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AcordeónLos mitos de la inmigración: 22 falsos mantras sobre el tema que...

Los mitos de la inmigración: 22 falsos mantras sobre el tema que más nos divide

Nota de lectura 

La falta de una terminología clara es una de las principales fuentes de confusión en lo que respecta a la migración. Así pues, resulta importante clarificar ciertos aspectos clave que se abordan a lo largo de la presente obra. En primer lugar, ello afecta al propio término “migración”. La movilidad geográfica solo cuenta como migración si implica un cambio de residencia habitual más allá de unas fronteras administrativas. Otra distinción importante tiene que ver con la migración interna (o doméstica) y la internacional: aquella implica desplazamientos entre municipios, estados o provincias de un mismo estado, y esta, un cambio de residencia a otro país. “Inmigración” significa que la gente se traslada a un país desde el extranjero, y “emigración” se refiere a los residentes que salen de un país. Si una persona cambia de lugar de residencia y se traslada al otro lado de una frontera administrativa durante cierto periodo de tiempo –en la mayoría de los sistemas administrativos, entre seis y doce meses–, se considera migración, independiente del motivo principal de esa persona para migrar. Sobre la base de esa definición, un migrante es una persona que vive en un lugar o país que no es su lugar o país de nacimiento. El presente libro aplica la categoría de migrantes internacionales solo a los que han nacido en el extranjero. En algunos debates sobre la cuestión, los hijos e incluso los nietos de los migrantes suelen incluirse como parte de las poblaciones migrantes. Si bien se trata de una práctica discutible, para evitar confusiones innecesarias yo voy a referirme sistemáticamente a migrantes de segunda –o tercera– generación cuando trate este punto, y reservaré el término “migrante” solo para la persona que se ha trasladado.

Dentro de la amplia categoría del migrante, destacan algunos subgrupos importantes, como son los migrantes laborales o por causas de trabajo, los migrantes por cuestiones familiares, los que lo son a causa de sus estudios y los migrantes empresariales, así como los migrantes forzosos, también llamados “refugiados”. En cuanto a los migrantes por trabajo, las expresiones “altamente cualificados” y “poco cualificados” resultan problemáticas, porque pueden dar a entender que unos son más inteligentes que los otros y porque, en la práctica, cada vez más los empleos son, de hecho, “medianamente cualificados”. Quizá una distinción más útil sea la que se da entre los trabajadores manuales y los administrativos, aunque para el propósito del presente libro voy a mantener el uso de las expresiones “migración poco cualificada” y “migración altamente cualificada”, haciendo hincapié, eso sí, en que me refiero a los empleos que desempeñan los migrantes, y no a su inteligencia, conocimientos ni aptitudes. De hecho, numerosos migrantes aceptan empleos para los que están sobrecualificados.

La categoría de “migrantes forzosos” alude a personas que se trasladan principalmente porque se enfrentan a la violencia o a la persecución en sus países de origen. Aunque a los migrantes forzosos suele llamárseles “refugiados”, existe una importante distinción legal entre los solicitantes de asilo y los refugiados. Un solicitante de asilo es la persona que ha pedido la concesión del estatus de refugiado y aguarda la decisión sobre dicho reconocimiento. Según la Convención de Naciones Unidas de 1951 en relación con el Estatuto de Refugiado, refugiada es la persona que “debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país”. A las personas que huyen de sus regiones de origen pero que permanecen en su país suele denominárselas “desplazadas internas” o “personas desplazadas internamente” (IDP, por sus siglas en inglés).

Otra importante fuente de confusión se da entre tráfico y trata. Aunque son conceptos que, continuamente, aparecen mezclados en los medios de comunicación y en el discurso político, son del todo diferentes. El tráfico es el recurso, por parte de los migrantes, de intermediarios a los que pagan o no (traficantes) para cruzar fronteras sin autorización previa, en lo que puede formar parte de una transacción comercial o de activismo humanitario. Contrariamente a la percepción corriente, el tráfico es, en esencia, una forma de servicio de entrega por el que los migrantes (incluidos los refugiados) están dispuestos a pagar y en el que se implican voluntariamente a fin de cruzar fronteras sin ser detenidos. La trata, en cambio, no tiene que ver con el secuestro ni con el contrabando, sino más bien con la explotación severa de trabajadores vulnerables mediante el engaño y la coacción. De hecho, muchos casos de trata no implican migración de ninguna clase, y cuando sí participan migrantes, la explotación grave suele darse en el contexto de una migración y una contratación laboral legales.

