Un amigo recoge la tarjeta después de cenar, pues ha pagado la cuenta religiosamente, y se levanta de la mesa diciendo que al día siguiente tiene que madrugar. Los demás nos miramos asombrados, pues madrugar es ya una cosa de otro tiempo, algo lejano que nadie recuerda ya. Hoy en día cinco millones de españoles duermen a pierna suelta hasta las doce, y eso si no salieron la noche anterior. Antes uno volvía de los bares cruzándose con la gente que salía de los portales y ahora para entrar en el ascensor hay que hacer cola. Este amigo nos miró compungido y nos dijo que él madrugaba porque tenía que ir a trabajar, algo que nos dio mucho la risa a todos, sobre todo a mí, que soy periodista. En España ahora están madrugando cuatro esquiroles y uno de ellos es mi amigo, que nos dejó allí en la mesa después de pagar la factura y dejar invitada la primera ronda. Por supuesto, se habló mal de él con cierta desgana, odiándolo con cortesía. A estos jóvenes tan pujantes se le está empezando a coger mucha manía porque viéndoles pareciera que no pasa nada y que el país sigue en marcha, silbando como una locomotora. Por supuesto, la mitad coge el coche, despide a los niños y a la mujer con un beso y aparca en el primer parque para abrir el periódico y rellenar el damero maldito. Eso lo hacía con cierto estilo Jean Claude Romand, que acabó prendiéndole fuego a la casa con toda la familia dentro, incluso al perro, que fue algo que nos espantó a todos. Quiere decirse que en España hay empleo sumergido y también emergido, de cifras boyantes, que no le conviene descubrir al Gobierno ni al padre de familia, enfrascado como está en la normalidad aparente. Importan las formas, aunque vengan sin nómina, y ya se sabe que lo peor del despido es contarlo en la mesa. Mi amigo Iglesias siguió saliendo de casa para el bar Xaquín a las siete y media de la mañana no por miedo a la familia sino por la pereza de cambiar hábitos, pero cuando veía pasar por la carretera a su excompañero de oficina salía a la puerta y le estampaba el botellín de cerveza en el cristal. Vais provocando, gritaba, y el camarero le ponía otra Estrella.