Tienen la mirada perdida. Clavada en un cartón tirado en medio del corro y en el que está escrita la palabra ciudad. Son veinte chavales sentados en círculo sobre el cemento. “Me he quedado triste. Nosotros seguimos divagando en torno a ese concepto y no hemos concretado nada”, lamenta una chica. El joven de melena rubia rizada que viste con una camiseta de Darth Vader y que se acaba de ir ha noqueado a la Comisión de Ciudad y Movilidad Sostenible. En sólo dos minutos de reloj ha escupido la docena de propuestas concretas que su subgrupo, encargado de los temas relacionados con el transporte urbano, aprobó la noche anterior y que hoy venía dispuesto a ratificar en el órgano superior. Los cinco chavales que la integran abandonan la reunión para seguir debatiendo ideas por su cuenta. El resto, la mayoría estudiantes de arquitectura, se queda con la intención de decidir cómo es la urbe que quieren. Desde los medios de comunicación se apremia a los 130.000 “indignados” que desde hace una semana permanecen acampados en las plazas de más de 90 ciudades españolas y del extranjero para que expliquen qué es lo que quieren. Para que concreten su ideario. Están en ello. Día y noche. “Si la perfección que algunos le exigen a @acampadasol en pocos días se la hubiéramos exigido a los políticos en 30 años, no estaríamos así”, se retuitea una y otra vez en la red como contestación.
Cuando llego a la plaza del Carmen de Madrid son las seis de la tarde. La única comisión reunida en ese momento es la de Economía, que desde hace una hora intenta descifrar nociones como deuda, apalancamiento, dinero y devaluación, entre muchas otras. La noche del sábado no se sacó nada en limpio. “Vamos a ser sencillos y aclarar estos conceptos, porque ayer se usaron muchos tecnicismos que no todos comprendemos y así no se puede concretar nada”, recuerda uno de los moderadores por el megáfono.
Sentado sobre una pequeña maleta negra un economista de unos 60 años, barba, vaqueros, camisa blanca y sombrero de paja con un lazo negro, se afana en explicar cómo un país se endeuda hasta que su futuro se antoja insostenible. Enfrente, un hombre no mucho más joven resume que hay circulando dinero real y dinero ficticio. Y la mayoría aprueba con aplausos mudos, aupando los brazos y agitando las manos. “No se trata de discutir entre comunismo o capitalismo, que son dos mamuts enfrentados, sino de plantear un nuevo sistema financiero internacional”, apunta una mujer que sobrepasa los 40 años. Y la treintena de jóvenes, adultos y ancianos sentados sobre el cemento o de pie en corro rompe a aplaudir. Cuando la intervención es brillante se permite el estruendo de las palmas.
Hay pasión en los discursos. Se acercan a participar cada vez más personas que solo pasaban por allí para curiosear. Y muchos escuchan con la boca abierta, como si estuviesen ante esa lección magistral del profesor que quiere abrir los ojos a sus alumnos y descubrirles el mundo. “Empezamos a entendernos”, celebra el hombre de los dos tipos de dinero. Parece que la comisión ha llegado a un acuerdo teórico: el dinero, por las características con que fue concebido, es el mal menor. “Hablar de un sistema sin dinero… Me gustaría verlo”, dice un treintañero con gafas de pasta y pelo canoso.
El manifiesto ya aprobado por la plataforma Democracia Real Ya, germen de las protestas, reclama que se prohiba el rescate de bancos y cajas de ahorros. Que aquellas entidades financieras que estén en peligro de quiebra sean nacionalizadas, convirtiéndolas en bancos públicos bajo control social. Exige también que se prohiba a la banca española invertir en paraísos fiscales y que se sancionen sus operaciones especulativas. En todo caso, las propuestas de Democracia Real Ya, avisa la organización, no tienen que ser las de los acampados. Y viceversa.
Quienes critican la acampada justifican que sus planes son vagos y utópicos. Los que la demonizan por motivos ideológicos aseguran que sus ideas son de corte marxista. Hablan así del programa de máximos de Democracia Real Ya con el que los “indignados” se han atrincherado en las plazas. Incluye 38 medidas detalladas para eliminar los privilegios de la clase política, luchar contra el desempleo, garantizar el derecho a la vivienda, fomentar servicios públicos de calidad, controlar el funcionamiento de la banca, mejorar la fiscalidad, reducir el gasto militar y dar un nuevo impulso a las libertades ciudadanas y la democracia participativa. “Son algunas de las medidas que, en cuanto ciudadanos, consideramos esenciales para la regeneración de nuestro sistema político y económico”, explica en su página web la plataforma, que desde el pasado febrero venía llamando en la red a la movilización y que el pasado 15 de mayo reunió a miles de ciudadanos en las calles dispuestos a mostrar, aseguraba la convocatoria, el hartazgo de la ciudadanía ante la actual situación política, social y económica.
