El territorio es un entramado de relaciones mucho menos complejas que algunas concepciones antropológicas que lo definen. Si para Johnston el concepto de territorio significa “cierto espacio donde un grupo social dominante ejerce el poder”, para los indígenas purépechas el territorio existe cuando existen ellos. Su concepción sobre la vida y el lugar donde habitan es tan clara como el agua de los bosques que defienden. “El territorio es nuestra casa, es nuestro modo de vida”, dicen.
Ahora se entiende porqué uno de los hilos más finos de la lucha de los cheranenses y otros pueblos indígenas del estado mexicano de Michoacán consiste en desacralizar lo que la academia sistémica ha enrevesado y el poder interpreta con ojos de lucro. En abril de 2011, Cherán le dijo adiós al gobierno, echó a los partidos políticos de su territorio y se enfrentó a los narcos. Mientras, en ese tiempo, gran parte del país se enclaustraba por temor al crimen organizado y votaba por el PRI (Partido Revolucionario Institucional), como medio para salvarse, los habitantes de esta comunidad, ubicada en el corazón de la meseta purépecha, sacaban fuerzas de su pasado y obligaban a los talamontes a abandonar sus tierras.
Desde 2009, Santa María Ostula, una comunidad ubicada en el sur de la costa michoacana, también se había armado y había tomado la seguridad de sus habitantes en su propias manos. De esa manera, recuperaba alrededor de mil 200 hectáreas despojadas por el latifundio, aseguraba el control sobre su tierra y desafiaba a los Caballeros Templarios, un cártel del narcotráfico que opera aún en la zona con la bendición del ejército y todas las policías.
Dos años después de la batalla de Santa María Ostula, las imágenes y crónicas sobre la gesta de Cherán recorrían el mundo. Animaban otras luchas y confirmaban que la autogestión y la autonomía eran posibles. La sabiduría de los “más primeros” aconsejó al pueblo armarse. Las fogatas en los barrios, las barricadas en las entradas y salidas del pueblo, y sus habitantes convertidos en su propia policía, eran algo más que fotografías, eran hechos potentes que significaban un choque para la modernidad en la que se inscribía la derrota de un régimen partidario y corrupto por otro antiguo, pero muy adelantado.
En 2011, en Cherán la salud de la democracia pasaba por una ruta inequívoca trazada desde abajo. El mandar obedeciendo llegaba a ese pueblo, de menos de 16 mil habitantes, precedido por la emergencia e inspirado por el soplo autonómico de los zapatistas en Chiapas. En enero de 1994, los rebeldes del sureste mexicano habrían exhibido las fullerías y el fracaso del juego democrático occidental. Desde entonces, como ahora en Cherán y otras comunidades rebeldes, la praxis de gobierno descansa sobre el pilar de la asamblea en la que se debate, se escucha y se hace lo que finalmente el pueblo decide.
Pero sin un espacio físico desde donde se oxigene el mundo no es posible llevar a cabo esta práctica. De allí que para que haya auténtica vida democrática es urgente oponerse al despojo, al saqueo y a la destrucción de nuestro territorio, me dice Salvador Campanur, uno de los cuatro voceros de las comunidades indígenas de Michoacán, a quienes la primera semana de diciembre propuse en Cherán la elaboración de un ejercicio embrionario consistente en bordar desde su propia voz el concepto de territorio y su defensa. Generosos como son, los comuneros aceptaron la proposición sin condiciones, salvo uno de ellos que pidió que su palabra se publicara tal como fue expresada. La conversación fue concebida y grabada en uno de los intermedios del Primer Encuentro de Pueblos Originarios de Michoacan, celebrado los días 3 y 4 de diciembre pasado. Al momento de la redacción de este texto, el reportero respetó íntegramente la palabra dicha por los cuatro comuneros. Esta es la voz. Su voz. La voz muy de ellos.
