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Locura en la dictadura guineana: Euphoria morbida

 

Los que llevamos años observando de cerca la situación creada en Guinea por la instalación en la misma de la dictadura del general-presidente Obiang Nguema hemos descubierto un fenómeno que se da en algunos individuos que viven en el país o en el extranjero, pero con lazos con la cúpula del caótico régimen. Es lo que hemos llamado Euphoria morbida, utilizando un nombre para incorporarlo a la ciencia, a usanza de ella, y con el permiso de los estudiosos de la ciencia médica. En español normativo la enfermedad se llamaría euforia mórbida. Antes de avanzar, reconocemos que es un tema que podrá suscitar controversias en ciertas esferas del pensamiento libre.

 

Los individuos afectados por la Euphoria morbida se caracterizan por su defensa entusiasta de todos los supuestos, hechos, normas, leyes y deseos de la dictadura y la exaltación de sus miembros hasta extremos en que dicha defensa se manifiesta de forma física, como si la imperiosa necesidad de defender la dictadura actuara como un euforizante, y de ahí el nombre. Aunque esta conducta se manifiesta en capas poblacionales en las que impera bajísimas cotas de alfabetización, también se da en personas formadas, de individuos de los que se podría esperar cierta solvencia intelectual. Y es en estas personas en que la Euphoria morbida adquiere aspectos llamativos, debido a su comportamiento irracional, que se creía exclusivo de las personas iletradas. Son estos casos en los que una persona aparentemente tranquila y con buena formación se identifica tanto con los modos censurables del régimen que ante los ataques o quejas de las víctimas o agentes externos siempre encuentra justificación a los mismos, convirtiéndose por ello en hábiles maestros en la dialéctica política.

 

Es con estos individuos con que se produce el desconcertante hecho de que ante una acusación de un delito o de la lamentable situación del país, siempre encuentran la respuesta  adecuada para salir airoso del embate dialéctico. O al menos salen con la sensación de que han sabido poner en su sitio a su adversario. Cuando el enfrentamiento se produce entre un detractor y un defensor de la dictadura, todas y cada una de las acusaciones del primero son desbaratadas sin que se tenga la impresión de que se ha incurrido en ninguna trampa, de manera que muchos incautos pueden tener la sensación de que sus argumentos han sido rebatidos de manera incuestionable. En estos enfrentamientos entre dos personas el defensor de la dictadura hace un ingente esfuerzo en encontrar cualquier justificación,  e ignora cualquier propuesta clarificadora de su contrincante, al que lleva por los derroteros que mejor le convienen. Y aunque el detractor presente la evidencia más incuestionable de un delito o un desastre cometido por la dictadura, el defensor, rompiendo varias veces las reglas de la lógica discursiva, sabrá siempre encontrar el modo de trasladar la culpa a su adversario, haciéndose, incluso, de víctima.

 

En los casos en los que, como el guineano,  la situación es tan abrumadora y públicamente llamativa, los que la defienden acrecientan su dosis de euforia y adoptan una actitud claramente beligerante, aunque no siempre perceptible, en la que las acusaciones más graves dejan de tener una réplica para pasar a una situación en que el detractor tiene la impresión de que su interlocutor está instalado en otro plano de existencia, por lo que el diálogo no se puede mantener, aunque el intercambio de palabras se mantenga. Durante el mismo el defensor del régimen se instala en una actitud de defensa en la que recita todas las bondades de su régimen sin importarle las propuestas de su contrincante. O aborda los aspectos en los que la dictadura puede salir favorecida, sin importarle ninguna lógica.

 

La euforia mórbida puede darse en individuos formados, de manera individual, pero también puede afectar de manera colectiva, como se vio en estas personas estimuladas durante la celebración de la copa africana de fútbol. Eso se da cuando personas marginadas de la sociedad, carentes incluso de lo básico, se apropian de hechos de reafirmación de identidad para reclamar su sitio en la sociedad. En aquel evento futbolístico no fue incluso ningún impedimento que los jugadores de la selección de Guinea tuvieran orígenes desconocidos. Pero si este hecho de la reafirmación de la identidad no se percibe con claridad en los casos de la selección nacional, sí que se hace evidente en el hecho de la cantidad de personas que realizan actos que aparentemente no son beneficiosos para ellas, como largos desplazamientos para recibir al presidente, o la formación de grupos de baile para agasajar a la dictadura.

 

Es cierto que las autoridades en plaza obligan a las personas a realizar estos actos, pero también se constaba que muchas personas las realizan a voluntad, incluso muchas de ellas que carecen de lo básico hacen esfuerzos económicos importantes para agradar a los poderosos del régimen. La confección de vestidos con telas estampadas con los símbolos del partido en el poder corre, por ejemplo, a cargo de los ciudadanos. O los que pasan necesidades en otra provincia a la que se trasladan para celebrar un evento de exaltación nacional.

