¿Familia tardíamente romántica en tiempos anti-románticos, los del siglo XX? Los Baroja cultivaron la melancolía. Grabados melancólicos son los de Ricardo, mirada melancólica es la de Julio sobre su tiempo, en esa obra magna memorialística que es Los Baroja, que he citado anteriormente. Y no hay que olvidar que Freud vio una trabazón profunda entre ella y el duelo. No es un regodeo lacrimoso, ni una pose más o menos refinada; no, es vivir aferrado a la fidelidad de un quehacer común, de un amor por la obra de los familiares ausentes, por una inmensa compasión filial por ellos. Recientemente Víctor Colden, en su Gazeta de la melancolía, nos ha advertido de que la melancolía sacada de sus casillas, extrema, puede derivar en solipsismo, o también en un escepticismo para el que “la verdad es inalcanzable, todo teatro y trampantojo”. No estamos muy lejos de los parajes sentimentales y políticos por los que circuló el alma vagabunda de Pío Baroja.
Una vocación común de los Baroja fue, ha sido, el género autobiográfico. Todos han escrito páginas de recuerdos. Pío, su Desde la última vuelta del camino, escrita desde 1940; sus hermanos Ricardo y Carmen, el primero hablando sobre todo de sus años mozos, de los ambientes que frecuentó, por ejemplo el famoso Café Levante, en Madrid, la segunda, de una manera más fragmentaria, de sus actividades feministas en el Lyceum Club y de su dificultad para abrirse camino en el mundo del estudio y de la historia de la orfebrería. Por otro lado, es preciso subrayar el fervoroso trabajo de recuperación y salvación, en términos orteguianos, de la propia vida de Pío Caro Baroja padre, de su estancia de varios años en México, El gachupín, tan importante en su futura vocación como cineasta y documentalista, así como de la vida y obra de su tío Pío Baroja, Crónica barojiana, donde se incluye también La soledad de Pío Baroja, sin olvidar ese libro tan singular y emotivo, compuesto de cartas a los familiares y amigos ausentes, por fallecidos, que es La barca de Caronte. Y en el centro de todo ese afán memorialístico, de todo ese edificio de introspección individual y familiar se encuentra, evidentemente, esa obra decisiva que es Los Baroja, escrita en los 60 y publicada por Julio Caro Baroja, en 1972. Obra ineludible en la que la mirada desencantada, inmisericorde, la tristeza, las decepciones, van al compás de los sucesos que atravesaron la historia de los españoles, desde la Restauración hasta el franquismo.
Los Baroja tocaron muchas teclas (uno de los aspectos que los distingue de los Gallimard y de los Mann). Pío fue seguramente, de todos los Baroja, el de “piñón fijo”, el más íntegra y denodadamente dedicado a una sola actividad, la de novelista, aunque cultivó también la autobiografía, como hemos dicho, y escribió algunos ensayos, El tablado de Arlequín y La caverna del humorismo, que dan algunas claves de la complejidad de su ideario estético y político y un solo poemario (Canciones del suburbio), que escribió en París, en su destierro, reunidos recientemente en Cátedra. Son dos géneros olvidados en los estudios barojianos, pero que no dejan de tener su interés.
Ricardo fue más polifacético que su hermano. Fue, sobre todo, un grandísimo grabador, pintó óleos, algo más clásicos, menos expresionistas, tal vez menos emotivos, en líneas generales, aunque de delicado sentimiento lírico; hizo incursiones interesantes en el cine como actor, por ejemplo en El sexto sentido de Sobrevila, de 1929, un film experimental, cercano precisamente al cine expresionista alemán; frecuentó el mundo del teatro y fue muy amigo de Valle-Inclán y de Rivas Cheriff (sin olvidar a Azaña, nada apreciado por su hermano), y también escribió novelas. Carmen Baroja fue etnógrafa (estudiosa de la orfebrería, de los tejidos y de otros materiales), feminista (fundadora del Lyceum Club), ensayista, escribió sus memorias y, como su hermano Ricardo, estuvo muy implicada en el mundo del teatro, con los tres intelectuales antes aludidos, en particular en “El mirlo blanco”, teatro de cámara. Rafael Caro Reggio, marido de Carmen y padre de Julio Caro Baroja y de Pío Caro Baroja, fue sobre todo un gran editor, insuficientemente reconocido y que tuvo poca fortuna en la vida. Las relaciones con su cuñado no debieron de ser siempre sencillas…La bomba franquista que cayó en su editorial lo dejó abatido. Afortunadamente, su hijo Pío reflotó la editorial, Caro Raggio, en 1972, cuyo timón llevan desde hace un tiempo sus dos hijos.
