La herida que empieza a desangrar la selva
Un reino de gigantes de troncos marrones y cabelleras verdes cuidan el aire que respiramos. Esa selva cobija a monos, serpientes y mariposas, osos hormigueros, pájaros y otras especies que, con sus cantos y chillidos, rugidos, trinos, graznidos y ululares crean música, la música de la naturaleza. Una sinfonía salvaje.
Suriname es selva. Literalmente, selva. Es un país que tiene 163.000 km² (poco más pequeño que Uruguay) de los cuales, el 92,6% está cubierto por árboles, lo que le da el título mundial del país con mayor porcentaje de bosque en su territorio. En esta selva habitan algunos pueblos indígenas, que viven de lo que la naturaleza les da.
Pero, de pronto, la sinfonía salvaje se ve interrumpida por el rugido de una máquina ‘oruga topadora’. Su misión: tumbar árboles de esa selva que parece infinita, pero no lo es. Y los árboles empiezan a caer de manera descomunal, como en el videoclip de la canción ‘Earth Song’, de Michael Jackson.
Esta selva no está tatuada con carreteras de asfalto; para adentrarse en ella es necesario ir por aire o navegar por las venas de sus ríos. Fue así, por un río, que, en diciembre de 2022, una barcaza –como si fuese un portaaviones transportando un F-16 a una labor destructiva– internó la oruga topadora en el bosque de Suriname.
La máquina, con un sistema de tracción tipo oruga, similar al de los tanques de guerra, y con una hoja de metal y cuchillas de acero en la parte frontal, para tumbar los árboles, es operada por un menonita ‘estándar’: alto, rubio, con overol, camisa a cuadros y sombrero. ¿Cómo llegó a Suriname? ¿Quién lo llevó?
Esa imagen parece ser el principio de ‘algo’, un nuevo tiempo para la selva de Suriname. ¿El principio del fin?
(I) Sin consultar con nadie / preparan la destrucción / jugando con nuestras vidas / vendiendo al mejor postor. / Sangre en la tierra / Fuego en el cielo / Es el principio del fin.
El país sudamericano donde se habla neerlandés
Suriname tiene alrededor de 635.000 habitantes, de los cuales, el 70% se concentran en la zona norte, en la costa del Atlántico, donde está su capital, Paramaribo, y su área metropolitana. El resto de sus pobladores, entre los que hay pueblos indígenas, están esparcidos en ese 92,6% de bosque virgen que le da al país un status de Alto Bosque y Baja Deforestación (HFLD, por sus siglas en inglés).
Es un país sudamericano, pero parece estar ausente del consciente colectivo como una parte de la región que es predominantemente hispana y luso parlante. Está ubicado al norte de Brasil y en medio de Guyana (excolonia británica) y Guayana Francesa, ambas, igual de ajenas a la idea que se tiene de lo sudamericano. Suriname se independizó de Países Bajos en 1975, y heredó, entre muchas otras características, su lengua oficial, el neerlandés.
Pero, ¿cómo llegaron hasta aquí los menonitas y cómo afectará al bosque? Esa historia tiene su raíz en Santa Cruz, Bolivia, donde hay más de 120 colonias menonitas y donde radica Adrián Barbero, un comerciante de tierras, argentino de origen y nacionalizado boliviano hace diez años. Él, junto a Ruud Souverein, un holandés radicado en Suriname, son socios en la inmobiliaria agrícola Terra Invest y responsables del lobby con el Gobierno de Suriname, de la elaboración del proyecto, de la logística y todo lo que tiene que ver con la llegada de los menonitas a Suriname.
A través de ese lobby de dos años, han conseguido que el Gobierno de Suriname les conceda 30 mil hectáreas de tierras que, a su vez, ellos transferirán a los menonitas. Esto, forma parte, dice Barbero, de un proyecto con el que el Gobierno de Suriname pretende convertir en cultivos 300 mil hectáreas (1,8% de su territorio). Esto equivale a dos veces el tamaño de la superficie de la ciudad de São Paulo, Brasil, la ciudad más poblada de Latinoamérica, donde entran más de 12 millones de habitantes. Así entonces, sin consultar con nadie, según representantes de pueblos indígenas y ambientalistas, barrerán con árboles de esa selva virgen, con su sinfonía salvaje y todo.
Barbero se considera el ‘referente mundial de los menonitas’, porque estos representan el 50% de su clientela y porque, según sus palabras, los entiende y cuida que no sean mal vistos. “No porque sean los tipos más buenos del mundo, sino porque me generan un negocio y yo cuido de mi negocio”, explica, sin rodeos.
En septiembre de 2022, Barbero aparece en un video en su cuenta de TikTok diciendo: “Estamos en la zona sureste de Suriname, en plena selva, limpiando unos barbechos que había, antiguos, para empezar a hacer unos trabajos”. El escenario es un terreno, una loma, toda ya color tierra, sin nada verde que le sobreviva. De fondo, una oruga topadora arrasa con los árboles. Esa imagen, tal vez no sea nada fuera de lo común en cualquier otro país del mundo, pero en Suriname tiene un significado potente: es el inicio de algo, es la llegada de menonitas, gente con vocación agrícola y una cultura expansiva que cargan con una imagen sobresaliente por ser buenos trabajadores y honestos, pero también con la mala fama de que “no dejan árbol en pie”.
Así, en el país menos deforestado del mundo, la sinfonía salvaje pretende ser acallada por el rugido de la oruga topadora, la banda Death Metal de la deforestación.
Y no es todo. La imagen de la máquina con cuchillas de acero que arrasa con los árboles, también tiene un significado que va más allá de lo medioambiental y entra en el campo de los derechos de los pueblos indígenas. En Suriname, el Estado es dueño de la tierra y ahora ha concedido terrenos para los extranjeros menonitas, mientras los indígenas llevan décadas, desde su independencia de Países Bajos, reclamando que les reconozcan su derecho sobre la tierra que habitan. En casi medio siglo, el Estado no les ha reconocido nada, mientras que a los menonitas les otorgó una concesión en un par de años. (El poder del lobby).
Suriname es el cuarto país con menor densidad poblacional en el mundo: tres habitantes por kilómetro cuadrado. Tiene una población diversa, desde descendientes de europeos a amerindios (descendientes de personas de India) y cimarrones (descendientes de los antiguos esclavos). Sus pueblos indígenas alcanzan unas 20 mil personas (3,8% de la población) y los cuatro más numerosos son los kaliña (caribes), lokono (arawaks), trío (tirio, tareno) y wayana, según información de Iwgia, organización global que defiende los derechos de los pueblos indígenas.
Iona Edwards, parlamentaria indígena, señaló a Nómadas que el Gobierno no les ha informado ni les ha consultado sobre la llegada de los menonitas. Recientemente (en octubre) les confirmaron que el proyecto piloto es de 30 mil hectáreas para 50 familias menonitas, y nada más; ni siquiera saben dónde quedan los terrenos concesionados.
