Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
AcordeónLo que Ucrania nos pone ante los ojos vendados

Lo que Ucrania nos pone ante los ojos vendados

Cuando el 24 de febrero el ejército que el presidente ruso Vladímir Putin había amasado durante meses ante las fronteras de Ucrania inició la invasión (en la lengua del Kremlin: “operación militar especial”) no fui a nadar.

Desde la tumba, Rafael Sánchez Ferlosio volvía a tener razón: “Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir”.

Sigo en Madrid, muy lejos de Lviv. Más lejos aún de Kiev. Y mucho más lejos de Odesa o de Mariúpol. Y de momento no tengo la menor intención de volver a Ucrania.

La última vez que estuve allí fue en julio de 2018 (las fotos que acompañan estas palabras fueron hechas entonces, cuando nada hacía presagiar que la guerra lo iba a cambiar todo). Hice el viaje en autobús: 55 horas entre Madrid y Kiev. En la capital ucraniana, en la misma estación por la que tantos huyeron cuando todavía era posible, cogí un tren a Kramatorsk, en Dombás, no muy lejos de la línea de confrontación con los separatistas que con el apoyo de Moscú se habían levantado en armas contra Kiev (Kyiv, en ucraniano). Me había invitado un buen amigo que se desempeñaba como observador para la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Desde entonces, casi a diario, me han estado enviando informes de las constantes violaciones del alto el fuego. Tras ocho años de guerra de baja intensidad, aunque antes del fatídico 24 de febrero ya sumaban 14.000 los muertos, la maquinaria militar aguijada por Putin ha roto todas las lindes de Ucrania.

Quería volver a Ucrania, y sobre todo a Kiev, donde, hacía más de treinta años, cuando la Unión Soviética estaba en franca descomposición, me había casado con una rusa de Volgogrado (antes Stalingrado). Además de acercarme al máximo al frente y de observar cómo los vecinos de Kramatorsk trataban de vivir (y lo lograban), sin mostrar demasiado temor en aquel momento a que la mancha independentista se extendiera desde Lugansk y Donetsk, antes de regresar a Madrid volví a recorrer el Kiev de aquella boda y evocar aquel matrimonio que acabó mal. Y cogí la electrichka hasta Tarasovka, donde compramos una dacha en la calle Yablónevaya (de los Manzanos), en la que nunca llegamos a vivir.

Mi admiración y devoción por la literatura y el arte ruso y ucraniano, por Osip Mandelstam o Mijaíl Bulgákov, no ha disminuido un ápice. No me canso de pensar, ni de repetir y repetirme, de que Rusia no es Putin. Tampoco disminuye mi angustia ni ansiedad por la mancha de la guerra, que se va extendiendo como una gangrena por las grandes planicies ucranianas, a sangre y fuego.

He cubierto varios conflictos como enviado especial, primero en Bosnia-Herzegovina, después en varios países africanos (desde Ruanda a Liberia). Pero nunca me he sentido un verdadero corresponsal de guerra.

En Sarajevo vi cómo mis impecables credenciales pacifistas se hacían añicos. La de Poncio Pilatos, como la de la huida, o la rendición, son tradiciones, formas de enfrentarse a graves dilemas, que cuentan con adeptos, y grandes tratados morales y filosóficos con los que entretenerse y llenar las horas mientras la muerte acampa y triunfa alrededor. Un verdadero pacifista debería impedir que dos se maten. Un verdadero pacifista debería sobre todo evitar que el más fuerte aplaste al más débil, al más inocente, al menos culpable. Algo que no siempre es fácil de determinar.

Si optamos por decretar un embargo de armas para evitar que el conflicto se prolongue, sobre todo cuando una parte está armada hasta los dientes y además es quien ha atacado en primer lugar, quien invade a sangre y fuego, y quien esgrime razones poderosas para hacerlo (a menudo subterfugios, agravios remotos o recientes, ataque preventivo, desnazificación: mentiras como bombas de racimo), si no intervenimos, si nos quedamos al margen, observando, tomando nota, llenándonos de compasión, incluso con los ojos anegados en lágrimas, nos convertimos por omisión en cómplices de los asesinos. Si no les proporcionamos al menos armas para equilibrar algo la balanza, para que el más débil pueda defenderse, estamos en realidad animando al verdugo a que meta el puñal en el corazón de la víctima hasta que el mango y la mano se llenen de sangre.

Las posturas morales raramente son intachables. Tampoco, por supuesto, las periodísticas. Pero por lo que a mí concierne pensaba, y sentía, que si al menos estaba allí y contaba lo que veía con toda la exactitud de la que era capaz, sin dejar que mis prejuicios velaran los hechos, con las palabras más precisas y preciosa, acaso, de alguna manera, mínima, seguramente insignificante, paliaba, reducía unos milímetros, el alcance, el poder del mal. Con el paso del tiempo, las dudas al respecto no han dejado de crecer. Pero sigo pensando que al menos si lo cuentas nadie podrá escudarse en el no sabía. En Sarajevo Susan Sontag me dijo que por supuesto que la historia nos enseña, pero el problema es que no queremos aprender.

Lo que hoy he intentado hacer aquí, aparte de mostrar mis razones, y mis dudas, y mi tristeza, y mi confusión, que nada cambian, nada alteran de lo que ocurre ahora mismo sobre el terreno, es convocar una multitud de voces, todas las palabras que no dejo cada día de buscar para tratar de brindar buenas razones, algo de luz, en estos tiempos de creciente oscuridad.

