“El revolucionario profesional nada tiene de personaje idealizado. Es en todo caso un tipo bien definido, con una biografía política y rasgos nítidamente marcados”[1] .
Paralelo siempre a algún brote de progreso, el ideal comunista se mantuvo ajeno a España en función de su propio retraso, sellado pocos meses antes de empezar a ser el mayor imperio conocido con la expulsión de judíos y mozárabes. Condenada a importar montañas de metálico sin comerciantes e industriales capaces de convertirlo en prosperidad propiamente dicha[2], a una inflación galopante ya desde el emperador Carlos se suma el despropósito adicional de sufragar la guerra contra los reformistas. Por si eso no bastara, la miseria del país se agiganta con el desenlace de la Guerra de Independencia, donde al grito de “¡vivan las cadenas!” su pueblo rinde pleitesía al déspota Fernando VII, prolongado a través de su infantil hija Isabel II, en el marco trágico que impone ni extraer rentas de las colonias ni hacerse a la necesidad de ir perdiéndolas.
De ahí que España sea en el último tercio del xix la nación peor avenida del Continente, donde las únicas novedades son golpes de Estado cumplidos a imagen y semejanza de las alcaldadas, y varias guerras carlistas que exhuman —ahora con pleno merecimiento— una leyenda negra basada hasta entonces en premisas discutibles[3]. Lejos de ser una exageración, el estatus de país europeo más inclinado al odio mutuo lo demuestra sin sombra de duda que distintos pretextos le permitan sostener hasta cuatro guerras civiles en un siglo[4]. Con un territorio arruinado, resentido y analfabeto —más del 50 por ciento de la población no sabe leer—, su corona se subastará a la baja tras la huida de Isabel II, y cuando acabe recayendo sobre un demócrata como Amadeo de Saboya sus primeras Cortes le reciben con un discurso en el cual se adivina “un fin parecido al de Maximiliano en México”[5], que fue el pelotón de fusilamiento.
I. Eslavos y latinos
Dos años después, tras un atentado fallido, seis gabinetes y las incoherencias acordes con un sentimiento nacional circunscrito a patrias chicas regionales e incluso municipales (los “patrioterismos”), el monarca se despide diciendo “no entiendo nada, esto es una jaula de locos”[6]. Llega con ello la Primera República, presidida por un hombre diminuto físicamente aunque culto, honrado y libre de ambiciones personales como Francisco Pi y Margall (1824-1901)[7], cuya propuesta es “regenerar al país con educación y cultura del trabajo”. Su programa constitucional, que habrá de esperar a la transición posfranquista para cumplirse, comprende audaces y abundantes reformas —entre ellas la jornada laboral de ocho horas— sin perder de vista el principio de legalidad, garantizado por el respeto a las urnas.
Pero las esperanzas de modernizar el país y suavizar sus inclinaciones cainitas[8] sucumben ante una nueva dictadura militar, cronificada al poco como segunda Restauración concretada en la persona de Alfonso XII, un resultado que no puede atribuirse al ancestral caciquismo sino a la dimisión presentada por el propio Pi menos de un mes después de tomar posesión como presidente —el 11 de junio de 1873—, forzado a ello por el estallido de la Revolución cantonal. El próximo cuarto de siglo estará dominado por Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897), un liberal receloso de las urnas[9] aunque lo bastante enérgico para frenar las aspiraciones norteamericanas a hacerse con las colonias del país en el Caribe y el Pacífico, y sostener el timón durante la tormentosa travesía que llevaba desde el Viejo Régimen hacia algo más parecido a un Estado de derecho. Padre de la monarquía constitucional española, quiso defenderla de carlistas, republicanos y anarquistas con un sistema de “turno” entre conservadores y progresistas —fuese cual fuese el resultado de los comicios— que aceleró la corrupción clientelista de ambos[10].
Pero veamos en primer término qué parentesco podría tener la revolución cantonal con iniciativas como Venganza Popular, y ante todo con la tesis de que latinos y eslavos coinciden por querer destruir hasta los cimientos, aprovechando fuentes como el informe redactado entonces por Lafargue y Pablo Iglesias[11] y un ensayo de Engels, que pasa revista a la prensa libertaria del momento[12]. Una huelga general no parecía la mejor forma de saludar al gobierno de Pi, ni algo vagamente factible[13], y de ahí la sorpresa de socialistas y comunistas ante el Solidaridad Revolucionaria del 3 de julio, que convoca una huelga general de cuatro semanas “ante el profundo horror que nos produce ver al gobierno desatendiendo la lucha contra los carlistas”. Madrid, Bilbao y sobre todo Barcelona, donde se concentran nueve de cada diez obreros industriales, desoyen el llamamiento, aunque la Alianza Bakuninista demuestra su vitalidad provocando la aparición de hasta 35 cantones[14].
1. La revolta del petroli
Ante la reticencia de los sindicalistas catalanes, la Alianza estableció su centro confederal en Alcoy, convertido en una ciudad de 30.000 habitantes gracias a su industria papelera, textil e incluso metalúrgica, que tenía alguna tradición de ataques centrados en maquinaria y talleres, a la manera luddita. No obstante, lo que en Manchester fueron jefaturas gremiales dispuestas a preservar antiguos privilegios es en Alcoy un rechazo genérico del capitalismo, y sus líderes demuestran sensibilidad para el gran espectáculo inaugurando la revuelta con una multitud portadora de antorchas empapadas en gasolina, que transforman súbitamente la noche en día.