 

Como dijimos, esta patología no sólo afecta a nacionales, sino que algunas personas extranjeras pueden padecerla pero respecto de un régimen tan abominable incluso para su sociedad de origen. Uno de los casos observados es el  del un español, de origen catalán, que se hizo miembro del régimen maoísta de Corea del Norte. Escuchándolo hablar del régimen imperante en Corea todos ponemos en duda lo que sabíamos del mismo, hasta el punto de dudar de nuestra integridad moral al juzgar al régimen sin tener ninguna información. Ese individuo padece, a nuestro juicio, de euforia mórbida en su grado alto. Es dialécticamente invencible. Pero la información que tenemos del régimen norcoreano es la que nos reafirma en nuestra conjetura de su mal.

 

Cuando los afectados de euforia mórbida son altos miembros de la dictadura, no sólo salen “victoriosos” de sus enfrentamientos con sus detractores, sino que la realidad se adecúa a las verdades defendidas por ellos, de manera que hubiera algún tipo de coherencia entre lo que defienden y el entorno. Es la fabricación de otra realidad que no se corresponde con los resultados de su gestión. Es la manera en que las autoridades norcoreanas organizan bailes en las vías públicas para que los visitantes tuvieran la impresión de que los ciudadanos son felices, o de cómo, en Guinea, durante las fiestas nacionales,  muchos jóvenes son obligados a desfilar cuantas veces sean necesarias para dar la impresión a los observadores del amor del pueblo por su líder. O, por ejemplo, de cómo un ministro guineano organizó, para el deleite de los jerarcas de la dictadura, hace pocos días, una feria de productos agrícolas adquiridos en Camerún. Previamente en su discurso habría exaltado el crecimiento de la agricultura guineana. Estos hechos son por sí mismos indicativos de cuán peligrosa es la euforia mórbida.

 

(Rondan por las alrededores de la alta magistratura guineana un sujeto afectado de euforia mórbida. Su modo de hablar le delata enseguida. La violencia con que los pacientes de esta enfermedad se enfrentan a los retos de su alta posición desaconsejan su toma del poder, porque atrasaría dolorosamente el advenimiento de la libertad en el país.)

 

En nuestro ánimo de encontrar respuestas a la situación guineana, nos gustaría dar con la respuesta sobre las razones por las cuales una persona se ve afectada por este desorden. ¿Cuáles son las causas por las que los guineanos se ven afectados por la euforia mórbida? Muchas, todas relacionadas. Una de ellas es la situación de marginación en que  viven muchas personas. En Guinea, y pese al cacareado hecho del desarrollo, muchas personas están excluidas del bienestar. La adopción de una conducta tan enfermiza podría ser la manera de reclamar más atención. Y a pesar de las discusiones sobre minorías o mayorías étnicas favorecidas o desfavorecidas, el síndrome de euforia mórbida se da en todos los grupos étnicos, con especial predominio en algunas comunidades de la región continental. Esto se da cuando se reafirma en la exaltación del patriotismo o la valorización de los logros en la infraestructura pública o en eventos internacionales, aunque el individuo en sí carezca de lo básico o viva en condiciones condenables. Este punto se puede discutir aportando el hecho de que los individuos europeos que viven en condiciones de marginación e insalubridad no se enorgullecen de los eventos internacionales de sus países.

 

Otra causa importante en la aparición de la euforia mórbida es haber estado sometido a una marginación ideológica por haber profesado una doctrina que ha suscitado un rechazo general. Esta es la que sostiene la euforia de las personas formadas de todo régimen detestable, que asumen posiciones de fanatismo, hecho compartible entre los intelectuales del régimen guineano y los del norcoreano, además de con los extranjeros que sabrán encontrar virtudes en ambos. La situación de marginación que Guinea ha sufrido en el contexto internacional a causa de sus largas y odiosas dictaduras podría ser la causa de que casi todos los altos mandos de la jerarquía política padezcan de euforia mórbida.

 

Si la marginación social y económica es la causa primaria de la euforia mórbida, parecería muy fácil su curación, pues bastaría con arreglar los desajustes sociales de la sociedad guineana. Pero como estos desajustes son provocados por el enraizamiento de la dictadura en la sociedad, se hace urgente creer que es en este caso en que la cura de una afección se encuentra en las personas de la comunidad que pueden padecerla, en el mismo paciente. Es decir, cuando demos con la tecla para que todos los guineanos, o una cantidad grande de ellos, sepan descubrir el carácter nefasto del régimen, entonces la dictadura tendría los días contados. Eso se daría cuando los ciudadanos presenten sus quejas a la dictadura, y no ayudarla a resolver los problemas que crea para perpetuarse. Este camino al revés sería como el descubrimiento de la piedra filosofal que traería las libertades a todos los guineanos.

 

Deberíamos cerrar estas reflexiones diciendo que rara vez un dictador se ha arrepentido de sus hechos. Siempre han dicho que si volvieran al pasado, repetirían todas las atrocidades que les hicieron pasar a la historia. Muchos acaban diciendo que la misma Historia los absolverá. El recuerdo de este hecho es para prevenirnos de las mieles dulzonas de los actuales miembros de la cúpula dictatorial guineana. La euforia mórbida no es curable. Los que la padecen sí que pueden seguir siendo útiles a la sociedad bajo la atenta mirada de las reglas cívicas de convivencia.

 

Barcelona, 7 de julio de 2012

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