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AcordeónLomas del Poleo: detrás del despojo, la avaricia

Lomas del Poleo: detrás del despojo, la avaricia

 

El aire levanta la arena en la meseta de Lomas del Poleo. Son pasadas las cinco de la tarde y Marley Moynahan y Kity Tucker, dos jóvenes realizadoras de la Universidad de Georgetown, han perdido, quizá, la mejor imagen de sus vidas: desde la profundidad del paisaje, surge la silueta de un hombre pisando una alfombra de flores amarillas. Su sombra, la de un quijote del desierto, desafía los 43 grados de la tarde. José Espino Castor, 80 años, mirada hundida, complexión delgada y piel cobriza, camina rumbo a la asamblea de los viernes. Trae la camisa empapada de sudor, pegada a los pectorales.

       El 23 de julio de 2010 es un día opaco. Polvoriento. La atmósfera en el Poleo huele a abandono. Está viciada por años de acoso en contra de sus últimos pobladores. Las condiciones del terreno son las de un rancho baldío y sus colindancias van más allá de las nubes entre la frontera de Ciudad Juárez y Nuevo México. En ese cinturón, 17 familias están dispuestas a no moverse. Aunque son pocas, su decisión de quedarse en esa tierra retrasa el reloj de uno de los capitales más poderosos de la zona.   

       Espino es un hombre típico del desierto. Resistente a la marea de los vientos, en la piel lleva tatuado el beso de todas las fiebres extremas. Nació en las serranías de Durango pero hace más de 38 años llegó a Lomas del Poleo. Desde ese momento se ha pasado la vida matando víboras en los arenales, no precisamente para divertirse, sino para evitar sus mordeduras. Recién llegó al yermo, aprendió pronto a quererlo. Por las tardes, después de la labor, estiraba las piernas sentado en un banco de madera y miraba la luna. Se alegraba de ver como crecían los hijos. Eran tiempos en que se vendían bien los huevos y las gallinas de patio entre la gente que subía de la ciudad. Por esa época, Nati, su mujer, cocía tortillas de harina en un fogón donde ardían los mezquites. Ahora, ya de viejo, Espino no puede olvidar esa vida. Frente a la amenaza de perder su única posesión: dos hectáreas de suelo infértil, en una zona que nadie antes quería, este hombre inventa el modo de retener esa tierra. Busca cómo derrotar la voracidad empresarial que desde hace siete años, dice, se les ha echado encima.  

       Pertenecientes a una región domeñada por los cálculos del dinero, los más viejos lamapoleoneses no quieren dejar el cielo azul bajo el que han vivido las últimas cuatro décadas. Pero su decisión no es sólo un asunto de gustos. Simplemente no tienen otra parte a donde irse. Por eso las claves de su firmeza habría que buscarlas en la voluntad de los de abajo de adherirse inexorablemente a la tierra sin desesperarse.

       En esta lucha, como en otras del país, el coraje y la paciencia han sido dos armas eficaces usadas en la guerra de los débiles. Sin tener una idea de la Fenomenología del Espíritu, ni saber de la existencia de Hegel, estos colonos del rudo norte mexicano entendieron muy pronto quién manda en la relación entre amos y esclavos. Durante siete años estas familias han sacado jugo a su condición vulnerable y con entereza se han enfrentado a uno de los dioses del progreso fronterizo.

       Espino hablará poco en la reunión de ese viernes. Con voz sosegada alentará a sus compañeros a derrotar con organización “la ruindad” que intenta despojarlos. Si su voz se escucha trémula esa tarde es porque antes de llegar a la asamblea ha tenido que saltar una cerca de alambre de púas, burlar el celo de un puñado de hombres armados y esquivar la mirada de tres rottweilers, bien alimentados. Detrás de la espalda de Espino, el sol llamea al oeste y las estudiantes de Georgetown no alcanzarán a desenfundar a tiempo sus cámaras para atrapar esa luz que ilumina la vida rara en esta última esquina del mundo.