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Heriberto Rodríguez, vocero de San Francisco, Pichátaro, comunidad indígena de cuatro mil seiscientos habitantes, ubicada en el municipio de Tingambato, Michoacán
—¿Cómo interpretan usted y su comunidad el concepto de territorio y qué se necesita hacer para defenderlo?
—Nosotros en las comunidades indígenas creemos que el territorio existe cuando existimos nosotros. Si no existimos los indígenas no existe el territorio. El territorio es un espacio creado por las comunidades donde se vive, donde se recrea, donde se tiene la esperanza, donde existe la utopía, donde están enterrados nuestros muertos, donde están nuestros mitos, los ritos, y donde se dan todos aquellos procesos de sobrevivencia del ser humano. Y eso quiere decir que allí conjugamos nuestras formas de pensar, nuestra espiritualidad. Para defender el territorio tenemos que tener conciencia de que somos parte de éste y que debemos tratarlo no como lo trata el capitalismo. El territorio no es mercancía. El territorio es para nosotros nuestra madre. Es donde nacimos, es donde crecimos y es donde vamos a morir. Nosotros construimos y reconstruimos el territorio en función de la memoria histórica que tenemos desde antes de la llegada de la invasión de los españoles. Desde antes de la concepción de los Estados Nación, desde antes de la independencia, desde antes de este estado que está. Recuperar nuestra memoria histórica implica recuperar el territorio e implica también recuperar nuestra identidad que nos dice yo soy de Pichátaro, yo soy de Cherán. El territorio es nuestra casa y nuestro modo de vida. En la cosmovisión purépecha la identidad significa nuestro apego a la tierra. Nosotros nunca estuvimos desligados de la tierra. Nosotros no concebimos el pensamiento de estar fuera sino somos parte de la naturaleza. Por lo tanto al no sentirnos alejados ni desligados nosotros nos sentimos identificados con nuestro lugar, con nuestra tierra, con nuestra casa y eso nos permite a nosotros pensar de otra manera el territorio. En estos momentos estamos siendo acosados por aquellos que quieren convertir a la tierra, el agua, el bosque en una mercancía. A estos grupos de poder no les importan los pueblos indígenas e incluso no les interesa la humanidad. Nosotros decimos que para hacer frente a esos grandes poderes internacionales, a esas empresas que vienen, a los que no les interesa la vida es buscar lo que nosotros llamamos la autonomía. Las autonomías desde nosotros es buscar nuestra propia manera de vivir y buscar nuestro propio futuro distinto al desarrollo que nos plantean las grandes capitales o Estados. Nuestra forma de vivir implica no hacernos ricos, no tener dinero, no convertir la naturaleza en un negocio. Para nosotros el desarrollo implica vivir bien. Estar a gusto consigo mismo. Y mi abuelo decía, pensar bien. ¿Y qué significa pensar bien? Significa tener idea que a este mundo tenemos que dejarlo mejor a los que vienen. Pensar no en la acumulación sino en un futuro mejor para nuestros nietos. Es como recrear una historia a largo plazo. A pesar de que nos han arrebatado mucho territorio porque hemos estado muy débiles ante el estado mexicano y las trasnacionales, que se ha aprovechado de esta pérdida que se ha tenido en los pueblos por la enseñanza, por la educación. Esta pérdida por el amor a la tierra, el amor al territorio, el amaro a la naturaleza, ña lucha que empezó en Cherán, en Pichátaro y otros pueblos es precisamente recuperar el territorio. Recuperar la autonomía, el pensamiento y la historia y una lucha por un futuro mejor. Hay tres claves en la lucha de recuperación del territorio: la unidad, la conciencia y la identidad de que somos parte de este tierra y que si no la defendemos nuestro pueblo puede desaparecer.