Esto sucede pese a que la llegada de menonitas a Suriname no se ha dado de la noche a la mañana. Como mencionó Barbero, hubo reuniones y negociaciones durante casi dos años. Existe un documento de aprobación, con fecha 6 de octubre de 2022, expedido por el Ministerio de Relaciones Exteriores al socio de Barbero, Ruud Souverein, con el asunto: ‘Permiso para que 50 familias menonitas viajen a Suriname’. Allí se detalla que el permiso es para residentes menonitas de las colonias Valle Esperanza, Valle Hermoso, Yanaigua y Norte (situadas en Santa Cruz, Bolivia) y que con ese permiso podrán “trabajar en el sector agrícola por un período de 3 años”.
En ‘We kill the world’ (1981), la banda Boney M., canta: “Tractores pesados / invaden donde el aire era limpio y fresco / para ganar dinero. / ¿Dónde nos llevará esto y para qué es bueno? / Los árboles caerán. / Pobre mundo, está sufriendo mucho. / Pobre mundo, está condenado a morir. / Nosotros matamos al mundo”.
El ‘lobby’ para los menonitas
“Yo quiero ir a Suriname”, dice, rápido y con ímpetu, Juan (guardamos el nombre y apellido reales para proteger su identidad). Al escuchar ese nombre, ‘Suriname’, sus ojos azules brotan y su boca queda entreabierta en una semisonrisa que muestra un par de grandes dientes frontales, enmarcados en un material color plata. Juan está en la calle 6 de Agosto, del mercado Los Pozos, en Santa Cruz, Bolivia, donde todos los días llegan menonitas de distintas colonias para realizar compras diversas.
Está sentado afuera de una óptica esperando que arribe el taxi que lo llevará de vuelta a su colonia, Valle Hermoso, una de las cuatro que figuran en el documento del Gobierno de Suriname, con permiso para llegar a las primeras 30 mil hectáreas que dejarán de ser selva virgen para convertirse en cultivos. El termómetro marca 31 grados de un mediodía de mediados de octubre y Juan usa sombrero en la sombra, viste camisa manga larga con los botones asegurados hasta el cuello y está embutido en un overol. Juan denota emoción al escuchar sobre ese país del que quiere tener su tierra y nueva nacionalidad, para él y sus hijos, los cinco que tiene y los que aún espera procrear con su esposa, que está sentada a su lado.
Pero, ¿cómo fue el proceso para que ahora haya menonitas de Bolivia en Suriname? Según Adrián Barbero, el proyecto es una iniciativa del Gobierno de Suriname, que le pidió llevar agricultores para transformar bosques en áreas para cultivar soya (o soja) y maíz, con la finalidad de tener granos para alimentar pollos y garantizar así la comida para sus pobladores. (Nómadas contactó a dos ministerios del Gobierno para hacer esta y otras consultas, pero no obtuvo respuestas).
Le preguntamos a Barbero si se juntaron la necesidad de agricultores de parte del gobierno surinamés y la necesidad de tierras de los menonitas y respondió: “Las juntamos nosotros”.
Barbero dice que tiene anotadas las cantidades de tierra que precisan los menonitas y asegura que suman más de un millón de hectáreas.
En una primera etapa, dice, se trabajará en 30 mil hectáreas, las cuales han sido cedidas por el Gobierno a Terra Invest y esta empresa las transferirá a las sociedades conformadas por menonitas en Suriname. Es decir, el Gobierno no concesiona directamente a los menonitas, sino, a la empresa de Barbero y Souverein.
Para viabilizar este proyecto, Barbero comenta que realizó gestiones, reunió una serie de requisitos para poder optar por la concesión y decidió llevar menonitas porque estos necesitan tierras y porque se adaptan a cualquier lugar, por más remoto que sea.
Precisamente, Juan es uno de los que están dispuestos a irse a cualquier lugar donde pueda tener 50 hectáreas para cultivar y la chance de que sus hijos, en un futuro, también tengan esa cantidad de tierra. Cada uno. “Es lo mínimo que necesitamos para cultivar”, afirma.
Barbero reconoce que en Suriname habrá una “deforestación desmedida” y que es un país que no está acostumbrado a eso, pero asegura que en las tierras que Terra Invest transferirá a los menonitas solo permitirán desmontar el 50%, aunque no mostró un documento o evidencia que establezca esa medida.
Los menonitas tienen una vocación agrícola y una alta tasa de fecundidad que hace que siempre precisen más tierra, por lo que las colonias se van multiplicando a medida que los varones cumplen la mayoría de edad. Sin embargo, llega un punto en que no hallan más tierra en el país que radican y por eso miran hacia fuera de sus fronteras, explica Alcides Vadillo, director de la Fundación Tierra en Santa Cruz.
Así fue que migraron de Países Bajos a América, primero a Canadá, luego a México, Paraguay, Belice, Bolivia, últimamente a Perú y ahora posan sus pies y su arado en Suriname.
El discurso del Gobierno de Suriname, según grupos de ambientalistas en ese país, es que deben producir más soya y otros granos para garantizar la seguridad alimentaria del país. Y también, a futuro, exportar para generar divisas. Nómadas contactó vía correo electrónico con el Ministerio de Planificación Especial y Desarrollo y por vía telefónica con el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, para conocer a fondo los objetivos y detalles del proyecto, pero no se obtuvo respuesta.
En sus despachos, lejos de los bosques, quedan flotando las preguntas: ¿Cuánto cobran a los menonitas por hectárea?, ¿cuál es el precio que se ha puesto para desmontar bosque virgen que en realidad es invaluable para la supervivencia humana?, ¿se les consultó a los pueblos indígenas?, ¿por qué en un par de años de lobby se logra concesionar tierras a una empresa privada y a extranjeros y no se atiende la demanda histórica de los indígenas del reconocimiento de sus derechos sobre la tierra?
Así fue que la selva de Suriname, con todo y sinfonía salvaje, fue ofertada por Barbero a los menonitas y los menonitas fueron ofertados al Gobierno de Suriname. Y así se da la llegada de menonitas de Bolivia a Suriname, en medio de dos visiones contrapuestas, por un lado, la ambientalista que prevé consecuencias en cuanto a deforestación por la presencia de los menonitas, a lo que se suman los conflictos que se pueden desatar por los reclamos de los pueblos indígenas exigiendo sus derechos sobre la tierra; y, por otro lado, la concepción del mundo desde el punto de vista agroproductivo que embandera un discurso de seguridad alimentaria, de expansión de la frontera agrícola a costa de tumbar árboles.
Esta situación hace prever un conflicto entre el Gobierno surinamés con los pueblos indígenas y con las instituciones ambientalistas que ya han empezado a alzar sus voces y anuncian movilizaciones y protestas para defender la selva de Suriname y ese estatus de baja deforestación (HFDL) para mantener el 92,6% de su territorio cubierto de árboles.
(II) El hombre nunca fue dueño de Gaia, es justamente al revés. (El hombre no es dueño de la tierra; la tierra es dueña del hombre).
Los menonitas y su fama de deforestadores
“No se trata de satanizar a nadie, pues los menonitas son muy conocidos por aspectos positivos como su dedicación al trabajo, su cultura pacifista y su honestidad”, enfatiza Alcides Vadillo. Sin embargo, a esto le sigue un lado oscuro, pues también se los conoce (quienes los conocen bien) por su fama de ser poco apegados a leyes y normas, a seguir sus propias ideas, por ejemplo, en la deforestación y uso de transgénicos y agroquímicos, y también en cuanto a sus castigos al interior de las colonias que, al ser muy cerradas, imponen normas propias no siempre en concordancia con los Derechos Humanos.