En la Puerta del Sol continúan en pie la acampada y los que piden una democracia real. Llaman así a un cambio político y social en el que los poderes públicos estén al servicio del ciudadano y no de los intereses privados y económicos. Siguen coreando sus lemas. “Que no, que no nos representan”. “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. “Lo llaman democracia y no lo es”, entre muchos otros. Y por las calles de la Salud y de Tetuán llega a la plaza del Carmen cada vez más gente. Vienen de ese kilómetro cero donde ahora hay una jaima de plásticos azules, blancos verdes y marrones bajo la que se ha instaurado un pequeño régimen de autogestión.
A las siete de la tarde, una de las horas fijadas para celebrar las reuniones de las comisiones –hay sesiones desde por la mañana hasta la madrugada–, la plaza donde se reúnen estas asambleas se ha transformado en el ágora de los “indignados”. Hay expertos que quieren lanzar sus propuestas especializadas. Son universitarios o profesionales. Hay ingenieros, economistas, funcionarios, actores y jubilados comprometidos con sacar adelante una batería de reformas. Y hay quien pasaba por allí y se ha quedado a debatir. Los curiosos escuchan y de vez en cuando también cogen el megáfono para dar su opinión.
Los de la Comisión de Medio Ambiente —en la que se integra la de Ciudad y Movilidad Sostenible, pero también otras como la de Energía o Derechos de los Animales— discuten cómo poner en común las propuestas que van surgiendo: en PDF o en Word, a través de una página web o en un blog o en una lista de correo… “¿Por qué no dejamos que estos pormenores los resuelva el pequeño grupo de logística y nosotros nos ponemos ya a debatir?”, propone un hombre moreno, bajo, delgado, de gran barba negra y que debe rozar los 50 años. El centenar de presentes lo aprueba, levantando y moviendo las manos en el aire. Es frecuente que las comisiones se enreden en debatir su metodología de trabajo. “Es que a mí a las siete me viene fatal, porque aún no he cerrado el chiringuito”, le dice una autónoma de unos 50 años a la moderadora del subgrupo de Empresa, “pymes”, autónomos y multinacionales, que quiere fijar el horario para un próximo encuentro. “Hoy tenemos que decidir qué días y a qué horas nos reunimos y cómo gestionamos las propuestas que ya hemos debatido”, recuerda la mujer encargada de dirigir la sesión. “Tenemos que controlar esta onda expansiva”, dice frenando a un empresario que tomaba ya la palabra. Ayer por la noche redactaron una lista con muchas, muchas ideas. Quizá demasiadas. Quieren ponerlas en orden, sintetizar y que algún día lleguen a quien tienen que llegar.
Las comisiones y los subgrupos llevan ya una semana trabajando en debatir y aprobar propuestas. No se votan, se consensúan; se debaten hasta que tengan el visto bueno o se decida desecharlas. Luego serán ratificadas o no en la Asamblea General de la acampada, que contará con al menos un representante de esos grupos temáticos. “El objetivo es redactar un programa de reformas para llevar ante los poderes públicos y a la sociedad civil”, recuerda el moderador de la Comisión de Derechos de los Animales antes de que empiece su última sesión del domingo. “Dentro de una semana o diez o quince días, quién sabe”, dice. Ahora siguen trabajando. “¿Currarán tanto los políticos día a día?”, me pregunta E. P., un licenciado en Física de 27 años que prefiere mantener su identidad tras sus iniciales y que está sentado a mi izquierda. Creo que no busca una respuesta. Aunque estoy a punto de responderle que de todo habrá.
De hecho, una de las primeras propuestas de reforma trasladadas por Democracia Real Ya a la opinión pública ha sido la de cambiar la actual Ley Orgánica del Régimen Electoral General. Quienes se han adherido al manifiesto y sus propuestas quieren que en el futuro los ciudadanos puedan elegir a sus representantes políticos mediante listas abiertas. Es algo que ya proponen algunos partidos políticos minoritarios y que funciona en la elección de senadores y en los comicios municipales en aquellos ayuntamientos con menos de 250 habitantes. Creen que así se podría elegir a los mejores candidatos y dejar fuera de las instituciones a los corruptos o sospechosos de serlo. Han exigido también que el voto de cada persona valga lo mismo independientemente de la circunscripción geográfica en que se eche a la urna. Y para limitar lo que llaman «privilegios de la clase política» piden, entre otras cosas, que se controle el absentismo de los cargos electos y se sancione por dejación de funciones.
