La Revista Escala es una de las principales publicaciones de arquitectura de América del Sur, y por ende del mundo. Su sede está en Bogotá, Colombia. El director es David Serna Cárdenas, el editor es Rafael Méndez.
A inicios de 2016 presentaron el número 233: «Niños. Ciudad / Cultura / Espacios Pedagógicos». Contiene artículos que abordan la arquitectura en la infancia desde varias perspectivas: profesionales que enseñan arquitectura a niños, nuevos edificios para la primera infancia… La introducción y contenido son jugosos.
Para este número escribí «Los pájaros azules» en febrero de 2015, cuando vivía en Helsinki.
«Los pájaros azules» de Jorge Raedó
Bogotá, 5 de febrero de 2050.
Colombia es desde hace tiempo uno de los mejores lugares para vivir. Vine atraído por su calidad de vida, la amabilidad de sus gentes, la facilidad para el trabajo creativo. Todo es posible en esta tierra de esfuerzo, respeto y amor por la vida.
Me especialicé en educación de arte para niños en Europa. Tuve que venir a Colombia para encontrar a los mejores profesionales y organizaciones. Aprendo de su variedad de objetivos y metodologías. No hay dos experiencias iguales. Cada ciudad, cada barrio tiene sus peculiaridades. Y todas ellas están unidas en red compartiendo y mejorando sus conocimientos.
Hoy estoy en Bogotá y me dirijo a los talleres de arquitectura con niños de discapacidades visuales y auditivas. Se mezclarán con niños de otros colegios. La Universidad Nacional de Colombia tiene uno de los mejores equipos de investigadores del mundo en educación de arte y arquitectura para niños con discapacidades. Su escuela de arte y arquitectura para niños es pura experimentación.
Cada ciudad grande y mediana de Colombia tiene varias escuelas de artes para niños. Ahí los colegios encuentran profesores y materiales especializados en varias artes: pintura, cine, arquitectura, danza… Cada escuela de arte es diferente adaptándose a las necesidades de sus barrios. Durante horario escolar estas escuelas atienden a los colegios, y fuera de horario escolar los niños que quieren aprender más artes acuden en tropel. Sus precios son bajos gracias al apoyo económico de los gobiernos estatal y local.
Comenta Silvia Jaramillo, directora de “Corrientaza”, la escuela de arte para niños más grande de Pasto: “Colombia creó la primera escuela de arte para niños en 2015. Primero nos inspiramos en la experiencia finlandesa, pero pronto nuestras escuelas evolucionaron con procesos propios de nuestras culturas. Hoy, en 2050, tenemos más dos mil escuelas de arte para niños en toda Colombia. Un currículum académico nacional tutela las enseñanzas de estas escuelas, aunque cada centro es muy libre de aplicar las metodologías que quiera. Los profesores suelen ser artistas que se han especializado en pedagogía. Entre todas llegamos a más de quince millones de niños y jóvenes colombianos.”
Fabio Quintana, alumno de once años de la escuela de arte “Joselito Carnaval” de Barranquilla, comenta: “Yo quería aprender a pintar. Mi papá me trajo a esta escuela cuando tenía seis años. Cada año hago varios cursos distintos de pintura. Pero también he probado escultura virtual, cerámica y danza. Normalmente los profesores hacen proyectos juntos y los alumnos nos mezclamos creando obras entre todos. Así hago muchos amigos”.
Las escuelas de arte para niños de Colombia no son las únicas de los países del sur y centro de América que destacan por su cantidad y calidad: Ecuador, Perú, Chile, Brasil, Uruguay, Nicaragua, Guatemala, Costa Rica, México, Argentina…
El político David Morales de Bogotá añade: “los ciudadanos han cuidado más y más el espacio público, las instituciones públicas… La ciudad es la casa de todos, y las escuelas de arte para niños son un fruto más de ese sentir. De ahí la financiación pública que permite precios al alcance de todas la familias.”
Tras varios meses en Colombia he visto decenas de proyectos transversales en los colegios públicos y privados, tanto en Infantil, Primaria y Secundaria. Usan varias fórmulas: con artista en residencia, sólo con el profesorado, con la creación de materiales educativos desde los colegios, con propuestas que vienen desde fuera de los colegios por parte de organizaciones artísticas o artistas individuales. Las fuentes de financiación son múltiples: instituciones públicas locales y estatales, fundaciones privadas, organizaciones internacionales donde Colombia tiene una fuerte presencia.
