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Los provincianos

Donde se recuerda la ambición sin límite de muchos llegados a capitales, donde vivieron años cenando galletas Oreo

Las polémicas a propósito de Feria, que estoy comenzando a leer, me han recordado que conocí muchos “Ana Iris Simón” en mi veintena. Vivían la llegada a Madrid o Barcelona desde sus regiones con cierta ilusión, no poco esfuerzo y muchas carestías. Ese cansancio permanente, ese hastío, era difícil de comprender para los que vivíamos allí y la universidad nos suponía «el esfuerzo» de tres paradas de autobús.

No, no venían ya con un queso bajo el brazo a lo Mesonero Romanos y tampoco sufrían las estafas de Tony Leblanc como gangoso, pero se veían obligados a trabajar por necesidad manifiesta. Alcanzaban, así, una proporción bostezo / ojeras que podría envidiar el obrero más explotado de una fábrica de Huawei. Su boina ahora, más que un trozo de tela, era la campana de Gauss de sus ingresos y gastos. Francisco Umbral decía aquella majeza de “Madrid la construyó Carlos III con la ayuda de un obrero de Jaén”, que bastante tiene de verdad en cómo la capital asimilaba a decenas de estos tipos.

Sector servicio en Madrid, circa 1961

Eso fue hasta 2008. Feria es la crónica, me extraña que la juzguen de “novela”, del fracaso de otro personaje de Stendhal o Balzac por lograr la vida de sus padres. Años de doblar jersey con bolitas en el HyM, décadas de escribir sobre tendencias que no puedes seguir sin acabar en el «Comedor Social» (pieza por 100 euros; eso era la progre Vice), no tienen otro final que el inevitable desencanto.

No, el futuro no sería la feliz circunstancia de una familia y dos vastaguitos pegones, sino un cubículo – habitación en los pisos patera de Malasaña o Lavapiés viendo con cascos la reunión de Friends. Esa serie, inolvidable pijódromo donde nadie tenía problemas con el alquiler, era el contraste blanquinegro para que cualquier chica cuqui, Iris Simón tiene un poco de esto (¿tuvo estrellitas fosforescentes en el techo? ¡Hicieron furor en los 2000s!), entrara en barrena. Esa pochez provinciana fue el rugido inicial del 15M, donde una clase juvenil de fuera se vio abocada al precariado eterno. A ella es la que apeló Podemos inicialmente… y ésta, a medida que progresaban, abandonó a Iglesias y los suyos por incompetencia manifiesta y enchufismo generalizado.

La realidad innegable es que los sueños infantiles de Iris Simón tuvieron poco que ver con la realidad que vivía. No, no podría ser jamás Blancanieves: ni pajaritos harían su cama (solo hubo cotorras invasoras en 2019), ni tendría bondadosos amigos enanitos (aunque sí algún novio bajito y mal encarado, pleonasmo) y tampoco tendría redención alguna con cualquier príncipe azul de dineros negros (Froilán no parece ser un gran destino marital).

En este aniversario del 15M es poco edificante que, fuera de la gente que militó en partidos, la situación para todas esas generaciones de los 25 a los 40 no ha mejorado. Es fácil visualizar a tanto chico ambicioso cayendo en un pozo psicológico en unos 40 que se ven próximos: FeriaLectura Fácil de Cristina Morales son los primeros ladrillos de un nuevo edificio novelístico que está comenzando a construirse en la calle desencanto, sub esquina melancolía y barrio de la depresión (todos podemos imitar y superar a Sabina con dos tintos, una ruptura sentimental y dos ceros menos en el banco).

«Estuve en el 15M y solo me dieron esta estúpida camiseta»

Por eso es bueno recordar que detrás de cada polémica posgénero que afecta a un 0.2% de la población, de esas medidas impostadas y paternalistas a unos inmigrantes que sueñan con irse a Francia a ganar más, del eterno revival del franquismo como ardid mitológico de buenos y malos propio del peor tebeo de Marvel (no soy capaz de ver a Manuel Azaña en leotardos, quizá Antonio Maestre pueda), existe la mueca de desencanto de esos Francisco, Paula, Luis, Enrique que fuimos.

Quizá por eso Ana Iris Simón duele: somos nosotros.

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