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Los apaches y la caballería

 

Así me explicó, con claridad diáfana y transparencia cervantina, un kurdo en un café de Estambul cuál era la diferencia entre kurdos y turcos, tras hacerme un mapa del Kurdistán en mi cuaderno de viaje y sugerirme que no utilizase demasiado esa palabra en Turquía. Mi pregunta había sido “¿pero quién llegó primero a Anatolia?”. Después de titubear un poco ―estábamos hablando en castellano, lengua que se le daba de madre― repuso: “para que lo entiendas con un ejemplo: nosotros somos los apaches, ellos son la caballería. Cuando llegaron con sus caballos y sus yurtas nosotros ya vivíamos en nuestras aldeas en las llanuras y montañas de esta tierra.” Aún conservo el mapa que me dibujó detallando las regiones en las que según él los kurdos son mayoritarios. Como suele suceder en estos casos, el Kurdistán prácticamente ocupaba toda Anatolia. A mi pregunta acerca de los griegos y de los armenios, fue ya más parco: “No sé. En mi tierra ya no hay. Se fueron todos cuando la guerra de los Anzac (Australia and New Zealand Army Corps, el cuerpo expedicionario australiano y neozelandés de la Primera Guerra Mundial)”. Resulta curiosa la analogía, pero es innegable que es eficaz en el mensaje que quiere transmitir. La he leído o escuchado en otras ocasiones. Los irlandeses hablan así de los británicos (aunque, en puridad, al menos geográfica, ellos también son británicos…); los lapones dicen lo propio de los fineses; los fineses idem de lienzo con respecto a los suecos; los albanokosovares también hablan así de los serbokosovares. Los vascos, ejem, zona de curvas, lo mismo a propósito de “los españoles”. Los nativos de Canarias (aunque sólo lo sean de una generación) respecto de “godos” y “peninsulares”; los de las Baleares respecto de los alemanes. O los “nativos” de Nueva York acerca de los irlandeses (Gangs of New York).

 

El Far West norteamericano gozó de extraordinarios pintores de ese epos, de ese enfrentamiento a muerte entre autóctonos y forasteros (Frederic Remington, Albert Bierstadt, Thomas Hill), pero sobre todo tuvo su Homero y Virgilio: John Martín Feeney, mejor conocido como Ford, John Ford. Su trilogía de la caballería es un auténtico epítome de la colonización de un territorio inmenso y del drama de los vencidos, los nativos americanos. John Ford, poeta con contradicciones, al parecer tuvo en su vejez grandes remordimientos de conciencia debido al retrato que hizo de los pieles rojas en sus películas. Tal vez su última gran película Cheyenne Autumn (El gran combate) en vez de su otoño cheyenne fue su auténtico verano indio: la confesión de su incomodidad por haber ocultado lo esencial de la historia, que su glorificada caballería había librado un combate de Goliath contra David, con la diferencia de que en esta ocasión el fuerte se había impuesto sobre el débil y además lo había humillado llevándolo a las inmundas reservas donde su cultura fue agonizando.

 

Los apaches y la caballería. Nosotros estábamos aquí antes que vosotros. Mi abuelo llegó antes que el tuyo. El abuelo del abuelo de mi abuelo ya vivía aquí cuando llegó el abuelo del abuelo de tu abuelo. Qué historias tan parecidas unas de otras. El hombre, los hombres, se mueven, a pie, a caballo o en patera desde que nuestra especie comenzó su andadura en el continente africano. El viaje es la quintaesencia mitificada y romántica de la migración. La epopeya es el relato del triunfo del fuerte sobre el débil, la historia oficial, la legitimación del triunfo de los recién llegados sobre los autóctonos y del sometimiento de quienes tuvieron peor suerte. Los apaches y la caballería.

 

 

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