La “migración ilegal” –el cruce no autorizado de fronteras– es otro tema controvertido, y una expresión sobre la que existe mucha confusión. Considerada legalmente, la llegada espontánea de buscadores de asilo político a fronteras internacionales no se considera migración ilegal puesto que, según la Convención sobre Refugiados de la ONU, que las personas crucen fronteras internacionales en busca de protección contra la violencia y la persecución es un derecho fundamental. Por tanto, en el presente libro se opta por la expresión “llegadas no solicitadas a fronteras” para cubrir la llegada tanto de migrantes ilegales como de solicitantes de asilo. La distinción entre entrada ilegal y estancia ilegal resulta fundamental. De hecho, la mayor fuente de estancias ilegales la conforman migrantes que han entrado legalmente pero que se “exceden” en la duración de su visado o permiso de residencia.

En los ámbitos académico, mediático y político existe un prolongado debate sobre lo adecuado del uso de expresiones como “emigración ilegal” y “migrantes ilegales”. Por una parte está el argumento según el cual las acciones pueden ser consideradas ilegales, pero no las personas; que nadie es ilegal y que, por tanto, resulta inaceptable etiquetar a los seres humanos como “ilegales”. Esa crítica ha llegado a la adopción de expresiones alternativas como “irregulares”, “sin papeles” y “no autorizados”. Aunque se trata de fórmulas que pueden resultar útiles, además de causar confusión presentan sus propios problemas: por ejemplo, los migrantes “sin papeles” carecen de derechos de residencia, sí, pero a menudo están en posesión de documentos como son permisos de conducción, papeles de registro, pólizas de seguros o impresos fiscales. El contraargumento es que el estatus legal de los migrantes es relevante para sus vidas y sus decisiones, así como para los Gobiernos; de hecho, los migrantes recurren a menudo a esos términos ellos mismos, por lo cual yo defiendo no evitarlos en toda circunstancia, sino más bien usarlos con más cuidado. En la presente obra, por lo general, evito referirme a personas individuales como “ilegales”, pero recurro a expresiones como “migración ilegal” y “migrantes ilegales” cuando describo la migración a un nivel grupal o más general.

Y una nota final sobre el uso de estadísticas sobre inmigración en el texto. A menos que se indique lo contrario, me baso en datos de población migrante global extraídos de la base de datos revisada en 2017 de Tendencias sobre Población Migrante, recopilada por la División de Población del Departamento de Asuntos Sociales y Económicos de Naciones Unidas. A pesar de algunas imperfecciones, como el uso de interpolaciones y otras técnicas estadísticas para completar datos inexistentes, se trata de la mejor fuente de estadística comparativa internacional y proporciona una buena panorámica sobre los patrones generales y las tendencias de la migración global. En el libro no se incluyen versiones más recientes de la base de datos, porque muchas estimaciones recientes parecen basarse en extrapolaciones más que en datos reales. Para análisis más detallados a nivel nacional de flujos migratorios recientes, me he basado en bases de datos recopiladas por el proyecto Determinants of Migration (DEMIG) del Instituto de Migración Internacional (IMI) de la Universidad de Oxford. Para datos sobre población, economía, educación y otros indicadores a nivel nacional, el presente libro ha bebido de la base de datos sobre Indicadores de Desarrollo Mundial del Banco Mundial, a menos que se especifique otra cosa.

 

Introducción 

Pareciera que vivimos en una época de migración masiva sin precedentes. Las imágenes de “caravanas” de centroamericanos que intentan llegar a la frontera entre México y Estados Unidos, las de africanos hacinados en precarias embarcaciones que tratan desesperadamente de cruzar el Mediterráneo, las de los migrantes ilegales que llegan a Gran Bretaña pasando por el canal de la Mancha, parecen confirmar el temor de que la migración está fuera de control. Una combinación tóxica de pobreza, desigualdad, violencia, opresión, cambio climático y crecimiento rampante de la población parece empujar a un número creciente de africanos, asiáticos y latinoamericanos a emprender unos viajes cada vez más desesperados con la intención de alcanzar las costas del “Occidente rico”.

Se nos dice que, mediante falsas promesas sobre empleos y vidas de lujo en Occidente, los tratantes y traficantes de personas se aprovechan de la vulnerabilidad de los migrantes y los embaucan para que emprendan unos viajes cada vez más peligrosos que solo los llevan a ser explotados en unas espantosas condiciones de esclavitud; y eso si sobreviven. El miedo a que la migración se esté descontrolando se combina con las dudas sobre la capacidad y la voluntad de los inmigrantes para adaptarse a las sociedades y culturas de destino. Las imágenes de comunidades de migrantes que viven unas “vidas paralelas” en barrios segregados, empobrecidos e infestados de criminalidad han hecho que cale la creencia general de que la integración del inmigrante ha fracasado. Todo ello se combina en la idea de “crisis migratoria”, una crisis contra la que hace falta aplicar medidas drásticas, como pueden ser un control más estricto de las fronteras, planes de reubicación de refugiados y ayudas al desarrollo en los países pobres.