*    *    *

“la buena vida no puede existir mientras la de los otros esté en peligro”. Carolyn Steel a Anatxu Zabalbeascoa. El País Semanal, 2 de enero.

“Putin pretende el liderazgo de lo que antes se llamaba el segundo mundo, pero sabe que el estilo de vida ruso no es atractivo. No tiene ningún encanto, ningún soft power en absoluto. Mientras Estados Unidos, aunque se haya deshonrado por tantos errores, aún tiene ese lado encantador, el enorme poder de esa forma de vida. Nada es atractivo en las formas de vida de Rusia y China. Hasta la decadencia europea es aún lo más atractivo que hay en el mundo como forma de ida, seguida por lo que queda del sueño americano. Que ha destruido y decepcionado mucho, pero aún queda algo. Putin sabe bien que nunca podrá competir con los elementos del modo de vida occidental. Las únicas armas que tiene son la subversión, la corrupción, la desinformación y el discurso habitual contra la decadencia occidental. Sobre el aumento de subculturas homosexuales o la falta de voluntad de las mujeres occidentales de tener hijos, que también ocurre allí y eso le preocupa, en 20 años pueden perder 10 millones de habitantes. ¿Cómo pretender ser una gran potencia así? La Unión Europea sola tiene más de 400 millones de habitantes, es débil, es intensiva en consumo y no muy buena en combate, no tiene ningún esplendor militar, pero es reina en estilo de vida”. Peter Sloterdijk a Berna González Harbour. El País, 30 de enero.

“Durante la pandemia hemos visto cómo parecía que la cuestión principal era hacer invisible la muerte”. Ernesto Castro a Nuria Azancot. El Cultural, 18 de febrero.

“Le sugiero que una de las líneas divisorias entre el oeste y el este de Europa es su diferente visión de la Segunda Guerra Mundial. En el oeste, la Alemania nazi tiene a ser vista como el único agresor. Pero en el este, hay una copiosa memoria también de los crímenes y abusos cometidos por la Unión Soviética. Kallas dice que la diferencia es más vívida cada 9 de mayo, que se conmemora como el Día de la Victoria en Europa occidental porque fue el día de la rendición de la Alemania nazi. ‘Podría haber sido un gran día para nosotros también el 10 de mayo si Stalin hubiera dicho: Sois libres, volved a ser países independientes. Pero la verdad es que no fue eso lo que hizo. Entonces empezó el tiempo de las atrocidades para nosotros: deportaciones, asesinatos en masa, la presión sobre nuestra cultura, la colectivización’, dice. ‘Mucho se ha dicho sobre los nazis, el Holocausto. Pero hay infinidad de víctimas del régimen comunista de los que apenas se ha dicho nada, incluso en nuestro propio país”. Kaja Kallas (primera ministra de Estonia) a Richard Milne. Financial Times, 19 y 20 de febrero.

 

Cambados, miércoles, 23 de febrero

Fue como una revelación súbita. Enrique entró en el patio del parador de Cambados para aparcar su coche y recordé como en un fogonazo la última vez que había estado aquí: con Anna Zaidullina y mis padres, y que ella accedió a tocar unas notas en el piano del bar, que sin embargo esta tarde no busqué.

 

Vigo, jueves, 24 

El futuro era también esta cortina de bombarderos, de fuego iluminando como un teatro fantasmagórico la noche de Kiev y de tantas otras ciudades de Ucrania en las que podía haber vivido. Es atroz cómo la historia, que tanto nos enseña y de la que tan poco aprendemos, vuelva a golpearnos donde más nos duele. Y así volvemos a asomar nuestra impericia, nuestra insondable miopía, nuestro miedo. Entonces tratamos de zafarnos con jaculatorias y frases hechas tanto del mal como de la realidad. Pobres niños.

 

viernes, 25

Mientras ante nuestros ojos más ciegos que asombrados se consuma la destrucción del mundo me asomo al mar pintado con el mismo azul que en mi infancia, pero ahora con Basho a mi lado: “Haikú es simplemente lo que está sucediendo en este lugar”.

 

Madrid, sábado, 26

No es de extrañar que no te sientas a gusto en tu propia piel después de estos cuatro días tan extraños en los que la historia íntima y la guerra en Ucrania se han mezclado de forma tan intensa, con los coletazos del suicidio en directo del Partido Popular y tus recuerdos. No dejamos de equivocarnos mientras el mundo se hace pedazos.

*    *    *

“no se puede enseñar a vivir bien si no se enseña a morir bien, porque ese es uno de los elementos inevitables de la vida. Puedes tener un trabajo o no tenerlo, tener hijos o no tenerlos, pero que te vas a morir es seguro. (…) La sociedad actual, con el culto a la juventud y al progreso, tiene un miedo a la muerte total, que purga por la vía de su ocultamiento. Lo hemos visto perfectamente durante esta pandemia: cómo los muertos eran invisibles. Los muertos morían dos veces: morían físicamente y luego morían espiritualmente, en el sentido de que no tenían un espacio”. Ernesto Castro a Bruno Pardo Porto. ABC Cultural, 26 de febrero.

“El nacionalismo autoritario de Putin se sumó con entusiasmo a esta gran internacional nacionalpopulista, cuyo rasgo común es, precisamente, el nacionalismo y los impulsos autoritarios y antidemocráticos, y de ahí que Putin haya sido en los últimos años el gran promotor del nacionalpopulismo en Occidente: él contribuyó al ascenso al poder de su aliado y admirador Trump; él intervino de manera relevante en la campaña del Brexit; él financió a Salvini, apouyó a los secesionistas catalanes; mantiene una excelente relación con Le Pen y Zemmour; y es uña y carne con Orbán. A Maduro y Ortega les ha faltado tiempo para aprobar la invasión de Ucrania (…) esta no es solo una guerra entre Ucrania, una frágil democracia, y Rusia, un estado autoritario, sino también una guerra europea entre democracia y autoritarismo. Y las guerras se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo acaban. Volodímir Zelinski, presidente de Ucrania, llevaba razón en su llamada de auxilio a Europa: o se frena a Putin o la guerra llamará a nuestras puertas”. Javier Cercas, ‘Con botas, no con votos’. El País, 26 de febrero.

