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Lo decía Parménides

 

Antes escribía como un loco, cada día. Durante unos años febriles escribí de todo. El blog a diario, críticas de libros, artículos, entrevistas, novelas, nouvelles, libros de cuentos.

Mi temor era siempre que se me agotasen las palabras; como quien tuviera un don finito y, de desperdigarlo inadecuadamente, en los propósitos erróneos, se le fuera a agotar el grifo.

Es cierto que ya no tengo ese temor, pero ello no significa que no hayan venido otros a ocupar su lugar (porque ahora, es cierto, escribo menos; o acaso escribo más concentrado).

Siempre me ha dolido el mal de la imprecisión. Y, por ello, me cuesta mucho dar los textos por finalizados. Siempre, la pregunta: ¿son estas palabras las justas, las adecuadas? ¿Reflejan verdaderamente, hasta el más mínimo detalle estas palabras lo que hay en mi mente, lo que intuyo, vislumbro y quiero decir de verdad?

Pero ya sabemos que es propósito imposible, que la lengua haga caso al pensamiento: que sea su traducción literal. Es más un acomodo, una negociación, lo que finalmente queda en el folio. Lo sabemos (aunque ello no quite para que el desasosiego quede ahí impertérrito, dándonos la murga).

Parménides lo expresó de una manera muy sencilla: lo que es, el Ser, puede pensarse. Y lo que no, el No-Ser, no puede pensarse. Pero hasta aquí. Ese no fue más que el comienzo de todos los males. No olvidemos que distinguía Parménides también dos caminos para llegar al conocimiento: a través de la verdad y a través de la opinión. En esta segunda se halla el No-Ser, que nos viene por la aprehensión de los sentidos engañosos. O sea, que lo engañoso puede escribirse.

Y en esas estamos, en tratar de delimitar los espacios de la verdad y los espacios de la farsa (o la autofarsa; que la división entre ellas no siempre está tan clara).

Quizá la menor escritura mía provenga de una mayor conciencia del embuste.

Pero quién sabe.

¿Acaso también la verdad se agota y ya no da más de sí?

Me quedo, por el momento (que es hora de irse a descansar un poco) con el misterio rilkeano, el de la voz que quería conocerse a sí misma, y su idea de la verdad como don de la vida, que solo comparece en penumbra. Y una idea de su libro Los apuntes de Malte Laurids Brigge y es que, tal como escribe allí: “Tampoco basta tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar que vuelvan”.

Pues, así, con esa paciencia que busca en aquellas perdidas palabras mías de antaño alguna verdad, decimos adiós a este martes final de marzo.

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