Ya me gustaría a mi ya tener unos sms jugosos que transcribir aquí, y poder cubrirme del manto sagrado de defensora de la verdad a ultranza, caiga quien caiga (hola Pedrojota, soy lectora de tu periódico desde hace años, pero aún no me he abonado a Orbyt… todo se andará).
Pero no tengo sms de ésos ni tan siquiera guassaps. Na, lo más que os puedo contar es lo que no debéis hacer durante un fin de semana de verano en Madrid. O sí debéis hacer, porque todo es conocimiento en esta vida.
Resulta que aquí estaba yo sin plan alguno el pasado fin de semana. De Rodríguez y single total. Qué peligro diréis. Pues no. Primer planazo, dejarse llevar por un familiar (hola primo) que te dice que a través de un grupo de singles de internet (sabed que estas redes sociales las carga el mismo Satanás) tiene prevista una salida nocturna a un chill-out chulipendi de Boadilla del Monte.
A mí, fue nombrarme Boadilla del Monte y se me pusieron los pelos como escarpias porque me recordaron a aquel votante del PP con el que me acosté (si señor, todo el mundo tiene derecho a cometer errores y rectificar es de sabios, coño). Ya me veía rodeada de politos Ralph Lauren, mocasines de esos que me parecen horrendos, castellanos y relojes caros. Gomina también, que no falte. Pero ea, me dije yo, total, no tengo nada más que hacer, vamos allá.
La cosa me empezó a parecer sospechosa cuando llegamos a un polígono industrial cercano a Boadilla pero en la carretera de Alcorcón. Estaba allí la flor y nata de la juventud de Madrid, de la juventud poligonera quiero decir. Dos conceptos que son antagónicos a mi persona: uno, por edad (aunque yo esté monísima ea mis 38, Alfonso quita por favor de mi bio que nací en 1972) y otro, por intereses, porque yo soy mucho de leer y estos jóvenes del sábado no sabían lo que era un libro. Ni siquiera digital.
Lo que sí conocían eran las bolsas Carrefour llenas de refrescos varios, whiskys baratos y demás. También sabían de chanclas de piscina, tatuajes, música chunda chunda y demás. Yo al verme allí, dije no, yo aquí no entro, que esto es para teenegers y además, teenegers sin clase. Fíjate que hasta eché de menos los coches caros de los venidos a menos pero que quieren seguir aparentando que son ricos…
Menos mal que mi primo también pensó lo mismo y ya nos volvíamos cuando él se dio de bruces con el resto de gente que había conocido en su grupito de singles de internet. Previamente me había aleccionado sobre uno de los chicos sobre el que yo había preguntado de todo y en este orden: ¿tiene trabajo? ¿cuántos años tiene? ¿es guapo? ¿está divorciado?
Las dos chicas del grupo llegaban vestidas como para una boda (si ya desentonábamos por edad, imaginaos estas dos por vestimenta) y allí llegaba mi Adán. Que en efecto, no estaba nada mal físicamente: alto, moreno, fibroso, guapo… Daba igual que estuviese divorciado y con dos niñas, porque si una se pone exigente hasta en esto… ¡no queda nadie en el mercado!
Pues un fraude, mis queridos lectores, y no me hicieron falta más que 20 minutos para detectarlo, menos mal: a ver chicos, si queréis ligar, por favor, no os paséis los primeros 20 minutos de una cita hablando de lo mala que es vuestra ex y de lo complicada que os hace la vida después del divorcio. Como queriendo dar pena o despertar no sé qué instinto maternal. Que a mi no me lo despiertan porque no lo tengo desarrollado y a lo más me despiertan el instinto asesino.
No, no y no. Ésta no es táctica. Resultáis aburridos (ojo, y aburridas, que también hay mujeres que lo hacen) y patéticos. Todo esto no pasaría si la gente, al separarse, fuese más al psicólogo, que además, es un colectivo que también tiene que comer.
Os voy a ahorrar el resto de la charla, que fue muy breve, porque cuando empezó a contarme que le gustaba una cajera de Mercadona dije “apaga y vámonos”. ¿No os he dicho que estas redes sociales de planes por internet las carga el Diablo? Pues eso.
Así, señores, no hay quien folle.