Para que nadie abuse de su turno de palabra, los participantes de la Comisión de Ciudad y Movilidad Sostenible han decidido dar un tiempo máximo de dos minutos por intervención. El chico de la camiseta de Darth Vader lo cumple a rajatabla y lo exprime al máximo. Anuncia que su subgrupo tiene ya una primera lista de medidas concretas. Fomentar el uso del coche compartido obligando a las empresas, según su tamaño, a desarrollar planes de movilidad para sus empleados. “Si tiene constancia de que muchos de ellos acuden a su puesto de trabajo en bicicleta, que instale vestuarios para poder asearse”, dice. Fomentar el transporte público modificando el billete sencillo. “Que sea validable, por ejemplo, durante la siguiente hora y media después de su primer uso y en cualquier medio de transporte público”, apunta. Crear un servicio público de alquiler de bicicletas. “Que se fomente su uso en distancias cortas y así estén siempre disponibles; con tarifas en función del tiempo de uso: si la usas media hora, pagas tanto, si dos horas tanto más, y así de forma progresiva”, explica. Quitar espacio a la calzada para construir carriles bicis. Jerarquizar el límite de velocidad según las calles. Regular el uso del claxon. Peatonalizar los cascos urbanos.
Los del subgrupo de Ciudad están impresionados por la rapidez y eficiencia de sus compañeros de comisión. Alguien propone hacer inmediatamente un “torbellino” de ideas sobre cómo gestionar el urbanismo y sobre lo que debe ser una urbe. Quieren repensar las ciudades actuales. “Ya hay propuestas sobre esto, no tenemos que rehacer el mundo. Vamos a recoger las ya hechas y estudiarlas”, dice Gianni, urbanista. “Hay propuestas sobre la mesa desde hace diez o veinte años. La Agenda Local 21, por ejemplo, y fracasó porque no interesa invertir dinero en eso. ¿Vamos a reincidir en lo que ya ha fracasado?”, discrepa otro joven. “La experiencia profesional me dice que hay muy buenos proyectos por ahí pero que al final su puesta en marcha y forma de ejecución dependen sólo de los intereses de los politicuchos de turno”, advierte un ingeniero civil de 25 años.
“El problema es que no hay voluntad política para aplicarlos porque eso supondría limitar su capacidad de acción en la toma de decisiones. En urbanismo se hacen las mismas reclamaciones que se están haciendo ahora a raíz del movimiento del 15 de mayo: menos peso de la clase política y de los poderes económicos y más canales que garanticen una correcta gestión técnica y la participación ciudadana”, explica Jon Aguirre, estudiante de arquitectura de 26 años y portavoz de Democracia Real Ya. “Sí, pero nosotros los técnicos, especialistas y mal llamados expertos deberíamos ser más un canal que una solución; es necesario introducir la participación ciudadana en el urbanismo”, apunta Ramiro Aznar, 26 años, licenciado en Biología, técnico ambiental y urbanista natural de Zaragoza.
Jon y Ramiro son miembros de Paisaje Transversal, una asociación universitaria con cuatro años de vida que trabaja sobre nuevos modelos de gestión urbana desde un punto de vista transdisciplinar y participativo. He visto a sus miembros intervenir en el espacio público. Una tarde se propusieron humanizar el aparcamiento del centro comercial Ikea en Alcorcón con zonas de descanso y ocio. Las levantaron con los propios muebles de la firma y materiales reutilizables.
“La primera pregunta que debemos hacernos es cómo reutilizar los espacios que ya tenemos”, dice Ramiro. Lo que se antoja imposible es empezar de cero: la destrucción total de esa mole urbanística que ha dejado hipotecado el paisaje de España tras más de una década de construcción sin freno. Lo que plantea Paisaje Transversal es reciclar la ciudad. “Tenemos que incluir el concepto de beta permanente, del ensayo y el error pero en versión low cost; más vale gastar 10.000 euros en un proyecto de una plaza que pueda corregirse que gastar una millonada en un proyecto que tenga vocación imperecedera”, explica Jon. “Sí, es más interesante reutilizar que demoler y después construir; pero dentro del concepto de reutilizar debe existir la opción de destruir”, matiza Ramiro, quien recuerda al arquitecto holandés Rem Koolhaas: “Este dice que al igual que existen programas para preservar y restaurar el patrimonio deben existir comisiones para la destrucción del mismo”.
