Los pies del pintor refulgían en el dibujo como dos ostias; la luz les salía de dentro. Podrían haber ilustrado un recordatorio de primera comunión por sí mismos.
Siendo lo más terrenal de nuestro cuerpo, los pies sostienen y elevan nuestro más alto espíritu. Quizás por esa paradoja resulten tan divinos.
No hay nada más triste que quedar relegado a una silla de ruedas para los restos. Qué penoso el caminar de un humano con muletas.
Y no sólo no celebramos a nuestros pies -que nos traen y nos llevan- sino que además los escondemos bajo zapatos y calcetines, con el pretexto de protegerlos.
Los pies son las alas de los humanos. Tienen por sí mismos tantos huesos como el resto del cuerpo.
Los pies del autorretrato desnudo de Faba sentían celos del parquet que pisaban: tenía más fuerza pictórica que ellos mismos. Algo que les resultaba -a todas luces- inadmisible.
Y no es sólo porque fuera el suelo lo más realista del cuadro, sino porque estando la tabla apoyada en el suelo al ser pintada, nunca habíase encontrado un modelo más cerca de su cuadro. Debieron saltar -entre ellos- chispas de corriente alterna.
La ilusión óptica mostraba al suelo entrando en el cuadro; o, bien al contrario, al suelo del cuadro derramándose por el del salón, donde estaba siendo pintado.
¡Alucinaciones de Alicia a través del espejo!