Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Sociedad del espectáculoLetrasLos ‘Diarios’ de Iñaki Uriarte. Un amigo en zapatillas

Los ‘Diarios’ de Iñaki Uriarte. Un amigo en zapatillas

En mayo de 2010 la editorial Pepitas de Calabaza sacó a la luz el primer volumen de los Diarios de un escritor que por entonces, a sus 63 años, todavía no había publicado ningún libro. Hasta ese momento Iñaki Uriarte –nacido en 1946 en Nueva York, aunque vive en Bilbao y se considera donostiarra– sólo había escrito algunos artículos para El Correo y había avanzado varias entradas de ese primer volumen (correspondiente a los años 1999-2003) en la revista Clarín, alentado por su director José Luis García Martín. El libro supuso una revelación inmediata y cosechó un rotundo éxito “de crítica y público” (por atenernos al cliché), logrando además el Premio Euskadi de ensayo en castellano y el Premio Tigre Juan.

 

Fue como el equivalente en literatura a esos actores curtidos durante décadas en la oscuridad de los teatros que, de repente, a la edad en que los demás se jubilan, hacen una película y reciben el Óscar al Mejor Actor Revelación. Imagino que Uriarte ha debido de ir curtiéndose la prosa por dentro a lo largo de muchos años, a base de lecturas desordenadas, ociosas, casuales, de digestión reposada, sin ansia ni obligaciones ni prisa, quizá con cierta pereza, anotando algunas citas en la libreta del cerebro, y sobre todo asistiendo al espectáculo de la vida con esa sabiduría que consiste en observar las cosas sin darles demasiada importancia. Quizá es la única forma de que salga la escritura tan natural, tan precisa, tan fluida.

 

Los comentarios elogiosos de autores de referencia y grandes expertos en el género de los “diarios”, como Jordi Gracia, el propio García Martín, Andrés Trapiello, Enrique Vila-Matas o Antonio Muñoz Molina, quedarían reflejados al año siguiente en la faja roja que envolvía el segundo volumen de los Diarios (correspondiente a los años 2004-2007). Tras sucesivas reimpresiones del diario, el lema de Pepitas de Calabaza –“Una editorial con menos proyección que un Cinexín”– se había demostrado falaz en cuestión de pocos meses.

 

El año pasado se publicó el tercer tomo de sus Diarios (correspondiente a los años 2008-2010) y los admiradores de Uriarte nos lanzamos a leerlo como si nos fuese la vida en ello. A quienes disfrutaron con los anteriores no les decepcionó; era como retomar una gozosa lectura veraniega, de esas en que uno roza la felicidad doméstica con una cerveza muy fría en la mano. Sus seguidores sólo quedamos un poco preocupados por la extensión menguante (125 páginas, cuando los anteriores tenían casi 200), por la demora en la publicación (4 años) y por las dudas del autor respecto a la exposición pública de su obra y a su continuidad. Parece que puede tratarse del último.

 

Yo creo que la clave del éxito de los Diarios de Iñaki Uriarte reside, sobre todo, en el estilo: un estilo sencillo, claro, sobrio, directo, natural. Además, su tono amable, unido al ingenio y al sentido del humor, compone una peculiar figura (la del propio personaje-narrador) que se hace muy simpática al lector. No lo podemos evitar: nos cae bien. El resultado de todo esto es una sabia combinación de citas, opiniones y anécdotas (personales, literarias, históricas), tremendamente amena y divertida. Al cerrar sus páginas, tiene uno que quitarse la sonrisa para volver a encarar el mundo dignamente.

 

Nos hallamos ante una escritura transparente, en el sentido de que transparenta un carácter, una personalidad, unas ideas. Domina en sus páginas una visión agnóstica y antirretórica de la literatura, muy necesaria en estos tiempos de beatería letraherida: “Pla dice que hay que escribir como se escribe una carta a la familia, pero con un poco más de cuidado. Aquí voy a hacerlo como si hasta las cartas fueran un alarde de retórica. Como si hablara solo”. Y mucha, mucha ironía: “Con lo fácil que es no escribir un libro malo”. La siempre agradecida concisión. La siempre bendita contradicción. Al leerlo piensa uno: aquí, un hombre. Un estilo sencillo, un tono amable, una mirada llena de humor, a veces cínica: “Ni espíritu de sacrificio, ni afán de superación, ni aspiración a la excelencia. Ni ningún respeto o simpatía por tales cosas”. Y cierta misantropía: “Uno de los secretos del placer estético que produce la naturaleza es que no hay gente”.