 

domingo, 27

No se trata de hacer grandes promesas ni de recurrir a grandes palabras.

 

lunes, 28

Decididamente, me gustaría saber quién soy.

 

martes, 1 de marzo

Ayer no tenía fuerzas para nada.

Aunque quisieras no podías sustraer al clima de pesadumbre.

Tras la pandemia y sus estragos humanos, políticos, morales, otra vez la guerra en todo su horripilante esplendor.

Y Ucrania, y Kiev, y Rusia, no me son ajenos. Todo lo contrario.

Veo a esta mujer fotografiada por Carlos Barria (Reuters) caminando el domingo ante el ayuntamiento, por un Kiev completamente desierto, como yo nunca vi, y es como si la figura de un icono se hubiera desgajado de su tabla para contemplar por sí misma lo que la Rusia de Putin estaba haciendo en suelo ucraniano.

Una mujer. Una bábushka. Mi abuela.

Un fantasma que quiere alertarnos de lo que se nos viene encima.

Muerte, sufrimiento, destrucción.

Ayer no tenía fuerzas para nada. Como si mis propios lazos con la realidad y la conciencia se hubieran roto.

Hoy es más temprano. Recupero el pulso. Tenue. Sigo triste.

 

jueves, 3

“Entre la pena y la nada
              prefiero la pena (Jean Seberg)
                                      prefiero la nada (Jean-Paul Belmondo).
Quizá sobrevaloremos el conversar”.

Y unos versos más abajo:

“Qué curioso, nadie sonríe en la pornografía”.

 

Anne Carson es capaz, en Decreación, pero también en otros poemas, no tanto de interpelarte como de animarte sutilmente a que te hagas esas preguntas irresolubles y después, si es posible, intentar un poema.

*    *    *

“100.037 muertos. La cifra de personas fallecidas oficialmente por el covid en España ha superado los 100.000”. Celeste López, La Vanguardia, 3 de marzo.

Así seguimos negando la muerte.

 

viernes, 4

Sé que debería estar en Ucrania tratando de contar de la mejor manera posible lo que está ocurriendo y los efectos sobre vidas concretas y sobre nosotros mismos y la percepción del mundo, cuya óptica está siendo violentada hasta lo indecible. Pero no creo que nadie me ofrezca ir y yo no estoy en condiciones de hacerlo (ni por mi cuenta ni por encargo). Pero sí debería haber escrito algo, o hacerlo pronto. Es una cuestión de higiene y honestidad.

 

sábado, 5

Demasiado lejos del frente.
Demasiado lejos de las fronteras en carne viva.
Demasiado lejos de los trenes llenos de futuros refugiados.
Demasiado lejos de los puentes bombardeados.
Demasiado lejos de un Este que fue para mí un imán tan poderoso.
Demasiado lejos de los periódicos.

¿Demasiado lejos de mí mismo?
Me gustaría creer que no.

*    *    *

“Lo que finalmente puso término a la Guerra Fría fue que la población del este de Europa reconoció que nuestros valores y nuestros parámetros y nuestro sistema eran algo de lo que ellos querían formar parte”. Nick Carter a Helen Warrell. Financial Times, 5 y 6 de marzo.

“Se dice que Napoleón había estimado que el éxito de cualquier campaña se basaba en una cuarta parte atribuible al número de efectivos y material y en tres cuartas partes a la moral. Si eso se sustenta en Ucrania, los problemas a los que se enfrentará Putin no han hecho más que comenzar. La ocupación a largo plazo, que es la única alternativa a la fracasa guerra relámpago, no hará sino incrementar el número de jóvenes gravemente heridos o en bolsas de cadáveres camino de Rusia, mientras una insurgencia intratable toma cuerpo. (…) En vez de ofrecer un menú de mentiras, el Kremlin podía haber ordenado a sus soldados, y a sí mismo, leer Guerra y paz. En vísperas de Borodino, el príncipe Andrei Bolkonsky dice que la guerra no es una partida de ajedrez; ‘el triunfo jamás depende… de posiciones, equipamiento, ni siquiera tropas, lo que menos importa son las posiciones’. ‘¿Entonces de qué depende?’, preguntó alguien. ‘En mis sentimientos y en los suyos… y en los de cada soldado’. León Tolstói, que había vivido la guerra de cerca, tenía razón. Es por esa razón por la que, al final, la conquista rusa de Ucrania supondrá la abismal derrota de Putin”. Simon Schama, ‘El plan de Putin está fracasando de tal modo que él jamás podía haberlo imaginado’. Financial Times, 5 y 6 de marzo.

 

domingo, 6

¿Llegas al final de la noche sin aliento, sin argumentos, sin palabras, sin fuerzas?

No exactamente.