En Julio los palos tocados fueron también numerosos: antropología, etnografía, historia, ensayo (un género que él no apreciaba, en especial el ensayo español de su época, pero en el que destaca a partir de los años 70 con El laberinto vasco), y, por supuesto la autobiografía. Y, ojo, también dibujaba con finura, tanto en un tono humorístico y desenfadado como en sus trabajos de campo etnográficos, tanto en el País Vasco y Navarra, como en general en toda España, incluida la otrora colonia española, el Sahara occidental. En su hermano el cine es una pasión. Su tío Ricardo pudo tener algo que ver, pero, sobre todo, fue México que le abrió los ojos al séptimo arte. Conoció a Luis Buñuel, a Emilio Fernández, llamado “el indio”, dos cineastas sin parangón, y a Cesare Zavattini, guinista de El ladrón de bicicletas y de tantas películas italianas de la posguerra. Es sobre el neorrealismo italiano que Pío Caro Baroja escribirá su primer libro, en 1955, y dos años más tarde Las estructuras fundamentales del cine, ambos en México. No estaría mal rescatar estos dos libros…De vuelta en España, trabajará en el NODO y en el segundo canal de la RTVE y luego, ya, de una manera independiente, realizando treinta y ocho documentales, bastantes de ellos de marcado carácter etnográfico. El reflote de la editorial de su padre y su intensa actividad memorialística y difusora de la obra de su tío completan su perfil.
Decía que los Baroja tienen a Itzea como imán, sin olvidar Madrid y Churriana. Sería completamente equivocado presentarlos como unas personas chovinistas, provincianas o localistas. Quisiera subrayar en este sentido la amplitud de miras de los Baroja. Pío recorre unas cuantas regiones españolas, Francia, Inglaterra, Alemania. Julio añade a su tío, por influjo de su amigo Geral Brenan, una querencia por Andalucía y, en general, por toda España, Africa (Sahara), sin olvidar sus estancias en Oxford, en Perú y en los EEUU. En su hermano, Pío, México es determinante. Subrayaría también en los Baroja su manera laica, desmitificadora, fuera de lugares comunes, nacionalistas, de uno u otro signo. En Pío los vascos que aparecen en sus novelas ni son meapilas ni sesudos trabajadores ni fortachones primitivos. Son aventureros (el vasco del mar es fundamental en su narrativa), socarrones, marginales, soñadores. En Julio el vasco es un mosaico plural de tradiciones, algunas de ellas comunes con sus vecinos, de peculiar y compleja historia. En los documentales de su hermano Pío Caro Baroja, los vascos están en estrecho contacto con su medio ambiente. Son fruto del mar, de la fragua, de los bosques, de la piedra. En su visión explícitamente materialista, que yo veo casi ecologista, los hombres forman parte de un matraz común con las rocas, los minerales, las plantas y los animales de su territorio, matraz que ha ido destilando a lo largo de la historia una serie de formas de vida concreta.
La familia Baroja ¿fue, es, una familia liberal? ¿Librepensadora? ¿Teñida de nihilismo ? Hay algo de todo esto en proporciones difíciles de aquilatar. Desde luego, el más proclive al nihilismo fue Pío Baroja y el más inclinado a la actitud puramente liberal fue Julio, aunque nunca su liberalismo fue político, sino más bien moral, como talante. En Ricardo y en su sobrino Pío hay facetas izquierdistas, incluso en algunos periodos filocomunistas, que no son compartidas por los dos primeros. Dicho esto, lo mejor que define a la familia es su inveterado escepticismo, metafísico, moral, político, incluso metodológico, epistemológico, como en don Julio. Recelo casi instintivo con respecto a las ideas precocinadas, a los lugares comunes…¿Qué dirían del panorama actual? Apego por las personas de carne y hueso, más que por las ideas abstractas. Ejercicio de la duda. Práctica terca del no compromiso, con quién sea, de no casarse con nadie, aunque haya, a veces, que tragar sapos y mira que los tragaron durante el franquismo… Eso sí, si hay que tragarlos, tragar el menor número posible, o deseable. ¿Parentesco con Montaigne ? La ironía, o mejor dicho el humorismo, la experimentación de diferentes recursos en el ensayo barojiano, que no está desprovisto de interés, la duda pendular, muestran una asimilación muy circunscrita del legado del francés.