 

                                                                 * * *

 

       En el oeste de Ciudad Juárez, la metrópoli mexicana con más maquiladoras en América Latina y el lugar del planeta donde más muertos ha habido en los últimos años por efectos de la guerra del narcotráfico, Lomas del Poleo ha sido siempre una especie de mirador de esta frontera. Aireadas y luminosas, marginadas y duras, sus tierras son hoy parte de una desigual disputa en la que sus habitantes han cargado con la peor parte. Desde el sábado 20 de marzo de 2004, los terrenos de Lomas del Poleo -unas 380 hectáreas- quedaron cercadas con postes de concreto y alambre de púas, en un caso inédito, al menos para este país, en el que a sus residentes -inicialmente más de 250 familias-, se les ha impedido el derecho al libre tránsito y la libertad de ser visitados por familiares y amigos cercanos.

       De esa fecha a esta parte, esa colonia, una de las más viejas de Ciudad Juárez, ha sido transformada en un campo de concentración. Lomas del Poleo es ahora un área donde Pedro Zaragoza Fuentes, uno de los hombres más ricos de Ciudad Juárez, instituyó un Estado particular. Un espacio fáctico. Con leyes y policía propias. Un sitio donde lo que menos importa es la vigencia del Estado de Derecho.

       Pedro Zaragoza Fuentes es propietario de negocios en ambos lados de la frontera y auspiciador de importantes firmas de bienes y raíces. Ligado a la distribución de gas, leche y gasolina en México, este empresario quiere para el sólo, y a toda costa, las tierras de Lomas del Poleo. Para ello se transformó en persecutor y verdugo de familias pobres logrando ponerlas contra la pared, salvo a aquellas que aún se resisten y que no ha podido vencerlas. Como en las más terroríficas películas de gánsters, hoy, en una parte de Ciudad Juárez deambulan perros de pelea cebando al miedo. Sus gruñidos y siluetas torvas recuerdan, en plena era satelital, al rastro de segregaciones bárbaras que un día infamaron la historia.

 

 

       A escasos metros de la línea divisoria con Estados Unidos, el país que monitorea con mayor diligencia el imperio de la democracia en regiones vecinas, la sombra de Lomas del Poleo malogra cualquier posibilidad de progreso y retrata de cuerpo entero la psique de una parte importante de la clase empresarial fronteriza, cuyas cabezas han adquirido en las últimas décadas relevancia, gracias a la ubicación geográfica de sus negocios y a su relación con grupos trasnacionales de poder.

       Se sabe que Pedro Zaragoza Fuentes pertenece a la prosapia de millonarios que desde hace varios años batea en las grandes ligas del empresariado mexicano. En Ciudad Juárez encabeza el Holding Agroindustrial Zaragoza, grupo propietario de más de 30 empresas. Desde esta ciudad y a otras partes del país y el extranjero, este inversionista se desplaza en dos jets privados y su sombra es celosamente custodiada por más de 20 hombres armados. El poder de sus negocios trasciende fronteras y lo ha insertado en el portafolio del Grupo Verde, una poderosa agrupación binacional que aglutina a hombres ricos de Nuevo México, Texas y Chihuahua.

       Zaragoza Fuentes mantiene, además, nexos en la esfera de élite religiosa. Desde hace varios años conserva una estrecha relación con Renato Asencio León, obispo de Ciudad Juárez, cuya iglesia recibe donaciones de su parte. Mientras en Lomas del Poleo está prohibida la introducción de pastura para alimentar a los animales de crianza y se ha restringido el ingreso de cualquier material para que los colonos reconstruyan sus casas, después de habérselas destruido, este empresario, caritativo, cuyas obras son ampliamente difundidas en los medios de comunicación local a través de inserciones pagadas, reparte comida entre pobres, crea empleos en la periferia y ofrece becas a estudiantes de escasos recursos. Sus obras pías las realiza a través de la fundación Pedro Zaragoza Vizcarra, una institución que lleva el nombre de su padre y que le ha servido de pantalla para reducir el pago de impuestos y usar dinero público en sus acciones benéficas.