*    *    *

“Todo cuando explica Putin para justificar la guerra sucede solo en su mente, donde la Ucrania desarmada desde 1996 de toda su cohetería nuclear, más de 1.800 cabezas, es presentada como una amenaza inminente para la seguridad de Rusia. Este es un argumento especialmente amargo para el país que en 1994 entregó su entero arsenal, el tercero del mundo al término de la Guerra Fría, a cambio de que Rusia garantizara sus fronteras y su integridad territorial, incluyendo la península de Crimea, luego arrebatada”. Lluís Bassets, ‘Imitando a Bush, pero mucho peor que Bush’. El País, 6 de marzo.

“¿Podíamos haber hecho algo antes? Estalla la guerra y no tienes ni idea de esos países. Pero algo había leído y lo encontré: La Rusia de Putin, de Anna Politkóvskaya. Es de 2004 (…) Describe a Putin como el típico agente del KGB. Estudia al adversario, su propio pueblo, comete desmanes y ‘si no hay reacciones o si la reacción es amorfa, gelatinosa, se puede seguir’. ‘Eso significa una cosa importantísima: los verdaderos responsables de cuanto está pasando somos nosotros. Que nuestra reacción a él y sus cínicas manipulaciones se haya limitado a refunfuñar en la cocina se ha garantizado la impunidad (…) El KGB respeta solo a los fuertes, a los débiles los despedaza’. Y concluye: ‘Rusia ya ha tenido gobernantes de este tipo. Y ha acabado en tragedia. Yo no quiero que ocurra de nuevo’. Anna Politkóvskaya fue asesinada dos años después, en 2006”. Íñigo Domínguez, ‘Cuántas cosas vimos venir sin hacer nada’. El País, 6 de marzo.

“Son ellos los únicos con voz para decir hasta dónde las merece la pena defenderse con las armas. Mientras así lo estimen, la obligación de los demás es proporcionarles todas las que precisen. Es probable que las tropas rusas enviadas por Putin consigan entrar en Kiev en pocos días o en pocas semanas, pero también lo es que los ucranios están demostrando que son una nación distinta de Rusia y que la resistencia actual podrá ser aplastada, pero que la guerra puede durar mucho más tiempo”. Soledad Gallego-Díaz, ‘Nada está aún decidido’. El País, 6 de marzo.

“Putin parece haberse convencido de que puede, como en la célebre frase de Tácito crear un desierto y llamarlo paz. No cuesta nada ordenar matanzas y destrucción en el espeluznante Estado policial que preside”. Ian McEwan, ‘Una reflexión creativa más allá de los símbolos, el castigo y el rearme’. El País, 6 de marzo.

 

lunes, 7

¿Cuánto podrías contar sin herir?

*    *    *

“Los estudiantes chinos en Tiananmén eran unos quijotes: no se desanimaron. Y en Ucrania, ahora, ocurre algo parecido. (…) Sí. Los españoles quizá se estén desquijotizando. Los imperativos del mundo moderno les obligan a desentenderse de ciertas imaginaciones. Combatir contra molinos de viento y creer que son gigantes no entra en el ADN actual de España y los españoles”. Jean Canavaggio a Marc Bassets. El País, 7 de marzo.

“Los medios de comunicación leales a Putin se hicieron eco de su clamor de que la misión de su ejército era detener el ‘genocidio’ ucraniano contra la población rusohablante en el país. Su despliegue de distorsiones y engaños como si fueran armas no es un hecho en absoluto insólito. Después de la Primera Guerra Mundial, tanto alemanes de ideas reaccionarias como altos mandos del ejército decían, en medio de la humillación que les embargaba, que no habían perdido la guerra en el campo de batalla; por el contrario, izquierdistas desleales, políticos maniobreros y sobre todo judíos habían alentado las huelgas en la industria armamentística para minar el esfuerzo bélico alemán. Esta era la fábula detrás del Dochstoss im Rücken, la puñalada en la espalda que Hitler esgrimió para denigrar a la República de Weimar en general, y a los judíos en particular, mientras amartillaba su movimiento fascista y una nueva guerra. (…) El asalto de Putin de un Estado soberano no solo ha contribuido a galvanizar a Occidente en su contra, sino que ha ayudado a fomentar la unidad entre los ucranianos. Lo que verdaderamente amenaza a Putin no son las armas de los ucranianos sino su la libertad”. David Remnick, ‘Dejad que la historia juzgue’. The New Yorker, marzo, 7.

 

martes, 8

Es preciso que el tiempo, como el viento, haga su labor.

 

miércoles, 9

Estoy distraído. Fuera de foco.

La guerra que está devastando territorios en los que has vivido y de los que todavía atesoras recuerdos y lazos afectivos a pesar de todo, tantos crímenes, tantos refugiados, va horadando tu propia resistencia. No puedes seguir callando, aunque no quieras hablar. Debes hacerlo. Es una cuestión moral, de cierta justicia. Aunque no vaya a alterar un ápice el curso de las cosas. Te lo debes. Se lo debes.

 

jueves, 10

Las hojas del calendario caen como láminas de plomo, con estrépito, en el suelo de la cocina, en plena noche.

Me levanto a escribir porque no quiero que la mañana vuelva a disiparse. Pasa un caza sobre el cielo de Madrid y vuelvo a no olvidarme de Ucrania. ¿Cómo vas a olvidarte de Ucrania, de Kiev, si allí te casaste por primera vez? Y aunque no fuera así. El avión no va a participar en ningún bombardeo contra objetivos tácticos o civiles. No.

“nieve. Lejos, lejos, lejos, lejos”, escribe Anne Carson en algún lugar de Decreación, y apenas unos versos antes
“la mancha
de algún huésped
de hace siglos”.

Con esos recuerdos vivimos. Una mancha nos desquicia, y nos ponemos de inmediato a limpiar para pensar en otra cosa. ¿En qué? ¿En que la guerra ha estallado en nuestras vidas?

