Todos los partidos políticos han empezado ya oficialmente el año y con sus primeras actuaciones en este 2018 nos dan muestras de su confianza, de su fortaleza, de su debilidad y de sus estrategias ante los procesos electorales que tendrán lugar en 2019 y en 2020, fija la primera fecha, supeditada a que no haya adelanto de los comicios generales, la segunda.
El dulce momento de Ciudadanos y sus tres problemas
Ciudadanos comienza 2018 con la moral alta fruto de su victoria en las elecciones catalanas del 21-D, con el mimo de la prensa (se podría hacer un inventario de los artículos y editoriales laudatorios que ha cosechado en las últimas semanas el partido naranja y sería bastante grueso) y con las buenas expectativas que le proporcionan las encuestas a nivel estatal. Pero los de Albert Rivera se enfrentan, al menos, a tres problemas.
El primero lo señala el editorial de El País de hoy: si bien Ciudadanos despierta simpatías crecientes en el electorado, éste, cuando llegue la hora de la verdad, el momento de votar, puede decidirse por otra fuerza con experiencia de gobierno, algo con lo que Cs aún no cuenta en ningún escalón de la Administración del Estado.
El segundo, ligado al anterior, es que Ciudadanos apenas tiene poder local y regional. Si no logra corregir este déficit el año que viene en las elecciones municipales y autonómicas, podría perder el aura de presidenciable que tiene ahora Albert Rivera. Una cuestión que no se aprecia en las encuestas publicadas pero que posiblemente le hace daño a la formación naranja es que su victoria en las elecciones catalanas no se ha traducido en resultados materiales útiles para el bloque autodenominado constitucionalista. La cintura y la iniciativa que muestra cuando es fuerza subalterna para negociar a izquierda y derecha (con Pedro Sánchez y con Mariano Rajoy; con Cristina Cifuentes y con Susana Díaz) no parece sacarlas a relucir cuando es fuerza mayoritaria. Parece mostrar cierto vértigo. Aunque es cierto que la aritmética no ayuda, ha sido un elemento ante el que Inés Arrimadas ha tenido que ponerse a la defensiva.
En tercer lugar, los elogios que Albert Rivera y Ciudadanos cosecha de José María Aznar o de Rodrigo Rato ponen de manifiesto una ubicación ideológica del partido naranja en una derecha más a la derecha de aquélla en la que le gustaría que se le encasillara. En lo territorial, con la apuesta por la recentralización; en lo económico, con su defensa de las bajadas de impuestos – de los tramos bajos del IRPF, pero también de tributos con filosofía redistribuidora, como los de Sucesiones y Donaciones -, así como sus propuestas en materia laboral; y reacciones como la de Begoña Villacís a cuenta de la Cabalgata de Vallecas no ayudan a colocar a Ciudadanos ni en el centro ni como fuerza de progreso. Albert Rivera ha tenido que salir en esta entrevista también a la defensiva, explicando el porqué del apoyo que ha cosechado de Aznar y reiterando su ánimo de pactar a izquierda y derecha. Incluso apunta que la gestión de un Estado no es sólo una hoja de cálculo, sino también la educación y la lucha contra la precariedad.
En pasadas elecciones, nadar entre dos aguas no le ha sido muy favorable a Ciudadanos.
El PSOE, vanguardia preparando la cita electoral de 2019
El PSOE, pese a obtener un resultado por debajo de sus expectativas en las elecciones catalanas, no transpira derrotismo. El apoyo a la aplicación del artículo 155 le ha ayudado a mantener la cohesión interna, a que no se rebelaran los líderes socialistas más centralistas, como Susana Díaz, o a evitar críticas de PP y Ciudadanos que hubiera llevado consigo una nueva sangría de apoyos en la españa mesetaria. Las bajas sufridas en Cataluña de los perfiles más catalanistas fueron eficazmente contrarrestados con la integración de líderes de la antigua y conservadora Unió en las listas, algo también compensado con la inclusión de un antiguo integrante de las listas de Podemos, Carlos Jiménez Villarejo, en las filas socialistas.
Ahora el PSOE ha dado un salto adelante y ha decidido salir del monotema catalán. En primer lugar, se encuentra ya preparando las elecciones municipales y autonómicas, incluso con las listas. Y, según informaba El País, está decidido a continuar con su estrategia transversal ya ensayada en Cataluña, incorporando a sus filas a antiguos miembros de IU y de UPyD.
Además, ha recuperado la agenda social abordando el problema de la sostenibilidad del sistema público de pensiones. Por el modo en que lo ha hecho, puede intentar pescar votos no sólo entre los jubilados y a punto de retirarse, sino también entre la izquierda tradicional y nueva, por la propuesta de buscar los recursos necesarios en la banca, con el argumento de que ha de devolver a la sociedad lo que ésta le dio cuando necesitó ser rescatada.