No todo el mundo coincide con estas opiniones. Al otro lado del debate están los políticos, economistas y activistas que nos dicen que la migración no es un problema, sino una solución a problemas acuciantes como son la escasez de la mano de obra y el envejecimiento de la población. Son los que defienden que tenemos una necesidad desesperada de inmigrantes que potencien el crecimiento y la innovación y rejuvenezcan nuestras sociedades. Según este planteamiento, la diversidad que aporta la inmigración no es una amenaza, sino algo positivo, pues activa la innovación y la renovación cultural. También aseguran que las migraciones benefician el crecimiento en los países de origen, gracias a las ingentes cantidades de dinero que los migrantes envían a sus casas y a causa del papel vital que ejercen los expatriados en cuanto emprendedores que estimulan el comercio en sus países. Nos dicen que necesitamos trabajadores en todos los niveles de cualificación, y que deberíamos abrir nuestras fronteras para poder cubrir la implacable escasez de mano de obra.

En este libro se muestra que las ideas de ambos bandos representan unas opiniones parciales, simplistas y que a menudo, simplemente, llevan a confusión sobre las migraciones, opiniones que se desmoronan ante el peso de las pruebas. A fin de superar un debate cada vez más polarizado, aquí se aportan pruebas que ponen en cuestión los relatos simplistas tanto a favor como en contra de la migración. Yo me dispongo a contar otra cosa, algo que contradice las ideas convencionales sobre la migración que se enseñan en escuelas y en universidades y que abrazan medios de comunicación, expertos, organizaciones humanitarias, laboratorios de ideas, películas, revistas y libros populares. Y voy a hacerlo porque nos hace mucha falta contar con una visión radicalmente nueva sobre la migración, que no se base en intereses políticos o en planteamientos ideológicos, sino que observe la migración como lo que es.

El presente libro no plantea la migración ni como problema que haya que solucionar ni como solución a ningún problema, sino que intenta comprender la naturaleza y las causas de la migración desde un punto de vista científico. Por necesidad, se trata de una visión holística que procura entender la migración como parte intrínseca y, por tanto, inseparable de unos procesos más amplios del cambio social, cultural y económico que afecta a nuestras sociedades y nuestro mundo, cambio que beneficia a algunas personas más que a otras, que puede presentar desventajas para algunos, pero que no puede ahuyentarse pensando o deseando que no exista.

Esta obra también persigue responder las preguntas no resueltas sobre la migración. Por ejemplo: ¿por qué en todo Occidente los políticos no han sido capaces de reducirla a pesar de las enormes inversiones en dinero de los contribuyentes realizadas para reforzar el control de fronteras? ¿Por qué la migración ilegal sigue dándose a pesar de las promesas de los políticos de destruir el modelo de negocio de los traficantes de personas? ¿Por qué han sido tan ineficaces los Gobiernos a la hora de impedir la explotación de trabajadores migrantes, a pesar de sus repetidas promesas de aplicar mano dura contra esos abusos? ¿Cómo han podido los políticos seguir vendiendo como si nada las mismas falsas promesas y las mismas mentiras descaradas sobre la inmigración? Y, la más importante de todas: ¿qué políticas pueden aplicarse a fin de abordar la inmigración de manera más eficaz?

He escrito este libro con una profunda sensación de apremio. Existe abundante investigación académica sobre la migración, pero es muy poca la que se ha filtrado hasta el debate público o hasta las políticas propuestas por políticos y organizaciones in- ternacionales, lo que explica en parte por qué esas políticas suelen fracasar o bien obtener el efecto contrario al esperado. Los años que he pasado investigando y compartiendo el resultado de mis investigaciones, las conferencias públicas que he pronunciado, los debates en radios y televisiones en los que he participado junto a políticos, el trabajo que he desempeñado con Gobiernos y organizaciones internacionales me han llevado a concluir que “cantar las verdades al poder” no basta para cambiar el tono ni mejorar la calidad de los debates.

Dicho de otro modo, limitarse a divulgar hechos no funciona. Los políticos y demás personas encargadas de aplicar medidas ignoran los hechos que no les convienen. Un ejemplo típico: tras pronunciar una conferencia ante altos cargos, estos suelen acercárseme, entusiasmados, durante la recepción posterior y me felicitan por mi “fascinante presentación”, pero acto seguido añaden: “nunca podremos poner en práctica sus ideas, porque hacerlo sería un suicidio político”. De ahí que mi finalidad, con este libro, es llegar directo a ti, al lector general, y dotarte de los conocimientos que habrán de permitirte analizar de manera más crítica las afirmaciones defendidas por políticos, gurús y expertos, e identificar las diversas formas de desinformación y propaganda que abundan sobre el tema.

