas palabras, que tratan de llegar a algún sitio, pero son solo esperanza. Y es que, al fin, es apenas eso: estar a la espera de algo; una benévola -y, a veces, exitosa- intromisión en el mañana.