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Los muertos de todos nosotros

 

El que esto escribe, quien antes de lanzarse al vacío firmó como poeta y así se dio a conocer, cree que sobre el asunto de Guinea ya no hay mucho que escribir. Quedan pocas cosas que decir. Lo que urge ahora, y hace decenios que ya era urgente, es pasar a la acción para parar la inhumanidad corriente en Guinea, instaurada por Obiang y sostenida y defendida por todos los que le ríen las gracias. Pero el que esto escribe también sabe que un testimonio en forma de una lección cívica nunca está de más. Y pasa directamente a la carga.

 

Vais quince personas en un autobús y el conductor percibe la orden de detenerse en una barrera. Que baje todo el mundo, gritado por la voz borracha del militar de turno. Todos obedecen pero hay uno que se queda rezagado y hace un mal gesto al militar, un chico que habla su lengua a la perfección y con quien se podía entender a las mil maravillas. El rezagado frunce el ceño, el militar frunce el ceño y entiende que hay uno que se merece una lección. Entra con furia en el autobús, agarra a su paisano por la camisa, que se desgarra y lo arroja fuera. Siguen otros golpes y ante la mínima resistencia de este, el militar carga su arma y dispara sobre él. O muere o se queda a merced del destino consuetudinario.

 

En esta historia, contada y mil veces repetida en muchas partes de la Guinea Ecuatorial, no es república, ¿quién tiene que preocuparse porque esta vil e imprudente acción sobre un civil desarmado se conozca y no quede impune? Los catorce que iban con él, quienes seguro que le conocen y alguno ha comido con él alguna vez. Pero entre nosotros, y entre comunidades fang, ndowés, bubis y annobonesas, y en las ciudades del país, el que se mete en un asunto donde no le han acusado previamente “busca problemas” Allá el muerto, que se ha querido hacer el héroe, se piensa. Y así se recuerda el dicho este de más vale un cobarde vivo que un héroe muerto, y otras justificaciones, etc. Y así nos va. Porque ante una acción similar todos los restantes viajeros deberían unirse y hacer que las autoridades pertinentes conozcan que se ha cometido un sucio asesinato, y exigir responsabilidades. Pero con la historia que nos han metido en la cabeza de que quien desobedece a la autoridad lo debe pagar, hemos estado callando y llorando nuestros muertos y sin que su desaparición haya servido para incriminar una dictadura irracional.

 

Y a este paso, no sabemos a qué se refieren algunos cuando dicen que al país le faltan líderes. ¿Quién se atreve a fruncir el ceño al militarucho si sabe que si este empuña su arma y descarga su estulticia sobre él nadie abrirá la boca para decir nada a su favor? Ya está: los guineanos no saben que la dictadura la tienen que combatir y desmontar ellos. Porque con el asunto de los líderes queremos recordar que todavía no hemos oído de ninguna reclamación comunitaria sobre la muerte de Pedro Motú, o de Martín Puye, muertos a manos de los que van armados, y en el caso del primero, de manera pública y traumática. Y con esta enraizada costumbre de abandonar a los nuestros, nadie saldrá a hablar por nosotros. Y porque al primero que dio muestras de liderazgo lo criticamos en la soledad de nuestras tertulias íntimas y lo dejamos morir como una res, un animal sin dueño.

 

¿Sabe alguien cómo se remedia este asunto de que en Guinea tenemos comunidades donde sus hombres y mujeres no abren la boca cuando los agentes de la dictadura siegan la vida de uno de sus miembros? Cantemos las consecuencias de este hecho: primero, fortalecen a la dictadura con su silencio, segundo, aplauden a estos opositores que desde el minuto cero se sumaron a la alabanza de Obiang y siguen y aplauden todo lo que se dice en esta cosa grotesca que el mismo general llama Gran Movimiento de Masas. Y estos opositores lo hacen así porque, además de que no comerían si quisieran hacerse el valiente, podrían ser saludados con un “al la orden, excelencia”, en cualquier barrera y nunca estarían en peligro de recibir un disparo intencionado de ningún militar, salvo que fuera un tiro equivocado. Es decir, los opositores que así actúan, unos cobardes, ponen a salvo a su familia con la sumisión al dictador. Y porque lo hemos querido.

 

¿Hemos hablado de muertos? En la lucha contra la dictadura más de un guineano caerá. Lo tenemos que asumir sin remedio. Pero lo desconcertante del asunto es que muchos han caído y todavía no hemos juzgado escandaloso este hecho. Deberá llegar el día en que todos sumemos los muertos y digamos con una voz que ha sido demasiado. Es decir, los que han caído bajo las distintas formas de matar que ha tenido la dictadura serán reclamados a los que mandan, y debería ser la forma de que la erradicación de esta dictadura no suponga ningún muerto más. Ni uno solo más. Hacerle responsable de los que han caído sin que nadie haya abierto la boca para decir que no debió haberse muerto.

 

Al terminar este artículo tenemos que recordar a los guineanos  que no viven en ningún lugar. No pertenecen a ninguna comunidad, siendo bubis, ndowés, fang o annoboneses, de la que pueden pavonearse. Y es que canta, incluso incrimina a sus miembros, el hecho de que sus individuos más “valientes” pueden merecer la mofa, el escarnio y el vilipendio de las autoridades reinantes y sin que haya un remedio público, una mínima contestación. La erradicación de la dictadura pasa por la construcción de comunidades que sientan en su alma que sus individuos son lo más preciado y no pueden ser abandonados cuando son represaliados por los que mandan de manera arbitraria. Esto es un deber que todos nos debemos imponer.

 

Post Scriptum:

Sabemos que no siempre las cosas se perciben bien. Lo que hemos dicho es que es una soberana tontez creer que es vida esta de alabar, conseguir un trabajo a costa de callarse todas las tropelías, y para merecer la confianza de quien te ha contratado, cometer cualquier delito en beneficio de nadie, pero con el nombre de Obiang en la boca. Pues si crees que no haces nada por defender tu vida, tu trabajo, la vida de tu familia, a tu mujer, etc., ¿por qué otros sí tienen que ser valientes? Hasta que no sepamos que nadie puede delinquir en nombre de otro, y que el amor a Obiang no nos salva de la acción de la justicia, seguiremos así. Ahora podríamos decir que los guineanos somos nada, absolutamente nada, y esto dicho de una manera abarcante, referido a los individuos de todos los grupos étnicos. Algo seríamos cuando empecemos a decir que no podemos seguir así, joder.

 

Barcelona, 28 de agosto de 2011

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