Hoy lunes celebran en Estados Unidos el Dia de los Presidentes, uno de los feriados del año. Se estableció así por ser el cumpleaños de Washington, el primer presidente.
La conocida firma de sondeos Gallup hace, con frecuencia, en estas fechas un sondeo sobre quien se considera el Presidente más popular de la historia. En España causará sorpresa saber que este año los americanos han escogido a Ronald Reagan. Entre nosotros pasma que una persona a la que aquí se consideró, un tanto alegremente, tosco y sin la menor formación, al que se ve como un actor de segunda fila y, por si faltaba poco, al que se tacha de rematadamente de derechas pueda ser considerado el Presidente más popular. La encuesta es categórica: Reagan obtiene 19 puntos,; el venerado Lincoln, el personaje objeto de más libros en Estados Unidos, 14; Clinton, 13; Kennedy, 11; Washington, 10, y F. D. Roosevelt, 8.
Causará aquí más estupor aún saber que Kennedy, Lincoln y, ¡oh cielos!, Reagan aparecen regularmente en los primeros lugares en todas las encuestas que Gallup ha hecho sobre el tema a lo largo de los años.
Esto muestra aún más el foso que existe entre nuestro país y Estados Unidos y la defectuosa percepción que tenemos en España del sentir y de las inclinaciones de los habitantes del país americano. Para los españoles, y para muchos europeos, Reagan es simplemente un derechista simplón y belicoso. Los americanos ven mucho más. Ven a un político ciertamente de derechas, lo que allí no es ningún estigma, pero dotado de un enorme pragmatismo. Supo evitar rodearse de un equipo de amiguetes y nombró dentro de los republicanos a figuras de peso aunque no estuvieran en su círculo íntimo. Escogió como jefe de gabinete a James Baker, la persona más eficiente en ese cargo en el último medio siglo. No importó que Baker hubiese dirigido la campaña presidencial de Bush señor, rival de Reagan. Para secretario de Estado optó por George P. Shultz, postergando a personas de perfil más duro pero más cercanas a él.
En política exterior, Reagan contribuyó a que la Unión Soviética explotara. Su anuncio del aumento del presupuesto militar y de la guerra de las galaxias hizo ver a Gorbachov que Rusia no podía mantener la carrera armamentista y al mismo tiempo dar de comer a sus ciudadanos. El americano fue, sin embargo, rápido en captar, a pesar de la desconfianza de alguno de sus consejeros, que Gorbachef era sincero y que se podía llegar a acuerdos con él. La química que surgió entre los dos personajes enterraría la guerra fría.
Pero lo que impactó en el colectivo estadounidense, olvidándose de los defectos de su presidente, fue su en canto personal, su optimismo, sus dotes para devolver la confianza al país; todos los americanos sabían, como dice Craig Shirley, quien era Reagan, que quería y adonde intentaba llegar, para ellos su grandeza radicaba en que “dentro de él había una visión luminosa de los Estados Unidos”.
A los dos años de su llegada al poder, Reagan, como Obama en noviembre, perdió las elecciones legislativas de mitad del mandato, lo que implicó la pérdida del control de la Casa de Representantes. Su nivel de aceptación en ese momento era de 40%, inferior al actual de Obama (48´8 %). Se retiró sin embargo, con un altísimo 64%. No es extraño que muchos comentaristas digan que Obama debe aprender de Reagan a la hora de tender puentes con la oposición y de gobernar. Obama pasó estas navidades leyendo una voluminosa biografía de su predecesor.