Con esta propuesta y su argumentario hemos vuelto a ver al Pedro Sánchez más combativo, que recuerda al de las primarias, después de varias semanas (incluidas las de la crisis política catalana) ausente y con el riesgo de engancharse otra vez al Partido Popular a cuenta del 155 y la crisis política en Cataluña.
Con esta estrategia, los socialistas anulan el efecto que pudiera haber tenido la salida de José Antonio Pérez Tapias del PSOE. El líder de la corriente Izquierda Socialista mostraba con su decisión que la promesa de cambio que podría representar Pedro Sánchez se había frustrado. Por ejemplo, en lo relativo a la política de alianzas con Podemos. O en el planteamiento serio de medidas de izquierda a aplicar de verdad al llegar al Gobierno. Y, sobre todo, en la apuesta por un nuevo modelo de organización territorial del Estado.
La última cuestión no sólo no parece una prioridad para la mayor parte del electorado, sino que éste parece castigar con fuerza a quien propone alterar el ‘statu quo’ o mostrar alguna veleidad favorable al nacionalismo o al independentismo. En cuanto a la relación con Podemos, el PSOE lo sigue considerando más como rival que como posible aliado, aunque la competencia va por la vía de las propuestas (como hemos visto con la de las pensiones) y no por la hostilidad en las declaraciones de otros tiempos. Y se atisba la posibilidad de que el PSOE incluso comience a tratar con cierto desdén a Podemos, al dejar de considerarlo como el rival peligroso o amenazante de antaño.
El PSOE ha arrancado 2018 pensando en que la cita del año que viene en ayuntamientos y Comunidades Autónomas será fundamental porque marcará el tono con que llegará a las elecciones generales de 2020.
El desánimo de Podemos
Por el contrario, en Podemos se respira desánimo, derrotismo y amargura. Si el regreso de Pedro Sánchez ha querido mostrar fortaleza y convicción, el de Pablo Iglesias ha puesto de manifiesto que su opción se ha deshinchado y tiene razón al apuntar que no sólo por deméritos propios sino también por un contexto que no le es propicio: la posición de Unidos Podemos en la cuestión territorial no es la que comparte la mayoría de los ciudadanos, máxime cuando las posiciones de polarizan.
El decepcionante resultado cosechado en las elecciones catalanas por Catalunya en Comú-Podem y la pérdida de apoyos a nivel estatal que reflejan las encuestas han dejado a la formación casi en estado de shock, y el terreno ha quedado abonado para que el PSOE tomara la iniciativa en la agenda social. Tendría que haber sido Unidos Podemos quien antes pasara la página de la cuestión nacional y se centrara en la social, en la que deberían jugar con ventaja por ser su motivo fundacional. Pero han perdido tanto el tiempo como esa posible mayor credibilidad como fuerza enfocada en la resolución de los problemas sociales generados por la crisis y su posterior gestión.
Para Unidos Podemos también tendrá mucha importancia la cita electoral para el año que viene. Será todo un reto conservar el poder municipal cosechado en 2015 y mantenerse como fuerza imprescindible para formar gobiernos de izquierda a nivel autonómico. De fracasar en esos dos objetivos y de incrementar el desánimo que se observa en sus líderes, el resultado de las generales de 2020 podría ser catastrófico.
Un elemento más puede deteriorar la imagen de Unidos Podemos de aquí a los comicios de 2019: la política de alianzas en cada uno de los municipios, muy en especial con Izquierda Unida, con parte de la militancia descontenta, por ejemplo, en Madrid, y con la formación de Alberto Garzón quizás con algo mayor poder de negociación ante la debilidad actual de Podemos. Garzón ya ha establecido algunas condiciones para la construcción de las candidaturas (que sea a partir un acuerdo no municipio a municipio, sino estatal, y con tiempo, no atropelladamente como en las elecciones municipales de 2015, cuando hubo un enorme lío que despistó mucho a los electores).
El PP, amenazado por Cs
En el Partido Popular reina la misma tensión que había en el Partido Socialista en los años anteriores cuando veía seriamente amenazada su hegemonía como gran partido de la izquierda. Y eso que el entorno no debería serle contrario, con una economía en recuperación, relato que “compra” el electorado conservador, y el independentismo en la cárcel y renunciando en mayor o menor medida a la vía unilateral. Como en ocasiones anteriores, Mariano Rajoy parece tranquilo y confía en que los votantes que amenazan en las encuestas con irse a Ciudadanos a la hora de la verdad se mantengan en sus filas. ¿Tendrá razón? Podría ser. El contexto, en realidad, no le es desfavorable: no ha habido un viraje de la opinión pública hacia la izquierda, sino a posiciones parecidas a las que defiende, sólo que algo más exacerbadas, especialmente en cuestiones territorial-nacionales. El Partido Popular ofrece a sus votantes la garantía de la gestión y la previsibilidad. Ciudadanos, por el momento, es sólo una promesa y al elector conservador puede espantarle el hecho de que su voto termine sirviendo para que gobierno con el Partido Socialista, algo que Rivera no descarta.
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