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Mientras tantoLos raseros

Los raseros


En la generación y distribución de información nunca hay ingenuidad, en el mejor de los casos, solo ignorancia. Regreso de Venezuela siempre con la misma sensación: dos países, siempre más de dos, pero al menos una ambivalencia entre lo que contamos los periodistas y lo que la realidad parece mostrar.

Suele acontecer que los medios e comunicación subimos a la corriente de opinión mayoritaria y nos olvidamos de los matices, de esas zonas de sombra donde se suele entender mejor lo que ocurre. También tenemos la tendencia de no comparar, de no contrastar para darle forma a nuestras criaturas.

La semana pasada, el Gobierno de Alan García en Perú cerró la estación TV Oriente, una televisión católica de oposición de la ciudad de Yurimaguas. La noticia ha pasado de agachadito, sin alharacas, casi sin publicidad. Nada que ver con el nuevo cierre de RCTV en Caracas, noticia que ha dado la vuelta al mundo, ha provocado manifestaciones públicas y ha reafirmado el imaginario del régimen de Hugo Chávez como autoritario y enemigo de la libertad de prensa.
Trabajo hace años en Venezuela y lo hago con diarios que no están precisamente en el espectro chavista. El propietario de uno de estos periódicos, y antichavista de corazón, me decía en confianza hace un tiempo: “este es el único país sin libertad de prensa en que cada día se imprimen 20 diarios que atacan al presidente desde la primera hasta la última página”. Y así es. Pero eso no lo contamos.

No defiendo a Chávez ni a su proyecto (hay que pedir perdón por si la sospecha se instala), pero lo cierto es que hay un fracaso informativo en cómo se abordan los fenómenos que ocurren en Venezuela. Es cierto que ocurre en muchas partes del mundo. El lente enfoca a lo que el mainstrem desea ver. Poco hemos leído sobre lo que ocurre en los barrios de las ciudades venezolanas, pocas voces diferentes se toman los ríos de tinta destinados a calificar este gobierno como dictadura.

La vara de medir, además, es eurocéntrica. Si en Europa la reelección de un presidente se torna pesada e indefinida (¡ay nuestro querido Felipe!), ese mismo fenómeno no se tolera en Suramérica; en España hay cientos de casos de corrupción escandalosa que involucran a políticos de todos los bandos, pero en el imaginario del lector instalamos que los países corruptos y politiqueros solo están a este lado del planeta; puede ser que Amnistía Internacional denuncie las torturas y los malos tratos que se propinan en la sacrosanta Europa o en Estados Unidos, pero los torturadores, según nuestra versión de los hechos, tiene bigote prieto y acento tropical…

En fin, nada nuevo, pero cansa. Cansa que para leer algo decente y comprensible sobre lo que está ocurriendo en Haití tengamos que rebuscar entre la montaña de crónicas como buscadores de oro en el desierto del Gobi.

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