Todos los que tenemos cierta edad recordamos los sinsabores sufridos por los guineanos en tiempos pasados para ir de un sitio a otro en nuestro territorio. No habiendo ninguna causa especial por la que los que mandaban podían esperar una invasión extranjera, incluso no teniendo medios para repeler ninguna agresión, la esquizofrenia de los militares era tal que vivíamos en un permanente toque de queda. En las ciudades nadie se atrevía a salir de noche porque la oscuridad era terreno de los militares, quienes igualmente operaban a la luz del día, y fortalecidos por el silencio de los cuadros superiores, quienes nos hacían creer que si ponían remedio a tan inhumana situación merecerían la ira del Único Milagro de Guinea Ecuatorial. Si salías a la calle y te topabas con los milicianos, debías dar las gracias a Dios si por lo que hubieran sobreentendido recibieras unas bofetadas. Y es que si su enfado era grande, podías, ya lo dijimos, acabar abajo.
En aquellos tiempos todos los que iban de un sitio a otro tenían que tener sus documentos con ellos. En los primeros años te pedían el documento de identidad, y aunque éramos tan poco que cualquier militar podía certificar la procedencia que los que iban de un sitio a otro. Luego el fervor político fue mayor y en todas las barreras pedían el carnet del Partido Único Nacional de Trabajadores. Todos los guineanos lo debían tener. Más tarde entendieron o vieron que la exigencia era poca, y arrugaban la cara ante los pasajeros que no tenían en su pecho la efigie de Macías. En realidad no sabríamos establecer la relación entre esta exigencia y el que nos mandaban, toda vez que el amor es un sentimiento subjetivo. ¿Por qué debían los mayores tener en su pecho a un hombre por cuya causa debían estar constantemente agradecidos a Dios por recibir bofetadas? Está claro que los militares debían saber que todos los guineanos estaban hasta arriba del Único Milagro. Luego actuaban con descaro e impunidad.
Hoy todavía sale a la calle mucha gente con la cara del jefe actual, el rey que nos demanda con una democracia modélica. Podría ser que los que lo hacen tienen un miedo residual, y que creen que recibirían bofetadas si no fueran a la calle con la cara del general Obiang en el pecho. También podría ser que con este salir a la calle con el jefe pechado quisieran declarar su amor público al jefe, y de esta manera obtienen un carguito, si todavía no han sido tocados, o actuar con descaro o impunidad porque, ya lo dijo uno que cura a las mujeres y que fue jefe del Parlamento Multicolor (apelativos oficiales), si estás con Dios no importan los ángeles. Bueno, tenemos que aclarar que los que actualmente salen de sus casas con la efigie del general en sus pechos van trajeados y no en harapos como en tiempos de Macías. También tenemos que decir que todavía tenemos que ir documentados para ir de un sitio a otro. En una barrera de Bioko Sur todos los pasajeros de un coche no oficial son obligados a bajar para desfilar con sus papeles en mano ante el guardia de turno. Y en un punto no fronterizo de la región continental fuimos, en un viaje de hace unos años, requeridos por el celo profesional de ¡unos aduaneros!
Si los guineanos hemos de estar documentados para satisfacer a los militares, tenemos que pensar que los extranjeros son obligados a estar documentados para que los bolsillos de los generales encargados del servicio de inmigración sigan llenos. Y es que cuando nos ha tocado ir a hacer un documento ¡hemos visto un festival! Descubrimos que los muy señores elegidos para certificar ante los militares que éramos guineanos hacían el djangué con el dinero que cobraban de los administrados. (El que no sepa lo que es, que mire en todos los diccionarios y buscadores de internet.) Sí, pagabas una cantidad, y es que te cobraban siempre de más, y con el dinero recibido especulaban descaradamente. Pero la nota más fea del asunto toca a los extranjeros. Cada vez que alguien se lo recuerda, la policía guineana va a los barrios donde saben que hay extranjeros y llenan sus furgonetas de extranjeros de raza negra. Y durante la semana entera ahuecan sus bolsillos y van a los mismos barrios cada vez que sienten un recuerdo de sus necesidades económicas a robar a los extranjeros a punta de pistola. Y a veces arman unos escándalos exigiendo la vida misma a los negros que hasta ponen al borde del coraje a los guineanos que viven en fraternidad con ellos. Nosotros, que no entendemos los peligros que podrían suponer el que hubiera extranjeros negros entre nosotros, nunca entenderemos el pago que deben realizar cuando no han ahorrado lo suficiente para pagar lo que cuesta el papel que le permite vivir un año entre nosotros. Además, debemos suponer que si pudieran no pagarían, pues la pobreza fue lo que les arrancó de su país.
Lo cuento para que lo vivan: a las cinco de la madrugada, te despiertas porque oyes golpes desaforados en una puerta que podría ser la tuya. Afinas los oídos y sabes que es la puerta de Robert, o de Amadou, estos que se lavan los pies antes de rezar. O que no lavan nada y salen el domingo con la Biblia bajo el brazo. Oyes gritos más desaforados y presientes que romperán la puerta en dos. Sale el Robert con el miedo en el cuello y los militares lo insultan y luego lo empujan al coche. Si tiene el dinero en casa, consiguen que hable durante su traslado, un poco apartado de la mirada de los vecinos guineanos que abrieron la puerta para ser testigos de la legalidad. Si la hucha está vacía, y porque los familiares del país esperan puntualmente el envío por WU, el Robert acaba en los infectos barracones de la policía hasta que consigue… No sabríamos decir dónde reciben la ayuda, pero todos los que hemos ido a hacer cualquier cosa a la policía los hemos visto asomar la cara por el pestilente calabozo y pidiendo ayuda a cualquiera. Cierto es que la estación central de policía está ahora en obras y los servicios se han trasladado a un sitio que los civiles de Malabo llaman cariñosamente Guantánamo.
Durante la semana es normal la visita de los militares al extranjero de turno hasta que su celo profesional se afloja o porque saben que en casa ya no queda nada que ofrecer. Todo esto se hace ante la vista de todos los guineanos. Y si lo saben todos los guineanos, también lo debería saber el viceprimer ministro encargado de los derechos humanos. Como quiera que esto puede pasar en cualquier país de África central, sentimos que los militares con los que nos topamos en nuestros viajes centroafricanos nos mirarán como animales, toda vez que si alteraran las circunstancias nos recordarían los dolores sufridos por sus ciudadanos en nuestras tierras. Lo que nunca entenderíamos es lo que dicen los presidentes cuando se encuentran.
Sí sé que hay algunos civiles que se alegran por los maltratos que reciben los extranjeros, pues es la única manera de ser vengados por las afrentas que recibieron cuando aquí no era Guinea Mejor. Pero han de saber que actuando así están vaciando de contenido sus futuros discursos para protestar por abusos de otro signo perpetrados por otros que no sean sus vecinos de África Central los ciudadanos negros como ellos, estos que están regidos por democracias de dudosa legitimidad.