       En el terreno de la política, es conocido el vínculo familiar con el Secretario de la Reforma Agraria, Abelardo Escobar Prieto, el funcionario que se ha negado a resolver el conflicto agrario en Lomas del Poleo, desde que ocupó el cargo. En alguna de sus lujosas residencias  y en otros sitios ostentosos de su propiedad, Zaragoza Fuentes ha servido comidas suculentas para la élite política del país. Por si faltara pimienta a esta vianda, sus próximos saben que de sus bolsillos han salido importantes sumas de dinero como contribución a las campañas políticas del partido de Calderón.

       En Ciudad Juárez muchos le temen. Pocos se atreven a cruzarse en su camino. Cuando Bárbara Zamora, abogada del bufete Tierra y Libertad, necesitó un acta notarial que diera fe de la existencia física del cerco en Lomas del Poleo para llevarla como prueba ante un tribunal agrario a principios de 2008, la mayor parte de notarios de la ciudad declinaron ir hasta el lugar. Los abogados justificaron su renuencia a visitar Lomas del Poleo por la excesiva carga de trabajo en sus despachos. Los únicos dos notarios que aceptaron desplazarse hasta esa área para dar fe del encierro lo hicieron con temor y uno de ellos pidió a los activistas que lo contrataron que no volvieran a solicitar sus servicios.

       El recelo que infunde el apellido Zaragoza entre muchos juarenses no proviene solamente de su poder económico. En teoría se debe a su relación con Rafael Aguilar Guajardo, uno de los narcotraficantes más connotados de la frontera, en la década de los ochentas. Pedro Zaragoza y Rafael Aguilar fueron concuñados. Ambos contrajeron nupcias con dos hermanas, consideradas en su tiempo entre las mujeres más bellas de la frontera. El alter ego de la feminidad juarense. De acuerdo a la información de Proceso, una de las revistas más prestigiosas del país, Pedro Zaragoza Fuentes y otros miembros de su clan han sido vinculados por autoridades norteamericanas a actividades de narcotráfico y lavado de dinero. Versiones rechazadas por el empresario siempre que algún periodista le pregunta al respecto.

 

        * * *             

 

       El patio de Lucy Carrillo es un lugar bonito en medio de la nada. Está lleno de flores y plantas que rodean la casa, una estructura austera de adobes y madera. El corredor se transformó en los últimos años en un estrecho tejabán construido con restos de materiales de todo tipo. Su vista da a Oriente. Desde allí pueden divisarse los carros que van y vienen de Santa Teresa, el puesto fronterizo entre México y Estados Unidos, ubicado a menos de trece millas de Lomas del Poleo. Lucy es buena para los guisos. Por eso Martín González, su esposo, construyó en ese corredor un fogón de tierra para que su mujer cocinara. Allí Lucy prepara gorditas de rajas con queso, de chicharrón, y de rojo, sobre todo los sábados y domingos, los días en que la visitan sus hijas del otro lado con todo el ñieterío.

       El 3 de octubre de 2010, bajo ese tejabán, Artur Domoslawsky comió frijoles, nopales y arroz con un grupo de colonos de Lomas del Poleo. Sentado a la mesa con Martín Gabino, José Espino Castor, Carmen Quiñones, Aurelio Carranza y Martín González; Domoslawski bebió un poco de coca-cola mientras escuchaba otra parte de la vida trágica de esta frontera.

       Autor de una biografía polémica en el que revela algunos pasajes desconocidos de la vida y obra del periodista polaco, Ryszard. Kapuscinski, su paisano, amigo y colega, Domoslawski, llegó a Ciudad Juárez atraído por la convulsión de la guerra del narcotráfico que mantiene en vilo a México desde hace más de dos años. Su interés por conocer de primera mano las complejidades de la realidad latinoamericana y las reacciones del poder en el área, le acercó a la vida de Lomas de Poleo, cuya historia calificaría de estremecedora en un e-mail llegado a esta frontera después de su partida.

 

 

       A Domoslawski le atrajo un puñado de gallinas y guajolotes comiendo maíz en los corrales de Martín González. Atento a la piel de la historia, el periodista registró el decorado de cada rincón de la casa y dibujó en su libreta la dulzura de los ojos de Lucy. Tradujo también el coraje de los colonos cuando, sentados a su alrededor, recordaron los días en que los hombres de Pedro Zaragoza -“armados con todo… los hijos de la chingada”-, llegaron e invadieron Lomas del Poleo.