 

Como decía, el personaje-narrador de estos diarios nos cae bien. Es un hombre que no trabaja, porque no lo necesita (vive modestamente de las rentas), y que presume de vago: “¿Qué has hecho hoy? Fumar”; “Trabajar es como estar enfermo. En cuanto se te pasa, te pones contento”. Su desprecio de la cultura del esfuerzo y del trabajo justifica, seguramente, su inclusión en el catálogo anarquista de la editorial riojana. Por supuesto, nos da envidia de esta posibilidad de vivir sin trabajar; de ahí que, ante la jactancia del afortunado, algunas lecturas deriven hacia el menosprecio o el reproche (¡cómo presumir de privilegios cuando hay tanta miseria en el mundo!). Gran admirador de Montaigne (que también en este tema del trabajo es su guía y modelo: “Mi principal oficio en esta vida ha sido pasarla dulcemente y más bien apática que afanosamente”; “Nada me es tan odioso como la preocupación y el esfuerzo, y solo busco vivir con indolencia y dejadez”, escribió el francés), Uriarte sabe resumir las sutilezas de la psicología humana en paradojas aparentemente surrealistas pero que son muy realistas. Un realismo sin prejuicios ni corrección política: “Hasta que no desaparezcan las joyerías habría que mantener un poco en cuestión todo eso del feminismo”.

 

En sus páginas encontramos recuerdos familiares, aforismos, citas y bastantes anécdotas con moraleja descreída. Aunque no tengamos gato (una de las obsesiones de Uriarte) y no hayamos ido nunca a Benidorm (su lugar de reposo preferido, una especie de paraíso terrenal kitsch), podemos sentirnos identificados con la mayoría de sus gustos, lecturas, maestros… Obviamente, no siempre compartimos sus opiniones, pero las expresa de forma tan irónica que nos dan ganas de darle la razón, al menos durante un rato.

 

En el tercer volumen de los diarios Iñaki Uriarte relata la prevención y el miedo con los que estaba viviendo el acontecimiento de la publicación del primer tomo. El hecho de “tener galería”, de saber que ya había gente que iba a leer sus apuntes, le atenazaba y le impedía escribir con la misma soltura. Como es uno de los pocos casos en que puedo ofrecer mi testimonio sobre un escritor, debo decir que esos miedos son verídicos. Tuve la oportunidad de leer el primer volumen de los Diarios de Uriarte un año y medio antes de que se publicasen. Lo leí de un tirón, con esa curiosidad palpitante que despierta la mercancía inédita, casi clandestina, y enseguida me sentí muy cercano a su forma de ver las cosas y, sobre todo, a su estilo y a su tono, a esa manera de escribir sobria, directa y sencilla. Me enganchó de inmediato. Escribí un elogio en internet exigiendo a los editores españoles (siempre ciegos) su publicación inmediata y, unos meses antes de salir el libro, recibí un email del propio autor preguntándome si seguía pensando lo mismo, si me seguían gustando tanto sus textos, porque tenía bastantes dudas y miedos ante la inminente publicación. Le respondí que por supuesto, que me seguían pareciendo una maravilla. Una de las cosas que más le extrañaban de mi admiración era, según me dijo, el abismo generacional que nos separaba: 31 años, exactamente. Yo, en cambio, lo veía como algo natural; probablemente, si hubiese un censo de seguidores de Uriarte, la media de edad se acercaría más a la mía que a la suya.

 

Empezaba Uriarte el segundo volumen de sus Diarios diciendo que a veces vuelve a sus anotaciones “como quien vuelve a casa, y soy yo mismo el que me abro la puerta y me recibo y me doy conversación”. Y así es también como se siente el lector: como ante un amigo que le recibe en casa en zapatillas y le da conversación en el sofá mientras se toman un café tranquilamente. Es un estilo amigable, cálido. Una ironía sonriente. En vez de llamar a la puerta, sólo tienes que abrir las páginas de sus diarios, y vuelven a la conversación los otros compañeros de siempre: Montaigne, Proust, Borges (más el gato que el escritor ciego), Nietzsche, etcétera. Sale uno de allí contento, reposado, sobre todo porque ha pasado muy buen rato.

 

Has disfrutado, has aprendido, te has reído. ¿Qué más se puede pedir?

 

 

 

 

Ernesto Baltar (1977) es doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Licenciado en Filosofía y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, ha trabajado como profesor de filosofía, editor y traductor freelance. Actualmente dirige la editorial de la Universidad Internacional de La Rioja. Ha participado en el volumen colectivo El pensador vagabundo. Estudios sobre Walter Benjamin y ha publicado Ciudades en fragmento, VII Premio Internacional de Literatura de Viajes Ciudad de Benicàssim. Colabora en revistas como Clarín, El Estado Mental, Nueva Revista o Jot Down.

Más del autor

-publicidad-spot_img