¿Quién se encarga de borrar de su libreta de direcciones el correo electrónico de los difuntos?
Acabo de abrir un mensaje de ésos que llegan en cadena, con las direcciones de los demás destinatarios a la vista, como encabezamiento. Si no hubiera comenzado por A el apellido del compañero muerto, podría haber pasado desapercibido entre el resto de nombres, alias y avatares de la cadena laboral. Pero los muertos vienen a vernos por alguna razón misteriosa. Las coincidencias parecen a veces diabólicas, sobrenaturales, como si quisieran avisarnos de que la muerte nos ha echado la vista encima. ¿O será que los que se fueron contra su voluntad, antes de tiempo, se resisten a ser inolvidables?
¿Qué resultará lo más correcto en estos casos? ¿Eliminarlos de los correos de los que aún siguen vivos? ¿Conservarlos, por pura inercia y vaguería, y seguir reenviándoles mensajes colectivos? ¿Qué sucederá con las cuentas de correo electrónico de los muertos cuando éstos fallecen?, ¿las anulará alguien?, ¿seguirán en activo, a pesar de no contar ya con usuario?, ¿continuarán recibiendo correos indefinidamente, aunque no los abra nadie?
A los que aún nos llegan emails y podemos abrirlos, tropezarnos con el nombre de nuestros difuntos profesionales, nos estremece un tanto, pero también nos lleva a pensar de nuevo en ellos. No es del todo malo. Una prueba más de que aún seguimos vivos, y por eso nos conmueve recordarlos. Puede que cualquier día,suceda lo mismo con nuestra dirección de correo electrónico.
P. S. (Tras publicar esta entrada, hemos tenido noticias de la existencia de la entrada Memoriales en la Nube de Emilio López Galiacho, publicada en su blog, La creación compatible en esta misma revista. Recomendamos su lectura, pues no sólo comparte el mismo tema que esta entrada de Faba, sino que profundiza en él con gran complejidad y serena belleza, como suele ser habitual en nuestro apreciado arquitecto.)