Glenn Gould se equivocó en muchas ocasiones. Casi veinte años después de su muerte, su fama como pianista continúa aumentando, imparable, día a día. Sus ideas, sin embargo –vertidas en numerosos escritos ensayísticos, entrevistas, guiones para la radio y la televisión y, ahora, en esta recopilación de su correspondencia– son el producto de un genio autodidacta con algunos momentos de resplandeciente clarividencia y bastantes desafortunados baches. A pesar de todo, los aficionados a la figura del gran pianista encontrarán en estas cartas una magnífica fuente de información que complementa la imagen del músico que, con toda seguridad y dada su idiosincrasia, ya tenían de antemano: genial, sin duda; excéntrico, efectivamente; misántropo, sí, sí; hipocondríaco, sin duda; frío, ciertamente; perfeccionista, naturalmente; envidioso, celoso y competidor, siempre.
Glenn Gould: Cartas escogidas recopila 184 textos epistolares que el pianista escribió a diversas personalidades de la música, algunos familiares y, muy especialmente, a un selecto grupo de seguidores y fans incondicionales. Organizados cronológicamente, cubren la etapa comprendida entre 1956 y 1982, es decir: toda su carrera. Según los compiladores, la trayectoria profesional de Gould se puede dividir en tres periodos: 1956-64, etapa de formación, primero, y de abandono de su carrera como concertista, posteriormente; 1964-76, años de dedicación a los nuevos medios de la radio, TV y cine; y, finalmente, 1976-82, época marcada por soledad y la enfermedad, síntomas que se acentuaron con el trauma causado por la muerte de su madre.
¿Y qué pensaba Glenn Gould sobre la interpretación de Bach al piano moderno, la vida cotidiana de los concertistas, las posibilidades de la tecnología para crear música, sus propias grabaciones de obras de repertorio, los compositores románticos, la importancia de conocer la estructura de una obra para tocarla bien o, incluso, cómo solucionar, compás a compás, los problemas interpretativos de obras concretas? Esta correspondencia ofrece al lector respuestas a casi todas estas cuestiones; sobre su vida personal, sin embargo, las cartas son, en general, más bien opacas: roces y malentendidos con su padre que provocaron que Gould no asistiese a su segunda boda; una tal Dell, misteriosa amiga a quien Gould describe con ternura, pero sobre quien no se sabe prácticamente nada; afecto y agradecimiento a sus admiradores; pastillas, noches de insomnio y ansiedad, pánico existencial y pocas cosas más (y no es poco, ciertamente).
Retrospectivamente, el Glenn Gould que falla y desencanta es el maníaco de opiniones categóricas que no permiten matices. La más famosa entre ellas, sin duda, es la aserción de que los conciertos en vivo son cosa del pasado y que las grabaciones llegarán a eclipsar la música en directo. Las cartas aquí recopiladas no llegan a decir textualmente esto, pero insinúan el argumento que el pianista ya había expresado en otros escritos. Y sin embargo, hoy sabemos, y es un hecho ampliamente aceptado, que el mercado de los discos se ha hundido y, en cambio, la asistencia a los conciertos en vivo –aunque deje mucho que desear– ha acabado siendo el salvavidas de la industria musical.
Y puestos a dar la extremaunción y a perdonar vidas, Gould asevera disparatadamente que el género del concierto con solista es un molde “muerto” (!). Y hay más: Schubert y Schumann (¡pobrecitos!) muestran manierismos de música de salón. El venerable Schoenberg –dice él equivocadamente– acabará gustando al público (¿seguro?). La dificilísima sonata Hammerklavier, de Beethoven, no compensa el esfuerzo que supone (que se lo digan si no a las docenas de personas que se pelean con ella a diario en todos los conservatorio del mundo). Ya más atinado, admite que sus grabaciones de las sonatas de Mozart van desencaminadas, pero no menciona otras extravagancias interpretativas más obvias como sus peculiares y espiritualmente inhóspitas lecturas de los Intermezzi de Brahms, ejecuciones gélidas y hostiles al alma, como la tundra y la taiga invernal del Canadá, que a él (lógicamente) tanto le gustaba.
Y todo son gustos, podríamos decir, si bien, con toda seguridad, las ideas expresadas en la correspondencia de este genio boreal, muy a pesar de emitir esporádicas chispas de penetrante intuición, en general, han quedado desfasadas. Su arte pianístico (con algunas excepciones, claro), sobrevive sin ningún síntoma de envejecimiento, prácticamente sin ningún rasguño, ni moratón, ni una sola llaga, y hasta aquí sus grabaciones continúan su decidida escalada sin la menor lesión. ¿Cuántos artistas desearían poder garantizar lo mismo para su legado?
Glenn Gould: Cartas escogidas
Gould, Glenn
Edición y prólogos de John Roberts y Ghyslaine Guertin; traducción, Ferran Esteve
Barcelona: Global Rhythm, 2011 – 24 €
Antoni Pizà ha publicado en FronteraD “Etc. Etc.”