Os cito algunos de los proyectos transversales colombianos con más décadas de funcionamiento: “La Ópera Patidifusa” hace óperas nuevas con los niños de los colegios que interpretan, cantan y tocan los instrumentos; “Soy paisaje” enseña arquitectura y paisajismo y propicia la participación de los niños en su diseño (tal es su éxito que se convirtió en programa de TV); “Danza o duerme” enseña danzas locales y contemporáneas a todas las edades en todos los colegios de Colombia; “Visión alterna” adentra a los adolescentes en las narrativas visuales más avanzadas con ayuda de los mejores artistas colombianos y extranjeros.
Estos proyectos son posibles a la buena preparación del profesorado escolar. Hace décadas cambiaron las enseñanzas en la universidad, las formas de evaluación, la formación permanente del profesorado, las redes de colaboración del gremio. Se juntaron las tres “v” que conducen al éxito: visión, voluntad, valentía.
Tuvieron la visión de la Colombia que querían y del papel del profesorado y las escuelas en ella. Tuvieron la voluntad de hacerlo. Tuvieron la valentía de cambiar hábitos más duros que la roca.
Sandra Ospina, profesora de arte en colegios públicos de la costa del Pacífico, ha hecho un doctorado sobre educación de arquitectura para niños en Colombia y comenta:
“En 2015 existían en Colombia proyectos de educación de arquitectura para niños que fueron el germen de lo que hoy tenemos. Ellos fueron los pioneros y nuestros maestros. La lista es larga. Hace unas décadas no todos entendían que la arquitectura es el arte de construir el hogar común. Y los planos de una casa no pueden cambiarse cada año al gusto de unos pocos. Hoy Colombia es muy distinta.”
Los profesionales colombianos como Sandra son solicitados en todos los continentes para explicar sus experiencias. Lo mismo pasa con profesionales de países vecinos. Enrique Gracia es profesor de la Universidad de Lima, especialista en educación de arte para niños, asesor en varias universidades y museos del mundo. Ha estudiado la evolución de la educación de arte para niños en toda América y nos da claves de evolución.
“Un punto de inflexión fue hacia 2015. Se dieron cuenta que decenas de proyectos florecían en todos los países llamados entonces latinoamericanos. Lo más difícil para ellos fue conocerse, compartir experiencias y unir esfuerzos. Nacieron organizaciones como Red OCARA que dirigía Irene Quintans desde São Paulo y que fomentó el conocimiento mutuo, políticas urbanas en favor del niño, la ejecución de mejores protocolos de participación ciudadana en el diseño y gestión de la ciudad.”
Camino escolar en la favela Paraisópolis de São Paulo. Proyecto de Irene Quintans para la alcaldía. (Foto de Irene Quintans)
Enrique Gracia ha encontrado experiencias anteriores a estas. Por ejemplo, el arquitecto peruano Wiley Ludeña realizó un curso piloto de arquitectura a niños en un colegio de Lima a inicios de 1980. Y si nos vamos más lejos, vemos fotos de 1928 del Gimnasio Moderno de Bogotá donde los niños ya hacían talleres de arquitectura.
“De todos modos”, dice Sandra Ospina, “fue en la segunda década del siglo XXI cuando enraizó la educación de arquitectura para niños. Había tres tipos de proyectos: educación de la arquitectura como arte, participación en el diseño de espacios, caminos escolares.
En el primer grupo estaba, por ejemplo, Antonio Manrique que trabajaba desde la Universidad de Los Andes de Bogotá. Hacía talleres en barrios y también dentro de la universidad a modo de escuela de arquitectura para niños. Ahora eso nos suena normal, pero entonces era pionero. Junto a Jorge Espinel hizo un gran proyecto para colegios promovido por la Alcaldía de Bogotá, y duró poco.
En Bogotá también estaba Fabiola Uribe y su grupo Lunárquicos que hacía cursos de arquitectura para niños en el Museo de Arquitectura Leopoldo Rother de la Universidad Nacional de Colombia. Así empezó el actual laboratorio-escuela de arte y arquitectura para niños de la Nacional. Fue un campo de pruebas que sirvió para otras escuelas de arte para niños de América.