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Salvador Campanur ha servido múltiples veces de vocero de la comunidad de Cherán, cabecera del municipio del mismo nombre, ubicado en el centro de la meseta Purépecha
El 15 de abril de 2011 se recuerda como el día en que este pueblo, encabezado por sus mujeres, salió a la calle y obligó a los talamontes y narcotraficantes a salir de la comunidad. Protegida por las policías de todos los niveles y el ejército, la delincuencia se había ensañado en contra de ese pueblo, cuyos bosques –más de 20 mil hectáreas– habían sido devastados y sus habitantes vivían bajo el asedio de los criminales. Fueron tiempos en que en Cherán, el secuestro y la extorsión se convirtió en moneda corriente sin que las autoridades de entonces intervinieran. La impunidad acabó cuando el pueblo decidió levantarse.
—¿Cómo entienden los comuneros de Cherán el concepto de territorio y cuáles son las herramientas que se tienen a la mano para defenderlo ante el embate de las trasnacionales, los narcos y el gobierno?
—El territorio significa el área, el lugar, primeramente, donde nacimos. Y todo lo que existe en esa área, las plantas, los árboles, los insectos, las aves, los animales, el agua, el aire, el tipo de lluvia y la posición en que se encuentra en cada tiempo el sol y la luna. Todo lo que vemos y lo que pensamos y lo que sentimos en el lugar donde habitamos, es el territorio. Y nosotros dentro de esa área, es el territorio. Nosotros decimos que el territorio es una de las herencias más importantes que nos dejaron nuestros abuelos y abuelas, los más primeros que habitaron estas tierras. Esa es nuestra herencia. Y la cultura como modo de defenderla es también la filosofía y los conocimientos y saberes que ellos nos inculcaron. Todo lo que existe dentro del territorio se nos ofrece para que los seres humanos que habitamos en él podamos cuidarlo, admirarlo, venerarlo. Nosotros decimos que el territorio son los conocimientos y saberes que nos legaron nuestros abuelos y abuelas. Los más primeros, los más antiguos. Nosotros vemos a la tierra, nuestra madre, como el elemento que nos da alimento y medicina para sobrevivir. El elemento aire nos da modo de vida y también le da protección a los demás recursos naturales. El fuego es el corazón que brinda calor para que las plantas, los animales y los seres humanos se puedan desarrollar. El agua nos da vida. Nos da fuerza para llevar a cabo nuestras ceremonias. Nos sirve para la limpieza y preparación de nuestros alimentos que nos dan energía. Son, pues, los cuatro elementos que nuestros mayores más primeros no legaron. Tenemos que defender esos cuatro elementos. Esos saberes nos permiten entender cómo hacer para defender el territorio o la madre tierra. Es por eso que cuando vemos cómo devastan nuestros bosques, cómo nos dejan sin agua, cómo quieren privatizar la fuerza del aire o cuando también quieren controlar el modo de utilizar el fuego y la energía del sol, vemos que corre peligro nuestro territorio. Entonces nuestras maneras de defender los cuatro elementos tiene que ver con la implementación de esos saberes. Nosotros estamos cumpliendo con nuestro deber. El deber de defender el territorio cuando lo vemos en peligro cuando devastan y explotan inmoderadamente sus recursos. Nosotros pensamos que debemos defender la tierra como una soberanía, como indios y purépechas que somos. Y creemos que debe ser así en el país. Es obligación de todos los pueblos, naciones y tribus. Antes del15 de abril de 2011, aquí habíamos perdido los derechos humanos. La injusticia e inseguridad que experimentamos en carne propia significaba esa pérdida de los derechos humanos. Sentimos lo que implicaba no poder caminar en nuestras propias calles, no poder decir lo que nosotros sentimos y no poder organizarnos. La organización en nuestra comunidad había llegado hasta el fondo del fracaso. El estado mexicano fue incapaz de resolver el problema de la inseguridad. No pudo brindarnos protección y seguridad como dicen las leyes. Por eso nosotros nos levantamos. No nos dejaron otro camino. Escogimos el camino de los usos y costumbres que significa el de la autonomía y la libre determinación de los pueblos. En eso estamos. Estamos construyendo la autonomía. No hemos terminado, porque construir una autonomía y una libre determinación es construir un pueblo nuevo, es construir una comunidad nueva, con sus saberes como nos enseñaron nuestros abuelos más primeros. Hemos tenido avances. No hemos cumplido con todo. Pero de eso se trata esta reunión. El futuro que vemos es que vamos a seguir luchando por lo que falta. Y falta lo que falta.
