Volver a Burkina es volver a la rutina de siempre: soy un blanco accesible y con recursos al que todo el que puede llegar a mí le pide que le solucione la vida. Y no puedo.
Esto ha sido todo un proceso a lo largo de un año, pero aquí las voces se corren y acabas en boca de todos como un blanco con pasta que, bien planteado, se la puedes sacar.
Podríamos decir que aquí no hay tiro al blanco, es un país anormal para ser África en cuestiones de seguridad personal, pero sí hay ‘timo al blanco’. Conmigo es un deporte muy practicado.
Y no es que todo el mundo pretenda timarme, pero la gente aquí tiene mucha necesidad de todo, incluso los que tienen algún trabajo.
Timarme, timarme, lo que se dice timarme, sólo la mitad, en los cuales podemos incluir a todos los artesanos y la mayor parte de las personas que venden cosas. Y algún que otro listo, los demás simplemente intentan salir adelante.
Las tiendas de artesanos son coloristas, para que te confíes y pases a comprar…
A los artesanos ya les compre casi de todo en los primeros meses de estar aquí y ahora me resulta muy fácil conseguir que me dejen tranquilo: les prometo llevarles a sus guaridas ‘carne fresca’ cuando vienen amigos de España. Eso ‘calma a las fieras’ y para no tener mala conciencia con los amigos (todos quieren algún recuerdo) les ayudo a negociar el precio para que no les timen demasiado. Aunque me niego a discutir por un miserable euro que difícilmente se pondrían a discutir al dependiente de El Corte Inglés o de cualquiera otra tienda en España.
Así que como dicen mis amigos yo ya soy una ONG en mí mismo. Desde que estoy en Burkina he dado-prestado dinero en demasiadas ocasiones, pequeñas cantidades casi siempre para ayudar en pequeñas cosas, salud la mayor parte de las veces, consultas de médicos (no hay sanidad gratuita, ni la estatal), medicinas de todo tipo, niños o ancianos enfermos que te cuesta decir que no, con lo que eso supone, cuando les conoces; también he pagado operaciones de cataratas, de apendicitis, varias motos imprescindibles (alguna me van devolviendo el dinero poco a poco, mes a mes, como dentro de 3 años acabarán de pagarme), ordenadores, teléfonos móviles (gran demanda), neveras usadas, una boda, el ajuar de una novia… incluso he dejado dinero para comprar una pistola… (esto también me lo devolvieron y parece que al final no la compró). De todo.
Con todo es mucha más la gente a la que le digo que no, pero mi casa (todavía trabajo en casa, hasta que no esté acabada la biblioteca que estoy montando) es como un santuario y yo me siento como la virgen de Fátima o la de Lourdes, no sé cuál será más vieja, más calva y más gorda, a la que peregrinan los fieles que creen en los milagros y que esperan que yo les solucione la vida, la parte económica. Al menos la del presente inmediato, el aquí y ahora. Puede que más que una virgen deba compararme a los Reyes Magos, que son más barbudos y de pelo en pecho porque, además, lo de la virgen me queda un poco inadecuado.
La simpática de mi hija pequeña me ha utilizado de Baltasar aprovechando una foto que me hice con un bubú, y a mi nieto de niño ‘adorable’ para las felicitaciones de Navidad
El caso es que a partir de las 8 de la mañana empieza a llamar gente a mi puerta y es un no parar.
Finalmente tuve que decirle a Oumou, la señora que limpia en mi casa, que si estaba trabajando en la mesa del salón, ‘recibía’, pero que si estaba trabajando en la mesa que tengo en mi habitación ‘el señorito no está en casa’, debía contestar poniendo voz de Gracita Morales… Al final no conseguí ni que pusiera la voz, ni que entendiera lo que le decía porque sigue entrando en mi habitación para decirme que hay alguien en la puerta, las más de las veces alguien desconocido.
La lista de peticiones y de personas es mucho más larga.
Gente y artesanos a venderme cosas, mogollón.
Peticiones de financiación de proyectos pseudo empresariales o microproyectos, los que quieras.
Solicitudes de dinero para otras cuestiones, de lo más variopintas.
Así que en éstas estoy, intentando no dilapidar completamente mis recursos por más que me pidan.
Lo más difícil es decir que no cuando te vienen pidiendo dinero para ir al médico o comprar medicinas. Porque aquí nada es gratis y, desgraciadamente, ya conozco alguno que otro que se ha muerto y que sería raro que eso le hubiera pasado en España. Estoy hablando de enfermedades normales y corrientes que casi ni son motivo de baja laboral en Europa.
Me decía una amiga cooperante belga, Veronique, una chica estupenda, el día antes de volverse para Europa, que no sentía que había podido ayudar mucho porque hay modos y maneras en África que se resisten a ser cambiados y que por más que ha intentado cambiar las formas de hacer las cosas a los usos y costumbres eficientes europeos, no ha conseguido casi nada. Que lo que más creía que había ayudado era todo el dinero que se había gastado en Burkina, tener una señora que la cocinara o un guardián en su casa y que cada euro que gastaba tenía una trascendencia que no era comparable a los gastados en Europa. Le di toda la razón.
Y en esas sigo: gastando dinero que a alguien le llegará…