La celeridad pacificadora del Gobierno desdibujó muchos detalles, y para empezar los muertos atribuidos a la reacción inicial de las autoridades, ya que los escasos supervivientes insistieron en haber disparado al aire, para disuadir. Tampoco resulta fiable la versión de familias rociadas con petróleo y prendidas en la plaza pública, pues los efectivamente achicharrados murieron al parecer dentro de sus casas, tras intentar refugiarse en ellas. Engels transcribe los relatos publicados en su día por Solidaridad Revolucionaria y La Federación, añadiendo algunos sarcasmos.
“El 7 de julio una asamblea de trabajadores votó la huelga general y envió una delegación al alcalde para pedirle que reuniese a los empresarios en 24 horas, y les presentase las exigencias obreras. El alcalde Albors, un burgués republicano, despidió a los trabajadores, pidió tropas a Alicante y recomendó a los productores no ceder sino atrincherarse en sus casas.
“Según el ‘A los trabajadores’ publicado por La Federación del 14 de julio, Albors prometió a los trabajadores mantenerse neutral, pero dictó un bando donde ‘les insultaba y escarnecía, aliándose con los productores para destruir los derechos y la libertad de los huelguistas, desafiándoles’. Cómo los deseos piadosos de un alcalde puedan destruir los derechos y la libertad de los huelguistas no queda claro. En cualquier caso, los dirigidos por la Alianza notificaron al consejo municipal que si no pretendía mantenerse neutral debía dimitir. Cuando la delegación portadora de esa propuesta abandonaba el Ayuntamiento, la policía abrió fuego sobre el pueblo pacífico y desarmado que estaba en la plaza[15].
“Así empezó la lucha, según el informe de la Alianza. Las gentes se armaron, y empezó una batalla que según se dice duró ‘veinte horas’. Por una parte los obreros, cuyo número era 5.000 según Solidaridad Revolucionaria, y por el otro 32 guardias civiles en el Ayuntamiento y unos pocos hombres armados en cuatro o cinco casas de la zona del mercado. Dichas casas fueron incendiadas por el pueblo, a la buena manera prusiana, y cuando los guardias civiles agotaron su munición no les quedó sino rendirse. […]
“¿Y cuáles fueron las bajas de esta batalla? Según Solidaridad Revolucionaria, ‘por parte del pueblo —aunque no sabemos exactamente cuántos muertos y heridos— podemos decir que no menos de diez. Por parte de los provocadores hubo no menos de quince’. A lo largo de veinte horas, 5.000 hombres lucharon contra 32 guardias civiles y unos pocos burgueses armados, a quienes derrotaron tras quedarse sin munición, perdiendo en total diez hombres. La Alianza bien puede hacer resonar en el oído de sus adeptos el dicho de Falstaff: ‘La mejor parte del coraje es la discreción’”[16].
Por otra parte, entiende que los alcoyanos trataron con “demasiada generosidad” al vencido, y obraron sin coherencia. Tras decidir su último congreso que “toda organización de la autoridad revolucionaria es un nuevo fraude, tan peligroso para el proletariado como cualquiera de los antiguos gobiernos”, se nombraron Comité de Salud Pública para mandar que nadie circulara sin su reglamentario pase. Dentro del llamado Bloque Intransigente, cuyo clientelismo buscaba “asegurarse el poder y los numerosos puestos administrativos nuevos ofrecidos inevitablemente por la república federal”[17], fueron siempre minoría, y a veces —como en Sevilla— resultaron tiroteados por esos compañeros de viaje. Entre las curiosidades del momento estuvo que la catedral sevillana se convirtiese en café cantante durante algunas semanas[18], y que a despecho de su tamaño la ciudad terminara perdiendo su “batalla” con el cantón rebelde de Utrera.
2. La epopeya de Cartagena
A diferencia de Alcoy, donde el proceso resulta básicamente anónimo, en la región murciana el héroe destacado del cantonalismo es A. Gálvez (1819-1898), Antoniet, un terrateniente ascendido por méritos propios en la jerarquía agrícola, que encabeza ambiciosas expediciones por tierra y mar tras el levantamiento de la ciudad en julio. Las naves más modernas de la humilde flota española estaban entonces en el puerto de Cartagena, custodiado desde las alturas por una fortaleza prácticamente inexpugnable, y no es de extrañar que contando con ambos recursos Gálvez y sus seguidores se sintiesen capaces de llevar adelante la revolución.
Cinco meses después, en enero, el hecho de rendirse se verá precedido por la mayor catástrofe civil de la historia española, donde según El Cantón Murciano mueren unas trescientas mujeres y niños —según la prensa nacional y extranjera más de dos mil—, tras el disparate de refugiarlos en el arsenal del Parque de Artillería, que estalla a causa de un proyectil, sabotajes o más probablemente la imprudencia de encender algún fuego en el recinto, para defenderse del húmedo frío. Sepultada esa multitud bajo los escombros del fuerte, el resto de la ciudad padece durante el asedio un castigo apenas inferior, pues más del 70 por ciento de sus edificios son destruidos o presentan graves daños, y solo 27 quedan intactos[19].
