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Los bulevares periféricos de Patrick Modiano

 

No voy a empezar esta noche. El rótulo parpadea como en tantas ficciones consagradas. Pero el lugar común tiene esas derivaciones. Ahora anuncia lo que durante un tiempo fue indispensable para vivir. Los automóviles han de aminorar la marcha al incorporarse  a la avenida algo empinada, de ahí que las ráfagas de los faros, especialmente en las noches de lluvia y niebla, apenas rocen la piel de los maniquíes. Seguimos sin saber demasiado de nosotros mismos.

 

Fue la primera incursión en un territorio borroso, y se convirtió en una verdadera adicción, aunque durante algún tiempo desapareció de mi espectroscopio de frecuencias. Sus novelas empezaron a publicarse con una cadencia irresistible casi siempre en Panorama de narrativas. ¿Cuántos equívocos, enamoramientos, extravíos y vocaciones debemos a esos libros que forman parte (biblioteca de huérfanos, narcisistas y hermafroditas), de esa colección amarillo vicioso de Anagrama? Al primer Patrick Modiano no lo conocí ahí, pero su surco caló tan hondo en la piel, sus bulevares periféricos dejaron huellas tan inconfundibles en el asfalto, tan irresistibles, que no hice sino esperar inconscientemente a que volviera a ponerse a tiro para que mi deseo no renunciara a sus indudables atributos como escritor en el que confiar cuando la auto-ficción y la historia más que darse la mano comparten la misma habitación de hotel, a ser posible de las afueras.

 

La ronda de noche

La ronda de noche, de Pelayo Ortega.

 

A partir de una idea de Fernando Castillo, los pintores Pelayo Ortega, Carlos García Alix, Damián Flores y Mariana Laín se han dedicado a trasladar a Patrick Modiano a su territorio. El resultado es Geografía Modiano, hasta el 16 de julio en la galería madrileña José R. Ortega, afín a este juego que contribuye a borrar las fronteras entre dos disciplinas del mismo modo que en el mundo del novelista francés nunca sepamos del todo a qué atenernos cuando buscamos en el callejero histórico de París la confirmación de que en ese número de esa calle de Neuilly, Passy, Clichy, Montparnasse, el Barrio Latino, Val de Grace hubo exactamente un hotel (como el L’Unic, L’Herbe des nuits, Sègur…), un cine, un garaje, una estación de metro o de ferrocarril, un bar o un café (como Le Condé, el Café Tournon, el Café Calciat, el Café Malafosse, Au chien qui fume…). Sigo la exhaustiva relación del propio Fernando Castillo en su Geografía Modiano, que da título a la exposición y al primer texto de un catálogo que ya se ha convertido en objeto de culto, fetiche modianesco, y en el que especifica en qué novela aparece anclado cada espacio. El mapa es tan preciso que para perderse hace falta convicción. Plaza del Alma sería una dirección adecuada para dirigirle a Modiano las preguntas que nos suscitan sus ficciones desde aquellos lejanos Bulevares periféricos,hoy rescatados por el amarillo vicioso en una irresistible Trilogía de la Ocupación. Anota el inductor: “Es un París múltiple, tan onírico, interior e intemporal, según declara el propio escritor, como histórico y real”.

 

Café Le Condé, de Damián Flores.

 

¿Cómo no dejarse persuadir por el neón de un cabaret siniestro, por las rutas canallas que conducen a los cuatro marcos temporales de la pesquisa modianesca: la guerra, la ocupación, los cincuenta y los sesenta. Castillo trata de perfilar el adjetivo, acaso no demasiado afortunado desde el punto de vista de la eufonía, pero no todos los bulevares ni la propia biografía son solubles, digestibles (qué le pregunten sino al propio escritor por sus progenitores): “alude al autoquest, a la evocación de ambientes y de personajes sin aparente importancia en los que el claroscuro desenfoca la realidad o la ficción (…) como señala el propio Modiano, lo importante no es tanto el resultado de la búsqueda como la búsqueda en sí”. De ahí que lo que es un leitmotiv en muchos autores, la insistencia, la sensación de que en realidad están “escribiendo siempre la misma obra”, en este caso forme parte de un tejido que es un mapa moral, un territorio físico de acciones y omisiones, de actos innobles o inexplicables, de los que no siempre cabe averiguar las razones exactas y completas, aunque la conjetura del autor sobre lo ocurrido en la habitación de un hotel nos permita dilucidar parte de nuestro pasado, una proyección que llevar al mapa del deseo, que a veces coincide con el de Borges, con el de la realidad, sobre el que nos movemos con indolencia.

