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Los Baroja. Memorias familiares

 

En 1957, poco después de la muerte de su tío Pío, Julio Caro Baroja sufría una intensa crisis espiritual. Como consecuencia de la misma, comenzó a ver el mundo desde la sepultura. La soledad inundó su día a día y, con apenas cuarenta y tres años, se consideraba un hombre sin salud ni energía suficiente. Fue entonces, al sentir que tenía más personas queridas en el otro lado de la vida que en éste, cuando decidió escribir unas memorias. Con todo, catorce años después regresaría la obra para revisarla, cuando sus dos sobrinos le insuflaban cierta ilusión en el porvenir. Sin embargo, continuaba considerándose un ser humano con escasa vitalidad. Una caracterización que puede llamar poderosamente la atención a aquellos conocedores de la extensa obra de un intelectual a quien no se le escapó ninguno de los principales temas de nuestro pasado, desde los moriscos a los judíos, pasando por el sorprendente mundo de la brujería o la transgresión del carnaval. Sin olvidar tampoco sus numerosos y trascendentales trabajos sobre los vascos y su laberinto identitario, gestados desde la privilegiada mirada que le ofrecía Itzea, el caserón comprado por su tío Pío en el pueblo navarro de Vera del Bidasoa, donde acabó sus días en 1995. Y es que Caro Baroja fue un investigador incansable, disciplinado y racional, quizá debido a la frágil salud de la que tanto se quejó.

 

Sea la opinión que tengamos sobre el personaje, el regreso de este volumen a las mesas de novedades es la confirmación de que nos encontramos ante un importante clásico del memorialismo español. Los Baroja es una narración que trasciende lo personal y lo familiar y se convierte en un relato sencillo de toda una generación y una época. Por sus páginas circulan actores señalados de la vida intelectual española, pero también multitud de personas anónimas que vivieron entre la Segunda República y la posguerra. Además, el lector podrá acercarse mejor al temperamento y la personalidad de las dos divergentes líneas familiares del autor y los lugares por los que transcurrió su vida, donde se enfrenta el amor filial por Vera y sus constantes desencuentros con Madrid. En definitiva, son los recuerdos de un liberal que defendió y soñó que la conciencia individual fuese la base de la acción política y social. Un programa nada impreciso cuando una inmensa mayoría odiaba la libertad o, al menos, la ajena.

 

Como investigador concienzudo e interesado en la vida de muchos de los sujetos históricos sobre los que trabajó (no puedo dejar de señalar el delicioso El señor inquisidor y otras vidas por oficio), Caro Baroja llegó a asegurar en diversas ocasiones que la labor biográfica era una de las grandes tareas humanísticas. Releyendo este texto se tiene la firme convicción de que cualquier persona a cierta edad debería comenzar a escribir su autobiografía, a pesar de las posibles dificultades del empeño. Estas memorias son un imprescindible testimonio entre la vida y la muerte de una época decisiva en la que, como el propio Caro reconoce, todos sus protagonistas se hundieron en una charca.

 

(Una versión acortada de esta reseña del libro Los Baroja. Memorias familiares –RBA, Madrid, 2011– de Julio Caro Baroja se publicó en la sección de cultura de La Gaceta, el 5 de marzo de 2011).

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