Los eventos comenzaron con un famoso telegrama del capitán general de la región a Madrid, donde comunica: “El castillo de la plaza ha enarbolado bandera turca”. Se trata más bien de una improvisada bandera roja[20], pero el asunto aparentemente incidental del estandarte no tarda en suscitar problemas de gravedad inexagerable, ya que para la ley del mar un pabellón reconocido es la única diferencia entre navegantes y piratas. En agosto, cuando parte de la escuadra cantonal acaba de bombardear y saquear Almería, disponiéndose a hacer lo propio con Málaga, dos buques de guerra que patrullan la zona y observan sus movimientos —uno alemán y otro inglés—[21] no se resisten a tomar cartas en cierto asunto donde hay buques de guerra portando bandera roja. Tras constituirse en flotilla al mando del oficial más antiguo, que resulta ser el alemán, apresan prácticamente sin resistencia a las fragatas Vitoria y Almansa, y toman la decisión salomónica de desembarcar a sus milicianos en Cartagena, llevándose los barcos a Gibraltar[22].
Por lo demás, la armada cantonal seguía disponiendo de los navíos mejores —en particular su buque insignia, la fragata Numancia—, y el problema básico era un defecto de pericia y convicción. Una vez llegado el momento de enfrentarse a los viejos navíos republicanos, como ocurriría en octubre a la altura del cabo de Palos, en la bahía de Portmán, la Numancia y algún otro navío habían perdido la formación en rombo prevista sin que el estado de la mar lo justificase, sus unidades se estorbaron unas a otras y todas acabarían rindiéndose antes de que ninguna resultara hundida. Eso tampoco evitó que el cañoneo provocase 12 muertos y 38 heridos en el bando propio, correspondido por 11 muertos y 32 heridos en el adversario. No he hallado cálculos sobre bajas adicionales atribuibles a la armada del cantón, aunque bombardear e invadir en algunos casos ciudades del litoral —Almería, Alicante, Águilas, Mazarrón y Torrevieja— debió costarle la vida a más personas que el simulacro de Portmán.
En términos de expansión terrestre, la principal iniciativa del cantón fue la llamada batalla de Orihuela, donde convergiendo desde direcciones opuestas dos columnas calculadas en un millar de hombres —una de murcianos y otra de cartageneros— se sobrepusieron a la guarnición de 40 soldados y 11 guardias civiles, matando a un tercio de sus enemigos —concretamente 14— a cambio de una sola baja propia[23]. Estimulado por ese éxito y “varios miles de pesetas en billetes” conseguidos allí a título de rescate, Gálvez decide marchar sobre Madrid, aunque se ve detenido por resistencia en el pueblo de Chinchilla, a cuatrocientos kilómetros de su destino.
Vuelve entonces sobre sus pasos, cargando en carretas un botín compuesto básicamente por objetos de plata y moneda metálica requisados aquí y allá, que añadidos al fruto de las incursiones navales y el metal extraído en minas de Mazarrón permiten sanear la economía cantonal acuñando nueva moneda. El resultado serán unas 150.000 piezas de cinco pesetas, las mejores jamás troqueladas en España[24], porque a Gálvez no le convencen los pagarés emitidos por otros gobiernos revolucionarios. Disponiendo de esa solvencia, que ya quisiera para sí entonces el Gobierno central, el Cantón Murciano se postula como nuevo Estado de la Unión norteamericana, y al parecer su propuesta pone en marcha una comisión de estudio en Washington. Pero antes de que se resuelva una cosa u otra la hecatombe del Parque de Artillería fuerza la rendición, y Antoniet huye a Orán.
Bakunin nunca dudó de que la revolución solo pudiera dispararla una alianza del bandidaje rural con delincuentes y lumpenproletarios urbanos, sin perjuicio de que una vez puesta en marcha esa empresa transformaría prácticamente a todos en hombres de bien. Entendiendo que la causa última del impulso criminal es la desigualdad impuesta por distintos autócratas, a esa tesis anarquista se debe que muchos cantones abran sus cárceles coincidiendo con su propia proclamación, y Cartagena en concreto libera según Engels a “1.800 presos, los peores ladrones y asesinos de España”[25]. Por supuesto, el adjetivo “peores” es mera vehemencia, una grieta por donde se filtra su contrariedad. Le resulta inadmisible que se considere “paso revolucionario” una apertura indiscriminada de las cárceles, aunque páginas antes reprochaba al proletariado alcoyano que permitiera reorganizarse al enemigo de clase, y solo una cuidadosa estadística comparada podría zanjar cábalas sobre la proporción de personas exterminadas defensivamente[26] por el comunismo ácrata y el anti-ácrata.
