Lo de mandar al equipo nacional a Catar para jugar el Mundial de Fútbol ha sido solo una pequeña parte del deshonor (y no me refiero a su temprana eliminación). Más grave es que nos humillemos en los ámbitos de la más alta representación política y la cultura ante un país en el que no existe la democracia, regido por una monarquía absoluta completamente anacrónica, en el que solo un 10% de la población tiene la nacionalidad –con los privilegios que eso supone–, en el que demasiados trabajadores viven en condiciones de semi-esclavitud, en el que las mujeres deben pedir permiso para hacer su vida, en el que no se tolera el amor fuera del matrimonio heterosexual y en el que la censura está a la orden del día. Pero tiene petróleo, gas y muchísimo dinero para invertir en otros países. Así que aquellos que dicen defender valores democráticos y éticos se tragan sus escrúpulos. Y con la sonrisa puesta. Cuando el emir de Catar visitó España con una de sus tres esposas nos faltó besarle los pies. Los reyes le hicieron una exageración de honores, le dimos el Collar de la Orden de Isabel la Católica, las medallas del Congreso y del Senado, y la Llave de Oro de Madrid. Una vergüenza. Se pretendía, entre otras cosas, garantizarnos el suministro gasístico ante la perspectiva de que Rusia nos cortara el grifo y resulta que, del gas licuado que compramos en el exterior, la proporción que corresponde a Catar ha caído en estos meses del 6,7% al 3,1%.
Esa visita fue la culminación de una etapa en la que los intercambios económicos con Catar no han hecho más que crecer. Lo subrayó hace solo unas semanas en embajador de España en Doha, Javier Carbajosa, en la celebración allí del 50 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas con el emirato. A los cataríes les interesa España como destino turístico, por la huella musulmana en ciudades como Granada, Córdoba o Sevilla, pero sobre todo para contratar con empresas que desarrollan grandes proyectos de energía, ingeniería y construcción, e invertir en determinados negocios en nuestro país. En 2021, afirmó el embajador, el comercio bilateral aumentó en un 34%. Pero Catar mira más lejos: España ha de facilitarles la entrada en los mercados latinoamericanos.
La tribu reinante
¿Con quiénes estamos tratando? La tribu reinante, que tiene controlados a través de sus numerosos miembros todos los departamentos y organismos de la administración, todas las empresas estatales y toda la estructura cultural, museos incluidos, es la de los Al Thani. En el poder desde 1847, han recurrido en varias ocasiones al golpe de Estado para resolver la sucesión –así hicieron el padre y el abuelo del actual emir, entronizado en 2013–, y cuentan con el apoyo casi cerrado de las otras tribus, a los que solo importa su cuota en la riqueza nacional, que es en su inmensa mayoría producto del “alquiler” a grandes empresas petrolíferas de los recursos naturales. Con vecinos tan agresivos como Arabia Saudí, los Al Thani han conseguido que los cataríes identifiquen su régimen con la salvaguarda de la independencia del país (obtenida en 1971), pero también con su prosperidad y “modernización”, siempre moderada por el máximo respeto a la religión oficial, que es como para los saudíes el wahabismo.
El emir puede vetar cualquier decisión del Consejo de la Shura, cámara en la que recae el poder legislativo, con 45 miembros de los que solo 30 pueden ser votados por los cataríes de pura sangre –los otros 15 los elige el emir– y de los que solo dos son mujeres, ambas por designación: de las 28 mujeres que se presentaron a las últimas elecciones, en 2021, ninguna fue elegida por los votantes. No existe la oposición: el emir nombra al primer ministro, siempre de la familia Al Thani, que solo debe responder ante la Shura en caso de que así lo acuerden dos tercios de los miembros, cosa muy improbable. El emir controla también el poder judicial: puede perdonar o conmutar penas y los jueces, que actúan en su nombre, no pueden procesarle por ningún concepto; además, al ser en buena parte no cataríes, pueden ser deportados a voluntad. La principal cadena informativa, Al Jazeera, es estatal y la familia Al Thani la financia en un 90%; fuera de cuestión, naturalmente, que pueda criticar a ninguno de sus miembros. La libertad de prensa brilla por su ausencia.
Tanto las organizaciones internacionales como, sobre todo, los países individuales en sus intercambios bilaterales aplican diferentes raseros en los casos de violaciones de derechos y libertades. La tolerancia es mucho mayor cuando es difícil prescindir de las materias primas o los productos industriales de los países en cuestión, o cuando estos ponen en circulación global grandes capitales. Sí, los responsables políticos muestran su preocupación en foros, comités, informes… pero no se toman medidas efectivas. Y lo que algunos de los violadores de derechos hacen para que a los estados con los que tienen intercambios les sea más fácil tragarse el sapo es poner en marcha los mecanismos del soft power. El Mundial de Fútbol, ya lo saben, va en esa línea, al igual que el resto de eventos deportivos que Catar ha acogido. También su pretensión, hace unos años, de presidir la UNESCO, algo que no consiguió por la oposición de los países árabes con los que estaba entonces enfrentado –y hubo, como en el proceso de elección de sede del mundial, acusaciones de compra de votos–, pero sí ha ido logrando un mayor peso en esta organización, de la que volveré a hablar luego.
