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Los alimentos terrenales

 

 

Compartir mesa y mantel es una forma de hacer familia. Cuando invitamos a cenar o a almorzar a nuestros amigos, corregimos la ley de la sangre en favor de la familia elegida. Reunirse alrededor de una mesa un grupo de personas afines, es una de las ceremonias más grandes que existen, pues el objetivo último de la alimentación es preservar la vida. “Hay que comer mucho y fuerte, para ahuyentar a la muerte”, dice algún refrán castellano. Aunque no se sabe qué pensarán al respecto, esos guardias de tráfico del colesterol y del sobrepeso que son los médicos contemporáneos.

 

En la Huerta del Retiro iba a servirse un cocido madrileño para invitados italianos de Siena. La imagen muestra el momento previo al comienzo del almuerzo, en un posado de manos con sopera y platos blancos. Las de Giusseppino, a la izquierda; las de Federicco, al frente; y las de Simone, a la derecha. Las manos hablan de nuestra personalidad, tanto como los rostros. La torre negra del vino -con labios de precinto encarnado- reventaba de ganas de inundar las copas transparentes, las bocas, las gargantas, los cerebros… con su torrente de mágica influencia.  

 

En tiempos como éstos, quizás sean necesarias más reuniones para comer con nuestros amigos, al calor de los fogones domésticos para seguir celebrando juntos lo bueno que queda del mundo.

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