Lo ocurrido en 1873 demuestra que el primero ofreció una segunda oportunidad a todo tipo de condenado, confiando en el poder regenerador de un medio libertario (y desconfiando también de quien no haya recibido alguna condena previa). El anti-ácrata identifica al más fuerte o apto para sobrevivir con el yo/masa proletario, y se compromete a depurar el cuerpo social de otros elementos. Que los bakuninistas decidiesen convertir el proyecto federalista de Pi en confederalismo debe atribuirse a la diferencia entre uniones revocables e irrevocables respectivamente, pues la Confederación Helvética —donde Bakunin vivió gran parte de su exilio— sigue distinguiéndose de cualquier país por el grado de democracia directa vigente, que vincula en todo momento su Constitución a aquello decidido por referéndums[27]. El civismo suizo no es precisamente el rasgo definitorio de las iniciativas cantonales en 1873, pero faltan algunos datos para completar su paisaje.
II. La gestación del comunismo libertario
Como en Rusia, los anarquistas españoles empiezan admirando mucho más al héroe bandolero que al doctrinal, y tan preparado está el terreno que en 1868 una visita de G. Fanelli, enviado por Bakunin, basta para que al año siguiente se celebre en Barcelona su primer congreso, llamado a “construir sobre las ruinas del Capital, el Estado y la Iglesia”[28]. A. Lorenzo, su anfitrión, cuenta que los oyentes de Fanelli no entendían francés ni italiano y su discurso resultó inteligible básicamente gracias al término explotation, pues alternaba tonos de rabia y amenaza hacia los explotadores con expresiones compasivas hacia los explotados. De aquel encuentro salieron 21 personas instruidas en “los principios axiomáticos e inmutables de la ciencia obrera”[29]. En 1870 eran ya unos 15.000, en 1873 van a ser ellos quienes sostengan el brote cantonalista y en 1937 rondan los dos millones.
Por otra parte, veinte y hasta treinta años antes de renovar su léxico merced a Bakunin, los apóstoles libertarios —llamados entonces “hombres de la idea”— vagan por Andalucía como monjes mendicantes, predicando un nuevo mundo moral a caballo entre el de Owen y el de Müntzer, que confía en las virtudes purificadoras del fuego[30]. Fieles aún a ese espíritu, poco antes de estallar la Guerra Civil uno de sus herederos directos piensa que “los inadaptados a la libertad deben morir”[31], mientras otro contempla satisfecho el incendio de Málaga en 1934, diciendo: “Arderá hasta que no quede una sola hierba, para que no persista resto de maldad”[32]. Hay también algún historiador anarquista contemporáneo dispuesto a rechazar la raíz mesiánica del movimiento, alegando que para aquellas gentes “cualquier orden abofeteaba el rostro de la libertad”[33].
Siendo inseparable de aterrorizar a otros, parece más preciso rebautizar esa libertad con términos como Bien, Verdad o mejor aún Día del Juicio, pues carece de nexo con el juego de reciprocidades llamado derechos civiles. En cualquier caso, su variante ibérica va a escribir una página inmortal en los anales del entusiasmo revolucionario, y será por eso profusamente estudiada[34]. Tras ocho siglos de regla islámica, la Andalucía del xix era en alguna medida la Sicilia española, con una tradición pareja de salteadores, caciques y hermandades mafiosas, y fue un territorio inseguro para viajeros hasta fundarse en 1844 una gendarmería incorruptible y de gatillo fácil como la Guardia Civil, que al pacificar esas tierras avivó también su ancestral resentimiento hacia “los de arriba”.
En la saga de sus alzamientos, hasta el fin de la Gran Guerra y el triunfo bolchevique en Rusia no faltaron episodios de ferocidad, pero sí cualquier resistencia mínimamente tenaz. Eso significa que hubo “problemas resueltos rutinariamente por la policía”, y “movimientos desvanecidos tan pronto como el gobierno muestra su disposición a emplear la fuerza”[35]. Imitando la periodicidad del ciclo económico, aunque en modo alguno su evolución gradual, aproximadamente cada década hay un pico de actividad y vemos así que en 1861, reinando todavía Isabel II, ocurren los primeros atentados a edificios eclesiásticos, acompañados por el linchamiento de algún policía. Los ánimos se calman hasta 1873, cuando llega el estallido cantonalista, y no reaparece algo semejante hasta 1882[36], un año de excelente cosecha ensangrentado por la huelga de los segadores, que vuelven a incendiar propiedades y concentran sus ataques en el trabajador a destajo.
La policía anuncia entonces que una sociedad secreta, la Mano Negra, ha tramado un complot para asesinar a todos los terratenientes, y mediante confesiones extraídas quién sabe cómo acaban apareciendo ocho supuestos asesinos, de los cuales siete son ejecutados públicamente en Jerez, centro de la causa que se conoce ya como “comunismo libertario”[37]. Nueve años más tarde, en 1891, Jerez será tomada por unos 4.000 campesinos, armados fundamentalmente con hoces y palos, que penetran gritando: “¡No esperaremos un día más! ¡Hemos de ser los primeros en comenzar la revolución! ¡Viva la anarquía!”. Dueños de la ciudad durante algunas horas, matan a dos tenderos y se dispersan viendo que acude la Guardia Civil, aunque cuatro libertarios lo pagarán con pena capital[38].