Diminuta estructura artística
Las artes visuales y los museos son uno de los ejes de la estrategia de lavado de cara de Catar en el exterior. Y también en ese terreno les hemos hecho los españoles el juego, como explicaré enseguida. Pero antes déjenme despejar las dudas de quienes creen que el intercambio cultural es una cosa muy bonita que se realiza al margen de los intereses espurios de gobiernos malvados. Es lo que piensan, por ejemplo, quienes defienden el mantenimiento de las relaciones culturales con Rusia, a las que me referí en otro artículo. Si los intercambios son iniciativa de artistas, profesionales, grupos y empresas de probada independencia, mis aplausos. Pero en este caso absolutamente todo pasa por los acuerdos o los negocios con la cúpula del emirato.
Como es sabido, los Al Thani, bajo la dirección de la célebre y en todas partes muy adulada presidenta de la entidad Qatar Museums desde 2006, la jequesa Al Mayassa –hermana del emir Tamim y por tanto en el centro del círculo de poder del país y tan responsable como el que más de las citadas violaciones–, han apostado fuerte en el mercado del arte internacional, con un presupuesto para adquisiciones estratosférico, y han fundado museos, con diseños de arquitectos estrella, que quieren promocionar en el mundo. Porque esos museos no son para los cataríes, si exceptuamos el Museum of Islamic Art, que fue el primero y el prioritario –la religión marca allí la vida cultural– y seguramente el más importante por su extensa y rica colección, y el National Museum of Qatar, construido en torno al palacio del jeque Abdullah bin Jassim Al Thani –no hace falta que lo subraye, ¿no?: Catar = familia Al Thani–, que es una mezcla de museo arqueológico y museo antropológico.
Estos dos museos sirven a los propósitos de apuntalar la identidad nacional y de sacar pecho en el contexto regional árabe y musulmán, en particular en la rivalidad con Arabia Saudí que, como cuna del profeta Mahoma, siempre ha llevado la voz cantante en el mundo islámico, y no solo en el terreno religioso. Pero los museos y centros de arte contemporáneo –el Mathaf, la Fire Station y el mastodóntico Art Mill Museum, que está en proyecto– son para los turistas. Y, en el caso del primero de ellos, para el soft power. Al catarí de pura cepa el arte actual le importa poco y, aún más, le incomoda en cuanto toca algún aspecto sensible; y la enorme mayoría de trabajadores importados no tiene ni tiempo ni dinero para visitar museos o exposiciones.
Hay en Doha solo un puñado de galerías privadas de poco fuste (vean Eiwan Al Gassar, Animao Al Markhiya, fundada por el jeque Abdulla bin Ali Al Thani), algunas con sede en resorts o centros comerciales –los árabes ricos dedican su tiempo de ocio a comprar en lujosísimos malls–; un centro de arte propiedad de un rico coleccionista, el Katara Art Center, con programación artística floja; un hub estatal dedicado a la moda y el diseño, M7; y una sala de exposiciones universitaria, VCUarts, ligada a la Commonwealth University School of the Arts, que sostiene la única facultad de Bellas Artes.
Tanto el Mathaf como esta sala de exposiciones se insertan en la Education City, ciudad universitaria muy en la periferia y de acceso complicado que fue impulsada y es patrocinada por la Qatar Foundation. Ornamentada, por cierto, con una escultura de Eduardo Chillida. Es un empeño del anterior emir, Hamad, y su esposa la jequesa Mozah (primera celebrity internacional de la familia) para fomentar la instalación de satélites de universidades occidentales en las que instruir a los cachorros las élites locales y de los expats más pudientes. En la Qatar Foundation, como en tantas iniciativas de los Al Thani, la frontera entre lo privado y lo gubernamental es difusa: podría calificarse de “paraestatal”.
Catar no es, como ya apunté, un estado secular, y tanto el wahabismo como el culto a los Al Thani tienen su impacto no solo en las estructuras culturales sino también en la propia creación artística. En VCUarts se han formado las primeras promociones de artistas cataríes. Pero, como señala Serena Iervolino en un artículo que recomiendo, en esta facultad se fomenta y al mismo tiempo se “regula” la creatividad. Se orienta a los alumnos para que produzcan unos tipos de obras y para que eviten otros que pueden herir sensibilidades. Los licenciados tienen muy pocas opciones de hacer carrera: no hay mercado, como apunté, y solo algunos jóvenes consiguen acceder al programa de residencias de The Fire Station, también estatal, o al Project Space del Mathaf, en los que, desde luego, no se permite que nadie salga del tiesto. Más que ejercer directamente la censura se fomenta la autocensura: los artistas saben cuáles serían las consecuencias de producir obras inaceptables. La consigna es poner de relieve “los valores y la identidad árabe e islámica”, según reza la hoja de ruta gubernamental Qatar National Vision 2030. La abstracción y la caligrafía son, por ello, los “géneros” más apreciados. El islam más riguroso, como saben, prohíbe la figuración.
A no ser que la figura representada sea la del amado líder. El artista catarí más famoso en la actualidad es Ahmed al-Maadheed, que hace cinco años hizo un retrato simplificado del emir que tituló Tamim al-majd (Tamim el Glorioso): empezó a circular por redes sociales y se convirtió en imagen de la resistencia del país (=los Al Thani) ante las presiones de sus vecinos árabes, que lo sometieron a bloqueo entre 2017 y 2021. El retrato se imprimió en todo tipo de soportes y se vio en cada edificio, en cada vehículo. Qatar Museums encargó enormes murales realizados con esta imagen y se dice que compró luego algunos.
