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BrújulaLos lugares escondidos de Concha Gómez-Acebo, en Utopia Parway

Los lugares escondidos de Concha Gómez-Acebo, en Utopia Parway

Según señala la propia galería, Concha Gómez-Acebo “se encuentra en el momento dulce del apogeo de un estilo cultivado por décadas y conquistado a la imaginación. Hiding Places es una fantasía que muestra un territorio plagado de mitos y leyendas” en el que la pintora se mueve a placer, abordando casi cualquier tema con la seguridad de encontrar la forma de salir del laberinto que dejará atrapado al espectador en el misterio a desvelar solo por él.

Con el título El eco de los sueños, esta es lo que escribe José María Herrera en el precioso catálogo: “Cuando acudimos a una exposición tendemos a contemplar los cuadros expuestos en ella como si fuesen algo definitivo. Suponemos discretamente que si el artista los ofreció a nuestra  consideración es porque son productos acabados, a los que nada más cabe añadir o quitar. El caso de Pierre Bonnard, sorprendido ya septuagenario con un pincel en la mano retocando una de sus obras en un museo, resulta realmente insólito. Sin embargo, conviene no olvidar, que las obras fueron, antes de serlo, una búsqueda, y que haberlas presentado al público no significa por fuerza que el autor haya alcanzado su objetivo.

Si lo que se ofrece al espectador son obras enigmáticas, como las que componen Hiding Places, la reflexión acerca de lo que se buscaba en ellas se vuelve particularmente necesaria. Las posibilidades de interpretación son, no obstante, infinitas: adentrase en lo desconocido, aclarar  el misterio de la existencia, expresar ciertos sentimientos con relación al mundo, representar la belleza de las cosas… Para evitar divagaciones, lo mejor es preguntar directamente a los artistas, aunque esto tampoco sirva de mucho porque tienden a ser tan enigmáticos en sus declaraciones como en sus obras. Concha Gómez-Acebo no es una excepción. ‘Yo pinto para descubrir los secretos que encierran los cuadros’, dice. Una paradoja desconcertante, que en vez de sacarnos  de dudas, nos obliga a pensar.

Repitámoslo: los cuadros encierran secretos y Concha los pinta para descubrirlos. Eso ha dicho saltándose a la torera las convenciones elementales de la lógica. ¿Cómo va a ser que la obra preceda a la búsqueda que da lugar a la obra? Algo falla aquí. La única manera de digerir semejante declaración es tomarla por el costado de la metáfora o la ironía y suponer, por ejemplo, que lo que a ella la empuja a lanzarse al ruedo de la pintura y pintar su vida interior, sus ideas, sus dudas, sus fantasías, sus frustraciones, es lo mismo que después plasma herméticamente en los cuadros para, ¡oh misterio del arte!, su propia estupefacción y sorpresa.

Al espectador que sin saber nada de ellos se los encuentre de pronto delante solamente le caben dos alternativas: contemplarlos con la boca abierta, esperando que se conduzcan como la luz y su secreto le salte sin más a los ojos, o tratar de comprenderlos ayudándose de los indicios de sentido que contienen. Una exposición titulada Hiding Places, escondites, parece obviamente reclamar esto último. Aunque Concha cuente que ha preferido el inglés de su juventud para evitar las connotaciones infantiles de la voz española, no hay que engañarse: lo que se nos propone en esta muestra es jugar al escondite. Aquí no está todo a la vista. Los cuadros ocultan cosas. Ni siquiera podemos confiar en sus títulos. Las pistas que proporcionan pueden ser señuelos para extraviarnos. Que el escenario de muchos de ellos sean aposentos que directa o indirectamente remiten a mujeres conocidas de la literatura o de la historia, tampoco ayuda demasiado. ¿Se trata concretamente de esas mujeres, de la mujer en general o de la artista en particular? El desafío es descubrirlo, descubrir el secreto que Concha ha buscado en los cuadros mientras los pintaba y que, quizá, no ha conseguido iluminar por completo porque es también, de otro modo, su propio secreto.   

Infelizmente para nosotros, jugadores, lo fácil cuando se busca es equivocarse. Las prisas pueden llevarnos a mirar donde no hay nada. Tampoco garantiza mucho recurrir a las estrategias  exegéticas habituales encasillar las obras en un movimiento conocido, mencionar a los artistas que ejercieron influencia sobre la autora, reconstruir paso a paso su camino estético…, estas rutinas que hacen que los especialistas parezcan seres omniscientes a los que no se les escapa ningún detalle, aquí son estériles. El desafío es otro, como otro es el riesgo, pues lo raro cuando se toma el camino que vamos a tomar, el camino de la verdad, es no confundir lo imaginario con lo real, la interpretación con aquello que se pretende interpretar.

El lector de esta página puede estar de todos modos tranquilo: no le vamos a privar aquí del placer de ser él quien encuentre lo que se busca. La misión del prologuista es ofrecer vías de exploración para orientarle en una tarea que debe hacer él. El mundo de Concha no es un mundo surrealista, como a veces se ha escrito, pero sí un mundo simbólico cuyas claves son necesarias para comprenderlo. Verdad que la mitad de las piezas de esta exposición omito los retratos de pintoras, que pertenecen a otra serie no encierran nada enigmático. Un sendero que se adentra serpenteando en el bosque, una casa junto al río rodeada de árboles pelados, alguien que al caer la tarde calienta sus frías manos en una hoguera, jóvenes que patinan sobre la superficie helada del lago… Nada de esto constituye un misterio. Estas obras son lo que parecen. Para disfrutar de ellas basta con apreciar su belleza y deleitarse en su poesía, degustando sosegadamente las leves transiciones de color que constituyen quizás su principal mérito. No obstante, vale la pena retener en la memoria tales motivos porque luego reaparecen en las pinturas enigmáticas jugando otro papel. Hiding Places es un todo, hay que ver las obras en conjunto, como si se tratara de un laberinto recorrido por un invisible hilo de Ariadna.