El proceso a la Mano Negra marca un punto de inflexión en el movimiento, pues el anarquismo urbano —asentado básicamente en Barcelona— se siente por primera vez unido al rural y decide vengarlo, creando así un bucle de realimentación para la violencia. A partir de ahora su actividad es básicamente una respuesta al martirio, y todas las agresiones futuras se fundan sobre torturas reales o imaginarias sufridas en el pasado, expulsándose del discurso cualquier dato ajeno a esa espiral de represalia. Nada es más frecuente allí donde prende la Restitución como meta, aunque España brilla con luz propia en este sentido porque —como observara en su día Bakunin— mantiene intactos “los sólidos elementos bárbaros, animados por su ira elemental”. Cincuenta años después del proceso a la Mano Negra, el miliciano trotskista G. Orwell atestigua que “aquí las atrocidades se creen o descreen exclusivamente por predilección política”.
1. Nuevas hazañas
Poco antes de los primeros procesos de Jerez, en 1881, un gabinete del progresista Sagasta legaliza el sindicato y abre así un cauce para la negociación de convenios colectivos, que se combina con el reconocimiento del derecho a la huelga pacífica. UGT y otras organizaciones obreras (en su gran mayoría catalanas) se felicitan, pues permite a su juicio ir mejorando la posición del asalariado sin renunciar a una futura sociedad sin clases. Pero Solidaridad Obrera entiende que la nueva normativa es un “anzuelo venenoso” lanzado para desunir a la izquierda y, en efecto, ese mismo año arraigan dos tendencias hostiles. La llamada catalana decide dialogar con la patronal y abstenerse de huelgas que no pueda respaldar con fondos ahorrados a tal fin. La andaluza opta por la huelga “mesiánica” (Hobsbawn), que es siempre muy breve y mide su triunfo por el grado de intimidación y sabotaje conseguido.
Con todo, quienes se lanzan al terrorismo desde principios de los noventa son básicamente catalanes —ayudados por algún colega italiano y marsellés—, con el fin expreso de vengar la represión “desproporcionada” de Jerez. En junio de 1893 fracasa un primer atentado contra Cánovas, al estallar el artefacto en las manos del individuo que quería volar su vivienda. En septiembre el capitán general de Cataluña y otros dos generales escapan con heridas menos graves a una bomba lanzada por el anarquista P. Pallás, que mata a un guardia de la escolta, destroza algún caballo y provoca una estampida letal para cierto viandante. En noviembre el fusilamiento de Pallás sugiere a su amigo S. Franch “castigar a lo más selecto de la burguesía barcelonesa” con dos orsinis lanzadas en el Liceo, una de las cuales no estalla por caer sobre las densas faldas de una dama. La otra fulmina a 22 adultos y hiere de gravedad a 35[39].
Solo el Voluntad Popular de Perovskaya y Zhelyabov había logrado tres hazañas en tan breve plazo, pero el movimiento se acerca a su apogeo y la proeza es igualada al año siguiente en Francia, gracias en parte al hispano-francés E. Henry. En 1890 y 1892 Ravachol y Vaillant habían cultivado la hazaña obteniendo resultados desiguales[40], y en 1894 Henry les venga con sendas bombas. Una mata a seis gendarmes en una comisaría y la otra transforma el concurrido café Terminus, “símbolo de la arrogancia burguesa”, en un infierno de esquirlas cortantes gracias a su profusión de espejos y arañas de cristal. Conservado digitalmente por la Anarchist Encyclopaedia, su extenso alegato termina diciendo: “Habéis ahorcado en San Petersburgo y Chicago, decapitado en Alemania, agarrotado en Jerez, fusilado en Barcelona y guillotinado en París, pero la anarquía acabará con todos vosotros”. Indignado por el fracaso de la campaña internacional favorable a su indulto, el panadero italiano S. G. Caserio viaja a Lyon para asestar una puñalada mortal al presidente de la República francesa, M. F. Sadi Carnot, igualando así la marca rusa y española de atentado por unidad de tiempo.
Año y medio después, aprovechando que la procesión del Corpus pasa por una calle estrecha de Barcelona, el cortejo es bombardeado desde alguna buhardilla con otra orsini, con el resultado de muchos heridos graves y 12 muertos —cuatro de ellos niños—, todos civiles y de condición social humilde, pues por torpeza o falta de visibilidad no cae sobre la cabecera de prelados y autoridades. Tras ser detenidos e interrogados cientos de sospechosos, el anarquista marsellés T. Ascheri reconoce haber lanzado la bomba, y otros cuatro colegas catalanes confiesan ser coautores, siendo los cinco fusilados meses después. Se alega entonces que sus confesiones fueron obtenidas con “hierro candente, huesos rotos, lenguas y ojos arrancados”, y que el responsable es un agente provocador al servicio de la policía, e incluso del propio arzobispado[41].