He dado con un revelador artículo, Quién es quién en Catar: Gente de las Artes y la Moda, que deberías conocer, que hace un repaso de los artistas con mayor renombre allí, prologados por la jequesa Al Mayassa y su primo el jeque Hassan bin Mohamed bin Ali Al Thani, que se dice artista. Verán que en casi todos ellos se destaca su inserción en el circuito oficial y algunos incluso trabajan para el gobierno o sus organismos culturales.
Artistas con muchas tragaderas
Entre las inversiones que el emirato ha realizado en Doha con motivo del Mundial, ha promovido la instalación de un conjunto de obras de gran tamaño en el espacio público, que se unen a las que ya existían en el aeropuerto y en algunos lugares de la ciudad. Pueden ver esa primera tanda en la web Qatar Creates, que promociona David Beckman, una de las figuras que más se ha significado –junto a Morgan Freeman, que participó en la gala inaugural– en el blanqueamiento del régimen.
En años anteriores, algunas de esas esculturas que la jequesa había encargado para las calles de Doha le supusieron grandes dolores de cabeza. En particular el conjunto de Damien Hirst, que mostraba la evolución de un feto en el útero: a los pocos días de su inauguración de 2013 tuvo que cubrirlas con unas lonas y así permanecieron, como un gran monumento a la censura, hasta que se atrevió a destaparlas de nuevo en 2018.
Mientras que, según hemos sabido, algunos músicos como Rod Stewart, Shakira, Alicia Keys o Dua Lipa se negaron a participar en las celebraciones del mundial, no ha habido noticia de ningún desaire por parte de los artistas plásticos invitados a engrosar el mencionado programa de arte público. Frente a las generalizadas manifestaciones de rechazo a la invasión de Ucrania o al “estado islamista, represivo y despótico” en Irán, parece que las violaciones de los derechos humanos en Catar no les resultan tan ofensivas. Me llama la atención que la iraní Shirin Neshat, que aboga muy visiblemente por las mujeres en Irán, no tuviera empacho en exponer en el Mathaf hace pocos años. En Doha, a Richard Serra o Louise Bourgeois, cuyas obras se instalaron en años anteriores, se han unido ahora Olafur Eliasson, Ernesto Neto, Jeff Koons, Ugo Rondinone, Kaws, Yayoi Kusama, Katarina Fritsch, Fischli & Weiss, Simone Fattal y Suki Seokyeong Kang. Pero, tras el caso Hirst, Al Mayassa había aprendido la lección: las nuevas esculturas son todas muy alegres y, aunque de grandes dimensiones, muy abstractas y/o muy “in-significantes”.
La misma falta de escrúpulos han demostrado los numerosos museos que han colaborado con la Qatar Museums Authority en su división internacional, la cual persigue apuntalar su prestigio a base de partenariados con instituciones de renombre. En la estructura estatal catarí, el museo que mejor ha servido hasta ahora a ese propósito es el Mathaf. El museo nació en 2010 para alojar la colección del jeque Hassan bin Mohamed bin Ali Al Thani (El Artista), que había empezado a comprar en los ochenta gran cantidad de obras de artistas de determinados países musulmanes. Como pueden suponer, la colección es caprichosa y desigual. Pero en 2013 el Mathaf contrató al comisario marroquí Abdellah Karroum, que puso un poco de orden en ella e inició un programa expositivo con artistas internacionales importantes, la mayoría de origen islámico, siempre al servicio de un panarabismo del que Catar se ha erigido en adalid.
Dorar la píldora (con oro del bueno)
Enseguida detallaré qué instituciones españolas, con frecuencia bajo orden ministerial, se han adherido a esta estrategia de artswashing catarí. Pero antes querría señalar que España no es el único país al que Catar se ha acercado en el vehículo del arte. Y ha utilizado una herramienta aún más atractiva que el Mathaf para cegarnos: la despampanante colección de joyas indias del jeque Hamad bin Abdullah bin Khalifa Al Thani, primo hermano del emir y de la jequesa que ejerce como consejero delegado del holding familiar Quipco. De nuevo, la frontera entre lo estatal y lo familiar es borrosa. En 2009, Hamad comenzó a comprar cualquier joya de maharajás, sultanes y emperadores mogoles de la antigua India que saliera al mercado y pronto empezó a exhibirlas en el extranjero. Han pasado por el Palazzo Ducale de Venecia, el Victoria & Albert Museum de Londres, el Metropolitan Museum de Nueva York y el Grand Palais de París. Es esta ciudad la que se ha echado finalmente a los pies del jeque. Él había comprado allí el histórico Hotel Lambert, en el que sus excesivas obras de reforma provocaron un incendio de resultados dramáticos –se quemó el gabinete de baños, con pinturas murales del siglo XVII, de Eustache le Sueur– y allí ha obtenido una sede para la conocida como Al Thani Collection: el Hotel de la Marine en la plaza de la Concordia, cedido por el Centro de Monumentos Nacionales durante veinte años.
