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Los baños sin género y un café

 

Baños neutrales

 

En el comedor de la universidad el tema de conversación de esta media mañana es los baños sin género. La simple idea de compartir un baño público con personas de otro sexo. Hace ya algún tiempo que han abierto uno en el octavo piso del Graduate Center de CUNY y dos intelectuales españolas se preguntan si el asunto irá a mejorar cierta aversión que tienen muchas mujeres por el sonido de estómagos en proceso de desahogo. Llámeseles excrementos y flatulencias.

 

Es que a los hombres (y acá nos toca representar en este debate el papel del «macho» sudamericano) no nos importa el sonido del cuerpo, los gemidos y silbidos que fluyen como la vida –y la vida son los ríos– así vayan cargadas de desperdicios y vientos tóxicos.

 

A las dos profesoras españolas les ha tocado encontrarse con ese dilema. El «ser o no ser ruidosa» que al parecer formaría parte del ritual de mantener en el baño una conducta tan silenciosa como en la sala de lectura de la biblioteca pública. Los sonidos horrorosos no se demuestran, así estés escondida en el pequeño cubil defecatorio. Las chicas que lucen bien no suenan, las chicas monas mean en silencio. Pues con el baño sin género se acabaría este sin sentido.

 

La discusión, con café con leche, se torna hacia el vicio de vivir solos, a compartir la vida con otros, a las camas destendidas,  la ropa tirada y los cajones desordenados: parte esencial de la vida de pareja. No sé por qué, pero pareciera que el día ha sido el ideal para todo tipo de descargas íntimas. Cuando hablamos con soltura de la caca pues parece que todo tabú se quiebra, todo tema prohibido aparece de pronto liberado. Disfruto cada sorbo del café. Al parecer entiendes mejor a tus amigos después de conocer su posición frente a los pedos, la ropa en el piso y el cagar con ruido. «Estas son las conversaciones que forjan las amistades eternas» pienso.

 

Ya después, pasado el aperitivo, recordando aquellos temas profundos, nos instalaremos como profesores, frente a una clase, a interpretar el mundo desde la política de los medios, a buscarle el sentido la literatura, a encontrar el método perfecto de aproximarse a la oración subordinada y a los subjuntivos. Y es claro que aquellos ruidos en clase, los que hacemos dando la cara,  pasarán –como los flatos– rapidamente hacia el olvido.

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