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Heriberto Martínez Martínez es vocero de la comunidad indígena de Santa María Ostula, perteneciente al municipio de Aquila, Michoacán
El nombre de Santa María Ostula saltó al mundo después de que en 2009 la comunidad decidió organizar su autodefensa ante el embate de los Caballeros Templarios, un cartel del narcotráfico que ha operado durante años en la zona y, cuyos miembros, algunos disfrazados de pequeños empresarios, buscan despojar la propiedad comunal. Los enfrentamientos en esta comunidad le ha costado la vida y prisión a varios comuneros. Santa María Ostula vive hoy una de las mayores y terribles paradojas de la justicia: mientras los narcos andan sueltos, sus habitantes más preclaros son objeto de muerte, cárcel y persecución.
—Háblenos sobre el significado de territorio y las maneras que existen para defenderlo.
—Bueno el concepto de territorio en sí no lo podemos definir aún, pero la idea más concreta que los comuneros tenemos es que la demarcación territorial que depende de nuestro terreno es a donde nosotros pertenecemos. Nosotros pertenecemos a nuestra madre tierra. Y como madre tierra a la cual pertenecemos tenemos la responsabilidad de cuidarla, cuidar sus bosques, cuidar todos los elementos naturales que hay; nuestra cultura, nuestras tradiciones y obviamente cuidarnos nosotros mismos. Esto ante el embate y despojo que hemos tenido precisamente por parte del crimen organizado en colusión con el gobierno municipal, estatal y federal. Sabemos que estos actores son cómplices en este intento de despojo que pretenden concretizar. Nosotros vemos una amenaza latente que hay, así lo percibimos, la comunidad así lo percibe, por las minas que hay en nuestra comunidad y por las reformas que ellos han implementado para llevar a cabo este despojo. Sin embargo, nosotros como comuneros sentimos que es nuestra responsabilidad defender lo que nuestra madre naturaleza nos da. El capitalismo ha puesto en marcha su maquinaria tanto a través de las legislaciones o programas gubernamentales como en los hechos con la incursión de grupos paramilitares que han asesinado a nuestros líderes. Esta estrategia del estado es precisamente para ir avanzando hacia el despojo. Nosotros pensamos que el arma más eficaz para enfrentar el despojo de nuestros territorios es la organización, la unidad hacia el interior de la comunidad y la relación con los otros grupos o con las otras comunidades que tienen los mismos problemas. Intercambiar experiencias, aplicar estrategias de lucha que han funcionado en otras comunidades. Es importante irnos fortaleciendo. Nosotros tenemos la visión de que no nos vamos a dejar, no vamos a permitir que nos sigan despojando. A costa de lo que sea la comunidad indígena de Santa María de Ostula tiene la convicción de que hay que defender a nuestra madre naturaleza de las garras del gran capital.
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Adelaida Cucue Rivera, activista y habitante de Cherán, defensora de la autonomía y la libre determinación de su pueblo
—¿Cómo conciben las mujeres de Cherán su territorio y como lo defienden?