Los conocimientos que presento en el libro se basan, en parte, en las investigaciones primarias sobre migración que he llevado a cabo en varios países a lo largo de tres décadas, mientras dirigía proyectos de investigación y de trabajaba con equipos en las universidades de Oxford y Ámsterdam. Asimismo, la obra resume las ideas sobre migración que han surgido en la literatura de investigación en el floreciente campo de los estudios sobre migraciones, incluidos numerosos estudios de gran calidad llevados a cabo por investigadores dedicados no solo a las ciencias sociales, sino también a disciplinas que van desde la antropología hasta la sociología, pasando por la geografía, la demografía y la economía, la historia, el derecho y la psicología.

En 2015, regresé a los Países Bajos tras pasar diez años dedicado a la investigación y a la docencia sobre migraciones en la Universidad de Oxford. Acababan de nombrarme profesor de Sociología en la Universidad de Ámsterdam, coincidiendo con el momento álgido de la crisis de refugiados sirios: la llegada a gran escala de aproximadamente un millón de refugiados, en su mayoría sirios, a Europa, que suscitó acalorados debates en los Países Bajos y en toda Europa. Fui invitado a participar en uno de ellos en calidad de experto en migraciones, junto a políticos y activistas locales, incluido el miembro de un grupo de acción que organizaba actos de resistencia local contra el establecimiento de centros de solicitantes de asilo. El debate no tardó en desembocar en un choque de opiniones y burdos ataques personales en el que nadie parecía dispuesto a escuchar a los demás.

Mientras el periodista que moderaba el debate se mostraba encantado con todo ese acaloramiento, a mí me desesperaba que se sacrificaran los matices en aras de polémicas de vuelo corto. Aquello me recordaba a experiencias anteriores, igualmente difíciles, en otros debates sobre el mismo tema, pero yo llevaba bastante tiempo empeñado en comprender qué fallaba en esos “debates sobre migración” y por qué resultaban tan enervantes. La revelación me llegó cuando el periodista pidió a los miembros del público que votaran levantando la mano: “¿Quién está a favor de la inmigración, como el profesor De Haas, y quién está en contra?”. En ese momento caí en la cuenta, fui consciente de pronto de lo que fallaba en todos aquellos debates: su formulación simplista en términos de estar a favor o en contra de la migración. El periodista se mostró molesto cuando le interrumpí para cuestionar ese planteamiento, pero yo había aprendido una importante lección: la insistente emisión de debates sobre la emigración con posturas a favor y en contra los hace indignos del calificativo de “debate”, pues no dejan espacio para los matices.

Asimismo, cada vez era más consciente de que nosotros, en cuanto investigadores, no solo divulgamos “hechos” sobre la migración, sino que también debemos modificar nuestra manera de hablar sobre la cuestión. Y ello es así porque los hechos sobre la inmigración no hablan por sí solos; solo tienen sentido si forman parte de una historia más amplia sobre la inmigración y lo que implica para la gente. En el fondo, la migración es un fenómeno demasiado diverso como para encajar en una simple casilla de lo que es “bueno” o “malo”. Esos relatos dicotómicos tienden a crear una caricatura de los inmigrantes (en cuanto víctimas, héroes o villanos, en función del argumento) que entra en conflicto con una realidad que es mucho más compleja, y que a menudo los despoja de su humanidad. De manera más general, plantear los debates sobre migración en términos de apoyo u oposición es como cuestionar o ahuyentar una parte fundamental de lo que somos, en cuanto seres humanos y como sociedades, y de quiénes hemos sido siempre. La migración es algo que ha existido, literalmente, en todas las épocas, y es tan antigua como la humanidad. Las personas siempre se han desplazado. Así pues, abordar la migración en términos de “a favor o en contra” excluye la comprensión de la naturaleza, las causas y las consecuencias de la migración entendida como un proceso normal.

Quizá la exposición de alguna analogía pueda ayudar a mostrar hasta qué punto resulta ingenuo ese planteamiento “pro/ anti”. Estar, en términos generales, a favor o en contra de la migración sería como estar a favor o en contra de la economía, pongamos por caso. Ninguna persona seria le preguntaría a un economista si está a favor o en contra de la economía, o de los mercados. O a una geógrafa si está a favor o en contra de la agricultura. O a una bióloga si está a favor o en contra del medio ambiente. Y sin embargo así es como se orientan los debates sobre migración, sobre todo en los medios de comunicación y en la política.

