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Los doping que no perseguimos

 

Doping, palabra maldita asociada a otras: mentira, engaño y sobre todo trampa. De la mano del deporte de élite, especialmente el atletismo o el ciclismo, se ha puesto al descubierto que el afán de superar marcas, de alcanzar cotas jamás logradas por un ser humano, se consigue con la ingesta de sustancias que potencian determinadas capacidades físicas.

 

El consumo de esteroides, por ejemplo, desarrolla la capacidad muscular (basta con recordar la masa muscular de Ben Johnson, el rival de Carl Lewis en los 100 m. lisos, hasta que sus enfrentamientos se convirtieron en papel mojado por un análisis). Otras, como la EPO sirve para mejorar la resistencia ante los esfuerzos prolongados, lo que resulta muy útil para algunos tramposos en carreras por etapas.

 

En todos estos affaires existe un consenso general en que hay que castigar a quien intente romper determinadas barreras. Impera la norma de que el fin no justifica los medios y aquello de no aceptar lo que se escapa al alcance del ser humano por su propia naturaleza. Ahora bien, jugamos siempre limpio, o por el contrario nos hacemos trampas en el solitario.

 

Doparse no sólo consiste en alterar las capacidades físicas, también podemos doparnos para alterar las psíquicas o mentales. Entonces nos enfrentaremos a otro tipo de trampas y, sobre todo, a otro tipo de interrogantes: ¿Se dopan los científicos, los intelectuales, los escritores?….. y entonces, debemos considerar lícitas las obras conseguidas por esos medios.

 

A principios de año la revista Nature publicó una serie de estudios con una inquietante conclusión: casi el 20 % de los científicos tomaba alguna sustancia para potenciar su capacidad “creativa”; consumían fármacos que habitualmente se emplean para tratar el trastorno por déficit de atención.

 

El más habitual en España es el metilfenidato (principio activo detrás del nombre comercial Ritalina o Concerta), pero en otros países europeos y americanos también están disponibles la D, L-anfetamina (Adderall) junto con (Dexedrina) y la metanfetamina. Todos ellos son considerados psicotrópicos y por lo tanto son recetadas bajo un estricto control médico. Surge la primera interrogante…. quién les da el papelito para que vayan a la farmacia a por ellas.

 

Aparentemente, estas moléculas son estimulantes y, a simple vista, parecería lógico que si alguien tiene déficit de atención lo que necesitaría es un tranquilizante. Sin embargo la experimentación llevada cabo desde mediados del siglo XX demuestra que estas sustancias realmente funcionan en estos pacientes.

 

¿Qué pasa si las toma alguien que no las necesita? Pues bien, un científico que toma el metilfenidato, es el fármaco más empleado actualmente, experimenta un grado de concentración y de lucidez mental que resulta extraordinario desde el punto de vista creativo. Y qué ocurre si fruto de ese estado de lucidez es capaz de curar una enfermedad hasta ahora incurable, o de inventar algo para acabar con las emisiones de dióxido de carbono.

 

En principio, en este caso el fin si parece justificar los medios ¿o no?. Porque más allá del mero descubrimiento, los científicos también compiten entre ellos para conseguir fondos y llevar a cabo sus proyectos…  entonces, si aparto de la carrera a otro gracias a la droga, el dinero que se consigue es tan sucio como el oro de Johnson.

 

Una vez más, a pesar de afirmar hasta la saciedad que el físico no importa y lo verdaderamente importante es lo interior, lo que penalizamos es lo físico. De lo demás miramos hacia otro lado…. Cuántas carreras se hubieran frustrado si al terminar los exámenes se hicieran controles antidoping, como tras las etapas del Tour. Se imaginan. (Quien no haya recurrido a las centraminas para una larga noche de estudio que levante la mano).

 

P.D. Que el Ministerio no tome estas letras como excusa para acometer una nueva reforma universitaria e imponga como obligatoria los controles de sangre a los estudiantes.

 

 

Jesús Pintor. Bioquímico.

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