Una argumentación pareja inspira cierto documental reciente sobre el derrumbe de las Torres Gemelas, donde zelotes integristas habrían colaborado ingenuamente con un complot del presidente Bush, el Mossad y la alta finanza para reforzar su imperio. También se dijo entonces que el agente provocador era el propio Ascheri, ya que no denunció torturas y murió pidiendo perdón a las víctimas[42]. Los demás fusilados se declararon “mártires de la barbarie gubernamental”, y murieron proclamando al tiempo su inocencia y su fervor anarquista. Una ingenuidad añadida hizo que durante el juicio oral ninguno le negase su condición de mártires a Pallás y Franch, cuyos actos no habían sido obra de provocadores en sentido inmediato pero sí inducidos por el deber de tocar alarma ante el autoritarismo.
Notas
[1] Trotsky, 1964, pág. 316.
[2] El Ensayo sobre el comercio de Cantillon (1734) contiene el primer análisis de ese drama; véase vol. I, pág. 428, donde aparece descrito en sus propias palabras…
[3] En efecto, la colonización española no fue más cruel que la portuguesa, la holandesa, la inglesa e incluso la francesa, y tuvo en Bartolomé de Las Casas un denunciante que falta en otros países, capaz asimismo de argumentar por primera vez los derechos del hombre —como empezaron reconociendo los Países Bajos al declararse independientes—. En vez de identificarlo como el español más glorioso, a medida que el país se rezagaba fue creciendo su imagen de traidor, y aún hoy las escuelas omiten enseñar lo esencial. Esto es, que él y la contemporánea escuela de Salamanca fueron los primeros teóricos de la democracia moderna, y los precursores de la economía política como orden endógeno.
[4] Concretamente las tres Guerras Carlistas (1833-1839, 1846-1849, 1872-1876) y la propiamente llamada Guerra Civil de 1936-1939. Fue el historiador J. C. Usó quien me hizo reparar en su naturaleza de conflictos invariablemente fratricidas.
[5] Eso le espeta el diputado E. Castelar, jefe de una de sus facciones, el 20/4/1870. El prólogo para la llegada del nuevo rey ha sido el asesinato de su valedor Prim, perpetrado precisamente con un trabuco (arma en desuso hacía siglos, que escupe fragmentos metálicos).
[6] Ah, per Bacco, io non capisco niente. Siamo una gabbia di pazzi. En su discurso de despedida precisa: “Si fuesen extranjeros los adversarios, al frente de soldados tan valerosos como sufridos sería el primero en combatirlos; pero son españoles todos los que con la espada, la pluma y la palabra agravan y perpetúan los males de la nación”.
[7] Hijo de un humilde tejedor, se educó en distintos seminarios desde los siete a los diecisiete años, y dando clases particulares se costeó doctorados en Filosofía y Derecho por la Universidad de Barcelona. Prueba andante de que incluso en aquella España el tesón y la frugalidad abrían cualquier puerta, uno de los muchos golpes de Estado retrógrados (concretamente la Vicalvarada) le hizo refugiarse en el país vasco para evitar represalias, y al percibir su particularismo comprendió que debía incorporarse a la vida pública y crear un partido —el Republicano Democrático Federal— sensible simultáneamente a la diversidad y a la unidad del país. Hegeliano inicialmente, combinar luego a Paine y Jefferson con Proudhon y Comte hizo de él un cruce original entre demócrata, socialista y anarquista.
[8] ”Envidiar a los ricos (y los españoles son un pueblo muy envidioso) significaba desear rebajarlos casi tanto como elevarse hasta ellos” (Brenan, 1946, pág. 8).
[9] Fue aplazando el sufragio universal en nombre del posibilismo, desde su famosa definición de la política como “arte de aplicar en cada época aquella parte del ideal que permiten las circunstancias”.
[10] El turno lo aseguraba el propio caciquismo, induciendo en cada demarcación el correspondiente “pucherazo” de las urnas. Contando con la alternancia de “oficio” y “cesantía”, los cuadros de cada Partido ahorraban (o saqueaban) durante el tramo de cargo público, y uno de los tópicos literarios favoritos de la época será burlarse —o compadecerse— de sus afanes por hipotecar el puesto futuro.
[11] Lafargue huyó a Madrid tras la Semana Sangrienta parisina, amparándose en el perfecto castellano aprendido durante su infancia en Cuba. Iglesias (1850-1925) fue con Weitling y Wolff uno de los poquísimos líderes comunistas de extracción muy humilde, que aprendió tipografía en el Hospicio de Madrid. Juntos lograrán expulsar de la Internacional española a la Alianza Bakuninista (argumentando con razón que era una sociedad secreta, prohibida estatutariamente por la IWA).
[12] “Los bakuninistas en acción”, que cito gracias a la versión online del Marxists Internet Archive, corresponde a dos artículos publicados en el Der Volkstaat de octubre y noviembre de 1875.
[13] Recuérdese que el origen del sindicalismo tecnocrático británico fue el fracaso de Owen y Doherty en 1838, cuando propusieron “la vacación nacional del Trabajo” sin haber acumulado reservas para sostener el reto.
[14] Por orden alfabético: Alcoy, Algeciras, Alicante, Almansa, Almería, Andújar, Ávila, Bailén, Béjar, Cádiz, Carmona, Cartagena, Castellón, Córdoba, Coria, Granada, Hervás, Huelva, Jaén, Jerez, Jumilla, La Carolina, Loja, Málaga, Orihuela, Plasencia, Salamanca, Sevilla, San Fernando, Sanlúcar, Tarifa, Torrevieja, Utrera y Valencia. Solo los cantones andaluces y levantinos provocaron efusión de sangre.
