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Universo eleganteSaludLos doctores López-Ríos y la historia de la medicina

Los doctores López-Ríos y la historia de la medicina

Tiene con frecuencia la medicina el aspecto superficial de una rutina o una mecánica, cosa que no se corresponde ni con el fondo de su naturaleza, ni con su realidad, ni menos todavía con su problema central, la enfermedad, asunto extremadamente imprevisible y complejo. La medicina es más bien un arte –arte de curar–, un sistema altamente enrevesado de enfrentarse a las enfermedades, no sólo por la propia complicación de la enfermedad, sino sobre todo por la inmensa complicación de los fundamentos que sirven de base a la medicina y que la convierten en un saber bastante distinto al resto de ciencias: distinta en sus supuestos epistémicos, distinta en su especificidad como ciencia o en sus implicaciones sociales y políticas. Todo eso forma parte del fondo y de las bambalinas de la medicina y no de su proscenio, que es lo que habitualmente se ve.

 

Hace unos cuantos meses los doctores López-Ríos, padre e hijo, publicaron un libro, extenso e intenso, dedicado a esas ocultas bambalinas de la medicina que normalmente no se conocen. En concreto, a su evolución histórica, llena de enigmas, laberintos, variaciones, cambios de rumbo y todo tipo de avatares. Y lo hicieron en un libro de más de 500 páginas titulado Paseos por la historia de la medicina en Madrid (Sanitaria 2000), que supone un trabajo grande, una enorme labor de recopilación y organización, y lo hicieron dándole al libro una estructura bastante novedosa: una larga e importante introducción (de casi 100 páginas) que es una reflexión de fondo sobre la medicina, su historia, sus luchas, triunfos y dilemas; y después, un vistoso procedimiento que consiste en 10 Paseos por Madrid, en los que se recorre, geográfica y temáticamente, el desarrollo de la medicina en los dos últimos siglos en este “poblachón manchego”, por citar a Umbral.

 

Conviene advertir que el título engaña, y no poco. Primero, porque, aunque la investigación está circunscrita al desarrollo de la salud en Madrid, lo que de verdad se visibiliza son los progresos generales de la medicina en los dos últimos siglos. Y, después, porque al ir rastreando los cambios de la medicina española en su locusprincipal, Madrid, el libro se transforma en un impactante retrato sociológico de España. De forma que un libro de historia de la medicina retrata, con mucha más “visualidad” y efectividad que otras historias (por ejemplo, de la economía o incluso de la propia Historia), el estado verdaderamente miserable en el que vivía nuestro país hasta mitad del siglo XX. El libro brilla por su exposición-recopilación “médico-técnica”: historia hospitalaria, tratamientos, médicos ilustres y sus aportaciones, enfermedades… Pero lo que de verdad se queda en la retina y en la mente es el retrato –casi goyesco– que hace del pauperismo, la miserable vida diaria de las familias y ciudadanos enfermos, que los condena a situaciones crueles y devastadoras, lo que proporciona un cuadro muy gráfico de la verdadera situación del país. Y, derivadamente y sin pretenderlo, el libro se convierte en demostración y prueba evidente del salto dado por la ciudad/país en los últimos cien años. Un salto excepcional o incluso milagroso.

 

Hay que señalar que este libro no surge de la nada. No sólo ya porque alguno de los autores había escrito ya otros libros de historia de la medicina (por ejemplo, sobre las navegaciones de Colón y el descubrimiento de América). Sino porque nace, por decirlo así, del calor de un antiguo humus: la fértil tierra de la “filosofía/sociología de la medicina” tanto española como extranjera. De los teóricos españoles cabe citar a muchos, y el libro los cita y recorre: por supuesto Cajal, también Marañón, y se menciona asimismo a Laín Entralgo, cosa más dudosa, aunque no es éste el sitio para entrar en discusiones. El humus internacional es inmenso y grandioso. No hace falta llegar hasta la Grecia clásica (Hipócrates), ni tampoco a Roma y al médico greco-romano Galeno, por cierto más olvidado de lo debido, pues al fin y al cabo escribió un importante tratado sobre las crisis. Las raíces más directas de todo esto están mucho más cerca. Está Michael Foucault con su “arqueología de la mirada médica” según se expone en El nacimiento de la clínica: con temas tan próximos a este libro como la geografía de la medicina (es decir, las enfermedades y las clases), la conciencia política de la enfermedad, la lección de los hospitales (militares y no militares), la reforma de la praxis médica, las epidemias y los espacios físicos, los métodos de curación. Se debe mencionar también a otro francés, G. Canguilhem, y sus análisis –“seminales” y determinantes– sobre “lo normal y lo patológico”, o sus ideas novedosas sobre “máquina y organismo” con la prioridad de lo orgánico sobre lo mecánico. Hay que recordar también al médico judío austro-polaco Ludwig Fleck, quien, después de haber sobrevivido a Auschwitz y Buchenwald, escribió en 1935 un libro que investiga la historia de la sífilis y su tratamiento (Génesis y desarrollo de un hecho científico), libro que lo convirtió en predecesor de Thomas Kuhn y de su Estructura de las revoluciones científicas, apartando a la epistemología de los rigores y patologías “logicistas” del positivismo. Yendo más atrás en el tiempo, al siglo XIX, están los grandes nombres: Bichat, Pasteur, Koch, Helmholtz, o Claude Bernard y su “medicina empírica”. Y así podríamos seguir ad infinitum. Todos ellos han hecho aportaciones importantísimas a la “filosofía de las ciencias médicas”: es decir, a la epistemología de los descubrimientos y a la sociología de la medicina.