“Lejos, lejos, lejos, lejos”.

¿Cómo de lejos?

*    *    *

“El Parlamento Europeo cree que se debe investigar a fondo los lazos entre Moscú y el independentismo catalán. El pleno de la Eurocámara aprobó ayer un documento sobre la desinformación e injerencias extranjeras en los procesos democráticos de la UE, en el que se incluye una referencia a los ‘contactos estrechos y regulares entre funcionarios rusos y representantes de un grupo de secesionistas catalanes de España’, y a cómo estos han formado parte de la estrategia de Rusia para ‘desestabilizar’ la democracia en la UE”. Guillermo Abril, ‘La Eurocámara insta a investigar los lazos entre Putin y el secesionismo catalán’. El Mundo, 10 de marzo.

“El nuevo discurso se presenta como vanguardista y tiene un componente narcisista muy propio de esta sociedad. El yo es el criterio de todas las cosas. Por eso en los jóvenes ha calado más este error conceptual respecto al sexo, este error identitario. Al final, es el movimiento más retrógrado y el que más atenta contra el feminismo de las últimas décadas. Bajo las banderas de vanguardia se oculta el sexismo más rancio de toda la vida”. José Errasti y Marino Pérez a Berna González Harbour. El País, 10 de marzo.

 

viernes, 11

A veces callar es más difícil que hablar.

Pero no es fácil encontrar buenas razones, que sean no sólo persuasivas, sino que estén fundadas en la razón y en la bondad, o en caso de tratarse de un dilema moral se acerquen al máximo a la justicia, o al mal menor.

Todos los códigos sustentan la legítima defensa. Aunque nos guste esgrimir frases rotundas como “toda la violencia es mala”, o “condenamos la violencia venga de donde venga”. Esas frases que parecen moralmente intachables (como el hermoso “no a la guerra”) pueden esconder una equidistancia indigna entre el agresor y la víctima, entre el más fuerte y el más débil, el que se arroga el derecho a imponer su ley y el que se resiste, entre el que mata por placer y el que mata para no morir. Hay ocasiones en que es precisos recurrir a las armas, y el caso ucraniano ofrece un ejemplo meridiano de legítima defensa.

Cuando supuestos o convencidos pacifistas proponen al más débil que se rinda para evitar males mayores pueden pensar que lo único que hacen es darle una oportunidad a la paz, evitar un sufrimiento más grande. ¿Pero no estarán así mostrando su propia indulgencia con el crimen, su incapacidad para defender lo que es justo, y al mismo tiempo evitarse la obscenidad de ese sufrimiento que tanto les incomoda, que no les deja dormir tranquilos, volver a sus asuntos, a su vida?

Lo vimos en la historia cuando se quiso apaciguar a Hitler dándole lo que quería y pensado que eso colmaría sus peores instintos, su expansionismo bajo el pretexto supremacista del espacio vital, su falta de compasión ante el dolor de los demás, los que a su juicio no merecían vivir porque eran incapaces de hacerle frente a él y a sus matones, de plantar cara a su rayo letal.

Ahora estamos viendo actitudes parecidas ante Putin. Desde sectores autodenominados de izquierda proponen bajar las manos para poder volver a la mesa de diálogo, ¿para que el ogro imponga sus condiciones a sus nuevos súbditos después de haber desencadenado una tormenta de hierro y fuego en la que han perecido miles de inocentes, centenares de miles han sido expulsadas de sus casas, sus bienes destruidos…?

La huida, la renuncia, la otra mejilla, la rendición incondicional, el reconocimiento de la propia incapacidad para hacer frente al mal, para decirle no al asesino no conseguirá más que su desprecio.

No estamos acostumbrados a sacrificarnos por lo que creemos, si es que todavía creemos en algo. Nos hemos reblandecido. Hemos perdido fibra moral, coraje. Nos hemos vuelto frágiles, banales. Nos conformamos con poco. No somos conscientes de lo que significa la democracia. De cuánto ha costado llegar hasta aquí. Del esfuerzo que han hecho nuestros padres, nuestros abuelos. Como si nada mereciera defenderse de la tiranía y del sometimiento. Y mucho menos perder la vida.

Los ucranianos están ahora mismo defendiendo con su sangre esos valores que ya no apreciamos, que nos parecen arcaicos, incluso reaccionarios. Tal vez por eso merezcamos un destino a la altura de semejante cobardía moral.

Esta guerra es un amargo espejo en el que no queremos reconocernos. Tal vez por eso los más compasivos se han apresurado a prestar ayuda. Pero no basta con atender a los refugiados. Hay que ayudar a los que luchan.

*    *    *

“No es necesario que todos los escritores ucranianos vayan al ejército ahora. También se puede aprender a detener la sangre, construir barricadas, preparar cócteles molotov, ayudar a otros a sobrevivir”. Yuri Andrujovich a Leticia Blanco. El Mundo, 11 de marzo.

“El infinito de la llanura ucraniana puede generar una cierta opresión metafísica: en La Mancha, menos versallesca, lo llaman regomello. Cualquier sitio parece idéntico a cualquier otro, aunque debo decir que, nacido en ese pellejo puesto al sol que es España, miraba sus campos con envidia. Hace de esto seis meses, y pensaba en las cosechas, pero también en los bailes de pueblo, en las fiestas; ellos con sus mostachos, ellas con sus trenzas en el pelo. Ahora, pienso, ese llano es el llano por el que avanza el enemigo y la planicie de esta guerra se emparenta con la morne plaine de las guerras de ayer. Apagada la música de las fiestas, recuerdo aquello que una vez leí: que hay llanuras que Dios parece haber dispuesto a modo de campo de batalla”. Ignacio Peyró, ‘La muchacha de Lviv’. La Lectura, 11 de marzo.