[15] Este lance resulta poco verosímil, pues el objeto de sus iras se diría el propio comité. No menos problemático es llamar pueblo pacífico y desarmado a una turba que convirtió al alcalde Albors en “pellejos” (pelletes), pues “quemó fábricas, casas y more hispánico arrastró por las calles la cabeza del alcalde y la de los guardias muertos en la refriega” (Brenan, 1946, pág. 94).
[16] Engels, 1875, cap. II. La exposición termina diciendo: “Mientras tanto, el general Velarde llegaba con tropas desde Alicante. El gobierno de Pi tenía todos los motivos del mundo para querer manejar las insurrecciones locales discretamente, y los dueños de la situación en Alcoy deseaban por encima de todo desembarazarse de algo que no sabían manejar. De ahí que el mediador, Cervera, tuviese un trabajo sencillo. Los insurrectos dimitieron a cambio de una amnistía general, y el 12 de julio las tropas entraron en la ciudad sin hallar resistencia alguna”.
[17] Ibíd., cap. III.
[18] Cf. Brenan, 1946, pág. 93.
[19] Sobre historia del cantón, cf. Puig, 1986.
[20] En efecto, la recién creada Junta de Salud Pública toma como primera decisión ondear la bandera roja, pero no encuentra otro estandarte de ese color salvo uno turco, que a distancia podría servir en principio. Al comprobar que los gemelos de Capitanía General detectan la estrella y la media luna en una de sus esquinas, cuenta la tradición que un sublevado se hirió en el brazo para cubrir con su sangre esa parte, mientras esperaban que llegase del tinte la bandera definitiva.
[21] El Friedrich Karl y el Swiftsure, dos navíos superiores tan solo por la competencia de sus tripulaciones, ya que siendo algo o bastante más antiguos pertenecen a la misma clase de fragatas acorazadas, mixtos de vapor y vela, con una eslora algo inferior a los cien metros.
[22] Allí los recobra un mes después el gobierno español, tras embarazosas explicaciones sobre piratería a gran escala consumada gracias a sus propios barcos. No queriendo inmiscuirse en asuntos internos, y estupefacto al ser informado de que Cartagena pensaba declarar la guerra al Reich —encarcelando para empezar a cualquier alemán de los alrededores—, Bismark hará que un consejo de guerra juzgue al capitán de la Friedrich Karl, por no esperar órdenes de su Almirantazgo.
[23] Una de las acciones más comentadas, tanto por partidarios como por detractores, fue abrir la farmacia principal de un cañonazo, procedimiento que acabó con su resistencia aunque echó también a perder los medicamentos buscados para proseguir la campaña de conquista; cf. Puig, 1986, pág. 213.
[24] Esos “duros” pesan entre uno y tres gramos más que los 25 habituales, su ley o pureza resulta también algo superior, y antes de que la década termine pasan a ser piezas de joyería.
[25] Engels, ibíd., cap. VI.
[26] Sobre la agresión defensiva, descubierta por los jacobinos franceses, véase vol. I, págs. 503-504.
[27] Asilo también para Rosa Luxemburg, Lenin y otros muchos revolucionarios, parece ocioso recordar que Suiza es la democracia más antigua, próspera y estable del planeta. Holanda, creada por el Juramento de las Provincias en 1581, se mira en el espejo ofrecido por el Juramento suizo de 1291, que marca también el comienzo del fin para la caballería acorazada medieval gracias a la invencible pica helvética. En 1979 la creación del Jura como nuevo cantón —escindido del de Berna tras una simple consulta popular— indica la flexibilidad de su orden constitucional. Por lo demás, su confederación se transformó técnicamente en federación desde el conato de guerra civil de 1847.
[28] Cf. Gómez Casas, 1988, pág. 57.
[29] Lorenzo, 1946; cf. Díaz del Moral, 1974, pág. 121. La dirigente Federica Montseny, que ocupó una cartera ministerial durante la Guerra Civil, explica que “el español es anarquista por temperamento, por carácter, por fiereza, por amor a la libertad, por independencia y porque, confusamente, siempre ha sabido o intuido que sólo en un orden social como lo conciben los anarquistas se sentirá bien”; Montseny, 1976, pág. 8.
[30] Un retrato precoz de aquél clima ofrece La bodega, una novela de Blasco Ibáñez publicada en 1905, cuyo protagonista resulta ser uno de esos “apóstoles” rurales, llamado simbólicamente Salvatierra.
[31] Hobsbawn, 1959, pág. 82.
[32] Brenan, 1946, pág. 189.
[33] Cf. Bookchin, 2001.
[34] Abrieron camino juristas y sociólogos españoles, concretamente C. Bernaldo Quirós con El espartaquismo agrario andaluz (1919), y Díez del Moral —un colaborador de Ortega— con su brillante análisis de las revueltas campesinas (1929). Luego llegarían antropólogos e historiadores foráneos como Brenan y Hobsbawn, inclinados a ver en el fenómeno “el más impresionante movimiento milenarista de masas moderno”. Desde los años sesenta, manejando una documentación muy superior, irían apareciendo las investigaciones en algunos casos monumentales de Carr, Thomas, Bolloten, Preston y otros muchos.
