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Los niños perdidos

 

En algún pasaje de Los niños perdidos (Un ensayo en cuarenta preguntas), la escritora Valeria Luiselli refiere que la descomunal avalancha de “niños no acompañados” provenientes de Centroamérica que se cernió sobre la frontera de los Estados Unidos entre octubre de 2013 y junio de 2014, difundida por los medios como una suerte de plaga bíblica, bien pudo ser anticipada por los gobiernos de México y de los Estados Unidos, pues durante años, como argumenté en un ensayo sobre el tema aparecido aquí mismo, al menos desde el año fiscal 2009 el número de “niños no acompañados” que arribaban a la frontera provenientes de El Salvador, Guatemala, Honduras y México, había registrado incrementos continuos, según lo reportó en su momento la propia agencia de Aduanas y Control Fronterizo en un comunicado fechado en noviembre de 2015.

 

El recrudecimiento de la llamada crisis de los menores no acompañados acompañó el viaje que realizaron Luiselli y su familia al Wild West fronterizo, Arizona, Nuevo México, ahí donde resulta mejor idea sonreír ante el alguacil si eres portador de pasaporte mexicano y, como era el caso de la familia de Luiselli, solicitantes de ese documento, la Green Card que, desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, no te garantiza nada, al menos hasta que la Corte del 9º Distrito y, en su caso, la Suprema Corte, refrenden su negativa a apoyar la orden ejecutiva del presidente Clown prohibiendo la entrada a nacionales de siete países musulmanes.

 

Al leer el compacto pero eficaz (visto ello desde la coherencia narrativa del conjunto) ensayo-testimonio-crónica-informe, no pude evitar pensar que un título alternativo para el libro de Luiselli sería Los niños olvidados.

 

Me explico.

 

Un breve estudio de la Comisión de Inmigración de la “American Bar Association” difundido en mayo de 2016 demuestra (como también lo apunta Luiselli) que niños no acompañados que gozan de representación legal tienen un 73 por ciento más de posibilidades de éxito en una corte migratoria, comparado con la tasa de fracaso del 15 por ciento de los niños que lo hacen  sin representación legal alguna (¿es eso siquiera posible?). La también llamada “tormenta perfecta” ha supuesto un total de 15 mil 698 órdenes de remoción durante los años fiscales 2014 y 2015. Como advierte el estudio de la “American Bar Association”, los números preliminares para 2016 parecen indicar otra tormenta del tipo 2014-2015, que como informa Luiselli, registró un arribo de más de 102 mil menores.

 

Algunas palabras, que considero no fatuas, acerca del subtítulo del libro de Valeria Luiselli: Un ensayo en cuarenta preguntas.

 

Enfrascada en un mefítico trámite migratorio, nada cómico, me refiero a una abogada que tiró su caso por la borda a media ruta al tomar parte en los casos de la avalancha de los niños perdidos, Luiselli (y su sobrina) terminó ofreciendo sus servicios de intérprete, para lo cual debía aplicar el cuestionario reglamentario de la Corte Federal de Inmigración de Nueva York que deben responder los pequeños. Una situación igualmente nada cómica, pues la mayoría de las preguntas (quién quiera conocerlas que compre y lea el libro, no me interesa glosarlas), además de sinuosas, bien podrían haber sido tratadas de responder por adultos rascándose los pelos, anonadados y confundidos.

 

 

En una suerte de relato que va de un género a otro, del informe de hechos a la crónica de viaje y a la meditación íntima y urgente acerca del desastre migratorio que la acompaña hasta en sus viajes de regreso a casa en el metro de Nueva York, Valeria Luiselli atina a acercar al lector a un tema tan sobado por los medios y cierta academia completa y absolutamente anodina, con una voz que resulta a la vez propia y ajena.

 

Sin abismar al lector en complicaciones interpretativas ni ponernos exquisitos, cito (en plan retro) a Michel Foucault para explicarme y explicar el logro de Luiselli en el tratamiento de un tema que está en boca de todos y en boca de nadie: “el lenguaje escapa al modo de ser del discurso —es decir, a la dinastía de la representación—, y la palabra literaria se desarrolla a partir de sí misma, formando una red en la que cada punto, distinto de los demás, a distancia incluso de los más próximos, se sitúa por relación a todos los otros en un espacio que los contiene y los separa al mismo tiempo […] es el lenguaje alejándose lo más posible de sí mismo; y si este ponerse ‘fuera de sí mismo’, pone al descubierto su propio ser, esta claridad repentina revela una distancia más que un doblez, una dispersión más que un retorno de los signos sobre sí mismos.”

 

Es así como la prosa de Valeria Luiselli en Los niños perdidos logra un efecto que yo llamaría, siguiendo al filósofo francés, integradora y dispersora a la vez: en ella logra plasmar su yo como autora, las preguntas que le suponen realizar, a su vez preguntas y, al mismo tiempo, dispersarse en múltiples registros hasta, como es el caso de los pasajes más formales, borrar toda (o casi) proposición personal.

 

El libro de Luiselli llega en buen momento, cuando a Guadalupe García de Rayos, según reporta The New York Times, recién le llegó la hora de la deportación vía Nogales porque para el presidente Trump la doñita representa una amenaza, al igual que 11 millones de migrantes indocumentados. Bad mujeres.

 

En 1937 Joseph Roth escribió un informe acerca de la situación que vivían los judíos en Europa al cual hay que regresar para entender qué demonios está pasando en Estados Unidos, en Francia, en Alemania. Escribió Roth: “las patrias y naciones no quieren ni más ni menos que esto: víctimas en aras de intereses materiales. Erigen ‘frentes’ a fin de conservar las zonas interiores.”

 

Las palabras de Roth adquieren especial actualidad cuando, peligrosamente, el afuera se está definiendo desde el adentro y el adentro desde el afuera.

 

Se abren grandes interrogantes.

 

Escribe, con lucidez, Valeria Luiselli: “La zona fronteriza entre México y Estados Unidos es un gran limbo, y los migrantes que mueren en esa porción de nuestro continente se vuelven meros ‘huesos en el desierto’ —como decía Sergio González Rodríguez en 2002 para referirse a las muertas de Juárez, pero que también puede extenderse ahora a los miles de cadáveres de migrantes no identificados que, a medida que pasan los años, se siguen multiplicando, anónimos.”

 

Me temo, con Valeria Luiselli, con Sergio González Rodríguez, con Giorgio Agambem, con Foucault y Roberto Esposito, que no se trata solamente de migrantes no identificados, sino también del homo sacer, de los sujetos a los que la bio-política objetiviza y des-humaniza, del advenimiento, contra lo que creen las buenas conciencias liberales, del temido Estado pastoral que dispone, según criterios ajenos al Derecho liberal, de la exclusión y la inclusión de las poblaciones residentes en su interior.  

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