Pero, ¿quiénes son los menonitas? Dan la impresión de vivir en otra época, siglos atrás. Llaman la atención por sus vestimentas: camisas con mangas largas a cuadros (también lisas), sombreros, overoles (monos o buzos de trabajo) o suspensores, por el lado de los varones; mientras que las mujeres lucen vestidos largos, casi hasta los tobillos, y se cubren las cabezas con pañoletas y sombreros. Hace siglos, literalmente, que visten así. En sus colonias, en las tradicionales, andan en carretas con ruedas de fierro tiradas por caballos, no tienen acceso a medios de comunicación y se rigen por sus normas religiosas.
En las colonias más modernas, han empezado a dejar atrás algunas restricciones, ocasionando ciertos desacuerdos con los tradicionales.
Otra de sus características es la búsqueda de la nacionalización; así como ahora buscan ser surinameses, antes lo han hecho en otros países, donde, además de la dotación de tierras, negocian algunos ‘beneficios’ como abstenerse del servicio militar y de la obligatoriedad de la educación formal de sus hijos. Además, no se implican en política. También se caracterizan por no comprar tierras agrícolas para sus nuevas colonias, porque son más caras, sino que prefieren suelos con vocación forestal, porque son más baratas y no se hacen problema en tumbar cuanto árbol les aparezca en frente. Una oruga topadora, y ya está.
En el documento Pioneros piadosos, la expansión de las colonias menonitas en América Latina (de Yann le Polain, Janice Neumann, Anna O’Driscoll y Kerstin Schreiber), se consigna que esta cultura tiene sus orígenes en Europa Occidental en el siglo XVI. Lleva el nombre del holandés Menno Simmons (1496-1561) y se conformó en torno a ideales de no violencia y separación del mundo. El fuerte apego a la tierra y la agricultura también se convirtió en una característica definitoria a lo largo de los años, al igual que el uso del alemán bajo como idioma.
Siempre necesitarán más tierra. Hay dos razones para esto, primero, que tienen una vocación 100% agrícola, es decir, su cultura los empuja a ese oficio y no les da más alternativas. El otro motivo es la tradicional alta tasa de fecundidad, que hace normal que tengan cuatro, cinco, seis, siete… diez hijos…
Eso hace que los jóvenes menonitas, al cumplir 18 años, deban buscar nuevos horizontes cuando se acaba la tierra en sus colonias de origen. Y cuando la expansión en un país ya no es viable deben buscar otros horizontes por más lejanos que sean. Así como llegaron y se expandieron en Bolivia, de seguro pasará en Suriname, pues, el arribo de menonitas a un país, es un punto sin retorno.
Algunos de sus miembros migraron desde Europa a Canadá, México y Paraguay a inicios del siglo XX, y luego a Bolivia, por lo que actualmente hay 214 colonias en todo el continente con una superficie de 3,9 millones de hectáreas (comparable al tamaño de Países Bajos) en nueve países de América Latina. Solo en Paraguay, las colonias menonitas tienen 1,8 millones de hectáreas, el 4,5% del territorio de ese país. Si se le suman las propiedades privadas en manos de menonitas, se acercan al 8% del territorio paraguayo. “Son el 0,4% de la población y controlan 20 veces más tierras que el paraguayo promedio”, señala el documento Pioneros piadosos, la expansión de las colonias menonitas en América Latina.
Bolivia alberga cerca de cien colonias menonitas y cada año aparecen nuevas. En la década de los ’50 del siglo XX, las primeras colonias estaban asentadas en cincuenta mil hectáreas. Y… siete décadas después, los menonitas bolivianos tienen más de un millón de hectáreas. Y quieren y necesitan más. Y más.
Y eso lo sabe Barbero y lo aprovecha para afianzar su negocio.
Si nos enfocamos solo en el papel de los menonitas en la deforestación, según Global Forest Watch, Bolivia es el tercer país a nivel mundial que mayor cantidad de bosques perdió en el mundo en 2022 (400 mil hectáreas). Pero el dato que concierne a los menonitas, dado por el Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP por sus siglas en inglés) en febrero de 2023, señala: “Los menonitas han causado un tercio (33%) de la deforestación de soya en la Amazonía boliviana en los últimos 5 años”.
Y hay más, según datos de un estudio del 2020 de Le Polain de Waroux, Neumann, O’Driscoll y Schreiber, de las 99 colonias menonitas que existentes en Bolivia hasta 2019, 79 para las que se cuenta datos, sumaban un total de 891.715 hectáreas, lo que representa aproximadamente 21% de las hectáreas agrícolas de todo el país, que son alrededor de 4.17 millones. “Por otra parte, 41 de las 99 colonias, están asentadas en áreas que, según su Plan de Uso de Suelo (PLUS), no pueden ser parcial o totalmente deforestadas, pero pese a eso, sí se talaron extensiones muy importantes, incluso dentro de Áreas Protegidas o Sitios Ramsar”.
Pese a estos datos, Barbero señala que los menonitas “no son deforestadores” sino que han sido “estigmatizados”, al igual que en los casos de violaciones masivas ocurridas en Santa Cruz, Bolivia, en 2009. “Comprendo muy bien el concepto menonita, vivo muy cerca de ellos, no porque sean la persona más buena del mundo, sino porque me generan un negocio”, subraya.
Señala que es la persona “referencia a nivel internacional de los menonitas” y que los cuida y les marca algunas líneas como si fuesen socios, como en el caso de los desmontes. Por eso, asegura que los menonitas no actuarán en Suriname como en Bolivia y en otros países donde son cuestionados por su rol en la deforestación.
El empresario asevera que él, como concesionario de las primeras 30 mil hectáreas, pondrá como norma a los menonitas que solo podrán deforestar el 50% de las tierras que él les transfiera. (Se le solicitó mostrar el documento que consigne eso para las primeras 50 familias, pero no lo facilitó). Asegura que aquel que no acepte esa norma, no le transferirá terrenos y que está muy seguro de que aceptarán porque tiene mucha demanda, muchos pedidos de tierra de menonitas, que superan el millón de hectáreas, por lo que le transferirá solo a los que estén dispuestos a cumplir esa norma.
Se le planteó esa posibilidad a Juan, el menonita de la colonia Valle Hermoso con el que conversamos en el mercado Los Pozos en Santa Cruz:
—Juan, ¿y sabés cuánto vas a poder desmontar si conseguís tierras en Suriname?
—Todo. Todo. Cien por ciento.
—El empresario que lleva a los menonitas dice que solo será el cincuenta por ciento…
Aquí su expresión de embelesamiento cambió a una mezcla de incredulidad y decepción:
—Nooo. Tiene que ser cien por ciento, ni cortinas de viento se va a dejar porque en Suriname no hay viento.
Juan tiene 14 hectáreas en Valle Hermoso, y las considera “pocas”. Explica que está “anotado” en la lista de los interesados de su colonia para ir a Suriname, con un encargo de 25 hectáreas por las que deberá pagar sus 7.500. Además, espera vender sus tierras en Valle Hermoso y juntar dinero que le permita llegar a comprar 50 hectáreas en Suriname. “Ojalá hasta el año que viene pueda irme”, dice, anhelante.
