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Mientras tantoLo imposible

Lo imposible


En el último acelerado, errático, lleno de trampas y finalmente fracasado proceso de investidura ha vuelto a saltar el terrible fantasma de «lo imposible», ésa no sé si pátina o halo que rodea a ciertas cosas en España. Esta vez el imposible que ha aflorado ha sido la creación de una coalición de izquierdas. Casi que se sabía. La derecha española es muy conservadora, los poderes, muy miopes, y la izquierda, quizás por la actitud de los dos anteriores, muy timorata. Aunque en los últimos años ha habido hitos que han hecho pensar con fundamentos en la posibilidad de un acuerdo de gobierno entre el PSOE y la fuerza o las fuerzas a su izquierda: por ejemplo, cuando Francisco Frutos y Joaquín Almunia firmaron un acuerdo preelectoral con el cambio de milenio, cuando en 2016 se repitieron los comicios y pareció que Unidos Podemos podría dar el ‘sorpasso’ al PSOE y desde las elecciones generales de mayo y hasta hace una semana.

En este último episodio, la esperanza se sustentaba en evidencias fuertes. La campaña electoral de Unidas Podemos se basó en que quería recabar la fuerza suficiente en forma de escaños en el Parlamento para ser útil y tener argumentos para construir una coalición de gobierno con el PSOE y que tirara de éste a la izquierda. Por parte socialista, la victoria de Pedro Sánchez en las primarias con un discurso contra las élites del partido, más ligado a sus bases, con gestos favorables a Unidas Podemos (en contraposición al ala del partido liderado por Susana Díaz con la que se enfrentó), con ciertas promesas en materia social, económica y laboral, además de marcando distancias con el PP (enmienda a la totalidad a ese #PPSOE que cundió durante el 15M) hacía pensar en un giro a la izquierda y en una disposición a compartir el poder, asumiendo con realismo el nuevo escenario multipartidista.

El reparto de papeles entre Unidas Podemos y el PSOE entre la moción de censura y la celebración de las elecciones daba esperanzas. Aunque durante esos meses también afloraran discrepancias sobre el grado de progreso que imprimir a las medidas, lo que se puso de manifiesto sobre todo en el decreto del alquiler. También parecía evidente que Unidas Podemos ponía más empeño que el PSOE en según qué cuestiones: por ejemplo, en el logro de apoyos suficientes para que la moción de censura a Mariano Rajoy saliera adelante y para que se llegaran a aprobar los presupuestos.

Pero, en términos generales, parecía el mejor de los contextos para lograr un hito en la historia de la democracia española: que una fuerza a la izquierda del PSOE entrara en el Gobierno y que ello supusiera poner en marcha un programa ambicioso, quizás el más progresista de los que se han conocido desde 1978 o, al menos, que implicara un giro respecto a la dirección regresiva en derechos que se ha instalado en España, independientemente de cuál fuera el sesgo del Ejecutivo, en los últimos años o décadas, dependiendo esto de quien lo valore: ¿desde 2011, desde 1996 o desde finales de los ochenta?

«Lo imposible», quizás, no ha sido la entrada de personas de Unidas Podemos en el próximo Ejecutivo, algo que podría haber sido factible, tal y como apuntan las crónicas. Lo que parece que ha sido inmaterializable ha sido un Gobierno comprometido con el desarrollo de políticas de izquierdas, sobre todo en materia económica, en particular, fiscal, laboral y de política industrial.

Aunque podríamos establecer otro escenario: «lo imposible» era que miembros de Unidas Podemos entraran en el Gobierno, en cualquier nivel de éste, dado que el PSOE no tiene vocación de cogobierno ni de compartir el poder (al menos a nivel estatal). Sin embargo, sí era factible ese deseado compromiso con las políticas de izquierda. Los dos partidos podrían haber llegado a un acuerdo programático sin que ello se hubiera traducido necesariamente en una coalición. Éste era, supuestamente, el deseo del PSOE.