[35] Brenan, 1946, págs. 91-93.
[36] La excepción son dos atentados frustrados contra Alfonso XII, “el Pacificador”, uno en 1878 y otro en 1879, análogos a los iniciales contra Alejandro II por usar pistolas, ya que en los años setenta el militante anarquista no admite todavía la agresión “indiscriminada” unida a la dinamita. El primer aspirante a regicida es un tonelero catalán, y el segundo un aprendiz de repostería gallego. El monarca intercede para suspender la pena capital, pero el Consejo de Ministros confirma la sentencia en ambos casos.
[37] Años después, cuando el Gobierno encomiende al penalista Bernaldo de Quirós investigar los procesos, que la única evidencia sean confesiones previas al juicio oral mueve a dudar del complot mismo. Más adelante, según Brenan, aparecerían indicios de sociedades secretas —y de condenas a muerte dictadas por ellas—, aunque todas las probadas recayeron sobre delatores.
[38] Una circunstancia agravante será encontrar en algunas casas El indicador anarquista, un librito con instrucciones para fabricar artefactos del tipo orsini —parecidos a pequeñas minas marítimas por sus espoletas en forma de púas—, que incluye el refinamiento de incorporarles mecanismos de relojería. El primero de ellos, hecho por el propio Orsini, cayó en el regazo de Napoleón III sin estallar.
[39] Pallás pudo enseñarle cómo entrar y salir ileso en casos semejantes, pues algunos le atribuyen la masacre del Teatro Alcántara, ocurrida en Río de Janeiro dos años antes. Franch, temerario y problemático desde muy joven —huyó del hogar a los 13 años, tras haber intentado matar a su padre con un revólver—, empezó siendo carlista y solo fue descubierto porque presumía en privado de su hazaña. Viendo que la policía le cercaba, quiso matarse de un tiro en el costado mientras lanzaba vivas a la anarquía. Luego alegaría convertirse al catolicismo, y escribió al ministro de Justicia: “Estando próximo a partir para la eternidad, quiero suplicarle muy de corazón que se digne perdonarme. También doy las gracias por todo lo que ha hecho para que pague por el horrendo crimen cometido”. Una vez sentado en la silla del garrote vil, sin embargo, deshizo esa farsa y murió bendiciendo la anarquía; cf. “Atentados en la España del siglo xix”, fdomingor.jazztel.es.
[40] Ravachol había sido condenado inicialmente a prisión perpetua —por poner tres bombas fallidas a distintos magistrados—, pero luego confesó tres homicidios previos y fue guillotinado en 1892. Muy célebre en círculos anarquistas, su defensa empezó diciendo: “El único responsable de los actos que se me imputan es la sociedad, cuya organización impone la lucha incesante de unos contra otros”. Vaillant se propuso vengar a Ravachol, confeccionando al efecto una bomba lanzada en la Cámara de los Diputados “con intención de herir, no de matar, y por eso la rellené con clavos”. Entre el centenar de heridos estuvo él mismo, que perdió la nariz. En el momento de morir prometió ser vengado.
[41] ”El agente provocador logró salir de España y fue para la Argentina” dice Montseny (1976, pág. 12). En su Bilis, vómitos de tinta (1908) el anarquista L. Bonafoux menciona al “anarquista Girault” —que podría ser un colaborador de Louise Michel, la Virgen Roja—, aunque la pista más antigua es el Los victimarios publicado en 1900 por el abogado anarquista R. Sempau. Allí leemos: “El protagonista del horrible drama es o era un confidente. Y mantenemos por nuestro honor la afirmación, estando dispuestos a probarla cuando sea necesario” (pág. 302). Por lo demás, nunca lo consideró necesario y su testimonio tampoco puede considerarse intachable, pues Sempau quiso matar en 1898 al teniente N. Portas, y solo se salvó del fusilamiento porque su caso fue transferido de la justicia militar a la civil.
[42] Ni siquiera la prensa libertaria pone en duda que se convirtió al catolicismo, y contrajo matrimonio con su compañera in articulo mortis. De esa esposa, Francesca Saperas, dice el Diccionario Biográfico de Mujeres Catalanas: “És considerada l’arquetip de dona de militant anarquista que se sacrificà per la causa i es veié obligada a passar tot tipus de penúries”; cf. dbd.cat.
Este texto corresponde al capítulo 26 del libro Los enemigos del comercio. Historia moral de la propiedad, segundo tomo de una ambiciosa trilogía sobre el origen y desarrollo del movimiento comunista, que publica estos días la editorial Espasa.
Antonio Escohotado (Madrid, 1941) es ensayista y profesor universitario que se ha dedicado sobre todo a pensar y escribir sobre el derecho, la filosofía, la sociología y las drogas. Entre sus libros destacan su Historia general de las drogas (en tres volúmenes), Retrato del libertino, Caos y orden y el primer tomo de la trilogía Los enemigos del comercio. Historia de las ideas sobre la propiedad privada.