Taller de Lunárquicos en el Museo de Arquitectura Leopoldo Rother, Universidad Nacional de Colombia en Bogotá. Lunárquicos fue dirigida por Fabiola Uribe. (Foto de Jorge Raedó)
Fabio Gutiérrez enseñó arquitectura durante años en el Colegio Cafam de Bogotá a todos sus alumnos. Antes de él hubo otro profesor, y después de él enseñaron otros. Hoy día hay decenas de arquitectos enseñando arquitectura en colegios colombianos, pero hace cuarenta años era un rareza aquí y en todo el mundo.
Luz Amparo Bernal y Juliana Díaz trabajaron desde la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. La clave de su trabajo fue la comprensión de la problemática social e infantil local.
La arquitecta Carolina Estrada trabajó un año como profesora en la escuela rural de Chirigodó. Introdujo la enseñanza arquitectura como un saber transversal durante todo el curso. Por ello ganó el premio Golden Cubes 2014 de la International Union of Architects.
Un trabajo parecido, pero fuera de los colegios, hacía Natalia Rey y sus Terrícolas en Barichará. Los niños hacían cursos de varias semanas y aprendían técnicas de construcción tradicional.
Andreia Peñaloza hizo talleres en Cartagena con la Universidad Tadeo. Ella fue la primera en hacer un estado del arte de la educación de arquitectura para niños en Colombia.
Milton Marcelo Puente en Perú trabajaba en barriadas o poblaciones rurales. Tenía un conocimiento profundo de las poblaciones donde operaba y sabía hasta donde podía llegar. Trabajó toda su vida con perseverancia inquebrantable. Dejó muchos seguidores que aprendieron de él.
El profesor de colegio Carlos Tapia y el arquitecto Javier Vera colaboraron durante unos años en talleres y acciones urbanas originales y lúdicas. Por ejemplo los niños se disfrazaban de castillo móvil en una cabalgata. O cortaban la calle con barricadas para denunciar el mal tráfico.
Taller de Javier Samaniego en Buenos Aires, Argentina. (Foto de Javier Samaniego)
En Argentina destacó Javier Samaniego por su trabajo con niños de comunidades vulnerables, sobre todo de Buenos Aires y sus alrededores. Su aproximación a la arquitectura era social, no formal. Transmitió a los niños la ética de la convivencia, la responsabilidad en la construcción, el valor del respeto por las diferencias. Eso es fundamental. La forma sólo es la consecuencia.
También en Buenos Aires estaban Cecilia Garavaglia y Mariano Vilela que trabajaban en museos. Su aproximación a la arquitectura mezclaba artes y sensibilidades estéticas.
María Consuelo Tohme creó la Fundación Arteducarte en Quito que cambió el panorama educativo de las artes de Ecuador. Introdujo metodologías y profesionales de varios países. Supo unir las necesidades locales con las tendencias vigentes en el mundo.
Taller de la Fundación Arteducarte de Ecuador, dirigida por María Consuelo Tohme, en Isabela Galápagos con los alumnos de la Escuela Cornelio Izquierdo junto con la artista María Dolores Ortiz, explorando con sus cuerpos el movimiento de las olas y el mar. (Foto de Arteducarte)
En Venezuela estaba Cheo Carvajal que realizó varios proyectos de educación de arquitectura para niños en colegios, barrios… a veces enseñando técnicas de diseño, otras veces concienciando a los niños del valor de la ciudad como espacio de convivencia.
En Guatemala iniciaron la labor Loren Lemus y Ruth Martínez con talleres extra-escolares. Carolina Pizarro creó una organización fuerte en Costa Rica con intensos lazos internacionales. Fabiana Carrabs abrió camino en Uruguay.
Enrique Gracia, de la Universidad de Lima, habla de los proyectos de participación. “Durante el siglo XX e inicios del XXI se hicieron muchos proyectos de este tipo en nuestros países, pero casi no se documentaron. Uno de referencia fue el de Javier Vera en Lima y cercanías. Javier trabajó para las alcaldías promoviendo proyectos donde los vecinos, también los niños, diseñaban y regeneraban con él los espacios públicos. No siempre consiguieron el dinero para su construcción.”
Proyecto Barrio Mío en Lima. Intervención en La Ensenada, Puente Piedra, al norte de Lima. Dirigido por Javier Vera Cubas con la participación de niños de la localidad. (Foto de Javier Vera)
“En Colombia los arquitectos de Presidencia diseñaron y construyeron decenas de jardines de infancia por todo el país. Sus arquitectos, como Iván Darío Quiñones, hacían talleres con los niños locales de donde sacaban pautas de diseño para cada jardín de infancia. Profesorado y alumnado participan hoy en el diseño de los edificios escolares. Fue una conquista ardua.”
