Ya hemos dicho que Guinea no es una república, pero un nombre oficial no se puede quitar así por así. En el libro del evangelista Marcos se lee una historia curiosa, tan curiosa como todas las que recogen la vida de Cristo y de sus amigos y discípulos. Dice, versión más o menos corregida, así: Los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Entonces fueron a preguntarle: Los discípulos de Juan y los fariseos ayunan; entonces, ¿por qué razón tus discípulos no ayunan?
¿Pero qué les importaba si alguien ayunaba o no? ¿Alguien ha visto en qué mundo de paripé vivía Jesús y su gente? Pues ni corto ni perezoso, el gran Cristo, que estudió, parece, los entresijos de la fe farisea y era hábil para nadar en las aguas procelosas de la fe pública de sus paisanos, se sacó de la manga la frescura que le caracterizaba y les dijo, entre otras lindezas: Nadie le cose una pieza de paño sin estrenar a un manto pasado; si no, el remiendo tira del manto -lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor. Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos; si no, el vino reventará los odres y se pierden el vino y los odres; no, a vino nuevo, odres nuevos.
Esto fue hace muchos siglos, incluso milenios, pero hoy cualquier ciudadano de este mundo se lo puede aplicar y sonaría a lección de hace dos días. Incluso en Guinea quedaría como noticia de telediario, pues remendamos ropa, tenemos odres viejos y bebemos mucha cantidad de alcohol, pero ríos de porquerías diversas, y tenemos las carreteras llenas de cochazos inútiles, pero útiles para aparentar. Pero la cosa no iba por ahí. Recordamos eso porque hace poco veníamos de unos de estos ministerios recién ubicados en El sueño de un hombre, y dentro del taxi, mientras uno de los clientes de cierto ministerio se lamentaba por el desembolso que hay que hacer para acceder a los mismos, pues ahora están en el extrarradio, dijo algo de ¡edificios vacíos! Y fue cuando me acordé de que también lo vi, pero no me importó. Y el asunto es que el que manda decidió muy bien que ciertos ministerios se trasladaran al barrio de sus sueños y los funcionarios de cierto ministerio que arregla y concede papeles fueron a dar con sus huesos en unos edificios que ya quisieran para sí compañías nutridas de personal. Pero aquel ministerio cogió sus bártulos y fue allá y la casa le resultó grande. La mitad del edificio estaba sin ocupar, y podemos creer que el personal de los ministerios de este país no es corto. En todo caso, debemos decir que algunos departamentos permanecieron en sus viejos edificios, y creo que por alguna cuestión personal.
Lo que nos impresionó no fue, sin embargo, la vaciedad de las dependencias de aquel edificio, sino que encontramos a la vieja gente, con sus viejas maneras de trabajar, los mismos muebles raídos de hace 30 años, y las mismas máquinas Olivetti de hace 55. Con ellas pensaba seguir trabajando en unos edificios que salen por la tele nacional cada 15 minutos todos los 365 días del año guineano. Pero lo que más nos chocó fue ver las mismas caras y revivir el dolor de saber que por unos papeles que no valían para nada estabas pagando la comida a unos analfabetos, que muchos lo eran. No esperábamos aquello, francamente.
¡No tiene sentido, señor presidente, que con tanta presunción que hemos hecho a costa de el Sueño de un hombre vaya el asunto a acabar en lo mismo! Sabíamos que nos quitaban un riñón cada vez que pagábamos en mano a cualquier funcionario una cantidad por tener cualquier papel. Además, nos lo dicen, viviendo en un descaro que ya es norma en este país. Por eso pensábamos que a edificio nuevo, nueva gente, y nuevos muebles. Y también, señor, nuevas maneras. Y es que pensábamos darles la razón a todos los que bailan día y noche para festejar el “desarrollo sin precedentes de Guinea Ecuatorial”, pero el asunto de los nuevos ministerios recién instalados nos ha decepcionado. ¡No puede ser que nunca tengan la razón!, dijimos cuando vivimos el descubrimiento.
Como ya está escrito por nosotros que mucho de lo que acá se construye se hace para contentar a los que se llenan los ojos de edificios llamativos y que esta es la manera en que se lleva la mayoría de los asuntos africanos, esperábamos que el asunto de los edificios de Malabo II, alias El sueño de un hombre, fuera a ser distinto. ¿Tiene algún sentido echar vino nuevo en odres viejos, señor que manda aquí? Creemos que no, francamente, no lo esperábamos. Pero la realidad no desmiente los fuegos fatuos. Y es que hay en este país, y en las arcas particulares de ciertos ministros, suficiente dinero para comprar muebles de oficina, arrinconar los viejos Olivetti de hace 55 años y dotar al aparato de administración de Guinea de equipos modernos. Pero los que mandan saben que todo aquel personal solo puede teclear los Olivetti y que si se le dotara de ordenadores e impresoras, faxes y fotocopiadoras, pasarían muchas horas al año sin poder teclear nada, pues ¡en la emergente ciudad de Malabo no hay un suministro fiable ni constante de electricidad! Entonces las copias se hacen todavía con papel carbón, ¡y es una forma automática de copiar a la marcha! Entonces ocurre que, por alguna razón que no sabemos, estamos echando dinero al mar, o a los mares de otros, que los sabrán recuperar. Es el asunto de tanta tierra removida y tantos árboles cortados para acabar en lo mismo. Es un atajo, señor, hacia la nada.
Está claro que si alguien con mejor más y voz dijera a los cuatros vientos que lo de las nuevas dependencias ministeriales es un fachada, saldrían los jefes de segundo rango a todas las radios a decir que está en alta mar el barco que trae todo el mobiliario de oficina y que llegaría a una fecha señalada del almanaque. Se olvidaría de que tantos árboles malgastados dan para que seamos una potencia mueblera. Pero no ha ocurrido todavía, y quien quiera ir a la nueva sede del ministerio que habla de los evangelios verá a la vista de todo el mundo el montón cochambroso de papeles que constituye el archivo de toda las misas pedidas para dar gracias a Dios por la gesta del 3 de agosto de 1979, día en que se pusieron todas las piedras primeras del verdadero desarrollo de Guinea Ecuatorial. (Es una mera coincidencia el inicio evangélico de este artículo y el ministerio objeto de nuestra reflexión. Cualquier avisado con otras intenciones diría que el ejemplo viene que ni pintado)
Lo vamos a acabar aquí. Hay un grupo de guineanos que lleva gafas de intelectual que va diciendo por ahí que el único problema de este país es que sus actuales habitantes hagan un cambio de mentalidad. No sé dónde leyeron semejante propuesta. No siendo todavía de la camada de aquellos intelectuales con gafas transparentes, vamos a decir que el destino de los pueblos lo decide el pueblo por propia voluntad. Pero debe prevalecer la voluntad de los que juzgan los asuntos con mejor criterio que los que quieren los oficios públicos para su particular medro, los políticos que se convierten en esta nuestra Guinea en autoridades.