Pero, con la idea del 50% de deforestación, la ecuación no le cuadra: si logra comprar 25 hectáreas y Barbero solo le permiten ocupar la mitad, es decir, 12.5 hectáreas, podrá cultivar menos de lo que tiene actualmente.
En Valle Hermoso, la colonia de Juan, no permiten usar teléfonos celulares y se transportan internamente en carretas con ruedas de fierro y tiradas por caballos, pero él maneja información amplia y detallada sobre Suriname, ese país distante a 2.500 kilómetros de su colonia. “Su tierra es húmeda, fértil, hay mucha lluvia y no es plana, son lomas como en Conce (Concepción, población de Santa Cruz cercana a su colonia); está a 90 kilómetros del mar, la humedad del suelo permite arrancar los árboles con facilidad…”, recita en buen (comprensible) castellano.
—Juan, ¿cómo sabés sobre Suriname?
—Lo vi en internet.
—Pero en tu colonia no permiten teléfonos celulares.
—En el celular del chofer del taxi, ahí en YouTube puse ‘Suriname’ y vi cómo es la tierra.
—¿El chofer te presta su teléfono?
—Sí.
—¿Te cobra?
—No. Somos amigos.
—¿Y cómo les ofrecen las tierras en su colonia?
—El mero mero (se refiere al líder de la colonia) nos muestra un libro con fotos impresas.
Juan dice que su vecino, Bernardo Klassen, es uno de los que está en Suriname y le ha contado que sobrevoló las tierras en avioneta, que van a desmontar todo, que no dejarán ni cortinas rompevientos, que los árboles se podrán tumbar fácilmente con la oruga topadora porque el terreno es húmedo, que el río está a 10 kilómetros…
Juan quiere que Bernardo Klassen ya retorne y le cuente más cosas de Suriname.
“Si tuviera los 1.300 dólares que cuesta el pasaje, ya hubiera ido”, dice Juan, que tiene la esperanza de irse el próximo año. Comenta que Klassen y los otros que ya partieron, llenaron contenedores con maquinaria y objetos de sus casas. Ya empezaron a mudarse.
Los padres de Juan eran de la colonia Valle Verde, y los hijos de los miembros de esa colonia (Juan incluido) formaron Valle Hermoso. Ahora Juan, con sus hijos, espera formar una nueva colonia, esta vez en Suriname; luego, sus hijos y los hijos de sus hijos querrán más tierra y más tierra, y así sucesivamente hasta el fin de los tiempos.
—Juan, ¿extrañarás Valle Hermoso?, ¿o Santa Cruz?
—No.
Queda en silencio. No hace más comentarios, ni da explicaciones. El no es claro, no siente arraigo, no sentirá nostalgia. Quiere irse donde pueda tener más tierra para cultivar.
El comportamiento menonita contra el medioambiente, es cuestionado donde fuere. “En Perú, la ONG Amazon Conservation describe a los menonitas como la nueva causa principal de la deforestación organizada y a gran escala”, según reporte de la revista De Groene Amsterdammer. En tanto que MAAP, en su portal web publicó el 25 de agosto de 2023: “Nuestro análisis revela que los Menonitas ya han deforestado más de 7 mil hectáreas en las cinco colonias establecidas (en Perú) desde 2017. Además, hemos documentado un impacto adicional de más de 1.600 hectáreas de bosques quemados”. A esto se suman reportes de prensa desde Perú que registran conflictos entre indígenas y menonitas debido a la deforestación, como en la provincia Ucayali.
Yann le Polain, uno de los autores del documento Pioneras piadosas, la expansión de colonias menonitas, señala que no se debe generalizar a los menonitas. En lo positivo destaca la fuerte ética de trabajo y respeto de acuerdos. Por el contrario, también observa la dinámica de apropiación de territorios en conflicto, competencia por la tierra con los habitantes locales, la deforestación, juicios en otros países.
En el mercado Los Pozos de Santa Cruz, también conversamos con Pedro, un menonita de 51 años que no quiso decir su apellido, pero sí dijo el nombre de su colonia: Valle Esperanza, otra de las que aparecen en el documento de aprobación del Gobierno de Suriname para la llegada de menonitas. Pedro no se entusiasma mucho al hablar del tema y su castellano no es tan fluido. Está haciendo compras junto a otros dos menonitas que prefieren no hablar. Dice que también está anotado en la lista de su colonia pero que no dio ningún dinero porque no tiene. Quiere 50 hectáreas, pero señala que hay muchos pedidos, mucha demanda de todas las colonias y por eso cree que es muy difícil que él pueda ir. Otro menonita le susurra algo al oído en alemán bajo, y se va. Tras eso, Pedro se muestra más desconfiado y cortante. Dice que los que tienen plata pueden comprar hasta 100 hectáreas y que son esos los que podrán irse a Suriname. Corta la charla, no se despide ni se excusa. Cruza la calle para reunirse con sus amigos.
Indígenas y ambientalistas, sin información sobre menonitas
El nombre de Suriname deriva de un grupo nativo denominado surine de origen arawak. Así se denominó a un río y luego el país adoptó ese nombre. Según el Grupo Internacional para Asuntos Indígenas, Iwgia, el sistema legislativo de Suriname, basado en la legislación colonial, no reconoce a los pueblos indígenas o tribales y el país no cuenta con legislación sobre los derechos a la tierra, entre otros.
En imágenes de dron en la página de Fundación IO, se observan panorámicas de la selva de Suriname, que tiene 14,7 millones de hectáreas, en que predomina el verde, los ríos caudalosos y algunas pequeñas aldeas y poblaciones indígenas.
A 2.500 kilómetros al sur, en Santa Cruz, Bolivia, Adrián Barbero, en entrevista con Nómadas dice, con sinceridad y sin remordimiento: “Vamos a tener una deforestación desmedida en un lugar donde nunca pasó nada. El impacto va a ser muy fuerte. No queremos estar en lugares en que puede haber conflicto”. Asegura que durante dos años ha hecho negociaciones y socialización con todos los sectores con quienes debía hacerlo en Suriname, para la llegada de las primeras 50 familias menonitas a las primeras 30 mil hectáreas del proyecto. “No nos ha quedado puerta por tocar”, dice el empresario que asegura que no hubo sobresaltos y que lo único negativo, desde su punto de vista, fue una serie de publicaciones sobre las denuncias de violaciones contra mujeres menonitas en colonias bolivianas en 2009, lo cual, considera que no viene al caso, puesto que los responsables (siete varones menonitas) fueron sentenciados y encerrados por sus delitos.
Sin embargo, al consultar con representantes de pueblos indígenas y ambientalistas de Suriname, estos señalaron que ni siquiera conocen detalles del lugar o los lugares donde están los menonitas y que nunca fueron convocados por nadie, a ninguna socialización. Monique Pool, directora de la Fundación Patrimonio Verde Suriname, señaló que, al menos con la institución que ella dirige, tal socialización no existió, y atribuye a la falta de información del gobierno el hecho de que la población no conozca este y otros proyectos que afectan la riqueza forestal de Suriname.