       Descifrador incansable de la vida latinoamericana, Domoslawski no parecía un extraño a la mirada de sus anfitriones. Con la paciencia de un antiguo artesano que recoge tierra para levantar los restos de una casa en naufragio, el periodista vació en su costal de apuntes toda la arena que pudo. Escuchó lo que le contó el hijo de José Espino, quien lleva el mismo nombre de su padre y usa como éste una cachucha beisbolera.

       “Yo tengo más de 30 años viviendo aquí”, soltó José. 

       “Oiga, ¿a poco 30 años son cualquier cosa? No se pueden echar al saco de la basura sólo porque ese señor quiere esta tierra. A chingao ¿por qué se la vamos a dejar? Si supiera el méndigo cuánto nos costó construir nuestras casas, hacer la escuela, hacer las calles y traer el agua. Muchos, como yo, nacimos aquí. Y aquí queremos seguir”.     

       Espino toma aire. Las mujeres se cuidan de no poner picante al plato de Domoslawski. Sin embargo, la tarde en el desierto huele a chile rojo. “Ahora ¿por qué sí quería estas tierras no llegó desde un principio por las buenas? ¿Por qué no habló como la gente? No. Ni madres. Nos echó a los cholos -población mestiza-. Esos batos hicieron lo que quisieron. Siempre andaban bien drogados. Andaban empistolados, traían fierro, pues. Agredieron a mujeres y asustaron a los niños. Luego llegaron los trascabos con los que tiraron las primeras casas. Eso no lo pudimos impedir”.

       Al terminar cada frase, José Espino se ríe. Le gusta echar carrilla. Pero luego se pone serio. “Yo soy un hombre humilde, oiga, si quiere usted, sin escuela, sin preparación, pero entiendo que si alguien quiere algo que no es suyo lo tiene que pedir por las buenas. Carajo, cómo un señor de mucho dinero que, según él, ayuda a los pobres y es amigo del obispo, llegó al Poleo por la fuerza ¿Porqué no usó buenas maneras?”  

       Espino dice que los colonos de Lomas del Poleo son gente de paz. Que han buscado la ley para arreglar los enredos. Señala que ellos siempre trabajaron la tierra. Cuenta que los primeros pobladores de Poleo establecieron granjas avícolas para vivir. Tenían chivos, vacas, caballos y aves de corral. Pero todo eso se acabó después que llegaron los hombres de Zaragoza y forzaron a muchos para que abandonaran sus tierras. 

       Desde un principio Zaragoza contempló un plan de presión para limpiar el lugar. Sabía de antemano que la autoridad estaba de su lado. “Lo primero que nos dijeron era que esas tierras no eran nuestras. Que pertenecían a su patrón. Llamamos a la policía, pero no nos hizo caso. Llegaban las patrullas pero los policías no se bajaban. Veían la bronca, pero no se metían. Siempre estuvieron a las órdenes de ellos”, recuerda Martín Gabino rascándose la cabeza, sentado frente al periodista.

       Fue en marzo de 2004 cuando la gente de Zaragoza cercó la colonia. De la noche a la mañana Lomas del Poleo quedó atrás de una barda de alambre de púas. En esas fechas un  grupo de hombres se apostó en los alrededores de un gigantesco tanque de agua. Desde allí empezaron a vigilar el movimiento de los colonos. Cuando éstos bajaban a trabajar a la ciudad, los cholos aprovecharon la ocasión para destruir las casas, quemar las marraneras y tumbar los árboles. La mayor parte de las lilas, unos árboles frondosos y de hojas pequeñas y oscuras, llevaban más de veinte años sembradas en Lomas del Poleo. La historia de su savia plantada en un lugar sin agua no importó a sus devastadores.

       Aurelio Carranza dice que desde el inicio de la refriega, Lomas del Poleo y sus habitantes fueron sometidos a un régimen de vejaciones en el que el encierro y aislamiento han sido de los males mayores. De su vieja camioneta saca esa tarde una serie de papeles y recortes de periódicos arrugados y los exhibe a los ojos del periodista. Cuenta a su manera cómo un día a la entrada de Lomas del Poleo se instaló un enorme portón gris donde hombres armados impiden todavía el paso a los ciudadanos de esta ciudad y esculcan minuciosamente las pertenencias de cada una de las 17 familias que aún habitan detrás del cerco.