Como veremos, ese planteamiento también conlleva unas políticas notoriamente ineficaces. Las políticas sobre migración fracasan con frecuencia o resultan contraproducentes porque se basan en una serie de presuposiciones falsas, o mitos, sobre la naturaleza, las causas y los impactos de la migración. Por recurrir una vez más a la analogía con los debates económicos, si nos preguntamos cómo regular los mercados, la premisa rara vez será abolir los mercados (ya sabemos cómo han terminado esos experimentos) ni, simplemente, negar su existencia. Más bien lo que perseguimos es influir en ellos y encontrar la manera de alcanzar esas metas. Ese es también el modo en que deberíamos abordar la inmigración, pero sorprende constatar hasta qué punto se ignoran los aspectos técnicos, no ideológicos de la migración –qué políticas funcionan, cuáles fracasan y qué medidas han conseguido los efectos contrarios a los esperados–, más aún teniendo en cuenta la gran cantidad de evidencias científicas disponibles.

De hecho, la mayoría de los debates sobre migración que se dan actualmente no tienen nada de debates, pues se centran de manera casi exclusiva en opiniones o deseos y no en hechos: en qué debería ser la migración más que en lo que esta es en relación con su tendencia actual, sus patrones, sus causas y su incidencia, así como tampoco tienen en cuenta de qué modo las políticas podrían abordar mejor las realidades sobre el terreno para producir los resultados deseados y evitar los errores del pasado. En la medida en que los debates se atrincheran cada vez más en una disputa ideológica entre dos campos –los que están a favor de la inmigración y los que están en contra–, apenas queda espacio para las pruebas. Lo que suele ocurrir es que las voces contrarias a la inmigración tienden a exagerar las desventajas de esta, mientras que la tendencia de grupos de presión empresariales y círculos liberales es a exagerar sus beneficios. Así, cada bando escoge a su conveniencia las pruebas y los argumentos que mejor encajan con su relato e ignoran sin más todo lo que no les viene bien.

Lo cierto es que la mayoría de la gente tiene sentimientos ambivalentes sobre la inmigración. Como veremos una y otra vez a lo largo del presente libro, suele existir una gran brecha entre lo que la gente piensa sobre la inmigración en general y el modo en que se relaciona con los migrantes y los refugiados a los que conoce en su vida personal. La gente puede mostrarse preocupada sobre la inmigración y manifestarse a favor de reforzar los controles en las fronteras y, a la vez, considerar que es su deber de “buena samaritana” ayudar a refugiados y migrantes concretos que viven en sus comunidades. Aunque la inmigración no sea tan masiva ni transforme tanto a escala nacional como tendemos a creer, los impactos de la inmigración pueden alterar bastante la vida –y a veces perturbarla– a escala local, en vecindarios y pueblos. Y sin embargo los debates políticos, con su creciente polarización entre opiniones favorables y contrarias a la inmigración, no reflejan esas ambigüedades. Lo que tiende a perderse es el matiz, y son matices lo que necesitamos con urgencia a fin de eliminar el acaloramiento de los debates sobre inmigración y otras cuestiones relacionadas con ella como son la diversidad, la identidad y el racismo, que se han vuelto cada vez más peligrosas.

Los políticos occidentales llevan desde el final de la Guerra Fría librando una batalla contra la migración.

En Europa, esta se inició con el pánico político causado por la llegada a gran escala de personas que solicitaban asilo político tras huir de los conflictos armados que se daban en la antigua Yugoslavia, en Oriente Próximo y en el Cuerno de África. En la década de 2000, a todo ello siguió una reacción contra el multiculturalismo y una preocupación creciente sobre la segregación y lo que se percibía como falta de integración, particularmente de los inmigrantes musulmanes. A partir de 2015, la llegada a gran escala de refugiados sirios, y una preocupación más general sobre los migrantes que cruzaban el Mediterráneo en distintas clases de embarcaciones elevaron notablemente la temperatura de los debates. En Gran Bretaña, desde que Tony Blair expresó sus sospechas sobre la entrada de “falsos” buscadores de asilo, los políticos han prometido mano dura ante la llegada de migrantes no requeridos a las costas europeas, mientras que el flujo al parecer incesante de trabajadores de la Europa del Este fue un factor importante en el resultado del referéndum, favorable al Brexit, de 2016.

En Estados Unidos, la Ley para la Reforma y el Control de la Inmigración (IRCA, por sus siglas en inglés), promovida por Ronald Reagan en 1986, concedió una amnistía a 2,7 millones de inmigrantes, pero también supuso el pistoletazo de salida de un mayor control fronterizo a fin de impedir la inmigración ilegal desde México y Centroamérica durante los mandatos de Bush y Clinton. Los atentados terroristas del 11-S implicaron un afianzamiento de esas tendencias, pues los políticos pintaban cada vez más la inmigración como una amenaza potencial para la seguridad nacional.