Similar respuesta nos dio la parlamentaria indígena Iona Edwards, quien aseguró que tampoco escuchó hablar de socializaciones del proyecto. “Cuando hice la pregunta en el parlamento sobre los menonitas, el Gobierno respondió que harán un proyecto piloto con 50 familias menonitas y nada más. No nos dijeron ni el lugar donde lo realizarán”, lamentó Edwards.
¿Dónde están los terrenos concesionados a los menonitas? Aún es un misterio sin precisar. Una organización no gubernamental en Suriname señaló tener referencias de que 90 mil de las 300 mil hectáreas que se convertirán en cultivos, están en una comunidad cercana a Apoera, al oeste, en la frontera con Guyana. En su cuenta de TikTok Barbero hace dos referencias respecto a la ubicación de la o las colonias: una en que está viendo terrenos en la zona oeste, en la frontera con Guyana; y otra en que dice estar en el sudeste, cerca de la frontera con Brasil.
Sin revelar dónde están los terrenos para las colonias menonitas, Barbero aseguró que realizaron socialización y que llegaron a “acuerdos con la gente de las comunidades Tibiti y Witagron” (a 85 y 190 km al suroeste de Paramaribo, respectivamente, sobre la cuenca del río Coppename) y también con los maroons.
Cuando se le consultó a qué acuerdos se refería, dijo: “Los maroons tienen algunos árboles que ellos consideran sagrados, hicimos un acuerdo para que eso no se toque; y muchos otros detalles que hacen a la vida diaria, pacífica, que me costó dos años. Si hay tanta tierra, ¿para qué vamos a ir a meternos donde puede haber problemas?”.
Un posible conflicto entre los indígenas y el Gobierno está en sus cálculos, sin embargo, cree que será una lucha “pacífica” y es un tema que “debe ser discutido por los políticos”. También está seguro de que en las tierras concesionadas no pasará nada porque ha previsto que su proyecto no esté en tierras indígenas, “ni siquiera que estén en disputa”.
Pero, aunque el proyecto de los menonitas no afecte directamente tierras indígenas, el asunto molesta a estos pueblos y a los ambientalistas. La parlamentaria Edwards le dijo a Nómadas que los líderes de su aldea “no darán permiso a los menonitas hasta que el Gobierno nos conceda nuestros derechos sobre la tierra… no podemos luchar por nuestros derechos sobre la tierra mientras el Gobierno le da tierras a un grupo externo”. Tampoco saben cuánto es el precio que pagarán los menonitas por cada hectárea de tierra.
Monique Pool, directora del Fondo para la Herencia Verde de Suriname, relata que tuvieron una reunión en agosto de este año con Ruud Souverein, el socio de Barbero en Terra Invest: “Nos confirmó que estaban interesados en zonas de bosques primarios y le dijimos que nos oponemos a la agricultura mecanizada a gran escala que utiliza semillas transgénicas y productos asociados”.
También alertó que perderían su estatus de HFLD si se deforestan más de 30.255 hectáreas de bosques primarios por año. Ella cree que la gente de Suriname no es consciente de los “actos ilegales” cometidos por los menonitas contra el medio ambiente y reconoce que los ambientalistas han tardado en reaccionar, lo cual atribuye precisamente a desinformación por parte del Estado. “Actualmente nos estamos organizando para empezar a dar a conocer nuestra opinión, y si es necesario organizar protestas”, advirtió.
Una herida será abierta para empezar a desangrar la selva de Suriname. El representante de la empresa concesionaria asegura haber socializado, pero los indígenas y ambientalistas consultado aseguran que ni siquiera saben dónde están las esas tierras.
El 27 de octubre, las organizaciones no gubernamentales ecologistas ofrecieron una conferencia de prensa donde expresaron su preocupación por la llegada de los menonitas: “¿Dónde está el plan? ¿Por qué no puede haber transparencia? Pedimos un estudio para poder determinar científicamente cuál podría ser el efecto de la agricultura menonita a gran escala en el medio ambiente”, dijo Gwendolyn Smith, de la organización Green Growth Suriname, según el diario De Ware Tijd de Paramaribo.
“No podemos darnos el lujo de dar a los extranjeros acceso a la tierra, mientras los derechos territoriales de los pueblos indígenas y tribales no estén regulados”, agregó Smith.
Las organizaciones subrayaron que no se trata de una estigmatización a los menonitas, sino que saben de “la deforestación que se está produciendo en el sector del oro, pero queremos evitar tener que lidiar con los efectos de la deforestación debida a la agricultura a gran escala. Suriname y Guyana son los únicos países de América del Sur que no tienen esto”, dijo Gina Griffith, directora de Conservación Internacional Suriname.
También manifestaron la necesidad de un estudio de impacto ambiental como parte de la condición legal antes de proceder a la deforestación con fines agrícolas y cuestionaron que en Suriname “se tienda alfombra roja a los menonitas”, mientras que en América del Sur son conocidos por su destructiva agricultura a gran escala que no sólo va acompañada de deforestación, sino también de contaminación del agua, uso de pesticidas, la introducción de alimentos genéticamente modificados y conflictos con los pueblos indígenas locales.
Según el diario Keynews Suriname, en su edición del 28 de octubre, el ministro de Asuntos Exteriores, Comercio Internacional y Cooperación, Albert Ramdin, anunció días antes que los menonitas “que quieren establecerse en Suriname no necesitan al gobierno. Planean dedicarse a la agricultura a gran escala e invertir ellos mismos. El gobierno no les proporcionará tierras y no se permitirá la deforestación a gran escala. Los menonitas están negociando tierras con las comunidades locales, especialmente en el oeste y en la zona de Brokopondo”.
También citan al ministro Parmanand Sewdien, señalando que “ha insinuado” que su ministerio “no tiene ninguna cooperación con los menonitas”.
Derechos indígenas no son reconocidos por el Estado surinamés
Escribió Raúl Otero Reiche, el más grande poeta de Santa Cruz de la Sierra, la tierra desde donde llegan los menonitas a Suriname:
“Yo soy la selva indómita
la tempestad de aromas de la tierra
Yo soy el que esperaban los jaguares manchados de luceros,
los toros ígneos de crepúsculos,
los caimanes de hierro,
las palomas de seda…”
(Canto al hombre de la Selva, 1964)
Suriname es uno de los pocos países de América del Sur que no ha ratificado el Convenio 169 de la OIT, que es la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Según Iwgia, el reconocimiento de esos derechos es una gran amenaza para los intereses económicos que tienen los ojos puestos en el petróleo, la bauxita (roca sedimentaria de la que se extrae aluminio), oro, agua, madera y otros.
Esa falta de reconocimiento de los derechos indígenas se origina desde su independencia del reino de los Países Bajos en 1975 y la elaboración de su Constitución Política del Estado, la cual se cambió en 1987 y tuvo reformas en 1992, sin reconocer a los pueblos indígenas y sus derechos.
Según la Organización Internacional de Maderas Tropicales (ITTO, por sus siglas en inglés) la Constitución de 1987 señala que todos los bosques, excepto los de propiedad privada, pertenecen al Estado. Sin embargo, el bosque es un salvavidas para la mayoría de los amerindios y cimarrones, pues cerca de 40.000 personas de estas comunidades tribales se ganan la vida en la selva y sin talar árboles.