La mayoría de las acciones culturales de Catar en el exterior son efecto de los acuerdos bilaterales, formales o no, con otros países. En España llevamos tiempo dorándole la píldora, con intereses, como no, económicos. Nuestros Reyes visitaron oficialmente el emirato por primera vez en 1980 (miedo da pensar qué tratos haría el emérito allí) y regresaron en 2003 y 2006. En 2004 se abrieron las embajadas en ambos países y en ese mismo año nos visitó el padre del actual emir, Hamad, que repitió el viaje en 2011.
En 2022, ya en el apogeo del agasajo sonrojante al que me referí al inicio, el emir Tamim y Pedro Sánchez firmaron un conjunto de acuerdos que incluía uno de índole cultural, con este mandato: “Ambas partes fomentarán y facilitarán la cooperación y los intercambios en los ámbitos de la literatura, las artes plásticas, las artes escénicas, la música, el cine, la arquitectura y en otras áreas de la cultura”. Es de esperar que los eventos conjuntos se incrementen, sobre todo si Tamim cumple la promesa que hizo en la cena de gala en el Palacio Real de invertir 5.000 millones de dólares en España en los próximos años.
Té con Nefertiti
Pero hace ya tiempo que se vienen produciendo los contactos entre instituciones culturales, unas veces más “oficiales” que otras. No se van a creer quién abrió las puertas. ¡Consuelo Císcar! En noviembre de 2012 viajó a Doha para asistir a la inauguración en el Mathaf de la exposición Té con Nefertiti, y a los pocos meses se la trajo al IVAM. Me encantaría saber quién intermedió y si el gobierno valenciano estaba en el ajo. Lo cierto es que fue algo improvisado, porque Compromís, entonces en la oposición, pidió explicaciones sobre ese desplazamiento injustificado –la muestra no estaba en la programación ya anunciada– que, sospechaban, había costeado el museo. Yo apuesto a que no: que lo pagó Qatar Museums.
Té con Nefertiti fue la primera exposición del Mathaf concebida para itinerar en Occidente y pasó por el Institut du Monde Arab en París, el IVAM y el Staatliche Museum Ägyptischer Kunst de Múnich. Estaba comisariada por Art Reoriented, duo libanés-alemán integrado por San Bardaouil y Till Fellrath, que realizó varios proyectos para el museo catarí en su primera etapa. El acento de la muestra en Egipto no era inocente. En ese momento Catar estaba intrigando para influir en la política egipcia y compitiendo ya –lo sigue haciendo– con Arabia Saudí y ese país por el liderazgo cultural en el área musulmana.
El CIMAM hace la vista gorda
El segundo de los contactos que he localizado no parece fruto de un acuerdo institucional sino de relaciones personales. En enero de 2014, se inauguró en el MACBA la exposición Justo delante de nosotros. Otras cartografías del Rif, cuyo comisario era Abdellah Karroum, director desde el año anterior del Mathaf. Es muy probable que el proyecto se empezara a gestar antes de este nombramiento y de hecho el museo de Doha no aparece como colaborador en los créditos. Pero en paralelo ocurrió algo significativo. En agosto de 2013, cuando la exposición estaba seguramente ya en marcha, la Asamblea General del CIMAM, que se celebraba en Río de Janeiro, decidió –imagino que a propuesta de Karroum– que su próximo lugar de encuentro, en 2014, sería el Mathaf. Y que Bartomeu Marí, director del MACBA, presidiría la organización hasta 2016; además, Karroum se integraría en su Consejo rector.
El CIMAM, que tiene una línea de acción llamada Museum Watch (vigilancia de museos), no parece tener nada que objetar al manejo político de los museos en Catar, de la que fue testigo directo. En la apertura de la conferencia anual en Doha, que está grabada, la jequesa Al Mayassa, por supuesto, aprovechó la ocasión para hacer propaganda de los logros culturales del régimen.
Karroum ha sido comisario o ha supervisado varias de las exposiciones que Catar ha exportado a España. Si tienen tentación de pensar que es un profesional independiente que no está al servicio de una agenda política, sepan que en 2021 dejó después de ocho años la dirección del Mathaf para convertirse en asesor curatorial especial de la jequesa Amna Al Thani, directora del Museo Nacional de Catar y CEO de Qatar Museums, y ocuparse del desarrollo de los museos cataríes y de su estrategia internacional. Por otra parte, es algo irónico que el mandato en el MACBA de Marí se viera truncado solo un año después de la conferencia en Doha por su intento –seguramente instigado por la Fundación MACBA– de censurar una obra de arte que representaba al rey Juan Carlos en la exposición La bestia y el soberano, que trataba sobre las relaciones entre arte y poder. Imaginen qué le habría pasado a la artista, a los comisarios y al director del museo si hubiesen querido mostrarla –algo completamente imposible, en realidad– en el Mathaf, con el emir a cuatro patas.
Exposición/agasajo
Karroum comisarió la gran puesta de largo artística de Catar en España: Looking at the World Around You: Contemporary Works from Qatar Museums, inaugurada en la sala de exposiciones de la Fundación Banco Santander en febrero de 2016, en paralelo a la concesión por parte de la Fundación ARCO de uno de sus premios al coleccionismo a Qatar Museums, que recogió el jeque Hassan. Antes, en 2013, el Banco Santander había firmado –lo hizo Emilio Botín en persona– un acuerdo con la Qatar Foundation para “potenciar la educación” a través del apoyo de Santander Universidad al The Future of Education Fund de WISE, una herramienta de educationwashing presidida por el jeque Abdulla bin Ali Al Thani (el que fundó una galería). El proyecto de exposición fue resultado de contactos al más alto nivel: “se empezó a idear hace dos años en un encuentro entre Paloma Botín y la jequesa Al Mayassa”, según se publicó.
