Hagamos un poco de historia. La decadencia del Partido Socialista comenzó en mayo de 2010 cuando José Luis Rodríguez Zapatero realizó uno de los recortes presupuestarios más importantes de la historia de la democracia para zanjar los ataques especulativos contra la deuda española cumpliendo con las «recomendaciones» de las instituciones comunitarias.
Un gran segundo hito tuvo lugar en el verano del año siguiente cuando, junto con el Partido Popular, éste último ya en el Gobierno, realizaron la modificación del artículo 135 de la Constitución para primar el pago de la deuda sobre otras obligaciones del Estado para, de nuevo, tranquilizar a los inversores y asegurarles la seriedad de España para con sus acreedores.
Éstos fueron los dos hitos que alimentaron el nacimiento, el crecimiento y la popularidad del 15-M. Uno de sus lemas fundamentales fue el «No nos representan», pero el que más daño le hizo al Partido Socialista fue el de «PPSOE», dado que le igualaba con el Partido Popular y le situaba en la derecha y en las políticas antisociales. Entonces fue cuando, de manera generalizada, se comenzó a asumir entre gran parte del electorado que las políticas económicas y sociales que aplicaban PP y PSOE no habían distado demasiado en los casi cuarenta años de democracia. El PP tenía su última reforma laboral, muy dañina para los derechos de los trabajadores, pero el PSOE también tenía las suyas, que también habían mermado las garantías con que contaba el factor trabajo a favor del capital. El PP tenía a ex ministros en consejos de administración del Ibex-35, pero también había muchos del PSOE, incluso la icónica figura de Felipe González se contaba entre ellos. El PP tenía tarjetas black, pero también el PSOE, e IU, y los sindicatos… Todo era lo mismo y era necesario algo nuevo.
En la nueva dialéctica extendida por el 15-M, el PSOE formaba parte de los de arriba, de quienes adoptaban políticas contra la mayoría social y a favor de los bancos. El PSOE comenzaba a tener problemas, pero el rival que le disputaba cierto espacio en la izquierda, IU, no le suponía demasiado trastorno porque los electores la veían demasiado escorada en la izquierda, demasiado extremista. Aunque su intención de voto aumentara, el peligro para el PSOE seguía siendo muy reducido. Además, había pasado antes: tras una temporada del PSOE en el Gobierno, había un trasvase a IU que terminaba recuperándose siempre. Y lo más importante: no se pensaba que el 15-M diera un día el salto a la política institucional. El PSOE no es que despreciara al 15-M, pero no le dio la importancia suficiente.
Por eso, quien vino después de José Luis Rodríguez Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba, adoptó una línea continuista, no demasiado autocrítica con el pasado. El PSOE de Rubalcaba no reaccionó y ése fue el pecado no original, pero sí definitivo. El 15-M caló, su mensaje empapó a importantes capas de la sociedad, y quienes vieron la ventana de oportunidad que ello abría para el éxito de una nueva fuerza política crearon Podemos.
Tras las primeras elecciones a las que concurre Podemos, las últimas europeas, en la primavera de 2014, Rubalcaba dimite. Y se abre un proceso conflictivo que acaba con unas primarias en las que resulta ganador Pedro Sánchez, que ha sido el primer secretario general del PSOE escogido por la militancia. El camino hacia ese triunfo estuvo contaminado por sospechas de que Sánchez fuera el tapado de Susana Díaz para continuar controlando el partido y no lo tomara Eduardo Madina, el candidato con más papeletas para hacerse con la secretaria general. Al parecer, dentro de ciertas facciones del PSOE, las más jacobinas, existe el temor de que alguien de Madrid hacia el norte se haga con el control, puesto que se sospecha que podría manifestar ciertas simpatías con los nacionalismos periféricos.
Pedro Sánchez ganó las primarias por el apoyo de Susana Díaz, y ésta pensaba que iba a seguir sus directrices. Hasta hace unos pocos meses.
Pedro Sánchez, tras las elecciones del 20 de diciembre, fue el candidato que con más ahínco se dedicó a negociar para formar un Ejecutivo. Su intención, ya lo había avisado antes de la celebración de esos comicios, era formar un Gobierno de cambio con Podemos y Ciudadanos. No fue posible en parte por su mayor determinación para negociar con Albert Rivera y, fundamentalmente, porque desde el primer momento los de Pablo Iglesias apostaron porque se celebraran unas nuevas elecciones (recordemos que hablaban de «segunda vuelta» para el «desempate») puesto que confiaban en ejecutar el «sorpasso» con la ayuda de IU, formación con la que en esta ocasión sí se avinieron a pactar, a diferencia de lo sucedido para los comicios de diciembre.
¿Por qué el empecinamiento en el «no» de Sánchez?
En las elecciones de junio, el PSOE, pese a todo, siguió teniendo más votos y escaños que Podemos y sus adláteres. Pese a la caída tanto en votos como en escaños respecto a la cita de seis meses antes, siguió siendo la primera fuerza de la izquierda. Y parece que fue entonces cuando Pedro Sánchez entendió el mensaje: si el PSOE resiste incluso cuando el electorado duda sobre para qué servirá su voto, si para apoyar a la derecha o para formar un Gobierno de izquierdas, cuando logre distanciarse completamente del PP, cuando consiga aclarar que el PSOE es algo totalmente diferente del PP, entonces recuperará su preeminencia en la izquierda, no tan importante como antes, pero sin que su espacio se lo disputara tan estrechamente con Podemos.
En esa línea hay que entender el empecinamiento en el «no» de Pedro Sánchez. También, sus menores esfuerzos en esta ocasión para formar un Gobierno alternativo: unas terceras elecciones y un esperable mejor resultado, sobre todo teniendo en cuenta el mal momento que atraviesa Podemos por sus disensiones internas, reforzarían su lugar en la oposición, de la que serían referencia, dado que seguramente ni se le pasaba por la imaginación la idea de formar un Gobierno tras el 25 o el 18 de diciembre próximo tampoco.
Con esta estrategia, Pedro Sánchez conseguía, además, reforzarse, tanto de puertas para afuera como de puertas para adentro.
Pero le ha salido mal la jugada. Quizás porque alguien no quería precisamente eso, que se reforzara o consolidara como líder, si es que ésta, como dicen algunos, ha sido una batalla más por el poder que ideológica. Por eso, le han tenido que quitar las élites del partido y no las bases.
Aún falta por saber si el nuevo PSOE optará por la abstención ante un posible nuevo intento de investidura de Rajoy. También, si sería a cambio de algo, de un programa de medidas, o si, como apuntaba ayer Sánchez, surgiría una gran contradicción entre un apoyo a la investidura y la labor de oposición que resultaría en un Gobierno bloqueado. ¿El PSOE acabaría cediendo a Podemos todo el protagonismo de la oposición?, ¿supondría la abstención del PSOE que Pablo Iglesias se convertiría en el líder contra el PP de Rajoy?
Por lo pronto, de momento, parece que es el PP el que pide garantías al PSOE para aceptar su abstención, de acuerdo a lo que publica El Mundo en portada, lo que implica que lo demanda sumiso durante toda la legislatura. Y ahora los socialistas están en peores circunstancias para asumir unas terceras elecciones, dado el penoso espectáculo de los últimos días. El PSOE ahora está, sin duda, mucho más cerca de permitir un Gobierno del PP y, quizás, por qué no, de participar en la construcción de una Gran Coalición.
Si es así, los días del PSOE como partido importante de la izquierda están contados. Sólo hemos de mirarnos en el espejo griego para anticipar el futuro de España.
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