Es por esto que, Monique Pool, considera que otorgar tierras a una empresa y no a los pueblos indígenas de Suriname “es un acto ilegal” y pide mirar las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (que se hacen luego de agotar instancias internas) como la del pueblo saramaka, cuya petición se hizo en el 2000, se admitió en el 2006 y tuvo una sentencia en 2008 que instruía al Estado “reconocer de manera formal los derechos a la tierra de los saramaka maroons”. Pero el Gobierno respondió que “no se encontraba preparado para implementar nuevas leyes que reconocieran los derechos indígenas a la tierra, ya que podrían exacerbar las tensiones políticas existentes entre los grupos étnicos de Suriname”.
Una segunda demanda fue interpuesta en 2007 por los pueblos kaliña y lokono, la cual fue aceptada en octubre del mismo año. En la sentencia, emitida en 2015, la Corte ordenó a Suriname reconocer legalmente la propiedad colectiva de los pueblos kaliña y lokono de sus tierras y recursos tradicionales. En el apartado ‘Consulta previa, gratuita e informada’, ordena al Estado de Suriname: “En el contexto de los grandes proyectos y planes de desarrollo, inversión, exploración, explotación y extracción, la Corte ha establecido (…) la obligación de consultar a los pueblos indígenas y tribales en la medida en que tales proyectos afecten tanto a su territorio y su forma de vida dentro de ese territorio”.
La parlamentaria indígena Edwards es, precisamente, representante del pueblo lokono y señala que no ha habido ninguna consulta de parte del Gobierno sobre la llegada de los menonitas, cuya actividad agrícola ha afectado a pueblos indígenas en otros países, como lo testimonian indígenas chiquitanos de Santa Cruz, Bolivia, y que veremos más adelante. Por su parte, Ruddi van Kanten, director de la ONG Tropenbos Suriname, señala que “aun hablando solo de la primera etapa de 30 mil hectáreas, esto debería ser aprobado en el parlamento y por el consejo de Estado nacional”.
Y otra vez suena: Sin consultar con nadie / preparan la destrucción / jugando con nuestras vidas / vendiendo al mejor postor… (I)
Tras el incumplimiento del Estado de las sentencias de la CIDH, los indígenas continuaron sus protestas en 2016, consiguiendo que un año después se organicen equipos con miembros de sus tribus y del Gobierno para trazar una Hoja de ruta para el reconocimiento legal de los derechos de los pueblos indígenas y tribales, lo cual derivó en borradores de leyes que no se trataron (y mucho menos, se aprobaron) en el parlamento.
Iona Edwards, en entrevista con Nómadas, afirmó que a mediados de octubre de este 2023 dijo en el parlamento que “la comunidad indígena luchará por sus derechos porque las cosas han superado su límite. Sólo espero que nuestros hermanos y hermanas indígenas no sean encarcelados por oponerse a esta injusticia”. Asimismo, cuestionó el contradictorio discurso del Gobierno que “por un lado habla de créditos de carbono y por otro está dando tierras a los menonitas, de quienes, se tiene informes de que destruyen la naturaleza con su forma de hacer agricultura”.
¿Y cómo son las protestas indígenas en Suriname? El antecedente más reciente fue la denominada marcha silenciosa el 14 de mayo de 2023 que reclamaba precisamente sus derechos sobre la tierra como primeros habitantes del país.
“Los gobiernos van y vienen y nunca obtuvimos el reconocimiento y hoy es el día en que nosotras, como mujeres indígenas de Suriname, lucharemos codo a codo con nuestros hombres”, le dijo a la agencia France Presse (AFP) Sharmaine Artist, vocera del grupo Native Power. “Debido a la falta de reconocimiento legal de los derechos sobre la tierra, la situación es confusa, lo que da lugar a muchas actividades económicas ilegales, entre ellas, la extracción de oro”, reportó por su parte la agencia EFE.
La marcha silenciosa se celebró tras los disturbios acaecidos el 2 de mayo en el pueblo de Pikin Saron, en una compañía minera de propiedad del Gobierno. Según los reportes de prensa, dos personas murieron después de que la policía actuara. “Pese a las promesas del presidente, Chan Santokhi, y el vicepresidente, Ronnie Brunswijk, de resolver el problema de los derechos sobre la tierra durante esta administración, los conflictos persisten”, cerró AFP.
En la revista holandesa independiente De Groene Amsterdammer, el 21 se junio de 2023, Lloyd Read, presidente del Colectivo Indígena Suriname, afirmó que la comunidad indígena “no permitirá” que los menonitas se establezcan en su territorio. “No podemos importar ideologías extranjeras a nuestra comunidad”, dijo a la prensa de su país. El 27 de octubre, tras una reunión con ambientalistas de Suriname, Read fue más radical y dijo a medios de comunicación de Suriname: “sobre nuestros cadáveres” [permitirán la entrega de tierras a extranjeros].
Nómadas intentó contactar telefónicamente con Read, pero no se obtuvo respuesta. Lo propio sucedió al establecer contacto con gente del entorno del jefe de la yribu trío, Thomas Podina.
¿En qué contexto político y económico se da la llegada de los menonitas?
El proyecto menonita en Suriname se ha conocido en un documento que manejan un grupo de ambientalistas que arroja datos como que las primeras cincuenta familias menonitas la conforman 246 personas y que se pretende sustituir la importación de alimentos a Suriname del 67% al 50%. Los ambientalistas cuestionan que en el proyecto se hable de oportunidades de empleos, sin detallar de qué tipo y observan que los menonitas no contratan gente para el trabajo en el agro y que solo recurren a terceros para dotación de ciertos insumos. Por otra parte, alertan consecuencias como la degradación de ecosistemas, reducción de bioseguridad, alteración del ciclo del agua, mayor riesgo de incendios forestales e introducción de cultivos transgénicos.
Es decir, la selva virgen y su sinfonía salvaje no solo serán vulnerables a la tala de árboles, sino a incendios forestales y también a la contaminación, como sucede cada año en Santa Cruz, Bolivia, de donde provienen los menonitas.
Esto, por supuesto, además se da en un contexto político económico pospandemia que, en Suriname, derivó en una crisis de divisas (dólares). En 2020 se celebraron elecciones presidenciales y asumió el mando el exministro de Justicia, Chandrikapersad (Chan) Santokhi.
El nuevo mandatario se caracteriza por su apertura en busca de socios: las relaciones bilaterales con Países Bajos se normalizaron y está estrechando relaciones con Estados Unidos, si bien China y Rusia siguen teniendo un importante papel para el país, según el análisis de la Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores de España.
Alcides Vadillo, director de la Fundación Tierra, en Santa Cruz, Bolivia, alerta de que hay una dinámica global que es el negocio de la agricultura versus los derechos humanos y medio ambiente. “Hay sectores y empresas que ven la ganancia y no les importan las consecuencias y hay Estados que entra en esa lógica”, y allana el camino a través de las leyes.
Por el otro lado, están los derechos humanos de las poblaciones indígenas que pueden ser víctimas de los impactos ambientales, como, por ejemplo, que la expansión de cultivos como la soya, ingresa con un paquete tecnológico y uso de agroquímicos que evita cualquier otro tipo de producción en los terrenos colindantes.