Enrique añade: “Los proyectos de participación son siempre difíciles de realizar porque son fácilmente manipulables por las fuerzas locales. Se usa la participación ciudadana para vender “democracia, transparencia, etc…” pero muchas veces la voz de la gente acaba por no escucharse. Y eso aún pasa ahora. Tal vez dentro de unos años seamos mejores sociedades participativas”.
Sorprende la cantidad y calidad de los caminos escolares que veo en las ciudades de Colombia.
Patricia Kent, técnica de la Alcaldía de Barranquilla, aporta datos: “Durante décadas hemos saneado barrios con varias técnicas, una de las más efectivas son los caminos escolares. Los niños van solos al colegio, juegan en espacios bien dotados y cuidados. Una ciudad donde los niños circulan seguros es una ciudad con poca delincuencia, con tráfico controlado, de responsabilidades compartidas.
En las primeras décadas del siglo la Fundación Nueva Ciudad hizo los primeros caminos escolares en esta ciudad. Su director, David Cortes, y su equipo trabajaban con paciencia estudiando los problemas que los niños encontraban en el camino de casa al colegio. La obsesión de David era la movilidad segura del peatón y la regeneración del espacio público.
En aquel momento la Alcaldía de Bogotá puso en marcha otro buen proyecto, el camino escolar en bici. Donó miles de bicis a los niños, les enseñó a usar las mejores rutas… Fue un trabajo de gran complejidad de análisis de poblaciones escolares, tráfico, necesidades…
Luego surgieron iniciativas parecidas en todas las ciudades y países. En Brasil una de las pioneras fue Irene Quintans, que antes de crear Red OCARA diseñaba caminos escolares en la favela Paraisópolis de São Paulo.”
La brisa acompaña al sol montañero de Bogotá. Aguardo a que empiecen los talleres de arquitectura para niños. Treinta chavalillos juegan en la entrada. Una decena de profesores preparan el material. Hoy verán los talleres invitados de Finlandia y Japón.
Ópera con los alumnos del colegio Kaisaniemi de Helsinki. El estreno fue en el Museo de Arquitectura de Finlandia en 2012. Proyecto dirigido por Jorge Raedó, producido por la asociación Rakennetaan kaupunki! (Foto de Vertti Terasvuori)
Desde 2013 hay un puente entre Colombia y Finlandia, a partir del primer viaje de Jorge Raedó a Bogotá. Advierto que aunque se llamaba como yo, autor de este artículo, no tenemos parentesco alguno.
Jorge Raedó empezó a enseñar arquitectura a niños en 2008 en Barcelona. En 2011 fue a Finlandia a hacer óperas con niños de colegios. En ese país de larga tradición en educación de arte y arquitectura vio por primera vez las escuelas de arte para niños, y aprendió mucho trabajando junto a los profesores de la escuela pública finlandesa durante cuatro años. A la vez dirigía otros proyectos educativos, como Amag! Revista de Arquitectura para Niños. En 2015 se estableció en Colombia.
Julia Bernal, profesora en la Universidad Pedagógica de Medellín, señala las principales características de Jorge Raedó: “Era un loco. Pretendía vivir profesionalmente enseñando arquitectura y arte a niños colombianos. Y explicaba sus conocimientos a quien le preguntaba. Todo apuntaba al fracaso absoluto. Para él lo fundamental era mejorar la educación de arte para niños, y eso sólo se lograría entre todos. Inspiró proyectos nuevos, como las óperas en colegios colombianos. Se obsesionó con la creación de las escuelas de arte para niños. Repitió un millón de veces que para trabajar en colegios hay que contar siempre con el profesorado, y que para que un proyecto triunfe en colegios tiene que nacer desde los colegios. En fin, Jorge vino a Colombia por amor… y el amor enloquece.”
Los profesores llaman a los niños para empezar el taller de arquitectura. Todos corren hacia la entrada. Sara Díez, de siete años y ciega de nacimiento, camina más lento con su bastón blanco. Mientras cruza la puerta recita el cuento que ha escrito para el taller:
“Érase una vez una casa llena de luz amarilla.
Por las ventanas entran los pájaros azules y cantan para mí.
Mis ojos crecen”.
El taller empieza.
Jorge Raedó
Bogotá, 5 de febrero de 2050