Bello como una prisión en llamas (Pepitas de calabaza) es un breve libro, chocante, penetrante y provocador a partes iguales. Julius Vaan Daal es un polifacético editor parisino que un día se decidió a escarbar en la intrahistoria de uno de los motines más curiosos de la Edad Moderna: los Gordon Riots. Una enérgica revuelta a la que Charles Dickens dedicó una novela, Barnaby Rudge, que publicó por entregas durante 1841 y se convirtió en su primera incursión en el campo de la ficción histórica. Pese a ser bastante populares en Gran Bretaña, los Gordon Riots han pasado desapercibidos por completo en nuestro país. Por eso, la edición de esta obra pretende llamar la atención sobre un acontecimiento histórico que aspiró a acabar con el orden existente.
En 1780, una multitud enfebrecida se lanzó a las calles de Londres al grito de “¡abajo el catolicismo!” para pedir la derogación de la Catholic Relief Act, que levantaba la gran mayoría de restricciones que se habían impuesto tradicionalmente a los católicos ingleses. El hombre que encabezó en origen esta rebelión popular fue lord George Gordon, de ahí el nombre de los tumultos, aunque siempre defendió que nunca proyectó lo sucedido después. La Asociación Protestante que lideró, que se asentaba en poderosos comerciantes y logró reunir 60.000 firmas contra lo que era considerada una concesión papista, pronto se vio sobrepasada por la fuerza de las capas más populares de la sociedad (tenderos, taberneros, oficiales, sirvientas, etc.) – a los que más tarde se añadieron los liberados de las prisiones atacadas. El alcohol corrió por todos lados e, incluso, se desataron algunas orgías al convertirse también en una intensa fiesta popular.
Las revueltas crecieron ante la impasibilidad de los garantes del orden, que en muchos casos se veían representados en las peticiones y no se preocuparon por los primeros ataques anticatólicos. Los asaltos, como era habitual en este tipo de protestas, fueron bastante selectivos y se dirigieron, posteriormente, también hacia otros sostenedores del orden existente a lo largo de aquella conflictiva semana. Y es que las cosas no siempre son lo que aparentan. Como señala George Rudé, el gran especialista de este tipo de movimientos, uno de los detenidos llegó a asegurar que no tenía religión, pero debía mantenerse “firme por el bien de la causa”. No faltó tampoco quien acusaba al extranjero o al adversario político de la revuelta. En cualquier caso, Londres terminó envuelta en llamas y la respuesta del gobierno no se hizo esperar. Probablemente fuera una de las represiones más violentas de la historia británica. Gordon pudo escapar de la muerte y acabó siendo absuelto de los cargos de alta traición. No se quería crear un mártir del motín. Eso sí, nunca se le perdonó su participación en los hechos y murió en la cárcel una década después (la leyenda cuenta que cantando la canción revolucionaria “Ah! Ça ira”).
Las tensiones sociales atravesaron todo el siglo XVIII con fuerza. La protesta popular estuvo al orden del día: motines rurales, los primeros obreros de la industria naciente comenzaron a oponerse a su situación, los consumidores hicieron valer su voz ante los abusos y un largo etcétera de tumultos que se reprodujeron por Europa. Dentro de este candente paisaje conflictivo, el motín de Gordon se convirtió en un hito transcendental que estremeció a la elite londinense. Julius Van Daal nos lo intenta narrar en cien páginas intensas que se leen del tirón. A veces sus reflexiones pueden resultar demasiado extemporáneas al especialista, pero a cada paso nos encontramos con descripciones vívidas de una historia que aún debería hacernos reflexionar unos cuantos siglos después. Leánlo, no se arrepentirán.
Y, para concluir, ¿por qué no escuchar a Edith Piaf cantando la canción revolucionaria?