“Se ha especulado hasta la saciedad y se ha construido sin sentido, nunca atendiendo a las necesidades reales de la demanda. Es algo que los políticos tenían que haber regulado, pero no ha sido así; han dejado que los poderes económicos condicionasen los planes urbanísticos abogando por el desparrame urbano en vez de apostar por la contención”, critica Jon. Para garantizar el acceso a la vivienda, Democracia Real Ya ha propuesto que el Estado expropie las viviendas construidas en stock, las que no se han vendido, para colocarlas en el mercado en régimen de alquiler protegido. Solo su planteamiento ha suscitado muchas críticas que se vierten desde los medios de comunicación. “Lo prudente es garantizar la plena ocupación de las viviendas, ya sea en régimen de propiedad o de alquiler, e imponer penalizaciones económicas a aquellos propietarios cuyos inmuebles no estén ocupados transcurrido un tiempo prudencial de tiempo”, detalla el joven arquitecto.
“Sería interesante llegar a los ciudadanos, preguntarles, que las propuestas sobre la ciudad que planteamos tengan en cuenta sus ideas”, plantea una joven en el corro de la Comisión de Ciudad y Movilidad Sostenible. “En eso los americanos siempre nos llevan ventaja. En temas de urbanismo de abajo hacia arriba, bottom-up, lo que se llama urbanismo participativo o ciudadano, con propuestas desde abajo”, señala Ramiro, máster en sostenibilidad urbana por la Universidad de Reading (Inglaterra). Me habla desde Zaragoza y me cuenta que su proyecto de fin de curso, Mapear la accesibilidad y caminabilidad de las calles de Zuera (Zaragoza), ha sido apadrinado por la asociación cultural Centro de Estudios Odón de Buen. “Agrupaciones como esta pueden ser un buen nexo de unión entre estas iniciativas y las administraciones públicas”, dice. Una de las formaciones políticas de Zuera ha incorporado en su programa algunas de sus propuestas sobre movilidad urbana. “No tengo ni idea si se materializarán o no”, me comenta el domingo, jornada de elecciones municipales y autonómicas y antes de conocer cualquier sondeo, escrutinio o resultado.
La asociación Paisaje Transversal ha desarrollado Virgen de Begoña, un proyecto de regeneración integral de este barrio madrileño que cuenta con la participación de sus habitantes. “De momento no tenemos el apoyo de las administraciones, y es a la vez un problema y una ventaja, porque somos dueños de nuestro propio trabajo y este solo está condicionado por las demandas de la ciudadanía”, explica Jon.
Cuando llamo por teléfono a Jon es sábado. Viaja en autobús de Madrid hacia Donosti, su ciudad natal. Deja atrás seis días de lucha en la Puerta del Sol. Ha sido una de las caras visibles de Democracia Real Ya ante los medios, desconcertados ante un movimiento espontáneo y heterogéneo. Les ha cogido con el pie cambiado. “Algunos ya empiezan a entender de qué va esto”, dice mientras me lee, desde el otro lado de la línea y en algún punto concreto de la autovía A-1, extractos de las columnas de algunos articulistas. Deja la ciudad por unos días para ver a su madre y el mar. Para descansar. “Aunque intentaré echar un cable en las asentadas en Bilbao y Donosti”, dice. Esto sigue. “Es que no tiene marcha atrás”, celebra. Lo ha venido repitiendo durante toda la semana a los periodistas que le preguntaban.
Hacia las ocho y media de la tarde del domingo 22 de mayo estoy sentado en un banco de la plaza del Carmen. Contemplo este Parlamento ciudadano que se ha constituido en la calle y donde fluye el debate. Dos ancianas que escuchan atentas las asambleas están sentadas a mi derecha. “¿A qué hora termina esto?”, me pregunta una de ella. “No lo sé, pero no parece que tengan prisa”, le digo irónico.
El cielo amenaza con romperse y derramar la tormenta estival que encierra y que ahora lo convierte en un lienzo empastado con un denso gris turbio. Cae a plomo sobre las cabezas y los hombros de los que pasean por las calles Preciados y del Carmen. Suben y bajan de Callao a Sol como despreocupados. Liberados quizá de quince días de arengas electorales. De proclamas y promesas. Hoy habrán votado. O no. Y quizá hayan estado en la plaza defendiendo la democracia. Se la han echado a las espaldas. Y pesa, vaya si pesa. Nadie dijo que fuera fácil.
Moncho Veloso es periodista. En Fronterad ha publicado El penúltimo cabaret
En Twitter: @monchoveloso