Pío fue un individualista stirneriano, un egotista (Mainer tuvo razón en insistir en este punto) a veces republicano durante la Restauración, con ramalazos de viejo antisemitismo cultural, de impronta francesa, no religiosa ni nazi, medio darwiniano, como lo ha mostrado hace poco con detalle Raphaël Estève en su libro, tan instructivo y exhaustivo, Généalogies de El árbol de la ciencia, de Pío Baroja. Más tarde, desde el 31, el novelista no tuvo nada de republicano; en 1936 estuvo a punto, en tres ocasiones, de que lo asesinasen los carlistas. Huye después a Francia, acude, ya de nuevo desde Vera de Bidasoa, a Salamanca, a jurar como académico del Instituto de España. El sapo franquista se lo traga mondo y lirando, sin ser realmente franquista. Pío fue, además, claramente escéptico respecto al krausismo y al ginerismo cuyos ideales —no lo olvidemos—aspiraban a una mejora progresiva de la humanidad a través de la educación. No había nada más anti-pedagógico que Pío Baroja —es, en cierto sentido, un elogio decírselo— pese a que en él hubiese un gusto por la excursión, por el senderismo (que vemos por ejemplo en Camino de perfección), por los grandes espacios y las caminatas, de raigambre institucionista.
Julio fue el de perfil más liberal de todos. No en vano se educó en el Instituto-Escuela, el laboratorio pedagógico de la ILE. De ahí su simpatía, eso sí distante, con la ILE (la correspondencia que mantiene con Alberto Jiménez Fraud, alma mater de la Residencia de Estudiantes y exiliado en Inglaterra, y del que hablé en este blog, en torno al archivo Giner de los Ríos, es de un gran interés), aunque, claro está, escéptico, una vez más, respecto a su legado y en general al legado republicano…Tal vez Julio fue menos escéptico respecto a la figura de Ortega y Gasset, en cuyo Instituto de Humanidades participó, a fines de los 40, en Madrid, y en cuya Revista de Occidente colaboró, una vez resucitada por su hijo en 1963, en la segunda época.
El nihilismo de Pío no iba contra el hombre, sino contra toda “institución no-vital”. Todo lo cobarde, lo falaz, lo momificado, lo establecido, le repugnaba, incluidas las “guerras estúpidas”, como la de Marruecos, uno de cuyos más entusiastas partidarios era un militar llamado Francisco Franco. Pero, esta lucha contra los molinos decadentes, ¿cómo se traducía políticamente hablando? Desde luego, el crisol con el que miraba el teatro del mundo, como diría Calderón de la Barca, era el de un “individualismo exaltado” al que le resbalaba toda conquista social durante la república, lo cual no es comprensible, y por encima de cualquier cosa, todo sectarismo tendente a hacer del hombre un rebaño…Ver la política desde el tendido como si fuera un teatrillo de marionetas, durante la República, la Guerra Civil y el franquismo fue una actitud muy barojiana. La política la parecía la nueva religión de los tiempos modernos que había que evitar a toda costa, pero no la evitaba cuando tragaba sapos.
No, contrariamente a lo que dicen algunos intelectuales conservadores, hoy en día, con ánimo manipulador y presentista, don Pío ni fue centrista, ni izquierdista ni derechista, ni siquiera —si me apuran—liberal. Su “liberalismo”, en nada político, fue un liberalismo de mínimos: “libertad de mirar” y de criticar, solo que durante el franquismo este ejercicio básico lo puso en sordina.
El mundo “ha perdido su chispa”, como dijo en 1950. Los mediocres reinan a sus anchas y todo anda peor que en tiempos pasados, en especial en sus admirados siglos XVIII e inicios del siglo XIX. Hay que reconocer que su visión sobre la historia era muy primaria. Don Pío fue un pesimista gruñón, un romántico escéptico, un individualista en tiempos colectivistas. Fue a contracorriente de muchas cosas y eso le honra, pero perdió el ritmo más incisivo del siglo XX, más innovador en las artes, más hondamente liberador, en política, más renovador en el campo del pensamiento. Creo que lo más titánico que hizo es darle chispa al mundo, por medio de sus novelas, y ser un patriarca soltero de una extraordinaria familia, de indudable relevancia cultural en Euskadi y, en general, en España. Dejémoslo así.
Le Mans, a 28 de febrero de 2024