El Banco Santander es una de las empresas españolas en las que los cataríes han hecho sustanciosas inversiones. En octubre de 2010, Qatar Holding (matriz del fondo soberano de inversión del emirato) se incorporó como socio estratégico del Grupo Santander en Brasil al comprar un 5% de esa entidad por 1.950 millones de euros. Esa participación se redujo poco después de que se montara esta exposición/agasajo en las salas de la Fundación en Boadilla: en 2017 Catar vendió un 2,2% de sus acciones, provocando un derrumbe en la cotización. Vaya.
Una ayuda principal
Pero es el Museo Reina Sofía el que ha tenido más relación con las colecciones de Catar, colaborando en dos exposiciones. En marzo de 2016, la reina emérita asistió a la Cumbre de Microcréditos de Abu Dabi y según publicó La Razón citando fuentes cercanas a la familia real, unos “mecenas le habrían solicitado que mediase en la firma de unos acuerdos de Qatar Museums con varias instituciones artísticas del país, entre ellas, el museo que lleva su nombre. No obstante, la dirección del Reina Sofía ha confirmado a este diario que aún no se ha producido ninguna reunión en esta línea, aunque no descartan que pueda suceder”. Y, sí, sucedió. No sé si por mediación de la emérita o por iniciativa directa de Hassan ‘El Artista’, que en esos mismos días afirmaba: “Hablamos con el Reina Sofía hace dos semanas (…) y les invitamos a que vengan y así iniciar diálogos entre el Museo de Árabe de Arte Moderno (Mathaf) y el Reina Sofía”. El jeque preveía “muchas más colaboraciones en el futuro” con “otras instituciones en el campo del arte moderno”.
Unos meses después, en enero de 2017, se inauguraba la primera de las dos exposiciones con intervención de Catar en el Reina Sofía, Art et Liberté. Ruptura, guerra y surrealismo en Egipto (1938-1948), comisariada por Sam Bardaouil y Till Fellrath (los mismos que hicieron Té con Nefertiti en el IVAM). No era una exposición organizada directamente por Qatar Museums pero sí impulsada por Hassan Al Thani, que fue el principal prestador, con 39 obras de su propiedad o de la colección del Mathaf (vean aquí el detalle). La muestra había pasado por el Pompidou de París y luego iría a la Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen de Düsseldorf, a la Tate Liverpool y al Moderna Museet de Estocolmo– gracias a la “ayuda principal” del jeque.
Varios medios subrayaron la vertiente geoestratégica de la exposición cuando arrancó su itinerancia en París. En Connaissance des arts leímos que “La competición artístico-cultural entre los estados del Golfo explica que otra exposición itinerante titulada When Arts Become Liberty : The Egyptian Surrealists. 1938-1965 se presentase en octubre en el Palacio de las Artes de El Cairo a iniciativa de la Sharjah Art Foundation, dirigida por la jequesa Hoor al-Qasimi, hija del emiri de Sharjah”. Una revista italiana hablaba de “un caso muy paradigmático de hegemonía cultural. La exposición de París parece construida en buena parte con piezas pertenecientes a la colección Al Thani de Doha, propiedad del jeque Hassan M. Ali Al Thani. Voces no verificables insinúan que este habría presionado a Catherine David para hacer la exposición en el Pompidou, e intentado sustraer a coleccionistas y museos egipcios algunas obras ya reservadas por Hoor al-Qasimi y Salah M. Hassan, en nombre del enorme prestigio de la institución francesa”. Hay que tener en cuenta que Egipto es una baza política y económica por la que pugnan los emiratos árabes. Catar sostuvo al gobierno de Mohamed Morsi y los Hermanos Musulmanes entre 2012 y 2013, mientras que los Emiratos Árabes Unidos apoyaron al golpista Abdel Fattah El-Sisi, que continúa en el poder. Esto explica que la exposición patrocinada por Sharjah estuviera respaldada por el gobierno egipcio y se celebrara allí, mientras que la apoyada por Catar hiciera énfasis en la inserción del Egipto moderno en la escena internacional y se montara en su mayor parte con obras conservadas en el exterior y en museos europeos.
En el centro de un embrollo diplomático
La segunda exposición, Trilogía marroquí, que se pudo visitar entre marzo y septiembre de 2021, sí fue resultado de una coproducción oficial entre el Reina Sofía y Qatar Museums, aunque, como veremos, sobrevenida y desigual. Se trata de un proyecto con una enorme carga política y complicados avatares diplomáticos que, cosa difícil, vamos a intentar entender.