Esa viene a ser la teoría de lo que Julio Egüez, cacique de la comunidad indígena chiquitana Santa Teresita, en Santa Cruz, Bolivia, narró sobre lo que les sucede desde hace cinco años, cuando una colonia menonita se asentó en 35 hectáreas colindantes con su territorio.
No hay choque cultural, pero sí a niños
¿Qué experiencia hay sobre la afectación de los menonitas con pueblos indígenas? Si bien los menonitas, al ser colonias cerradas, tienen escaso contacto con pueblos indígenas y cualquier otro grupo social, pueden ocasionar indirectamente efectos sobre estos. Alcides Vadillo, de la Fundación Tierra – Santa Cruz, afirma que “son extremadamente desforestadores. No dejan un árbol ni para muestra”, además de que usan transgénicos y agroquímicos, y modifican el medioambiente.
Pone como ejemplo lo que sucedió en la laguna Concepción, en Santa Cruz: “Hemos visto cómo los menonitas hacen canales de desagüe de lagunas para habilitarlas para poder sembrar, drenan quebradas de ríos… Entonces, alteran el medioambiente para tener mayor capacidad productiva. La más clara muestra es que la Laguna Concepción se haya secado por acción de menonitas y de otros grupos asentados a su alrededor”.
El 22 de mayo de 2022, Revista Nómadas reflejó esta tragedia ambiental así: “De nada le ha valido ser un área protegida y sitio RAMSAR de interés mundial. La laguna boliviana, de más de 5.000 hectáreas, se ha convertido en un panteón de tierra seca. La deforestación galopante, la construcción de canales de drenaje que transportan restos químicos, los incendios forestales y los desvíos de sus afluentes la destrozaron hasta secarla”.
Otro ejemplo es lo que sucede en el municipio de San Rafael, también en Santa Cruz, Bolivia. A 18 kilómetros de esa población está la comunidad indígena Santa Teresita, compuesta por 20 familias del pueblo indígena chiquitano. El cacique Julio Egüez señala que hace cinco años un grupo de menonitas adquirió una propiedad de 3.500 hectáreas que colinda con su territorio. “Llegaron y lo desmontaron todo, era monte prácticamente virgen; ahora no se pilla ni totaí (palmera de la zona), todo es sembradío de soya. No respetan las leyes y no dejan ni cortinas de viento”, denuncia.
También comenta que han aparecido muchas plagas atraídas por la soya, pero que, como los menonitas usan insecticidas, “los bichos huyen y atacan nuestros cultivos de maíz, arroz, yuca y plátano que producimos orgánicamente”.
Efectivamente, pese a la cercanía, los indígenas chiquitanos prácticamente no tienen contacto ni problemas de choque cultural con los menonitas, pero los efectos de su forma de producción son directos, dice Egüez, por lo que, como comunidad, hacen los contactos necesarios con los ministros menonitas y se les explica el problema, pero nada cambia. “No guardan ningún cuidado, solo les interesa producir a como dé lugar; nosotros que nacimos y nos criamos aquí, sabemos que estas son tierras con vocación forestal”, dice Egüez.
Vadillo considera que el Estado boliviano debería ser más exigente con los menonitas sobre cómo trabajan la tierra, tanto en la forestal como en el uso de agroquímicos.
Sobre este último punto, Barbero señaló: “En Suriname no está permitido glifosato y mi transferencia lo prohíbe por escrito. Alguno me pedirá y no se lo permitiremos. Costó tanto hacer un camino y por uno que pida glifosato vamos a tener problema. La mayoría son muy cuidadosos del medio ambiente por las leyes”.
Pero con esos antecedentes de los menonitas en otras latitudes, ¿por qué habría que pensar que algo distinto sucederá en la selva virgen de Suriname que será desmontada para convertirlas en cultivos? Todo apunta a que la sinfonía salvaje, deberá irse, como dice coloquialmente en Santa Cruz, “con su música a otra parte”.
Las inmobiliarias agrícolas versus el aire que respiramos
“Algunos amigos me dicen por qué hablás tanto en redes sociales de tu negocio y les digo: porque es un negocio lícito, se puede contar”, dice Barbero, que se caracteriza por divulgar información, atender consultas y responder ataques referidos a su negocio en su cuenta de TikTok.
Barbero defiende que todo se hace en el marco de la legalidad. En los hechos, se observa que su empresa busca los mecanismos para hacerlo. Por ejemplo, la ley dice que solo se puede concesionar a residentes y Barbero se hizo residente y tiene a un socio residente; el status HDLF se mantiene si no se deforestan más de 30.255 hectáreas en Suriname, y el proyecto inicial es de 30 mil hectáreas; no se puede concesionar tierra a extranjeros, pero los menonitas, dice Barbero, buscarán nacionalizarse como surinameses.
“Cuido mi negocio”, subrayó un par de veces Barbero en la entrevista con Nómadas.
El argentino-boliviano señala que su negocio consiste en detectar posibilidades de compra venta de predios o campos para hacer de intermediarios. “Tenemos fondos de inversión de todas las partes del mundo, pero adecuados a lugar dónde y con quién vamos. Ponemos nuestras reglas y no porque sea el tipo más bueno del mundo, sino porque yo sé cuál es mi negocio y no quiero tener problemas después”, enfatiza.
Así, entonces, la selva virgen de Suriname se enfrenta a toda una estructura empresarial que cuida los detalles para transformar en cultivos las tierras forestales. En sus videos de TikTok dice, por ejemplo, que se pueden comprar tierras, desmontarlas y dejar que se valoricen en un par de años.
El comerciante de tierras explica que en Bolivia trabaja con agricultores, con personas que le piden tierra, con empresarios del agro, mucha gente de La Paz, Potosí, Oruro, que llegan a Santa Cruz a comprar campos. ¿Y los menonitas? “De mis clientes, el 50% son menonitas. No vendemos (tierras) a extranjeros en Bolivia”, asegura.
Para esta labor se requiere seguridad jurídica, la cual deben brindarla las instituciones del área, por eso se le preguntó a Barbero cómo se relaciona con el INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria) y la ABT (Autoridad de Bosques y Tierra) en Bolivia, y afirmó que cuenta con un equipo jurídico que acude a estas instituciones para saber si el proceso de asentamiento está terminado o no. Luego, en Derechos Reales para ver el alodial, impuestos; a la ABT para permisos de desmonte, o si hubo multa o denuncia de quema ilegal. “Con esos requisitos hacemos una transferencia comercial”, explica.
Sobre el papel de su empresa en los cambios de uso de suelo de forestal a agrícola, dice que en Bolivia:
—Nadie, en su sano juicio desmontaría hoy un terreno sin permiso, porque el permiso la ABT te lo da en tres meses cumpliendo los requisitos.
—Entonces ¿es más fácil desmontar ahora que antes?, se le consulta y él señala:
—No es que sea fácil, sino que el cuadro legal lo permite. Si la gente cuestiona que es simple, hablen al gobierno y díganle que lo están haciendo simple, no utilizamos nunca una ventanilla o puerta lateral para hacer los trámites.
Por último, dijo que su empresa se enmarca en la figura legal de una Sociedad Anónima (evitó dar el nombre de la razón social) y dijo que está inscrita y tributa al Servicio de Impuestos Nacionales.