       “Nos cerraron todas las calles”, dice Aurelio Carranza en alusión al día en que su colonia quedó tapiada. “Nosotros pensábamos que sólo el municipio tenía la facultad de abrir y cerrar calles, pero aquí un particular le valió madres y nos dejó sin donde caminar. No le importó que el Instituto Federal Electoral tuviera registrada la nomenclatura de nuestra colonia. Aunque Zaragoza dice que Lomas del Poleo no existe, hay pruebas que lo desmienten. Mire, aquí está mi credencial de elector. Lleva el nombre de la calle y el número de lote de la casa donde vivo”, señala.

       Dentro de la colonia, detrás del cerco, según se ve desde aquí, señala hacia el sur Martín Gabino, quedó atrapada la escuela primaria federal Alfredo Nava Sahagún. A sus alumnos, todos menores de edad, se les acosa para evitar que asistan a clase.

       Acompañado por dos activistas que lo llevan hasta el cerco, Domoslawski observa la zanja de la que le ha hablado Espino. Efectivamente, siguiendo la dirección de la caseta de vigilancia, hacia el norte, un hoyo profundo se extiende a lo largo del cerco. En el portón los guardias duermen la mona. Domoslawski sigue anotando cosas en su libreta. Uno de los activistas le explica que en el portón de entrada, hasta hace unos pocos meses, había una torre de control que fue derribada por los propios guardias después de que la oficina central de Amnistía Internacional (AI), con sede en Londres, Inglaterra, lanzase al mundo durante 2009, una serie de alertas denunciando el cerco. Existen fotografías de niños caminando a través de la zanja para llegar a la escuela. También hay testimonios de padres de familia acerca de las amenazas de los guardias.

 

 

       La sospechosa ineficacia de las autoridades mexicanas para remediar el conflicto en esa área y restituir el estado de derecho en Lomas del Poleo ha obligado a sus pobladores a recurrir a organismos internacionales de derechos humanos para que intervengan y denuncien las atrocidades cometidas en el lugar. Desde 2009 Amnistía Internacional solicitó a las autoridades mexicanas protección para los residentes de esa área. Sin embargo, hasta la fecha, sus peticiones han sido insuficientes, aunque el acoso ha bajado solo “un poco de intensidad”, señala Martín González.

       Los días 21 y 22 de septiembre de 2010, Amnistía Internacional se refirió a Lomas del Poleo como “un asunto grave, donde ha existido un desalojo forzoso de personas de bajos recursos, similar a otros sucedidos en países como Nigeria”. Esta declaración fue hecha pública antes de la Cumbre Del Milenio, celebrada en Nueva York.    

       La afirmación de AI tiene que ver con la estrategia de tierra quemada en ese punto de Ciudad Juárez, cuya primera etapa cumplió con la destrucción de más de 150 casas. Desde la llegada de la gente de Pedro Zaragoza, el suplicio se instaló en el lugar. Los perros fueron envenenados. El agua dejó de ser suficiente. El transporte público desapareció. De la noche a la mañana los moradores se quedaron sin luz eléctrica. El 15 de septiembre de 2004, los trascabos destruyeron  la capilla Jesús de Nazaret, el único espacio religioso con el que contaban los colonos. Bill Morton, su párroco, fue presionado y literalmente echado del país. A los proveedores de las cinco tiendas se les impidió el paso. Sus propietarios cerraron por miedo.

       El 17 de agosto de 2005 se recuerda en Lomas del Poleo como un día fatídico. En esa fecha, Luis Alberto Guerrero, uno de sus habitantes, fue brutalmente golpeado por un grupo de hombres que actuaron bajo las  órdenes de Manuel Balderas, abogado de Pedro Zaragoza. El colono fue herido de gravedad. Murió 36 horas después en un hospital de la ciudad. Su crimen aún sigue impune. Para esas fechas la guerra del narco y su violencia punzante no soñaba siquiera en llegar a la ciudad. Pero en Lomas del Poleo ya existía un sitio de excepción que casi nadie logro ver.