Quienes defienden que Unidas Podemos tendría que haber luchado por un pacto de medidas y no de nombres y de posibles carteras alegan que ser titular de un Ministerio no implica automáticamente poner en marcha el programa de tu partido en ese área. Y es así. Pero participar en las deliberaciones de un Consejo de Ministros da un poder y una influencia que no otorga estar fuera. Y el desacuerdo con el resultado de esas deliberaciones o con el incumplimiento de compromisos previos puede manifestarse de una manera mucho más visible y con mayor impacto: imaginemos una dimisión de un ministro de Trabajo de Unidas Podemos porque finalmente no se echan abajo las últimas reformas laborales (o, como se dice para rebajar la ambición «sus aspectos más lesivos»). Ello no sólo ocasionaría una crisis de Gobierno sino que también podría ser algo a capitalizar electoralmente. El PSOE, con su posición, quiere evitar esos más que posibles estallidos en un ejecutivo de coalición. Prefiere no tener acuerdos explícitos con nadie en particular y jugar en el Parlamento según le convenga.

Lo que hay de fondo no es mostrar que es imposible un Gobierno de coalición de izquierdas en el ámbito estatal (los ha habido en ayuntamientos y comunidades autónomas). Lo que parece estar queriéndose dejar patente es que son imposibles en España determinadas políticas que impliquen dar la vuelta a un mercado laboral en que se ha normalizado lo precario y lo mal pagado, la intervención en los precios de los bienes de primera necesidad, como la vivienda, la profundización en la redistribución de la riqueza y de la renta con más y mejores impuestos, con más y mejor gasto público adaptado a los retos contemporáneos, y la política industrial ligada a una potente banca pública para dar la vuelta a un sistema productivo obsoleto y pobre pero que sigue haciendo ganar mucho dinero porque está basado en la extracción de rentas. Se está queriendo mostrar imposible la pura y dura socialdemocracia que en España, con el PSOE gobernando durante más de veinte años, aún es desconocida.

Más imposibles

«Lo imposible» tiene que ver fundamentalmente con lo material. Pero también tiene su vertiente en la cuestión nacional: una de las excusas que Pedro Sánchez usó para explicar sus pocas ganas de gobernar con Unidas Podemos fue la posición que tiene este partido sobre este problema, ya que defiende el derecho a decidir. El próximo otoño se conocerá la sentencia del Procés y puede haber conflictos que deparen en una nueva aplicación del artículo 155, a lo que Unidas Podemos podría oponerse, si continúa con su postura de ni unilateralismo independentista ni suspensión de la autonomía. Ahí existe otro foco de potencial conflicto en caso de Gobierno de coalición. Y, ante ello, los socialistas han dado la señal de que se mantendrán en el inmovilismo y la ortodoxia a la hora de hacer frente a la cuestión catalana. No parece que el PSOE prometa para la próxima legislatura una solución imaginativa al problema nacional.

Los imposibles en materia socioeconómica y los imposibles en la cuestión territorial se suman a otros. Por ejemplo, los que tienen que ver con la memoria histórica. Parece que jamás veremos la reivindicación de quienes lucharon por las libertades en España, ni el recuerdo de la única experiencia democrática anterior a la actual, ni la condena explícita y global a la dictadura franquista, como sí ocurre en muchos países de nuestro entorno con los regímenes totalitarios de todo signo que sufrieron y que ya no gozan de honores, pero sí de iniciativas para dar a conocer lo que supusieron.

¿Qué pasa?, ¿son los poderes, que son muy fuertes, o son quienes quieren ponerlos en cuestión, que son muy débiles?, ¿o es el miedo a romper lo existente y que venga algo peor?, ¿arrastra la izquierda española un trauma por la Segunda República, porque sus avances fueron abortados brutalmente y se prefiere ser prudente?, ¿es porque la izquierda española -en realidad, todas, en todos los sitios- siempre se ha enfrentado a una reacción atroz cuando quiera que haya intentado poner en marcha medidas de progreso?

Tampoco hay que ponerse catastrofista. Aún es posible un Gobierno de coalición de izquierdas. Aunque, a la vista de los problemas que ha tenido el último proceso de negociaciones, no conviene ser muy optimista sobre su alcance o sobre la profundidad de la transformación del país que se puede esperar. Sobre todo si es Unidas Podemos quien transige por temor a un mal resultado en unas nuevas elecciones.

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