En mayo de 2018, el presidente de la Fondation Nationale des Musées (en adelante FNM) de Marruecos, Mehdi Qotbi, se reunió en nuestro Ministerio de Cultura con, entre otros, el director general de Bellas Artes, Luis Lafuente, el director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel y el director del Museo Arqueológico Nacional, Andrés Carretero. El propósito era preparar la “temporada cultural de Marruecos en España”, que tendría lugar en 2020 y que ya preveía sendas exposiciones en esos museos. En ese momento se proyectaba también una “temporada cultural de España en Marruecos” para 2021, que no tuvo lugar. Obsérvese que Qotbi hace las veces de ministro de Cultura en los intercambios culturales de Marruecos y que la FNM es, como Qatar Museums en el emirato, la herramienta privilegiada del soft power marroquí.
En agosto de 2018, se publica en el BOE la “Entrada en vigor del Convenio de Asociación Estratégica en materia de Desarrollo y de Cooperación Cultural, Educativa y Deportiva entre el Reino de España y el Reino de Marruecos, hecho ad referéndum en Rabat el 3 de octubre de 2012”. Era una manera de reactivar un acuerdo –que había nacido muerto– para intensificar las relaciones diplomáticas con Marruecos en un contexto de fuerte presión migratoria que requería la colaboración de nuestro vecino del sur. En noviembre de 2018, pocos días después de la visita de Pedro Sánchez a Marruecos, Qotbi vuelve a visitar Madrid, entrevistándose con José Guirao, ministro de Cultura, Borja-Villel y Carretero.
En febrero de 2019, bajo la presidencia de los reyes Mohammed VI y Felipe VI –en visita de Estado a Marruecos–, se firman sendos memorandos de entendimiento entre la FNM y el Ministerio de Cultura y Deporte para la organización de las exposiciones en el Reina Sofía y el Arqueológico (una escenificación de algo que ya estaba en marcha). Siguen los contactos entre Qotbi y nuestros museos en noviembre de 2019; en esta ocasión le acompaña a Madrid el director del Museo Mohamed VI de Arte Moderno y Contemporáneo, El Idrissi Abdelaziz que, curiosamente, terminará siendo comisario de la exposición en el Arqueológico, inaugurada con mucho retraso en 2022 con el título En torno a las Columnas de Hércules. Las relaciones milenarias entre Marruecos y España.
En diciembre de 2019 vemos que algo ha cambiado. Cuando se anuncia la programación del Reina Sofía para 2020, se presenta ya Trilogía marroquí como exposición organizada junto al Mathaf y co-comisariada por Borja-Villel y Karroum (marroquí, recordemos), sin mencionar para nada a la FNM. En marzo se decreta el confinamiento por la Covid en España y se posponen los proyectos expositivos.
En diciembre de 2020 el Reina Sofía firma un convenio con Qatar Museums para coproducir Trilogía marroquí. Ni una palabra en él sobre la colaboración de la FNM. El acuerdo económico es desigual, como avancé: la aportación de Catar se limita al transporte (y seguro) de las 24 obras que prestaban el Mathaf y la colección de Qatar Museums, presupuestado en 204.000 euros –mucho me parece, tratándose de un único porte, y en comparación con los 319.000 euros que estima en el convenio el Reina Sofía para el transporte de las numerosas obras, cerca de 225, del resto de prestadores–, y al pago de los textos y el 50% de la impresión del catálogo, valorados en 54.000 euros. El documento nos informa además de que se planeaba llevar la exposición a Doha en junio de 2022 (algo que no ha sucedido), aunque con una selección diferente de obras. Y determina cómo ha de constar la colaboración de Qatar Museums, al que se concede, con los datos en la mano, una importancia excesiva dada la relativamente pequeña (aunque carísima) aportación de un 10% de las obras expuestas.
Es imprescindible poner en contexto político estos movimientos. Recuerden que las relaciones entre Marruecos y España estuvieron sometidas a grandes tensiones desde 2018. En 2019, Marruecos prohibió el paso de mercancías transportadas personalmente en las fronteras de Ceuta y Melilla. En de marzo de 2020, con la pandemia, cerró esos pasos fronterizos, postergando su apertura más allá de lo necesario. En diciembre de 2020 el primer ministro de Marruecos afirmó que “Ceuta y Melilla son marroquíes, al igual que el Sahara”, con la consiguiente reacción diplomática española. En abril de 2021, Brahim Gali (del Frente Polisario) fue ingresado en un hospital español, para gran enfado marroquí. En mayo, dejó que 5.000 marroquíes atravesaran Ceuta. Pedro Sánchez visitó Ceuta y Melilla; Marruecos llamó a consultas a su embajadora en España. Y luego vino el asunto del espionaje a los móviles de miembros de nuestro gobierno, incluyendo al presidente, que al parecer procedía de Marruecos.
En marzo de 2021, en vísperas de todo este cristo, se inauguró la exposición. El Reina Sofía la presentó con su palabrería habitual –“Este relato de aproximación está auspiciado por la investigación decolonial, que es una de las bases programáticas del Reina”– pero ya hemos visto que el tablero de juego era muy otro. Que yo sepa, el presidente de la FNM no acudió a inauguración, aunque firmó un breve texto de presentación en el catálogo, que incluye el logo del organismo. La exposición no aparece en la web de la FNM; ni siquiera entre las notas de prensa o las noticias. La FNM solo emitió un comunicado en el que informaba sobre la apertura de la muestra, subrayando de manera llamativa que “la selección curatorial ha sido hecha y asegurada exclusivamente por el director del museo, Manuel Borja-Villel, que ha elegido como co-comisario a Abdellah Karroum”.