—Nosotras pensamos que el territorio es nuestra patria. Nuestro hábitat. Es la parte y espacio que han venido compartiendo con nosotros nuestros ancestros, nuestros abuelos que dicen que es necesario cuidar la vida; la vida en general que son los árboles, los animales, la madre tierra, todo esto que nos rodea. Reconocer el territorio nos enseña que en él todo es necesario. El agua, la tierra, el viento que sopla. Eso nos hace y nos construye. Construye nuestra identidad como algo ligado a este territorio. Nosotras pensamos que no estamos separados de la madre tierra, la que cultivamos, labramos y alabamos porque de ella recibimos la cosecha de la vida. Es por eso tan importante reconocer que nosotros no estamos divididos. Somos parte de la tierra. De allí nos nace cuidarla. Nuestros abuelos nos enseñaron que el tiempo siempre va estar allí. Nosotros somos los que estamos como si cumpliendo un ciclo hasta que emprendamos el camino y lleguemos hasta donde nos toca descansar. Por eso para nosotros cada momento de la vida es muy importante y sabemos que tenemos que cuidar el territorio como parte de la vida. En este mundo solo existen dos caminos. O sea todo es dualidad que se refleja en la existencia de lo bueno y lo malo. Uno elige el camino que quiere. Pero en nuestros pueblos nos enseñan que la existencia de esa dualidad es un aprendizaje. Lo rico en Cherán es que existe aún la tradición de cuidar familias. De que no te cases nada más por casarte. Si te casas sabes que tienes que engendrar y cuidar eso que es fruto tuyo. Conducir, enseñar y sacarlo adelante. Esta es una forma de ver el mundo que tiene que ver con el territorio porque en este se desarrolla esta cultura. El problema ahora es que el capitalismo ve el territorio como desarrollo. Se olvidan los capitalistas que ellos también son seres humanos y que el dinero no les va comprar la felicidad. Nosotros somos muy felices, comiendo frijoles, y viviendo este tiempo que nos ha prestado la vida. Pero no podemos vivir sin ese entorno que llamamos territorio. En el nosotros nos levantamos, convivimos como familia, comemos, mientras el capital no es feliz. Ellos no pueden comprar el cariño, no pueden comprar el amor, muchas veces ni disfrutan a sus propios hijos. Ellos piensan que con el dinero se compra el amor, pero el amor no tiene un precio monetario. Por eso a nosotros no nos asusta esa parte de las trasnacionales porque sabemos que ellos no son felices. Y una empresa infeliz no puede ganar el mundo. Nosotros tenemos otra forma de pensar, sentir y hacer las cosas. Mientras nosotros podamos ser felices con nuestra familia, con lo que podamos cultivar, con lo que podemos cosechar y con lo que podemos sobrevivir es suficiente. Ellos con todo el dineral que tienen no son felices porque los absorbe el trabajo, los absorbe el dinero. Y el dinero es un vicio y con ese vicio hacen la maldad. Con ese vicio no se ponen a pensar como seres humanos de que nosotros las personas a las que ellos vienen a atacar o con las que vienen a hacerse más poderosos piensan en ese tipo de desarrollo. Para nosotros el desarrollo es vivir en paz, vivir en armonía, vivir con las cosas que nosotros mismo producimos. Mientras nosotros vivimos la felicidad como producto del desarrollo ellos viven el desarrollo como producto de una enfermedad. La historia nos ha enseñado así. Hace cinco años vivimos momentos de angustia, el hostigamiento del gobierno. Lo vivimos, pero cinco años después podemos decir que tenemos esperanza en un cambio. En Colombia hay algunas comunidades que tienen treinta años luchando por sus derechos y nosotros apenas llevamos cinco. Ellos han conquistado derechos en ese tiempo y nosotros también. Más allá de las comparaciones, nosotros podemos decir que en poco tiempo casi estamos llegando a lo que ellos tienen allá. Vemos el avance en los bosques. Ahorita los árboles ya están dando sombra de nuevo. Allí es donde nosotros nos fortalecemos y no perdemos la esperanza. Ahora las trasnacionales, después de nuestra lucha, han respetado el territorio. Si vas al cerro del Tecolote miras muy claro que justo donde están nuestros linderos para allá es aguacate y para acá son pinos. Se nota la diferencia. ¡Qué lástima que estas personas que siembran aguacate no piensan que están acabando con su flora natural! Porque ellos están perdiendo muchas plantas medicinales, no se dan cuenta del error que cometen, piensan que el dinero es lo que los va sostener. No piensan que después no van a comer monedas. No saben que el desarrollo es aprender a ser feliz en el territorio que te vio nacer.
