He ido a entornar la puerta
(nunca a cerrarla del todo)
luego he apagado la radio
(aunque me gustaba la música)
y he vuelto a coger entre las manos
el libro de Simone Weil que
supuestamente
llevo leyendo
desde el 18 de marzo de 2008
cuando abrí por primera vez
en el monasterio de Oseira
La levedad y la gracia.
Pero como tantas otras cosas
en mi vida
es mentira.
A vista de pájaro
es el penúltimo volumen
a la derecha
contra la ventana
junto a la funda de las gafas.
Esta tarde de invierno
sin lluvia
con la radio todavía incendiando el aire
íntimo
y las asechanzas del corazón
vuelvo a abrir el libro
y leo:
«Todos los movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad física. La única excepción la constituye la gracia».
A vista de pájaro
mi escritorio
es un campo de juegos.
A vista de pájaro
Simone Weil
como los cuadernos azules
son un enigma,
un río navegable,
el deseo
de hacer de la tarde,
es decir,
de la vida
un lugar que tenga sentido
y que no se nos corte la leche del alma.