No voy a hacer una lista de mis libros favoritos de 2014. No voy a repasar mentalmente mi top ten de pelis frikis y super indies de este año ni las mejores Apps del Iphone. Qué cansino esto de las listas; parece que a todos nos cojan la prisas para clasificar y empaquetar otro año de libros, pelis y canciones.
12 meses dan lo suyo. 365 días. No sé cuántas horas: no me arreglo con los números. Muchísimos más minutos y tantos segundos que ya me pierdo. Sí. Otro año más. ¿Los propósitos? No, gracias. Ni uno más. De hecho, el 31 de diciembre es un buen momento para dejarse de listas y propósitos. Es el mejor momento para no pensar en lo que nos falta y brindar por lo que se han obtenido a lo largo del año. Por todas las cosas que caben en un año. Así que ahí va.
Empezaré por el principio.
Los treinta me regalaron algo muy bueno, una certeza –¡al fin!– y es que, efectivamente, me hago mayor: nos hacemos mayores. Sí, eso es lo único que sé. Pero también sé que afortunadamente leí a tiempo el verso de Gil de Biedma (Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde). Porque el tiempo, y eso siempre lo recuerdo, es cómo invertimos el amor. Eso lo dijo Zadie Smith. Y podrán decirme misa, podrán hablarme de ambiciones, de carreras, de negocios, de lujos, de áticos en Manhattan y vacaciones en Zimbabue, pero el tiempo, la vida, está para querer –perdón por la cursilada-. Y para hacerlo bien.
Este año aprendí que desde la barrera, con prismáticos, todo se ve la mar de bien. Sin embargo, es dentro de la barrera donde ocurren cosas de verdad y da miedo. Porque asusta tener treinta, cuarenta, cincuenta años, y no tener las cosas claras. Pero no nos engañemos: nunca las tendremos y quien diga que sí, miente. O no piensa, que es peor. Una vez asumido que las seguridades solo existen y existirán en los libros y en Hollywood, hay que saltar la barrera. Como decía Bukowski: “si lo vas a intentar, llega hasta el final”. Hay que meterse en el barro, mancharse, aunque solo sea un poco, con la realidad. Aunque haya dudas, aunque haya que aprender a decir que no.
Llegué a comprender que el miedo paraliza y que en el pasado ocurren cosas que siguen otra lógica distinta a la del presente y que, por tanto, uno no puede guiarse por sus reglas. Y el futuro no existe, con lo que sólo tenemos este trocito de ahora que se nos escurre como la arena de un reloj. Así que más nos vale aprovechar.
Un día, me senté en un café para entender que a menudo nos pasamos la vida intentando que nos gusten cosas que no nos gustan. Y eso me dio una pena tremenda porque perdemos la oportunidad de encontrar las cosas que de verdad nos gustan. Pero claro ¿y si las-cosas-que-nos-gustan-de-verdad no se nos dan bien? Ahí está el tema. Volvemos con el miedo otra vez, con las excusas. Y siempre habrá una excusa para dejar para mañana lo que podemos hacer hoy. Pero a veces mañana ya es tarde. Y los trenes pasan veloces, dejan atrás estaciones, siguen su camino. Y solo se detienen una vez.
No quiero seguir porque corro el riesgo de que esto parezca un post de Paulo Coelho. En realidad solo quería anunciar que todo el rollo de los propósitos es un fiasco y que no funciona. Pasaba por aquí para desearos un feliz 2015 y para deciros que, en realidad, aún me queda casi todo por entender. Por eso, creo que seguiré escribiendo, por si encuentro alguna solución a todo este embrollo que llamamos vida.