Por otra parte, ¿qué interés podía tener Catar en esta exposición sobre el arte contemporáneo marroquí, en España? Es uno de los mayores inversores en Marruecos, pero los lazos entre ambos países se han consolidado ante todo a través de los apoyos que se han brindado en sus conflictos internacionales. A pesar de los roces por su amistad con Argelia, Catar avala las pretensiones de Marruecos sobre el Sahara Occidental y, durante la crisis en el Golfo desatada en 2017, este se declaró neutral y se ofreció como mediador, además de enviar ayuda humanitaria al emirato en los momentos en los que el bloqueo al que le sometieron sus vecinos árabes más apretaba. Pero, en paralelo a estas razones geoestratégicas, la implicación de Qatar Museums en la exposición del Reina Sofía se explica, me parece, por dos otras cuestiones. De un lado, mostrar en Madrid una selección de obras del Mathaf ayudaría a apreciar una colección que, como apunté, es desigual e interesa solo moderadamente en Europa; de otro, Catar avanzaría en su empeño de liderar un movimiento cultural panarabista ya focalizado antes en Egipto y extendido ahora a Marruecos (recuerden que la intención era llevar la exposición a Doha).
El zoco del jeque Faisal
El artswashing catarí en España ha tenido un gran año en 2022. El Ministerio de Cultura y Deporte ha facilitado la itinerancia al Museo Arqueológico Nacional y a La Alhambra de El Majlis. Diálogo entre culturas, una exposición organizada “bajo el patronato de Su Alteza el Jeque Tamim Bin Hamad Al Thani” –quien nos visitó en mayo–, por el Sheikh Faisal Bin Qassim Al Thani Museum en colaboración con Qatar Museums, de la Oficina de la Unesco en Doha y el Qatar National Committee for Education, Culture and Science (una organización gubernamental dependiente del Ministerio de Cultura catarí), con el apoyo económico de Qatar Shell y Al Faisal Holding. Es decir, una muestra institucional con fondos de un museo privado (de un pariente del emir) y financiación empresarial. Que se inscribe claramente en la estrategia de softpower de Catar, por mucho que pretendiera venderse como un canto a la tolerancia y el intercambio cultural. No podemos olvidar que el Majlis es una institución íntimamente ligada a las tradiciones tribales en las que se fundamenta el poder de los Al Thani, y que es una de las patas de la discriminación de la mujer en la política. La muestra había pasado ya por el Palacio Presidencial de La Valleta, la sede de la UNESCO y el Institut du Monde Arabe en París y el Weltmuseum en Viena cuando llegó a Madrid, en una larga itinerancia coordinada por una empresa española.
Me interesan dos aspectos, aparte de la evidente complicidad del Ministerio de Cultura y Deporte español en la operación. De un lado, es necesario saber qué clase de museo es el del jeque Faisal. Yo no lo he visitado pero sí conozco otro que “es primo hermano”, el Tabeyat Museum en Yeda (Arabia Saudí), fundado por el Jeque Abdul Raouf Hasan Khalil, un millonario y oscuro hombre de negocios que realizó trabajos de Inteligencia para el gobierno saudí y estuvo implicado en la operación internacional de blanqueo y financiación de espionaje centrada en el banco BCCI. Son los museos enormes –mucho más atractivo el de Yeda desde el punto de vista arquitectónico: vean vídeo con recorrido por las salas– de compradores compulsivos en los que cabe todo y que aplican una museografía absolutamente delirante. Echen una ojeada al de Faisal aquí.
Cito una guía de viaje: “La cornucopia de artefactos incluye barcos modernos y antiguos, coches, motos, bicicletas, paquetes de tabaco vintage, parafernalia sobre la princesa Diana, manuscritos religiosos antiguos, alfombras, armaduras samuráis, radios, estetoscopios, fórceps, máquinas de coser, juguetes, cochecitos, telares, puertas, ventanas, sillas de montar, fósiles, rosas del desierto y varias insignias militares, por mencionar solo algunos. Son piezas estelares obvias un avión, un cráneo de dinosaurio, un coche de carreras, un confesionario cristiano y una casa siria reconstruida”. El edificio se construyó en terrenos de la familia reinante y la colección tiene un tono nacionalista. El apartado etnográfico tiene un peso considerable en el museo, en el que se combinan objetos de gran valor artístico y cultural con quincalla de zoco. Digo esto para que se entienda que su importancia patrimonial y museística no es ni de lejos comparable con la del Museo Arqueológico Nacional o La Alhambra de Granada que, al acoger la exposición, suben a ese museo privado y caprichoso de categoría.
El segundo aspecto que quería comentar es el del respaldo de la UNESCO a este proyecto, que se justificaba por haber sido incluido el Majlis, en 2015, en su lista de patrimonio intangible. Como avancé, Catar tiene desde hace años un enorme interés en destacar en el seno de esta organización internacional, en la que ansía mostrar al mundo su mejor perfil. Por pocos votos no consiguió el puesto de dirección general en 2017 y después, aprovechando la precariedad económica derivada de la retirada de Estados Unidos en 2017 –en tiempos de Trump, por presiones de Israel–, ha ido conquistando “simpatías” en la UNESCO a base de apoyar económicamente varios de sus programas. Hace un año, Catar fue elegida (la candidatura con más votos) para formar parte del World Heritage Comitee, y recibió el espaldarazo de la organización con la admisión de Doha en el círculo de Ciudades creativas, que han “identificado la creatividad como factor estratégico de desarrollo urbano”. A pesar de que, desde las sospechosas elecciones de 2017, los movimientos de Catar por los despachos de la UNESCO han estado en el punto de mira de sus no-amigos, ha escalado sin duda posiciones allí y no han faltado las manifestaciones de agradecimiento a su generosidad.