Barbero aseguró que su empresa tributa al Servicio de Impuestos Nacionales y que todo su accionar se enmarca en la figura legal de una Sociedad Anónima, y se le consultó con qué nombre, porque con Adrián Barbero Agronegocios no aparece en el registro de empresas, a lo que señaló que ese nombre no es el nombre de la empresa. Entonces, ¿cuál es el nombre de la razón social? “No lo recuerdo, te lo paso después”, se comprometió. Sin embargo, posteriormente, cuando se le insistió vía WhatsApp para conocer el nombre de la razón social de su empresa, no lo hizo.
Desde otro punto de vista, Alcides Vadillo, de la Fundación Tierra, considera que estas empresas intermediarias ganan alrededor del 3% en las transacciones y que hay otras que van más allá y asumen otras modalidades de negocio y, por lo tanto, ganan más.
Explica que a los compradores no les interesa adquirir tierras con vocación forestal, sino que están interesados en la actividad agrícola intensiva y muy pocos en ganadería. Así que estas empresas comienzan a brindar servicios, legales y técnicos para cambiar el Plan de Uso de Suelo (PLUS), para que pasen de ser propiedades forestales a propiedades para actividad agrícola.
Para esto, las inmobiliarias agrícolas tienen capacidad técnica, capacidad jurídica y capacidad de contactos y relaciones con las instituciones que les permiten aprobar sus trámites.
Tal como está sucediendo en la selva virgen de Suriname, donde hay toda una logística tanto para lo legal administrativo, como para las visitas de menonitas a los predios que han sido y serán deforestados, los sobrevuelos, los campamentos, los desmontes y todo lo necesario para que la banda de Death Metal de la oruga topadora opaque a la sinfónica salvaje.
“Si bien están dentro de los parámetros legales, tendríamos que ver algunos otros puntos más sensibles, no necesariamente ilegales, pero por los que esa legalidad comienza a estar entre comillas. ¿A qué me refiero? No sabemos hasta dónde estos procedimientos (trámites ante instituciones) son claros, transparentes y esencialmente técnicos para cambiar un terreno de forestal a agrícola”, cuestiona Vadillo.
Desde su punto de vista, lo más delicado es que hay instituciones públicas como ABT e INRA, que están pecando por acción (al aprobar PLUS y POP) generando un mecanismo altamente cuestionable, “y que no sabemos hasta dónde están forzando el marco legal”.
Según la Fundación Tierra, en Bolivia, la autorización de desmontes pasó de un promedio de 76 mil hectáreas por año entre 2005 a 2011 y pasó a 212 mil hectáreas por año en el periodo 2016-2021.
Al Estado, dice Vadillo, le debe interesar el bien común y detectar si hay funcionarios públicos que mediante estos instrumentos legales generan un nivel de negocios irregulares aprobando trámites que no están debidamente realizados ni argumentados técnicamente.
También recuerda que la Agenda Patriótica 2025, el Estado boliviano tiene entre uno de sus desafíos incrementar la frontera agrícola de 3 millones de hectáreas en 2013 a 13 millones de has en 2025, ¡un millón de hectáreas por año!
“Estas empresas manejan un discurso de seguridad alimentaria, pero lo que velan es su negocio con el que se quiere justificar estas políticas que no preservan el bien mayor, que es seguir teniendo agua, la fertilidad de nuestro suelo y la calidad de vida de todos los ciudadanos de un país”, dice Vadillo.
(III) Donde se acomoda la usura / Nacen la ambición y el poder / Y este germina en la tierra / Que agoniza por interés.
Cierre
Así se va allanando el camino para que los menonitas conviertan en cultivos, primero 30 mil y luego 300 mil hectáreas, del campeón del mundo en tener mayor porcentaje de bosque en su territorio: Suriname. Son solo cincuenta familias, en un inicio. Pero crecerán y no pararán. Necesitan un millón de hectáreas y hay una empresa para la cual esa necesidad es un negocio y, con franqueza y sin remordimientos, cuidará de ese negocio.
Para tener una idea de cómo se da la expansión de los menonitas, tomemos como ejemplo el departamento de Santa Cruz, en Bolivia, que es el lugar desde donde están llegando los fundadores de las colonias en Suriname. Hace casi siete décadas (en 1954) se crearon las primeras colonias menonitas en Santa Cruz y en conjunto no superaban las 50 mil hectáreas. Actualmente, en Santa Cruz hay más de 120 colonias y tienen 850.000 hectáreas; pero eso no es todo, Barbero señala que los menonitas de Santa Cruz necesitan un millón de hectáreas más. Por eso, miran ahora a Suriname.
Estas 850 mil hectáreas de menonitas en Santa Cruz son tierras que han sido deforestadas y convertidas en sembradíos de soya, ya no son el reino de gigantes marrones de melenas verdes donde se escucha la sinfonía salvaje de la naturaleza, sino que, en ellas, se ha alterado el ecosistema, se ha desviado ríos, se ha elevado la temperatura y los pueblos indígenas se ven afectados por los agroquímicos.
Debido a la deforestación en Bolivia (los menonitas causaron el 23% en los últimos 20 años. Ese desmonte está asociado a la soya, el cultivo que más deforesta en Bolivia), y tras las quemas, el 22 de octubre de este 2023, Santa Cruz alcanzó el tercer lugar como la ciudad con peor calidad de aire ¡en el mundo! Sus habitantes llevan semanas respirando humo. Todo eso, tuvo un comienzo. Los menonitas no son los únicos responsables, pero tienen un porcentaje bien determinado.
Hay dos visiones, contrapuestas, en el mundo, la ambientalista y la agroproductiva.
Hay gente en Santa Cruz que lucha cada año contra los incendios forestales por amor a su tierra, por amor a sus hijos y porque tiene grabadas con fuego (qué ironía), las palabras del poeta: “Yo soy el hombre de la selva (…) Yo soy un río de pie”.
También hay gente que piensa más en el negocio, en la agroproducción, con el discurso de la seguridad alimentaria, que es un negocio. Sí, hay que comer, pero la deforestación no es el futuro. También la humanidad necesita respirar y eso, hasta ahora (todavía), no es negocio.
La selva de Suriname, de tan extensa, parece no tener fin, pero sí lo tiene. Y todo fin, tiene un principio, que puede ser la llegada de los menonitas, que necesitan un millón de hectáreas y tienen quién los lleve hasta la selva virgen, a patear a la sinfónica salvaje.
Para deforestar 30 mil o 300 mil hectáreas, se empieza tumbando el primer árbol. En Suriname, ya empezó.
La sinfonía salvaje no debe callar y los árboles deben morir de pie, no ser arrasados por una oruga topadora.
(IV) ¿Qué le hemos hecho al mundo? / ¿Alguna vez te has puesto a pensar sobre esta tierra que llora? / ¿Qué hay del valor de la naturaleza? / Es el vientre de nuestro planeta / ¿Qué hay de los animales? / ¿Qué hay de nosotros? / Ni siquiera puedo respirar.
* * *
(I) ‘El principio del fin’. Ángeles del Infierno (1984).
(II) ‘Gaia’. Mago de Oz (2003).
(III) ‘La costa del silencio’. Mago de Oz (2003).
(IV) ‘Earth Song’. Michael Jackson (1995).
Este texto apareció originalmente en la revista boliviana Nómadas.