       La barbarie en Lomas del Poleo cobró cara la inocencia: Carmencita y Magdaleno Cosango, dos menores de edad, fallecidos después de que un grupo de desconocidos incendió la casa donde dormían, mientras la madre iba a dejar a otra de sus hijas a la escuela. La autoridad determinó como origen del incendio un corto circuito en la línea de electricidad. Esta declaración fue ridícula. Cuando sucedió el siniestro, en Lomas del Poleo ninguna de las casas tenía luz eléctrica.

       El 14 de mayo de 2003, la Comisión Federal de Electricidad desconectó la electricidad en esa zona. Mediante el recurso legal de un amparo, Zaragoza Fuentes logró que la empresa pública más importante de energía en el país optara por una acción extraña y sin precedentes: levantar todos los postes y el cableado de suministro eléctrico de una comunidad dejando sin luz a sus habitantes. Desde entonces, el vecindario pareció haber dejado de existir en el tiempo y en el espacio. Mientras manos oficiosas borraron su huella topográfica y escritural de diversas oficinas públicas, sus moradores se transformaron en fantasmas que aún vagan en busca de justicia.

       En octubre las tardes en Lomas del Poleo son aún luminosas. La descomposición tonal del oeste es un fotograma del cielo juarense que sorprenderá a Domoslawski. En algunas horas, la vastedad del desierto y su silencio sobrecoge a sus contados moradores. Camino al punto internacional Santa Teresa, el muro metálico, levantado para detener a los inmigrantes y cerrarles el paso hacia Estados Unidos, se convierte en una sombra oblicua e interminable. El animal al acecho. Corre veloz a un lado del coche. Su negrura escupe odio racial que acalambra los huesos.

 

                                                                   * * *

 

       Hace 40 años Lomas del Poleo era un enorme trozo de desierto olvidado. A esa tierra llegaron los desamparados del país. Los inmigrantes que en su suelo de origen no tuvieron modo de hacer la vida. Eran los tiempos en que el poder en México estaba en manos de un solo partido, el PRI y el estado probaba la eficacia de sus instituciones. La tierra se repartía a los desclasados, y los líderes del partido hegemónico aprovechaban su naturaleza clientelar para llevar al señor de Los Pinos -residencia del Presidente de México- millones de votos en tiempos de elecciones.

       La escasez de agua obligó a los primeros colonos a girar hacia las granjas avícolas y la crianza de otros animales. Nadie los molestó, salvo las inclemencias del clima a las que fueron adaptándose en la medida en que pasaba el tiempo. La vida era dura pero los recompensaba la tranquilidad del lugar. En pocos años los lamapoleoneses fortalecieron el autoconsumo mientras los más jóvenes se ocuparon en las primeras maquilas, empresas de capital extranjero, atraídas por el gancho de los bajos salarios pagados en la frontera.

       El interés de Pedro Zaragoza Fuentes sobre esas tierras no nació hasta que otros inversores pusieron sus ojos en el lugar y empezaron la proyección de un ambicioso corredor industrial que uniría muy cerca de allí intereses económicos de Nuevo México y Ciudad Juárez. En esa zona del la ciudad, antes la tierra no valía nada. Ahora su precio, se estima alrededor de 100 dólares por metro cuadrado. Este proyecto sería inalcanzable sin el concurso de dos hombres poderosos: Eloy Vallina Lagüera y Bill Sanders, dos empresarios con fuertes intereses a ambos lados de la frontera.

       Vallina Lagüera es uno de los hombres más ricos de Chihuahua. Su enorme fortuna está relacionada con la propiedad de acciones en bancos en el extranjero y a jugosos negocios inmobiliarios en el país. Su poderío económico está ligado con la adquisición de 20 mil hectáreas, una  extensión de terreno similar a la mitad de Ciudad Juárez, que adquirió por cinco millones de dólares en un paraje denominado San Jerónimo, junto a la frontera con Nuevo México.

