Campo de barbacoas, con gallinas plantadas en los huertos (la raíz de gallina está riquísima) y parcelas colgando de los árboles. Que ése sea el motivo de mi sueño.
Aquí, la vida.
El ser humano, el hombre, es como un perro. La vida lo lleva del collar y tira de él. Y él le tira dentelladas a la vida, que se deja morder, riéndose del hombre y de cada pedazo que le arranca a su vida, mordisco tras mordisco, tiempo que consume en lugares comunes, donde se siente a gusto, donde me siento a gusto, ni talento ni genio, que el genio sale de la botella: inspiración o liarse a mamporros con la vida, sujeta por las solapas, golpe va, golpe viene, como tienes las manos ocupadas (¡suelta a la vida, hombre!), es la vida la que te pega a ti. Por eso muerdes. ¿Empieza uno a perderse en la distancia cuando le vienen a la memoria chistes viejos y, en lugar de callárselos, los recicla y los cuenta? ¿Cuando el humor, el cine, la lectura, pertenece a otra vida y la que vive hoy es zona inhóspita frecuentada por gente que ya no te conoce o, peor, que no sabe de qué le estás hablando? Como aquel que blasfema, que hace a voces apología de todo lo prohibido, el terror, la justicia, la solidaridad, la dignidad humana, según cae desde un trigésimo tercero o cuarto piso, por ver si lo detienen. Otro chiste que, según lo convocas, viene muerto. Uno muere al llegar.
Dead On Arrival, con The Fisherman Jazz Band.
La película de Rudolph Maté, de los años 50, con un Edmond O’Brien -Frank Bigelow- que borda su papel y el argumento es un hilo tenso, una investigación sobre la propia muerte que debe resolverse antes de que ésta se produzca (Con las horas contadas se tituló en España D.O.A., Dead On Arrival), una película sobre la que se han perpetrado al menos dos intervenciones a la momia, quitándole el vendaje y animando a la fuerza (cogiéndolo de las solapas, tirando de la correa, a dentelladas) el cuerpo embalsamado, el zombie que era ya según ponía el pie en el suelo -y anduvo, tonto’l haba, pero anduvo, las momias tienen eso y más las de los chistes, “¡Levántate, película!”-, para encontrar que el muerto no está muerto y sí el resucitado. Igual me estoy buscando con esto algún problema.
La historia más grande jamás contada. George Stevens, David Lean y Jean Negulesco.
Dead On Arrival. En color, que se va desvaneciendo según el tiempo pasa, Annabel Jankel y Rocky Morton, 1988, protagonista Dennis Quaid, que es aquí Dexter Cornell y no Frank Bigelow.
Dead On Arrival, con Dennis Quaid y Meg Ryan.
Dead On Arrival. En color y en clave de comedia, George Anton, 2013, con vete a saber quién (¡sí: levántate, anda!), que recupera a Bigelow y lo mata de tedio.
Dead On Arrival, con éstos.
Muertas las dos, la de 1988 y la de 2013, en las butacas. Y viva todavía, la de 1950, en blanco y negro, la barra, el whisky, el jazz. ¡Alto!: ¿quién vive? El tiempo, centinela, de guardia siempre el tiempo, nos pone en nuestro sitio: ¿viva Dead On Arrival de Maté, con Edmond O’Brien? ¿Quién es Edmond O’Brien? ¿Quién es Rudolph Maté? ¿Qué es el cine en blanco y negro? (cuéntame: ¿qué era el cine?). No cabe responder: ¿Rudolph Maté, fotógrafo de To be or not to be de Lubitsch, fotógrafo de Gilda?
¿Lubitsch? ¿Gilda? ¿Rita Hayworth?, ¿qué es eso?
¡Pero si yo no he dicho “Rita Hayworth”!
Habrás dicho: “Margarita Cansino”.
Gilda, con Rita Hayworth
La vida empieza a serte ajena cuando arriesgas un nombre y el prójimo pone cara de paisaje. Lo más seguro, hoy, Dennis Quaid ya no es tampoco nadie. Hace unos días, en un coloquio, Radio 3, determinada participante se quejaba de que los jóvenes ignoran quién es Indiana Jones. Y uno añora el tiempo en que los jóvenes sabían quién fue, asomado al balcón, el Cardenal Cisneros.
Por poderes, el jazz, el cine negro, el cine en blanco y negro. El jazz en blanco y negro y cine negro.
Dead On Arrival.
Robert Wise y Odds Against Tomorrow.
Robert Ryan, Ed Begley, (Gloria Grahame, Shelley Winters) y, al final del fragmento, Mae Barnes sosteniéndole la resaca a Belafonte.
Odds Against Tomorrow, con la música de The Modern Jazz Quartet
El tiempo pasa mucho. Recurrente, esta constatación.
Despierto aquí, hoy, plantado, cacareando al sol. Entre las barbacoas, ávidas de una mano que me arranque, habito las parcelas en los árboles y me siento temblar. He puesto un huevo.