 

Suburbio, de Pelayo Ortega.

 

¿Cómo no pensar en mi padre, en las preguntas que no le hice, en las zonas de sombra, en lo que la luz de este flexo alumbra ahora mismo, las manos sobre el teclado, la noche exterior, el azul imaginario, las fintas de carácter, los grandes silencios que nos permiten un caudal de suposiciones? Y es que cuando se habla de automóviles, yo parto de mi propia memoria. ¿Por eso me he resistido también a conducir, como otra forma de negarle, como hice al alejarme para siempre del mar, del astillero, de la vela? “Por alguno de los lienzos realizados para la ocasión”, añade Fernando Castillo, “se cruzan los automóviles tan habituales en la obra de Patrick Modiano –desde el Lancia de Barrio perdido o el Opel de Domingos de agostoal Citroën DS 19 de Remisión de condena, pasando por los Ford, Buick, Bentley, Delhaye, Fiat… de la Trilogía de la Ocupación-, que muchas veces tienen un contenido y una poética literaria como sucede con el ya aludido Citroën traction avant, vehículo habitual de la Gestapo francesa y en el que César González Ruano hizo su viaje a los infiernos, es decir, al 93 de la rue Lauriston”. ¿Cuándo nos sacarán de dudas Plàcid Garcia-Planas y Rosa Sala Rose acerca de esa inquietante figura en la que ya indagó José Carlos Llop y que da nombre a un codiciado premio periodístico?

 

En la estación, de Mariana Laín.

 

La noche y el invierno. Las novelas como arcos voltaicos, años negros, de juventud que ha de ser sometida al escrutinio de las razones y las concesiones, en esta época que parece ajena a los avatares de la historia porque para tener perspectiva hay que bajar a las cloacas, subir a la azoteas, recorrer los barrios periféricos, las inconstantes afueras, bajar a los túneles del metro cuando ya no pasan trenes, espiar el contenido de los convoyes nocturnos, acechar en las gasolineras, contar cuántos y quiénes son los que rastrean en nuestras basuras, antes de que nos demos cuenta de que algún día podemos ser nosotros mismos, o de que algún amigo ya lo está haciendo. Nosotros, que pensábamos que no nos iba a tocar nunca.

 

Le depôt au lever du jour, de Damián Flores.

 

“¿Te importa que demos un rodeo?”. La deriva urbana de Patrick Modiano es el título que ha puesto a su contribución a esta aventura pictórica, que no se avergüenza de ponerse al servicio de la literatura con armas y bagajes, Denis Cosnard, periodista de Le Monde y, fiémonos de Castillo, “probablemente el especialista en Patrick Modiano más reconocido gracias a la creación y dirección de Le Réseau Modiano, lugar de referencia en la red, y a su obra Dans la peau de Patrick Modiano. Parte Cosnard de la última novela de nuestro interlocutor nocturno: L’Herbe des nuits, publicada por Gallimard en 2012. Dannie y Jean, los dos jóvenes protagonistas del relato, al salir de la estación de Lyon deciden ir andando hasta su casa en la rue del Aude. Pero cuando están a punto de atravesar el Sena, Dannie propone un cambio: “¿Te importa que demos un rodeo?”. Según el periodista, “los trayectos nunca se efectúan en línea recta”. Cabría añadir, sin distorsionar la intención, “los verdaderos trayectos”. Y enseguida trae a colación Cosnard a un autor que en esta revista hemos homenajeado concediéndole la vitola de una de nuestras mal llamadas secciones: Sociedad del espectáculo. A Modiano no solo le ha interesado la “deriva” de Guy Debord, sino que de él tomó el título de uno de sus libros más prometedores, En el café de la juventud perdida. Cita Cosnard la definición de deriva que hace uno de los padres más ardientes de la Internacional Situacionista, sobre todo a la hora de “renunciar provisionalmente a los recorridos habituales” para “dejarse llevar por los accidentes del terreno y por sus correspondientes reencuentros”.