La preocupación sobre la inmigración ilegal llevó a las administraciones Bush hijo y Obama a asignar miles de millones de dólares (triplicando el presupuesto del FBI) a la militarización de los controles fronterizos y a la detención y la deportación de los migrantes ilegales. Dicha tendencia culminó con la victoria electoral de Trump en 2016 con un programa contrario a la inmigración. Si bien no ha habido una esperanza fundamentada en una reforma exhaustiva de la inmigración desde la presidencia de George W. Bush, la izquierda y la derecha han seguido enfrentándose por las políticas de inmigración.

Los Gobiernos occidentales han invertido una inmensa cantidad de recursos para reducir el flujo de trabajadores extranjeros y sus familias –procedentes de México y Centroamérica en el caso de Estados Unidos, del sur de Asia y de Europa del Este en el de Gran Bretaña, y de Turquía y el norte de África en el de la Europa Occidental–. Desde hace décadas, políticos de todo el espectro se han comprometido reiteradamente a “solucionar nuestro sistema de inmigración, que no funciona”, a “recuperar el control sobre la inmigración” y a “aplicar la mano dura con el tráfico y la trata de personas”. Otros han propuesto recurrir a la ayuda para reducir la inmigración procedente de países pobres. Sin embargo, los políticos fallan constantemente a la hora de cumplir sus promesas. De hecho, los datos muestran que muchas de esas políticas han obtenido los efectos contrarios a los esperados, pues, paradójicamente, generan más migración al tiempo que estimulan la migración ilegal y facilitan la explotación de trabajadores migrados.

En Estados Unidos, por ejemplo, las grandes inversiones para reforzar las fronteras desde finales de la década de 1980, realizadas tanto por administraciones republicanas como demócratas, han convertido un flujo mayoritariamente circular de trabajadores mexicanos que iban y venían sobre todo a California y a Texas en una población fija de 11 millones de personas que, con sus familias, se han asentado de manera permanente por todo el país. A la vez, y a pesar de esas enormes inversiones realizadas en control de fronteras y en deportaciones, la escasez continua de mano de obra ha atraído nuevas migraciones desde Latinoamérica y otros países, lo que ha hecho que la población sin papeles pase de los 3,5 a los 11 millones.

Algo parecido ha ocurrido en Europa, donde las crecientes restricciones fronterizas llevaron a “trabajadores invitados” turcos y marroquíes a instalarse de manera permanente, lo que desincentivó su retorno y alentó que se produjeran migraciones familiares a gran escala durante las décadas de 1980 y 1990, al tiempo que las grandes inversiones en control fronterizo llevadas a cabo durante tres décadas en el Mediterráneo no conseguían detener la inmigración legal e ilegal procedente del norte y el oeste de África a la Europa meridional. En el Reino Unido, el anterior empeño en frenar la inmigración de países de la Commonwealth también generó efectos contraproducentes y consolidó la presencia permanente en Gran Bretaña de crecientes poblaciones procedentes del Caribe y el sur de Asia. Más recientemente, en lugar de incentivar el retorno a sus países de origen de los trabajadores de la Europa del Este, el Brexit parece haber fortalecido la determinación de los trabajadores polacos, rumanos y búlgaros a quedarse de manera permanente, con lo que la inmigración al Reino Unido ha alcanzado un máximo histórico en los años posteriores al Brexit.

Tanto en Estados Unidos como en Europa (incluido el Reino Unido), los políticos han fracasado manifiestamente en su empeño de arreglar sus “sistemas de inmigración estropeados” y de reducir la creciente inmigración; de modo parecido, los intentos, mantenidos durante tres décadas, de limitar la llegada de solicitantes de asilo político y refugiados no han producido resultados significativos. Simultáneamente, los políticos no han conseguido abordar los problemas de segregación e integración de grupos de inmigrantes marginados y de otras minorías que se ven sometidos a explotación y discriminación racista. Del mismo modo, tampoco los esfuerzos por combatir el tráfico y la trata han dado frutos destacables, pues por la migración ilegal se sigue pagando un altísimo precio en sufrimiento humano y muertes en las fronteras.

Las restricciones a la inmigración y las “devoluciones en caliente” no han disuadido a los refugiados, que siguen buscando la seguridad más allá de las fronteras, al tiempo que los retrasos y los errores administrativos dejan durante muchos años a los solicitantes de asilo en un limbo legal que los debilita, lo que profundiza sus traumas, perpetúa la separación de familias e impide que se construyan una nueva vida a partir del estudio y el trabajo. Entretanto, la incapacidad de los Gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido y la Europa continental para abordar la situación de los trabajadores migrantes –a menudo sin papeles– conlleva el grave riesgo de formación de una nueva clase marginal.