 

Como se ha mencionado, el libro sigue una llamativa metodología: unos paseos por la ciudad de Madrid y por su medicina. Esos diez paseos juntan ciudad, salud, situación social y desarrollos legales. Al ir recorriendo los distintos lugares, van apareciendo instituciones de salud o de beneficencia, enfermedades arrasadoras, médicos históricos, hospitales, legislaciones, la transmisión del saber médico hasta la existencia de Facultades, las concepciones de las enfermedades. Los paseos componen un friso pedagógico además de describir detallada y vistosamente la transición de la medicina de arte a ciencia. Esos paseos describen el paso de la medicina especulativa a la medicina experimental. Asistimos así a la “gran cadena del ser”, por decirlo con la famosa frase de A. Lovejoy. Es decir, los cambios en la figura y perfil del médico (del médico latino a los cirujanos romanticistas, de éstos al cirujano sangrador, etcétera), los cambios en la relación médico-enfermo, los cambios en los sistemas de diagnóstico desde lo especulativo a lo experimental (observación, experimentación, deducción), los cambios en los instrumentales (quirófanos, métodos hipodérmicos, estetoscopio, microscopio, termómetros, anestesias, cloroformos, rayos X de Röntgen, la gran lucha por la higiene…), y los cambios en la organización sanitaria que pasa del socorro estatal o de beneficencia a un sistema estatal de salud (de los asilos para enfermos a los hospitales, las inclusas “necrópolis infantiles”, la gran lucha por la higiene, las salas, el nacimiento de las especialidades…). Y siempre y en medio de todo eso, la constante lucha contra la enfermedad, especialmente contra las enfermedades de la “época”: la tuberculosis (“la peste blanca”), la viruela (“la asesina de la infancia” o el cuchillo de los niños), el cólera (que entra en España por Vigo en 1833), o las enfermedades venéreas (la sífilis, la “gran simuladora”). Todo eso se condensa en un gran cuadro con los grandes nombres de la medicina española de los siglos XIX y XX. Por citar a unos cuantos: Rubio y Galí, Azúa, Esquerdo, Benavente, el primer Ulecia y las Gotas de leche (una saga médica que llega hasta hoy, siguiendo la reciente estela de Luis Ignacio Ulecia), Cajal, Cortezo, Jiménez Díaz, Marañón, Ochoa…

 

Mención especial en todo esto merece el hermoso perfil que traza el libro de la personalidad más grande de todas, de Cajal, y los textos que recoge de sus casi olvidados Recuerdos de mi vida. He aquí algunas frases ejemplares, que tienen máxima actualidad y no sobran en un país tan banal y vanidoso: “para salir con bien de los obsequios y agasajos de amigos y admiradores hay que tener corazón de acero, piel de elefante y estómago de buitre”; “la fama estruja al acariciar, besa pero oprime… turba la paz del espíritu; coarta el sacrosanto albedrío… pone en riesgo la humildad obligándonos de continuo a pensar y hablar de nosotros; y, en fin, altera la trayectoria de nuestra vida, torciéndola en caprichosos e inútiles meandros”. Y más importantes todavía son ciertos pasajes de su discurso –leído por el doctor Tello– en la inauguración del monumento erigido en Madrid en honor de Cajal, con la presencia del Rey y de Primo de Rivera. En ese discurso, aquel “modesto obrero de la Ciencia”, como él mismo se denominaba, dice cosas tan actuales como éstas: “vivimos en el país del énfasis y de la hipérbole, y no vamos a corregir ahora nuestra secular psicología… Es imposible, empero, disimular mi asombro al recordar cuántos españoles ilustres, héroes de la voluntad, de la imaginación o de la inteligencia carecen de monumento, y cuántos otros vamos a tenerlo con méritos escasos o discutibles… para aquilatar la obra de un hombre es menester la perspectiva del tiempo, de ese depurador implacable de prestigios y decantador de verdades… Haciendo examen de conciencia, solo columbro en mi haber dos prendas al alcance de todo el mundo: la religión del trabajo obstinado y la fe inquebrantable en la aptitud de la raza hispana para emular las hazañas de los grandes descubridores científicos… Al fin hemos comprendido una verdad muy sencilla: que la prosperidad y el poderío de las naciones no se funda solamente en la grandeza militar ni en el florecimiento artístico y literario, sino en el caudal de ideas científicas, de conquistar técnicas y de todo linaje de invenciones útiles. Por tener averiada la rueda de la Ciencia, la pomposa carroza de la civilización hispana ha caminado dando tumbos por el camino de la historia… Entretanto, yo a despecho de las decadencias de la senectud prosigo abriendo mi pobre surco, la mano temblorosa en la esteva, los ojos fijos en el horizonte, donde, con los colores de nuestra bandera, flamea la aurora, anuncio de ese sol de mediodía (demasiado lejano para mí) que alumbrará la gloriosa Epifanía de la raza”. Hay que constatar, con dolor, que Cajal tuvo máximo acierto en los diagnósticos, y bastante menor en los pronósticos.

 

En definitiva, un libro estupendo, un cuadro riquísimo del desarrollo de España que, a ratos, parece una pintura de Goya, y una lectura más que recomendable para seguir la evolución de la medicina española en los siglos XIX y XX, para entender lo que era y es España, y para darse cuenta de lo que, una y otra vez, repetidamente nos pasa.

 

 

 

 

 

Paseos por la historia de la medicina en Madrid, por Fernando López-Ríos Fernández y Fernando López-Ríos Moreno (Sanitaria 2000).

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