Algunas entidades españolas de menor relieve se han dejado seducir por Catar. Una de ellas es la Universidad Camilo José Cela, que montó en 2018 una exposición pictórica de caligrafía árabe titulada Los derechos humanos en la cultura islámica. Como vimos, en Catar se privilegia la caligrafía como forma de expresión aceptable para los estándares religiosos más estrictos y la Institución Educativa SEK-UCJC estaba decidida, desde luego, a ser muy complaciente: habían abierto poco antes un colegio internacional en Doha. Inauguró la exposición el entonces embajador del emirato, Mohammed Jaham Al-Kuwari.
El mismo que hizo los honores en la inauguración, en 2019, de una exposición en Sevilla con las maquetas de los nuevos edificios en construcción para el Mundial de Fútbol, organizada por la Fundación Cajasol en colaboración con la Academia de la Diplomacia. Esta nombró al embajador catarí socio de honor antes de que dejara el cargo para ejercer sus funciones en Alemania.
En este terreno de la diplomacia es necesario hacer mención de la posición de Casa Árabe respecto a Catar. La Casa Árabe es una entidad de derecho público, adscrita a la Administración General del Estado y con forma de consorcio, integrado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), la Junta de Andalucía, la Comunidad de Madrid, el Ayuntamiento de Madrid y el Ayuntamiento de Córdoba. Su directora desde 2021 es Irene Lozano, gracias a su cercanía a Pedro Sánchez, cuyo libro Manual de resistencia escribió ella. Había sido anteriormente presidenta del Consejo Superior de Deportes y parece que tiene debilidad por el fútbol porque le ha dado toda la cancha posible al mundial de Catar, apoyándose en un acuerdo de colaboración con LaLiga. Ha montado toda una programación con el lema “Fútbol para la esperanza” y presenta una de las exposiciones, Bagdad, un lugar moderno. Latif Al Ani como un “hermanamiento” con otra que se puede ver en la actualidad en el Museo de Arte Islámico de Doha. Pero Casa Árabe lleva tiempo ofreciéndose como plataforma para la promoción del soft power de Catar. Vean estos actos de diversos representantes políticos del emirato, siempre con un enfoque favorable: Hassan Al Thawadi, Ali bin Samikh Al-Marri (sobre los derechos humanos allí) o Amal Al-Mannai (“la conferencia tiene por objetivo mostrar los esfuerzos del gobierno qatarí en cooperación internacional, cultura de paz y rechazo a la violencia”). Y alguno otro con expertos no cataríes, sobre el emirato.
Epílogo
Terminé este artículo en vísperas de la final del Mundial de Fútbol, mientras empezaban a circular las noticias sobre las detenciones por un posible caso de corrupción en el Parlamento Europeo, en algunas de cuyas decisiones Catar habría intentado influir a base de sobornos. Está implicada la mismísima vicepresidenta de la cámara, Eva Kaili, y podría salpicar al eurodiputado por Ciudadanos José Ramón Bauzá, que fue presidente de Baleares entre 2011 y 2015, y ha sido hasta su reciente disolución presidente el “grupo de amistad de Catar” en esa cámara. Con los antecedentes del emirato, que lo niega todo, en la compra de voluntades, no creo que esto haya sorprendido a nadie. Quizá el escándalo sirva para fortalecer los filtros éticos en las instituciones políticas. Ojalá también en los gobiernos, en sus departamentos de Cultura y en los museos.
Se jugó la final y, como todos saben, ganó Argentina. En la ceremonia de clausura, el emir Tamim bin Hamad Al Thani le tapó la camiseta nacional a Messi con un besht, la túnica “real” reservada a los grandes dignatarios del país en el Día Nacional de Catar, que coincidió muy deliberadamente con la fecha de ese último partido. ¿Qué celebra? No la independencia del emirato, que se declaró el 1 de septiembre de 1971, sino la supuesta unificación en 1878 de las tribus cataríes (que no fue tal, hubo mucha resistencia) bajo el mando de Jassim bin Mohammed Al Thani, quien lo había conseguido gracias al apoyo de los otomanos que en ese momento dominaban el territorio. Este Día Nacional lo instauró el propio Tamim hace solo 15 años, con el objetivo de magnificar su dinastía e identificar el liderazgo de los Al Thani con los sentimientos nacionalistas de esos cataríes (los de pura sangre) que defienden sus privilegios. Eso es lo que, con colaboración de la FIFA, cuyo presidente ayuda a vestir al futbolista en la foto, ha querido escenificar, ante el mundo: “Catar soy yo”. Y si os quiero disfrazar os aguantáis, que para algo pago la fiesta.
Este artículo se publicó originalmente en el blog de Elena Vozmediano, Crítica de arte y políticas culturales.