Como el presente libro pretende mostrar, los políticos no solo han sido incapaces de cumplir con sus promesas antiguas y repetidas hasta la saciedad, sino que en muchos sentidos sus políticas han llevado a un empeoramiento de las cosas. Las políticas de inmigración e integración no solo se han quedado cortas respecto de sus objetivos, sino que han resultado contraproducentes, pues no se basan en una comprensión científica del funcionamiento real de la migración. Dicho de otro modo, esas políticas forman parte del problema. Así pues, la tesis central que aparece en estas páginas es que esas políticas no pueden sino fracasar porque, de hecho, se cuentan entre las causas mismas de los problemas que pretenden resolver.

Entonces, tal como me preguntan tantos alumnos, ¿por qué seguimos reciclando esas mismas políticas que hasta ahora han fracasado de manera tan estrepitosa? No existe una respuesta sencilla a la pregunta. En parte, ello es así porque los políticos y otros responsables de la toma de decisiones ignoran las evidencias científicas sobre las tendencias, las causas y los impactos de la migración. Sin embargo, en gran parte, ello no es reflejo de falta de información ni de inocencia, sino de una negativa consciente a reconocer los hechos. Muchos políticos (de izquierdas y de derechas, conservadores y liberales), grupos de interés y organizaciones internacionales perpetúan una serie de mitos, que forman parte de estrategias deliberadas para distorsionar la verdad sobre la migración. Esa propaganda forma parte de un empeño activo por sembrar temores y desinformación injustificados, pues exponerse a la verdad no solo pondría en evidencia el fracaso de los políticos a la hora de abordar los problemas, sino también su complicidad con la creación y el agravamiento de dichos problemas. En ese sentido, los políticos se ven atrapados en sus propias mentiras.

Pero esto no tiene que ver solamente con unos políticos que propagan el miedo y usan a la inmigración como chivo expiatorio para ganar las siguientes elecciones. También tiene que ver con grupos de interés como sindicatos y lobbies empresariales que exageran los perjuicios –o los beneficios– de la migración. Tiene que ver con agencias de la ONU como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que exageran o presentan erróneamente las cifras de migrantes y refugiados con la intención aparente de generar publicidad y conseguir financiación. Tiene que ver con políticos que pintan a los migrantes y a los “falsos” solicitantes de asilo como ladrones de empleos o “gorrones” del estado del bienestar, para así desviar la atención de las causas reales de la falta de seguridad laboral, el estancamiento de los salarios, la creciente inseguridad económica y el encarecimiento constante de la educación, la vivienda y la sanidad. Tiene que ver con los grupos de presión empresariales, que pintan a los migrantes como héroes que garantizan que los países mantengan su competitividad en la competición global por el talento. Y tiene que ver con organizaciones humanitarias que niegan la capacidad de migrantes y refugiados de pensar por ellos mismos y actuar según sus intereses, al presentarlos unilateralmente como víctimas que deben ser “rescatadas” de traficantes y tratantes de personas. Y con activistas climáticos que secuestran la cuestión de la migración e inventan mitos sobre oleadas de refugiados climáticos a fin de conseguir llamar más la atención sobre su causa (por lo demás justificada) y su defensa de una reducción drástica de las emisiones de efecto invernadero.

Por último, los debates y la investigación sobre la migración también se ven lastrados por un sesgo más general sobre los impactos que esta tiene sobre las sociedades occidentales “receptoras” o “acogedoras”. Ese sesgo de los países receptores ha llevado a que cuestiones como la integración, la asimilación, la segregación, la raza y la identidad se planteen solo desde la perspectiva del país de destino. Aunque se trata, sin duda, de cuestiones importantes, se acompañan de una asombrosa falta de interés sobre las causas y las consecuencias de la migración desde la perspectiva de los países de origen, y de una gran ausencia de investigación al respecto.

Ese sesgo, claramente, resulta muy problemático. ¿Cómo puede desarrollarse una visión realista sobre la migración si falta la mitad de la imagen? Como veremos a lo largo del presente libro, pasar por alto “la otra mitad” de la migración impide una comprensión adecuada de su naturaleza y de sus causas mismas. Ello explica, en parte, por qué políticos, grupos de interés, organizaciones internacionales, medios de comunicación, libros de texto, expertos y especialistas pueden seguir repitiendo toda una serie de verdades seudocientíficas sobre la migración sin que nunca se les corrija.

Este libro está organizado en tres partes. En la primera se exploran las tendencias que existen en los patrones globales de las migraciones. Nos fijaremos en los recientes cambios de escala, magnitud y dirección de las migraciones y en los factores causantes de dichos cambios. Asimismo, refutaremos afirmaciones frecuentes y mitos populares sobre las causas de las migraciones, y mostraremos cuáles son los factores que explican realmente los cambios recientes en los patrones de migración global.

