Seguí con ella caminando,
uno atrás y otro adelante,
descendiendo la montaña verde de nuestros días,
una montaña alfombrada de ramas secas y selva que moría en una playa soleada y blanca y azul de centro américa.
Los días azules.
Una temporada delineada por un rio de agua fresca,
donde más adelante hubo cascadas tropicales en las que nos bañamos como estudiantes universitarios. O como esposos.
Así bajábamos caminando por nuestro calendario de alarmas en horas precisas,
con la plena seguridad que esa agua fresca acabaría salada en el mar.
Y por más que miráramos la playa y el fin de la aventura, no nos detuvimos.
La vida es así, bebes fuentes de agua que acabarán en el mar.
Hay ocasiones en las que las vísceras pueden más que la razón, y sigues,
aunque sepas que el presente te destrozara el futuro,
como un niño que no reprime el tiro de una piedra contra un ventanal por miedo al castigo.