 

sábado, 12 de marzo

Busco tinta simpática para contar con claridad lo que aparece tan borroso.

La guerra irrumpe desde lejos y se instala en nuestra mente como una visitante insidiosa, como esas amebas que se abren paso sutilmente bajo nuestras uñas y corroen todo el organismo.

La pesadilla del covid no se ha desvanecido pese a nuestro hartazgo (con casi veinte millones de muertos en el mundo, no seis, fruto de la mentira sistemática de tantos gobiernos), y otra pandemia, vieja compañera de viaje de la humanidad, vuelve a estallar en el suelo de Europa, y entonces el estremecimiento es infinitamente más unánime que cuando arrasa Yemen, la República Centroafricana, o Siria.

El dolor que sentimos por los otros es directamente proporcional a la distancia a la que vivimos del impacto de las bombas y de los rasgos y color de la piel y sentimientos religiosos de los heridos y de los muertos.

*    *    *

“casi no puedes describir una catástrofe de esta escala; todo lo que puedes hacer es pararla. Es lo único que puedes hacer”. Yevgenia Belorusets, ‘Diario de guerra. La noche es joven todavía’. La Vanguardia, 12 de marzo.

“Almas muertas de Nikolái Gógol antes de cerrar los ojos por la noche. Hay que reconciliarse cada día con los rusos –aunque nacido ucraniano, Gógol lo era a todos los efectos– para evitar que el prejuicio nos devore la razón”. Josep Martí Blanch, ‘Las almas muertas del fútbol’. La Vanguardia, 12 de marzo.

“La guerra en Ucrania no se libra sobre todo por la tierra, sino por el status. Putin lanzó la invasión para que los rusos pudieran volver a sentirse de nuevo una gran nación y el propio Putin sentirse él mismo como una figura histórica semejante a Pedro el Grande. (…) Vyacheslav Volodin, en aquel entonces jefe de gabinete del Kremlin, resumió la mentalidad del régimen en 2014: ‘Sin Putin no habría Rusia’ (…) Mi temor es que Putin solo conoce una manera de manejar la humillación, que es culpar a otros y sacar el látigo. Hace un par de años mi colega Thomas L. Friedman escribió una clarividente columna sobre la humillación política en la que citó a Nelson Mandela: ‘No hay nadie más peligroso que alguien que ha sido humillado’”. David Brooks, ‘Esta es la razón por la que Putin no puede dar marcha atrás’. The New York Times International Edition, 12 y 13 de marzo.

“Hay otro episodio tenebroso que marca el paso por la tribulación colectiva en la historia de Ucrania en el siglo pasado. La hambruna impulsada por Stalin entre 1931 y 1934 causó la muerte a más de cuatro millones de ucranianos. Anne Applebaum, historiadora y analista, lo describe en su documentado libro Hambruna roja: La guerra de Stalin contra Ucrania (2019), uno de los episodios de maldad para destruir a un pueblo que ha vivido siempre pegado a Rusia (…) Fue a causa de la forzada colectivización salvaje que obligó a los kulaks o campesinos a dejar sus tierras e integrarse en granjas colectivas. Aparte de erradicar la propiedad privada el dictador quería liquidar cualquier atisbo de independencia de Ucrania. (…) Aquella desgracia se conoce como el Holodomor, de las palabras ucranianas hólod (hambre) y mor (exterminio). (…) Había equipos de personas organizadas por el Partido Comunista que iban por pueblos y aldeas, casa por casa, recogiendo por la fuerza toda la comida, cada patata, cada brizna de trigo”. Lluís Foix, ‘Ucrania y su dramática historia’. La Vanguardia, 12 de marzo.

“He aquí una ciudad, situada en el oeste de Ucrania, con cinco nombres: Lvov, Lwow, Lviv, Lemberg y Leópolis, que significa la ciudad del león. Tenía 720.000 habitantes antes de comenzar la invasión rusa. Ahora es difícil de precisar esa cifra. (…) Leópolis ha sido de todos y de nadie, es una mezcla de identidades y un campo de batalla permanente. Ninguna urbe ejemplifica mejor en Europa la relatividad de las fronteras y la brutalidad de los nacionalismos que se han disputado su control. La barbarie de Putin ha vuelto a martirizar una ciudad que parecía haber renacido de sus cenizas”. Pedro García Cuartango, ‘Lvov, Lwow, Lviv, Lemberg, Leópolis’. ABC, 12 de marzo.

“Putin es imprevisible. El fracaso de una invasión rápida inicial lo hace todavía más imprevisible. Y lo único previsible en Ucrania es que mañana será peor que hoy. (…) El número de personas que han huido de Ucrania ha alcanzado los 2,5 millones, superando en solo 16 días el total de desplazados en los diez años de guerra en la exYugoslavia”. Plàcid Garcia-Planas, ‘Rusia amplía su ofensiva’. La Vanguardia, 12 de marzo.

“[John Elliott] me dijo en una entrevista: ‘No vas a saber nunca la verdad total sobre ningún tema, pero si puedes hacer una reconstrucción plausible en cuanto a su aproximación a la verdad, y aceptable para tu propia generación, que tendrá intereses distintos de otras generaciones, estas consiguiendo algo”. Daniel Gascón, ‘John Elliott: España no es diferente’. El País, 12 de marzo.

