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Los libros a medio leer

 

Libros a medio leer

 

Dejé 2666 en la página 400. Era un libro que me interesaba, que me hacía repensar varios temas relacionados con la literatura. Me gustaría saber por qué lo dejé. Tal vez fue algún trabajo, una visita, una película, o un cuento que decidí comenzar para no sentirme mal ante un autor que escibía novelas de tal envergadura mientras yo lo leía a él. No lo sé. Solo sé que hasta que no lo abra otra vez, allí estará la novela de Bolaño diciéndome que no sea tan tonto, que regrese.

 

Enero ha sido un mes de libros abiertos y dejados a medias. Tal vez por el frío, tal vez por un viaje, o porque hay otras cosas que importan en la vida, además de los libros. Abrí y dejé libros que están echados sobre la mesa de noche, con marcadores que significan (no sé si ellos lo entenderán) que sí me importan.

 

Mi librero tiene varios libros que dejé a medio leer. Desde acá, viendo caer la nieve, pienso en las historias que me hicieron abandonarlos.

 

1. Auto de fe, de Elias Canetti. Marcador en la página 208. Tenía que haber empezado a leer Masa y poder. No pude encontrarlo y tropecé con esta novela en una pequeña librería de Lima. Lo compré junto con La promesa del alba, de Romain Gary (que sí leí hasta el final). Recuerdo lo sosa y estúpida que era la vida de Kien. Me perturbaba cómo se tejía la perversa relación con su empleada/esposa. Alguien me dijo que la traducción del alemán era buena, a cargo de un traductor peruano llamado Juan José del Solar.

 

2. The Plot Against America, de Philip Roth, tiene el marcador en la página 49. Dejarlo tiene que haber sido algún accidente. Fue una ganga (en las librerías de Estados Unidos siempre se encuentra alguna novela de Roth a menos de un dólar) y está esperando que lo tome. Varias noches he mirado las letras doradas sobre el lomo negro y he estado tentado. Sé que será pronto.

 

3. Nostromo, de Joseph Conrad. Tiene el marcador en la página 168. Una hermosa edición de la Everyman’s Library. Empecé a leerlo después de terminar Historia secreta de Costaguana, de Juan Gabriel Vásquez. No sé por qué lo dejé. El libro de Vásquez lo devoré y pensé que con Nostromo me iba a pasar lo mismo que con Under Western Eyes, que me arrastró y no pude dejar hasta el final. Tal vez fue alguna perversa idea. Nostromo está allí y hoy que lo miro, ni siquiera me llama.

 

4. The Life of Samuel Johnson. Marcador en la página 132. Recuerdo con claridad el día que puse el grueso tomo (también de la Everyman’s) en el baño, pensando que sería un buen ejercicio leer al Doctor Johnson en cada incursión a esas soledades. Es muy bueno. No creo que lo vuelva a leer de corrido, sin embargo, así como otros dicen que hacen con La Biblia,  de vez en cuando se me ocurre abrirlo en cualquier página, como en este momento en que leo y traduzco: «Donde no hay educación, como en los países de salvajes, el hombre siempre estará por encima de la mujer. La fuerza del cuerpo contribuye a ello, es verdad, pero así sucederá independiente de aquello, pues es la mente la que siempre gobierna. Cuando nos referimos a la comprensión a secas, el hombre es quien posee la mejor.» (página 661)

 

5. Being Dead, de Jim Crace. No tiene marcador, pero sé que lo dejé a la mitad. No pienso volver a leerlo. Es de aquellos libros que te dejan una marca pero sabes que no son para ti. El autor hace una descripción minuciosa de dos cuerpos en descomposición (una pareja enamorada que yace asesinada en una duna, lejos del camino). Si alguna vez tengo que escribir sobre cuerpos en descomposición, tendré que leer ese pasaje.

 

Los buenos libros a medio leer son como esas ciudades a las que solo hemos mirado desde el avión o por la ventanilla de un autobús en movimiento. Creemos saber cómo son y sin embargo nos falta caminar por sus calles principales, olerlas en las horas más intensas del día, agotar sus posibilidades.

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