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Lo que Google no alcanza a ver

 

Hemos puesto todo en orden, bautizado cada valle y cada monte, desde las ciegas profundidades del Pacífico hasta los picos invisibles de la Antártida. Viajar ya no consiste en descubrir, sino en confirmar la información de un mapa. Alberto Manguel escribió este párrafo en el prólogo a su «Breve guía de lugares imaginarios», un exquisito diccionario —escrito junto a Gianni Guadalupi— lleno de sitios asombrosos creados por escritores, adonde todavía podemos viajar para descubrir y sorprendernos, pertrechados únicamente con un libro y el mapa de nuestra imaginación. Un mundo a salvo de la mirada de Google, donde no necesitamos billete, visado ni hotel, y en el que es preciso entrar de uno en uno.

 

En la guía de los lugares imaginarios, las islas constituyen mayoría. Umberto Eco tiene una explicación: los países de la Utopía se localizan (salvo excepciones aisladas) en una isla. La isla se percibe como un sitio inalcanzable adonde se llega por azar y, al que, tras abandonarlo, nunca se podrá regresar. Por eso sólo en una isla puede realizarse una civilización perfecta, que conoceremos exclusivamente a través de leyendas.

 

El hombre nunca ha dejado de estar fascinado por las islas. La historia de la humanidad es la historia de la rendición de lo misterioso y lo desconocido al poder práctico de lo verosímil. A lo largo de ese proceso las islas se han mantenido, por derecho propio, como uno de los pocos reductos geográficos capaces de albergar lo mágico —o al menos lo extraño— con naturalidad. Hace unos días saltó a los medios la noticia de que Sandy, una isla del Pacífico Sur que aparece en la mayoría de los mapas, incluido Google Earth, realmente no existe. ¿Qué significa no existe cuando hablamos de islas?

 

Sólo hay tres temas: el amor, la muerte y las islas. Palabra de Bruno H. Piché en su reciente «Robinson ante el abismo. Recuento de islas», un delicioso libro-archipiélago lleno de puentes que conectan palabras, personas y lugares en torno a su condición de insularidad. Por el libro transitan Ellis Island, Perec, la isla de Gunkanjima en Japón —ahora abandonada y antes superpoblada—, J.G Ballard, Islandia, Pessoa, Nueva York, Crusoe, Buñuel, Bolaño, la metáfora, las islas-prisión, Borges, Julien Gracq, las islas-hombre, los hombres-isla, el principado de Sealand, Cabrera Infante, la invención de Morel, la isla invade todas las literaturas, la biogeografía insular, cada náufrago, cada fragmento, cada uno. El instinto de supervivencia tiene forma de isla.

 

En el libro de Piché hay un lugar especial para la gran ciudad, isla de islas, archipiélago que se desdobla y reproduce en cada uno de los seres que habitan en él. Hombres-isla y mujeres-isla, náufragos de sí mismos, que se encuentran y reconocen para luego regresar al anonimato, punto central y esencia de la condición urbana.

 

Mañana miércoles 28 de noviembre, 129 profesores de la Universidad Complutense darán clase en las calles del archipiélago Madrid. Me cuesta imaginar una forma más hermosa de trazar puentes entre islas —sean lugares o personas— que mediante la palabra y el conocimiento transversal. El programa es atractivo. Más información: La Complu en la calle.

 

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