“Los europeos que critican a los rusos de a pie por no denunciar la guerra en masa tienen parte de razón, pero olvidan algo nada desdeñable: Rusia es hoy un brutal Estado policial y en la cosmovisión de Putin ser un traidor (y para el presidente cualquier ciudadano que se oponga a la guerra es un traidor) es mucho peor que ser un enemigo (…) Volver la espalda a los rusos con el suficiente coraje para hacer frente a la guerra de Putin, incluso para aquellos a los que les falta la voluntad de oponerse pero que la menos tienen la decencia de no apoyarla, sería un error estratégico. Tras el final de la Guerra Fría, Occidente asumió que Rusia seguiría el camino que Alemania adoptó en la posguerra. Pero el comportamiento de Rusia en la última década se parece al que siguió Alemania después de la Primera Guerra Mundial, no de la Segunda”. Ivan Krastev, ‘Occidente no puede dar la espalda a los rusos de a pie’. Financial Times, 12 y 13 de marzo.

“El matrimonio formado por Olga y Segiy parece contento. Y lo está. Han viajado desde Chreníhiv con sus tres hijos, 6, 4 y 5 años, no para una cura sino porque desde este hospital [infantil de Kiev] parten los autobuses especiales del Gobierno que llevan a los menores a zonas más seguras. Los tres niños no paran.
—¿Creen que odiarán a Rusia cuando sean mayores?
—No vamos a educarles para que tengan una opinión concreta y exacta. A medida que crezcan, irán aprendiendo las cosas, la historia, y sacarán sus propias conclusiones”. Joaquín Luna, ‘Los niños de la guerra (y sigue)’. La Vanguardia, 12 de marzo.

“La muerte es lo último que queremos ver. Mejor hablar de estrategias políticas o militares. Los muertos, ya sean reclutas rusos que no sabían a dónde iban o soldados y civiles ucranianos, ponen en duda nuestra inmortalidad, nuestra profilaxis, nuestro consumo, nuestra identidad de dioses ajenos a las consecuencias de nuestros actos. (…) La grandeza que el ejército soviético encontró en Stalingrado la encuentra ahora el ucraniano en las líneas de defensa frente al invasor ruso. La victoria soviética de diciembre de 1941 frente al ejército alemán en Stalingrado cambió la historia de Rusia. El pueblo ruso supo que no era inferior al alemán y adquirió una conciencia nacional que es la misma que ahora adquiere el pueblo ucraniano. Esta conciencia tiene una fuerza enorme”. Xavier Mas de Xaxás, ‘Ucrania será Siria, pero su pueblo vencerá’. La Vanguardia, 12 de marzo.

“El Reino Unido y Francia aceptaron el desmembramiento de Checoslovaquia y la transferencia de la región de los Sudetes a Alemania ante las amenazas cada vez más belicosas de Hitler de una acción militar. Las esperanzas de Neville Chamberlain de que este sacrificio humillante satisfaría la demanda territorial de Hitler y evitaría otra catastrófica guerra se desvanecieron en cuestión de cuatro meses. Lo que vino después de la “política de apaciguamiento” ya lo sabemos. Chamberlain no pasó a la historia precisamente como pacifista, sino por tirar a los lobos a Checoslovaquia. No se evitó la guerra sino todo lo contrario: aquella fue la victoria más barata que el nazismo obtendría jamás. Solo la resistencia ucraniana puede disuadir a Putin de agredir después a otros países. Desde esta óptica y sin renunciar por ello a la diplomacia, la opción pacifista de Podemos se convertiría en la menos pacifista y encima ganaría Putin. ¿Desde cuando quedarse sin ayuda cuando hay un crimen contra los más frágiles es una garantía de pacifismo?”. Susana Quadrado, ‘Pacifismo flower power’. La Vanguardia, 12 de marzo.

“Dante imaginó el rincón más profundo de su Inferno como un terrible espacio helado –la Ghiacchia di Cocito–. Es el frío espectral del alma, del mal uso calculado y consciente de lo más sagrado que tiene el ser humano: su inteligencia, su libre albedrío. No es lo mismo pecar por incontinencia que con premeditación, piensa el poeta, bajo inspiración aristotélica. Muchos derechos penales recogen hoy día esa misma distinción. De ese hielo brotan las peores lluvias de fuego. El sufrimiento inmenso de la población ucrania es el resultado del razonado y despiadado cálculo de la mente de Vladímir Putin”. Andrea Rizzi, ‘El infierno es el hielo en el corazón’. El País, 12 de marzo.

“la educación consiste en que lo que sentimos se guíe por lo que sabemos y no lo que sabemos por lo que sentimos”. Fernando Savater, ‘Edu… ¿qué?’. El País, 12 de marzo.

*    *    *

“Desde el 24 de febrero vivimos en una época histórica nueva, donde el fanatismo del líder de una de las dos grandes potencias nucleares ha adquirido un papel global y donde la política parece basada en cuatro cuestionables postulados ideológicos: ‘Tenemos siempre la razón, llevamos siempre la paz, no hemos iniciado nunca una guerra y hemos sufrido más que nadie en ellas’. (…) En octubre de 2018, en un seminario en la costa del mar Negro, Putin se jactaba de la superioridad militar que su país había adquirido gracias a sus ‘armas modernas’, de ‘alta tecnología’, de ‘alta precisión y ultrasonido’. Insistía el líder en que solo haría un uso preventivo del arma nuclear frente a una agresión s su territorio, pero dada su gran capacidad dialéctica para presentar sus ataques como actos de supuesta defensa, sus palabras no resultan tranquilizadoras. ‘El agresor debe saber que la venganza es inevitable y que será aniquilado. Y nosotros, víctimas de la agresión, iremos al paraíso y ellos simplemente la diñarán, porque no tendrán tiempo de arrepentirse siquiera’, afirmó entonces. Hoy nadie está seguro de qué pasa por la cabeza de este ser no acostumbrado a que le lleven la contraria”. Pilar Bonet, ‘Ucrania grita, el mundo tiembla’. El País Semanal, 13 de marzo.