Tomemos una pieza cualquiera para ilustrarlo, Dressing room, por ejemplo. Se representa en ella el vestidor de una dama. Dos elegantes vestidos cuelgan en una percha sujeta a la pared. Debajo, un par de zapatos. Al otro lado, un sillón vacío, y en medio una alfombra. En el testero del frente vemos un mueble con un pequeño espejo, una caja y el cuadro de un bosque enmarañado de árboles pelados similar al que aparece en otras pinturas. El cuadro podría ser una ventana abierta y el bosque un espacio simbólico que representa la libertad y el peligro asociado a ella. El contraste entre la intrincada e inquietante realidad exterior y la ordenada placidez de la habitación es muy fuerte, lo es en todos los cuadros de la serie. Se diría en este caso que vestirse, adoptar un personaje social, un papel en el teatro del mundo Concha ha colgado a propósito en la pared de dos de sus cuadros unas pinturas de Pietro Longhi, fiel notario de la alambicada vida social veneciana es un requisito indispensable para salir a un fuera que imagina feraz, caótico, lleno de riesgos. La dueña de la habitación ha preferido aparentemente no hacerlo. Ahí están los zapatos que lo demuestran. ¿Dónde está? Notamos su presencia, su aroma, aunque no la vemos por ninguna parte. ¿Habrá saltado desnuda por el cuadro/ventana harta de seguir fingiendo?, ¿se habrá decidido finalmente a afrontar sin ambages la libertad (sin vestidos, sin máscaras, sin capa de carnaval, sin ninguno de esos elementos encubridores que encontramos en varias de sus pinturas)? No, no es probable que haya hecho eso. La desnudez en Hiding Places se vincula  por lo general al arte (Cleopatra, Susana y los viejos, el mundo teatral del maniquí), es ahí donde está la verdad, no en el bosque de las convenciones sociales, ese mundo puramente exterior al que se va vestido y disfrazado. Pero, entonces: ¿dónde ha ido la protagonista de esta pintura? No hay duda: se ha escondido detrás del caballete para pintar el secreto encerrado en este lienzo que  estamos contemplando.

Las obras de Concha, con sus luces empañadas, sus escenarios desiertos, su fragante y delicada soledad, son el eco de una personalidad misteriosa que ha ido acaso ensimismándose, retirándose, pero que siente nostalgia de sus sueños y de los de ciertos personajes históricos que la han conmovido o intrigado, sueños que tal vez ha vuelto a soñar de nuevo ahora, cuando se ha atrevido a ir hacia lo desconocido de sí misma. Reticente y retraída, necesita ver las cosas como son, pero en vez de abandonar la confortable placidez de su mundo y saltar al bosque colectivo, consciente sin duda de que la realidad social nunca es bastante buena para nadie, ha escogido la puerta trasera del arte.

Se explica así el importante papel simbólico que desempeñan en sus pinturas las obras de otros artistas, en particular las de Artemisa Gentileschi, aquella mujer genial que convirtió el arte en una suerte de catarsis, de sublimación de una vida de abusos y atropellos. Pensemos, por ejemplo, en el uso que hace Concha de su Cleopatra. Tapada con un paño azul, muerta a causa del veneno del áspid que usó para suicidarse, la reina de Egipto aparece en un lienzo colocado sobre el caballete en una habitación que linda otra vez con el bosque, símbolo indirecto esta vez del ambiente de pillos, golfos y matasietes en el que vivió Artemisia. Concha evoca el cuadro no sólo porque admire a la pintora romana, sino porque se identifica con sus asuntos y encuentra en ellos algo que también guarda relación con su propia existencia. En Susana y los viejos, un tema clásico de la pintura barroca que Concha ha actualizado de manera brillante, los símbolos se complican en una gama que va desde la tentación al naufragio. La protagonista es una atractiva joven a la que han sorprendido dos viejos ricos cuando se disponía a bañarse desnuda. Estos le hacen toda clase de proposiciones deshonestas, intentando convencerla con sus regalos de que les conceda sus favores. En la pintura original el escenario donde se desarrolla la anécdota es un río, en la de Concha la clave es el mar, un mar agitado que hace pensar que en estas situaciones nadie suele salir indemne.

La presencia de pinturas famosas es abundante en Hiding Places. El espectador debe de estar atento a ellas porque que arrojan luz sobre los cuadros donde aparecen. Ya hemos dicho que la exposición es un laberinto en el que es posible orientarse gracias a un hilo invisible. Con él en las manos no hay que tener ningún miedo a perderse porque lleva desde el fondo misterioso de la artista a la salida donde nos encontramos nosotros. Recorrer su camino nos ayudará a buen seguro a comprender mejor quienes somos.

Otra cosa es la serie de retratos de mujeres artistas que completan la exposición. Aquí se trata sólo de un homenaje, pero un homenaje sin retórica, o sea, un homenaje verdadero, que no necesita en absoluto la apostilla del crítico”.

Dónde: Galería Utopia Parkway, Madrid

Cuándo: Hasta el 24 de febrero

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