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¿Lo hicimos?

«We did it!», es el titular con el que la revista The Economist despide el 2009.   La popular imagen que lo acompaña arengó en la Segunda Guerra Mundial a las mujeres norteamericanas para que sustituyeran a sus compañeros combatientes y mantuvieran el pais a pleno gas. La producción no debía parar. Los prejuicios sexistas quedaban para tiempos de paz y abundancia. La reproducción podía ejercerse a tiempo parcial y no era óbice para que las mujeres ganaran el pan colectivo. Parece que el homo economicus podía cambiar de sexo, al menos por unos años. Es la época de  Greta Garbo, Marlene Dietrich, Bette Davis, Rosalind Russel o Katherine Hepburn.Los  locos años 20 extendían su energía después de la lucha sufragista de finales del XIX y principios del  XX. Poco después, en 1948, vendría la primera Declaración de Derechos Humanos, recordemos que la de 1781 era sólo para varones, blancos y propietarios.

 

Lo hicieron, claro que lo hicieron,  en EEUU y  también en Europa,  escuelas, hospitales, periódicos, talleres y fábricas se llenaron de mujeres productoras, pensadoras, creadoras. Pero se llenaron de todas, vaya,  no sólo de las que valían, no sólo de las excelentes. En esta ocasión no hubo escrúpulos y se llamó a filas a  listas, tontas, formadas, sin estudios, madres, no madres, casadas, viudas, solteras,  jóvenes, mayores,  heterosexuales, lesbianas, blancas, negras… Breve paréntesis en el que no se exigía a las mujeres para conquistar el sitio que les pertenece, (ni más ni menos que la mitad de este mundo), esa  oportunista meritocracia  por la que sólo las Damas de Hierro, las Cruelas de Vil o de vez en cuando las geniales, virginales, solitarias y excepcionales Hipatías serán consentidas  por el sistema como iguales, para después poder  erigirlas como prueba diabólica de que no es cuestión de  sexo, de discriminación, sino de que a la mayoría de las mujeres no les interesa el poder.  Ellas eligen la maternidad, el cuidado, el afecto: ¡será que les compensa!

 

Poco duraría la tregua, la Mística de la Feminidad estaba  agazapada a la vuelta de la esquina,  y ser buena esposa y madre suponía el abandono del espacio público. De 1920 a 1958 descendió en más de un 12 % las mujeres estadounidenses matriculadas en los Colleges y la edad femenina de matrimonio descendió con la misma rapidez que aumentaban las tasas de natalidad.  El país las necesitaba en sus casas. Es la época de Marilyn Monroe, Debbie Reynolds y “I love Lucy”.  Julianne Moore lo representa a la perfección en Las horas.

 

Y entre tarta y tarta, rifas benéficas y zurcidos, «el malestar que no tenía nombre», descubierto por Betty Friedan, iba en aumento hasta que en el 68 estuvo listo para fermentar y  agitar las conciencias de estas ciudadanas  de profesión sus labores. No bastaba el derecho al voto, (y que aplicable es esto a toda la ciudadanía): sin derechos sexuales, reproductivos y económicos, sin cambiar las relaciones interpersonales y el concepto de sí mismas, el espacio público, salvo excepciones, seguiría vetado para las mujeres, y sobre todo, no cuestionado en cuanto a sus reglas de competitividad y de qué debe ser considerado o no como mérito. «Lo personal es político», porque somos civilización, y avanzar en ella es cambiar los valores y prácticas que no nos parezcan justos.

 

Ahora The Economist dice que las mujeres volvemos al escenario laboral y que ya somos la mitad de la fuerza de trabajo. En realidad nunca nos fuimos, otra cosa es que contáramos o no. El feminismo, como pensamiento que pretende cambiar la sociedad, lleva siglos conquistando un mundo dividido para hacerlo compartido entre mujeres y hombres.  Además siempre hemos sido más de la  mitad de la fuerza de trabajo, lo que ocurre es que ahora además tenemos empleos remunerados. Igual es que de nuevo nos necesitan,  aunque esta vez me temo que sea más como consumidoras que como trabajadoras.  El mercado manda. El Estado sólo para necesidades urgentes. Lo del bienestar está pasado de moda. Esas son las voces de sirenas del neoliberalismo que traerán el naufragio seguro de una sociedad invertebrada, con brechas cada vez más grandes, cada vez más insostenible, donde las mujeres siguen constituyendo el 70 % de los pobres de la tierra según datos de la ONU.

 

La guerra económica está abierta y hay que producir y consumir. ¿Quieres ganar tanto como los hombres? Renuncia a la maternidad.  Las mujeres sin hijos aumentan su nivel salarial, afirma el artículo. En ningún momento nos da datos sobre el efecto de la paternidad en los ingresos de los varones. Creo que no son necesarios, la mayoría de ellos todavía no tienen que elegir, todavía tienen esposas que han elegido por y para ellos.  Todavía. Porque una cosa sí es cierta, las cosas están cambiando, llevan varios siglos cambiando, a distinto ritmo según los países. Por eso surgen y surgirán nuevas y más operativas místicas de la feminidad, sólo hay que echar un vistazo a las revistas femeninas y masculinas, a los juguetes, a las clínicas de estética,  a la programación televisiva, a la publicidad que nos inunda.

 

Sí, we did it!. Las mujeres hicimos muchas cosas desde la condición de no sujeto en la que estábamos hace apenas dos siglos; pero no hemos terminado, ni mucho menos, ni nosotras, ni los hombres, cada día unos cuantos más,  que quieren acompañarnos y salvarse del seguro naufraugio. We will do it!

 

 

 


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