La segunda parte explora los impactos de las migraciones tanto en las sociedades de destino como de origen. Analiza las razones por las que la mayoría de los grupos de migrantes se han integrado con bastante facilidad pero otros han experimentado marginación y una segregación sostenida en el tiempo. Además, evalúa de manera crítica los diversos (y exagerados) argumentos y contraargumentos sobre los impactos sociales, culturales y económicos –tanto negativos como positivos– de las migraciones, a fin de alcanzar una posición más equilibrada.

La tercera y última parte revela que varias ideas populares defendidas por políticos, grupos de interés y organizaciones internacionales forman parte de unas estrategias deliberadas para distorsionar la verdad sobre la inmigración. Entre ellas figura la considerable brecha que existe entre las duras palabras de los políticos sobre inmigración y sus prácticas políticas, mucho más blandas, además de la teoría (que a pesar de parecer lógica suele inducir a error) de que las restricciones a la inmigración consiguen reducirla. Además, desmonto varios mitos populares, pero sin base científica: que la opinión pública está en contra de la inmigración, que el tráfico de personas es la principal causa de la migración ilegal, que la trata es una forma moderna de esclavitud y que el cambio climático conducirá a migraciones masivas.

Son veintidós capítulos en total, y cada uno de ellos aborda un mito sobre la inmigración sostenido en el tiempo. En la primera parte de cada capítulo planteo brevemente el mito –y los relatos típicos en los que se presenta–, así como su origen, según tenga que ver con políticos, grupos de interés y organizaciones internacionales, que son los que suelen crear y reciclar deliberadamente esos mitos. En la segunda parte, que titulo ‘Desmontando el mito’, me dedico exactamente a eso, para lo cual me baso en datos y evidencias que extraigo de la historia, la antropología, la sociología, la geografía, la demografía y la economía. La finalidad de cada capítulo, y del libro en su conjunto, es aportar pruebas sobre las tendencias reales, las causas y los impactos de la inmigración como parte intrínseca de un cambio social, cultural y económico más amplio en las sociedades de origen y de destino.

Al proporcionar conocimientos profundos basados en pruebas novedosas, el presente libro va más allá de un ejercicio de desmontaje de mitos y aspira a construir, capítulo a capítulo, una visión nueva, holística, de las migraciones consideradas como parte intrínseca de un cambio nacional y global. Los capítulos se han redactado de tal manera que pueden leerse por separado –lo que resultará útil a lectores con intereses específicos–, pero todos ellos forman parte de un relato más amplio. El orden de los capítulos construye un argumento más general que guía al lector a la obtención de unos conocimientos más profundos al tiempo que se encamina hacia la conclusión. Si bien prescindo de una jerga académica que considero innecesaria, no por ello evito abordar la complejidad de las cuestiones y los matices que hacen falta para alcanzar la comprensión fundamental de los procesos migratorios.

He escrito este libro para equipar a los lectores con lo que ha de permitirles entender cómo funcionan realmente las migraciones, comprensión firmemente anclada en los mejores datos e ideas científicas, con la idea de estimular un debate real sobre las migraciones en que los políticos ya no puedan salir indemnes de sus mensajes puramente propagandísticos o de unas soluciones políticas que quizá satisfagan los deseos de espectáculo –y que pueden llevarles a ganar las siguientes elecciones–, pero que no solo no solucionan los problemas reales, sino que los empeoran. Las cosas pueden hacerse mucho mejor.

Y existen motivos para mantener la esperanza ante la perspectiva de hacerlo mejor, porque según también se demuestra en este libro, las investigaciones revelan que la mayoría de la gente tiene opiniones matizadas sobre la migración. Sencillamente, no es cierto que la opinión general se haya vuelto masivamente en contra de la inmigración. La polarización política entre los que están a favor y en contra de la inmigración no se refleja en lo que la mayoría de las personas piensan y sienten sobre la migración. Si bien mucha gente muestra una preocupación legítima sobre la inmigración, la integración y la segregación, la mayoría también comprende que las migraciones son, hasta cierto punto, inevitables, que los trabajadores migrados desempeñan papeles esenciales y que inmigrantes y refugiados son merecedores de derechos fundamentales; y es consciente del dilema que ello plantea.

Más que cualquier otra cosa, este libro muestra que no existen soluciones fáciles a los problemas complejos de la migración. Aun así, una vez que nos libramos de un pánico y un temor innecesarios, que ya llevan demasiado tiempo paralizando debates, creamos espacio para que puedan producirse debates informados sobre las ventajas y las desventajas de la inmigración, y sobre el modo de diseñar políticas mejores y más eficaces que eviten los errores del pasado y funcionen mejor para todos los miembros de nuestras sociedades.

 

Este texto pertenece al libro del mismo título que, con traducción de Juanjo Estrella González, ha publicado la editorial Península.

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