 

Esa es la lectura de la ciudad que pretendemos, a la que podríamos bajar ahora mismo desde nuestro palomar, aparentemente a salvo, de momento, del desahucio, de la guerra, de una inundación (siempre me he preocupado de alquilar inmuebles altos, junto a rampas, para que si se desbordan las cisternas del cielo, sube el nivel del mar o se derrame un río no peligren mis libros), para recorrer por ejemplo con el insomnio de Cioran esas calles que ahora cuentan mucho más despacio una historia que es la que Modiano se empeña en escribir, “una ciudad onírica” sobre la que, recalca Denis Cosnard, “multiplica las metáforas que presentan una visión desenfocada del mundo que le rodea, aunque emergen algunos detalles nítidos, lo esencial del paisaje permanece en lo ‘borroso’, la ‘niebla’, el ‘sueño’, la ‘penumbra’ o, por el contrario, en la ‘luz demasiado intensa’, lo que en ningún caso permite distinguir los rostros”. Pero no solo. Porque “a Patrick Modiano le encanta recuperar sucesos que le interesan, y luego fragmentarlos y dispersarlos en sus narraciones”. Por eso, “las direcciones concretas, acompañadas a veces de números de teléfono, son los detalles que más se distinguen en la bruma modianesca”. El efecto es deliberado, y eficaz. Podemos dar fe: “las direcciones producen una sensación de realidad que da a la novela un anclaje en el contexto histórico algo perturbador porque el lector no sabe si lo que está leyendo es ficción o realidad”.

 

El doctor Bardamu, de Carlos García Alix (Luis Ferdinand Celine, condenado a ser judío)

 

¿Es hora de acostarse o de seguir indagando? ¿De cerrar los ojos o de cerrar la puerta a tu espalda para perderse por las calles desiertas hasta alcanzar los bulevares periféricos? Por una parte, “citar en una novela estos lugares evita que se hundan completamente en el olvido”. Lo hace con menos dosis de ambigüedad el periodismo. Tratando precisamente de reducir al máximo el grado de ambigüedad. Pero se me cierran los ojos. Termino como termina Denis Cosnard. El lector acaba descubriendo que el narrador de L’Herbe des nuits se llama Jean y es un escritor. “Un poco antes del final de la novela, el inspector Langlais redacta una breve carta para Jean que termina con estas palabras: ‘Cuente con mi discreción. Además, creo que usted ha escrito alguna vez que vivimos a merced de ciertos silencios’. Ahora bien, resulta que Modiano utiliza esa frase en su novela El café de la juventud perdida. Parece, pues, como si Langlais identificase al Jean de la ficción con el autor de la novela, Patrick Modiano”. Sin embargo, esa misma frase fue utilizada en otro libro del novelista, Quartier perdu, y en ese caso atribuida a un “moralista francés”. Cosnard: “Una alusión a Henry de Montherlant: ‘Vivimos a merced de los silencios’, sin duda la frase más sobrecogedora de sus carnets (La Pléiade, Gallimard, 1957); esta confesión fue más tarde comentada por François Mauriac en sus Mémoires intérieurs (Flammarion, 1959). En este caso, ¿Langlais se refiere a Modiano, Montherlant o Mauriac? Lo borroso subsiste. Como escribía Debord en su artículo de 1956: ‘El gusto por la deriva lleva a preconizar toda clase de nuevas formas del laberinto’”.

 

 

 

(Todas las imágenes proceden del catálogo de Geografía Modiano, publicado por la galería José R. Ortega, de Madrid)

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