 

 

       En esa zona, Vallina proyecta la construcción de un complejo de parques industriales y una enorme ciudad paralela de negocios transfronterizos. Según su proyecto, San Jerónimo, la ciudad privada del futuro, de construirse, contará con espacios para negocios industriales, bancos, un aeropuerto, escuelas públicas y de pago, tiendas de autoservicio, infraestructura fiscal y fraccionamientos de mediana y alta plusvalía. El plan haría posible la aparición de dos ciudades espejo, una en cada lado de la frontera, cuyo objetivo central sería crear un espacio entre dos países para el intercambio de mercancías y otros servicios, sin pago de impuestos.  

       El dinero con que Vallina pagó el valor total de las 20 mil hectáreas en San Jerónimo, cinco millones de dólares, prácticamente se los reembolsó el ex gobernador de Chihuahua. Una semana antes de dejar el cargo, en octubre de 2004, Patricio Martínez  pagó al empresario 4.6 millones de dólares por 212 hectáreas afectadas en sus terrenos. Además, el ex gobernador Martínez, de quien se dice que es socio de Vallina Lagüera, construyó durante su mandato una carretera que conduce al punto fronterizo Santa Teresa que atraviesa terrenos de San Gerónimo.

       Bill Sanders es un tejano acaudalado que ha pasado los últimos años comprando miles de acres de tierra y derechos de agua en su país, junto a la frontera mexicana. Su obsesión por la tierra en esa zona no es una locura. Sanders es un hombre visionario: “Le guste o no al país, la plataforma de fabricación en Estados Unidos va estar en la frontera con México y el crecimiento tendrá lugar allí”, dijo este empresario a una revista de la Universidad de Cornell, según cita la periodista Eileen Welsome.

       Las 380 hectáreas que ocupa la colonia Lomas del Poleo, están ubicadas justamente a un lado de la línea fronteriza con Sunland Park, Nuevo México y uno de sus linderos corre paralelo a San Gerónimo, propiedad de Vallina. Hay razones para pensar que la tragedia de los residentes de esa área está ligada a su ubicación geográfica. Desde el satélite de Google puede verse la extensión de sus predios trazados en medio de esta zona de gran  interés económico. Quedaron atrapados en la boca del desarrollo. Su presencia estorba, por lo que hay que desocuparlos.

 

                                                               * * *

 

       El 17 de febrero de 2010, José Espino, hijo, y otros colonos rompieron el cordón del Estado Mayor Presidencial y exigieron a Felipe Calderón justicia para Lomas del Poleo. El presidente se comprometió a revisar el caso. En marzo de este año, el ejecutivo federal mandó a Ciudad Juárez a Luis Camacho Mancilla, un alto funcionario de la Secretaria de la Reforma Agraria, para que hablara con los colonos. En una primera reunión, los residentes del Poleo entregaron al funcionario pruebas documentales de su derecho a la posesión. Refutaron la hipótesis de propiedad de Zaragoza Fuentes, quien ha dicho que su padre compró esas tierras en 1963, lo cual no ha podido probar en los tribunales.

       Ante Camacho Mancilla, los poloneses exhibieron el decreto del 17 de abril de 1975, en el que la Secretaría de la Reforma Agraria declaró en esa fecha 25 mil hectáreas como tierras propiedad de La Nación, donde, aseguran los colonos, se encuentran sus predios. Los colonos se quejaron ante Camacho Mancilla sobre la lentitud de los tribunales donde tienen juicios agrarios. Por eso los colonos propusieron la instalación de una mesa de diálogo, donde estuvieran representados no solo los colonos, sino también su contraparte: Pedro Zaragoza Fuentes.

       En las últimas semanas los colonos se han movilizado. Han buscado la solidaridad nacional e internacional. En uno de sus últimos encuentros con Camacho Mancilla, el viernes 3 de diciembre, César Silva Montes, catedrático de Humanidades en la Universidad de Ciudad Juárez leyó un documento suscrito por activistas, académicos e intelectuales del sur de Estado Unidos, quienes se pronunciaron a favor de una solución justa y digna al conflicto. Camacho Mancilla se ofreció como mediador, pero no dio ninguna garantía de solución. Por eso los colonos saben que su única arma es la resistencia.

 


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