«El gran florecimiento de las letras y las artes que se produce en la era Tokugawa, se debe tanto al final de las guerras medievales que dividieron y asolaron el país, como al aislamiento de Japón impuesto por los Shogunes, que cerraron las fronteras del país a los extranjeros. Al no poder guerrear, comerciar o viajar allende los mares, los japoneses del periodo Edo intentaban saciar sus ansias de aventura, consagrándose a dos actividades fundamentales: la contemplación del arte, o su puesta en práctica a través del erotismo, la pornografía, las casas de diversión, y los espectáculos picantes. Como no viajaban, leían más, acudían con más frecuencia al teatro, se cultivaban en la caligrafía o la pintura, o bebían más saque en los burdeles mientras fornicaban. Las estampas japonesas de la escuela de Ukiyo-e retrataron toda esta vida licenciosa del barrio del Kabuki y las casas de citas retratadas por Utamaro. Sin embargo, las representaciones del teatro de muñecos de Chikamatsu eran otra cosa: iluminaban o ensombrecían los pálidos rostros de los enamorados; con ellas temblaba el alma.»
(Vizcaíno, Juan Antonio, «Las poéticas del teatro oriental», en Manual de Dramaturgia. En preparación.)