Gracias, Cherán
En agosto de 2012 visité por primera vez la comunidad de Cherán con el objetivo de escribir una crónica sobre la insubordinación de sus pobladores en contra del crimen organizado. En esa ocasión fui testigo de un hecho evidente al que la prensa nacional le había cerrado sus páginas. Los gobiernos –federal y estatal– habían abandonado a esa población a su suerte y se negaban a proporcionar el mínimo de protección a sus habitantes. Nadie se explicaba por qué Felipe Calderon desatendía la demanda de los pobladores de Cherán en el tema de la seguridad, mientras el resto del estado permanecía prácticamente militarizado. De los sótanos del país emergía, sin embargo, el origen de la inoperancia gubernamental en esa área. Desde años atrás, buena parte de los comuneros habían empezado a simpatizar con la idea de la autonomía y se habían vuelto sensibles a las causas enarboladas por el zapatismo. El gobierno conocía la tendencia ancestral de los cheranenses a rebelarse en contra la dictadura de los partidos y ante la ineficiencia de las autoridades que de ellos emanaban.
Después de entrevistar a viejos pobladores de la región, encontré, más abajo, otra razón que me pareció clave para entender la inestabilidad que allí reinaba. El control del narcotráfico sobre ese pueblo y sus rutas, beneficiaba, sobre todo, a las grandes trasnacionales del papel a cuyas bodegas iba a parar el producto de la tala ilegal e inmoderada. De acuerdo a la denuncia de los comuneros, la deforestación de casi 20 mil hectáreas en esa zona empobrecía el entorno y la vida de sus legítimos propietarios, mientras florecía los activos de emporios como Kimberly Clark, cuyas ventas netas en México habían rozado los 29 mil 107 millones de pesos, sólo en 2012, según números de la propia empresa.
Regresé a Ciudad Juárez y escribí el artículo que se publicaría en esta revista, Tambores de guerra en el Cherán mexicano. Después de publicarse, envíe el reportaje a Salvador Campanur, uno de los dirigentes comuneros de Cherán, a quién no localicé en mi visita de 2012 y tuve que entrevistarlo telefónicamente desde la frontera. De manera escueta y cortés, Campanur respondió a mi correo agradeciendo la difusión de la resistencia de su pueblo en otras regiones del orbe.
Cuatro años después, en este diciembre, conocí personalmente a Campanur y le expresé mi deseo de conversar con él y otros comuneros acerca del Territorio, tema que incluían las tres mesas de trabajo del Primer Encuentro de Pueblos Originarios de Michoacán. Campanur aceptó, pero antes me apartó afablemente de un grupo de reporteros e instruyó a una compañera de la comunidad para que, en una sencilla ceremonia, colocara sobre mi cuello un collar de plantas nativas, del que colgaba un pan artesanal y un hermoso mantel bordado a mano. Ajeno a los ritos indígenas de la zona, pregunté a Cris, una generosa amiga originaria de Paracho, el significado del acto. Te están nombrando algo así como visitante distinguido de la comunidad, me dijo Cris. Me cayó el veinte. Entendí que Campanur y su pueblo reconocían la palabra empeñada. Retribuían de esa manera la escritura del reportaje publicado hacía cuatro años en España. No puede expresarlo en ese momento, pero ahora lo hago desde este frío y lejano desierto. El agradecido soy yo. Gracias compas por atreverse a andar otro camino. Gracias a ustedes y otras comunidades indígenas de la zona por su lucha, por su valentía, por su ejemplo.
Juan Carlos Martínez Prado nació en Guadalajara, Jalisco, México (y reside desde hace 25 años en Ciudad Juárez, Chihuahua). Es periodista independiente y ha publicado en varios periódicos mexicanos. Algunos de sus textos han aparecido en publicaciones como The Clinic, Replicante o @juárez. En FronteraD ha publicado, entre otros, El Caribe costarricense: contra la ola racial y el dulce encanto del mercado, Peter Hinde y Betty Campbell: una iglesia para los pobres en América Latina y Ayotzinapa: la justicia que no llega para los 43 estudiantes mexicanos desaparecidos.