“‘Cuando uno pinta, está haciendo preguntas, una tras otra’, escribe John Berger en Tu turno. Habla también de aquello que arroja al ser humano a pintar, de la importancia del impulso, que se acaba imponiendo en fuerza y valor sobre la obra. Tu turno es un breve librito que contiene la correspondencia entre él y su hijo Yves, y en ella, ambos hablan de cómo se mira el mundo cuando pretende pintarse. Leyendo a padre e hijo pude distanciarme durante algunas horas de mí y de mis absurdas dolencias, y pude apartar de mi cabeza lo terrorífico de nuestra actualidad. Aunque la guerra volviera a golpes mientras leía, destructiva, mortal, amenazante, aunque supiera que había caído en la trampa que yo misma me había tendido, padre e hijo me hacían menos dura la experiencia. ‘Muelo mientas nieva’, escribe Yves. Después explicaba que mientras fabricaba pintura blanca observaba el blando de la nieve”. Paula Bonet, ‘Mujer con niño muerto’. El País, 13 de mayo.

“me encontraba en Moscú cuando estalló la guerra. Tenía previsto regresar el domingo pasado, pero decidí quedarme. Las personas que me habían invitado me hicieron jurar que no escribiría nada que pudiese identificarlas. En unos días hemos alcanzado un grado de paranoia cercano al del Gran Terror estalinista. Lo escuchan todo, ya ningún medio de comunicación se puede considerar seguro (…) Ya sé (…) son los ucranios a los que les caen las bombas, son las centrales nucleares ucranias las que los rusos empiezan a incendiar, pero lo que se ve en Rusia, en todo caso en Moscú, es otra cosa: una sociedad entera que por la voluntad de un solo hombre implosiona a una velocidad demencial. Dos síntesis de la situación. Vladímir Putin, presidente de la Federación de Rusia: ‘Van a conocer cosas como nunca se han visto’. Dmitri Muratov, redactor jefe de Novaya Gazeta, premio Nobel de la Paz: ‘El futuro ha muerto’”. Emmanuel Carrère, ‘Ya nada volverá a ser igual en Moscú’. El País, 13 de marzo.

*    *    *

 

Palabras para un domingo

 

Alégrate de levantarte en domingo,
un domingo cualquiera
y tener dos piernas y poder andar.
Alégrate de tener una mujer a tu lado, durmiendo
en la cama grande,
una mujer a la que abrazar y que te dé calor
en las largas noches de invierno.
Alégrate de oír las risas de tus hijos. Y que te pidan la leche
o te pregunten qué pantalón ponerse.
Y alégrate de tener leche en la nevera
y un pantalón para salir de casa.
Vienes de las pesadillas de la noche, de los fantasmas
silenciosos e invisibles, que te observan y vigilan
en la gran sala vacía.
Están ahí y no aparecen.
Y la sala vacía del cine tiene el proyector encendido.
Y la pantalla en blanco.
Ves las sombras que la cruzan y sabes que los fantasmas
no tienen sombras. Y luego el pasillo cada vez más estrecho,
y la puerta de la calle y tú cada vez más cerca
y el pasillo cada vez más estrecho. Y la luz
en la calle.
Y tú que no llegas, que no puedes llegar.
Pero abres los ojos. Se acabó la pesadilla.
La casa está en silencio.
Hay luz en el comedor.
Alégrate de tus pesadillas.
Alégrate de tener una mujer a la que contarle tus pesadillas.
Alégrate de tener unos hijos que te contarán sus pesadillas.
Alégrate de tener una lavadora que poner
y unos platos que fregar.
Porque es domingo, un simple domingo,
y tienes toda la mañana por delante.
Porque es domingo, un simple domingo, y estás vivo
y has salido de tu pesadilla.

Alfonso Vila Francés, del libro Poemas rotos (West Indies, 2022).

*    *    *

La noche del domingo se arrastra silenciosa. Ha dejado de llover. Madrid parece una ciudad a salvo. No es un espejismo. Hace unos días se conmemoró el vigésimo primer aniversario de la supresión del servicio militar obligatorio. Hacían bromas en una emisora de radio por la tarde, mientras en Ucrania seguían cayendo las bombas y los misiles lanzados por las tropas rusas a las órdenes de Vladímir Putin. A nadie se le ocurrió que a lo mejor sería necesario pensar en volver a implantar la mili, que puede que no sea suficiente, ni seguro, ni apropiado limitarse a tener un ejército profesional, que “nos defienda” en caso de necesidad. Suecia y Finlandia, dos países tradicionalmente pacifistas, están sopesando entrar en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Todavía recuerdo con cuanto furor votamos en aquel referéndum. Ahora no votaría de igual forma. ¿Porque me he convertido en un militarista? No lo creo. Después de haber estado en el cerco de Sarajevo, en Ruanda durante el genocidio y en Nueva York cuando se produjo el atentado contra las Torres Gemelas tengo fundados motivos para desconfiar de la humanidad, y sin embargo me sigue emocionando la amabilidad de los desconocidos. Cuando todo se desmorona aflora lo mejor y lo peor del ser humano. En tiempos de oscuridad.

Más del autor